Haití vive este viernes otra jornada de furiosas protestas para pedir la renuncia del presidente Jovenel Moïse, acusado de corrupción, y con el trasfondo de la miseria social y la escasez de combustible, producto de la rapiña imperialista.
Miles de haitianos salieron a las calles convocados por la oposición en la que consideran la "batalla final" para forzar la renuncia de Moïse, por eso tras la movilización los manifestantes se dirigirán derecho a la residencia del presidente.
Si bien las protestas llevan meses y la situación se agrava cada vez más, el presidente no solo rechaza dejar el poder sino que sigue insistiendo en establecer una mesa de diálogo, que los manifestante ya creen roto hace tiempo.
En medio de las protestas de este viernes se conoció además el asesinato del periodista haitiano Nehemie Joseph, que fue hallado muerto por la noche en el maletero de su vehículo con tres impactos de bala, después de haber sido objeto de amenazas por la cobertura de las movilizaciones.
Joseph denunció a finales septiembre de este año en la red social Facebook a dos importantes políticos de la isla, tras lo cual advirtió que recibió amenazas contra su integridad física y fue responsabilizado de incitar las protestas.
Esta noticia encendió más la furia de los manifestantes, que recibían la noticia en la calles.
Las movilizaciones comenzaron a principio de año por un escándalo de corrupción que involucraba a miembros del Gobierno, por la importación de petroleo de Petrocaribe, el acuerdo que la nación tenía con Venezuela para recibir hidrocarburos a precios baratos.
La suspensión de esos acuerdos, junto con el bloqueo que Estados Unidos le impuso a las exportaciones venezolanas y el acuerdo por el cual empresas estadounidenses se quedaron con la producción de petroleo de la isla y se convirtieron en su principal proveedor, derivó en una crisis por el aumento del precio de los combustibles y su posterior escasez.
Por lo que a las protestas contra los escándalos de corrupción se sumaron las movilizaciones por la catástrofe derivada del aumento generalizado de la energía, por la escasez y la especulación de las empresas estadounidenses que lucran con la situación del pueblo haitiano.
Con casi 12 millones de habitantes, Haití tiene una tasa de desempleo de más del 70%, y casi el 60% vive bajo la línea de la pobreza. Se trata de la herencia de años de saqueo y ocupación tanto de Estados Unidos como de la misión de la ONU comandada por los gobiernos llamados progresistas de latinoamérica durante la última década. Esta misión de la que participaron entre otros soldados de Brasil y Argentina fue acusada de múltiples abusos físicos y sexuales sobre los haitianos, y durante su estadía formaron una fuerza paramilitar que es la que hoy sigue a cargo de la represión a la protesta social.
Detrás de la miseria creciente se encuentra también el FMI, con la exigencia de ajustes fiscales, que ya resultan imposibles de cumplir en un país con 2,6 millones de personas que padecen de inseguridad alimentaria.
La situación en Haití, agudizada por la aplicación de los planes del FMI, se suma a la crisis política que atraviesa Ecuador y otros países del mundo que en el último año se han levantado para rechazar estos ajustes como Costa Rica, Sudán, Puerto Rico o Egipto, entre otros.
El intento de seguir descargando la crisis sobre los trabajadores y el pueblo pobre de los distintos países, en un escenario marcado por los indicios de una recesión global, y con las peleas comerciales entre Estados Unidos y China, que afectan a muchos de los países menos desarrollados, parecen haber encontrado un límite. Estos levantamientos, cada vez más recurrentes, indican un cambio que hay que tener en cuenta para analizar el próximo período que ya no solo estará signado por un ataque a las condiciones de la clase obrera, sino también por el inicio de la resistencia y una vuelta a la lucha de clases.
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