Ilustación: Sergio Cena
John Sillas Reed nació el 22 de octubre de 1887 en Oregón, en una familia de clase media. Desde pequeño le gustaba escribir y ya demostraba cierta sensibilidad social. Luego de su paso por la Academia de Portland, estudió en la universidad de Harvard.
John Reed, o “Jack” como lo llamaban sus amigos, quedó en la historia por ser el mejor cronista de la Revolución Rusa de 1917. En su clásico Diez días que estremecieron al mundo observamos al periodista que se mete en la Rusia revolucionaria y desde el ojo de la tormenta redactó una crónica que llevó a Lenin a recomendar “esta obra con toda el alma a los obreros de todos los países”. Por su parte León Trotsky sentenció que John Reed “nos ha dejado un libro inmortal sobre la revolución de Octubre”. Con semejantes declaraciones no podemos dejar de decir que definitivamente su libro es “la mejor crónica de la revolución rusa”. También es recomendable la película “Rojos” de Warren Beaty (1981) donde lo vemos junto a su compañera Louise Bryant.
Pero en esta nota te vamos a contar tres anécdotas, tal vez de las más desconocidas, que influyeron a John Reed hasta convertirlo en la pluma más brillante del periodismo revolucionario.
Paterson: entre piquetes obreros y la cárcel
En medio de la bohemia de Nueva York, en la primavera de 1913, una noche cualquiera en una fiesta, John Reed conoció de casualidad a un dirigente obrero llamado Bill Haywood. Este le contó sobre una dura huelga que se desarrollaba en Paterson y según sus palabras describió lo que se vivía allí como una verdadera “guerra”: 25 mil trabajadores reclamaban sus derechos laborales. Y como Reed ya venia escribiendo artículos en The Masses que hablaban de sus recorridas por los suburbios, sintió un gran impulso por ir a conocer en persona aquella huelga.
Al llegar constató que allí se vivía una verdadera guerra con dos bandos bien diferenciados. De un lado las patronales y la policía que no tardó en disparar mortalmente a un joven obrero. Del otro lado de los piquetes estaban los trabajadores y Jack tomo partida por ellos.
Vió con sus propios ojos el sufrimiento de un movimiento obrero que daba sus primeros grandes pasos en el corazón del imperio. Un movimiento obrero que conocía desde temprano la traición de la burocracia sindical y el desprecio a la lucha de clases del reformismo encarnado por el Partido Socialista.
Ni bien se sumó a la huelga, cayó preso y allí hizo sus primeras armas de formación política con Bill que pronto fue su compañero de celda. Cada tanto un obrero gritaba desde su celda “¡Vivan los Obreros Industriales del Mundo!” y toda la prisión llena de huelguistas respondía al unísono “¡Viva!”. La moral se mantenía en lo alto, a pesar de los maltrato de la policía a los huelguistas que indignaba a Reed pero no sorprendía en absoluto a Bill, quién le transmitió una enseñanza fundamental; que el problema no era un policía o dos, sino todo el sistema capitalista, ya que todo estaba diseñado para que los patrones vean crecer sus riqueza a costa del hambre del los trabajadores.
Jack fue condenado a 20 días de prisión efectiva pero cuando la policía se enteró de que él no era obrero, sino un “poeta”, lo dejaron en libertad.
Una vez en libertad Reed organizó, con la ayuda de un grupo de artistas, una obra de teatro para dar apoyo a la huelga. Consiguió llenar el mítico Madison Square Garden, el mismo que décadas mas tarde volvería a vibrar de la mano de Led Zepellin, pero eso es otra historia.
La obra fue protagonizada por actores profesionales y por los propios trabajadores y contaba la historia de la huelga textil de Paterson. Al día siguiente toda la prensa burguesa hablaba con pánico y furia contra los huelguistas, pero se rompió el cerco mediático y el silencio sobre la misma.
Si bien Reed había leído mucho sobre el socialismo en sus estudios universitarios, tenía una visión abstracta del mismo. Pero la cruda lucha de clases, la represión y la amistad con los trabajadores en la prisión nutrieron esa concepción del mundo con nuevos ingredientes. La experiencia en el campo de batalla daba su primer gran paso.
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Pancho y el “amigazo Juan”
Trabajando para el diario Cosmopolitan recibió la propuesta de ir a México a cubrir la revolución que se desarrollaba desde 1910. Jack viajó al país en Noviembre de 1913 y llegó a Ojinaga, un pequeño pueblo que estaba bajo control de las tropas de Pancho Villa.
El hambre que sufrían los campesinos se mezclaba con el odio al gobierno y la iglesia, la odiaban profundamente porque sabían que los curas se enriquecían a costa de su esfuerzo y –como en los tiempos coloniales- no paraban de robar hasta la última parcela de tierra a los pueblos originarios.
Inicialmente los campesinos veían con mucha desconfianza que un gringo cubriera la revolución. Sabían que la prensa yanqui presentaba a la revolución bajo un manto de mentiras y calumnias. Incluso en una ocasión un soldado propuso fusilarlo en el acto a Reed por ser norteamericano. Otro propuso que se tome de un trago una botella de alcohol de maíz o sino lo fusilaban. Reed se bajó la botella de un trago mientras los campesinos bromeaban diciendo que ningún porfirista bebería como lo hizo él. Así, el “reportero gringo” se ganó la confianza de los campesinos, que pronto lo empezarían a llamar “compadre” y “hermano”. Luego conoció a Pancho Villa y nació una relación más que buena.
Reed tuvo la posibilidad de viajar junto a las tropas de Pancho Villa, hasta lo entrevisto varias veces donde se reunía el estado mayor de los revolucionarios. Pancho le fue tomando cariño y lo llamaba “amigazo Juan” sobre todo cuando viajaban en el tren que transportaba a las tropas revolucionarias, cruzando el desierto, camino a una nueva batalla. La idea de Reed era ir a la vanguardia del ejército revolucionario. Aunque Villa no lo dejo porque allí volaban muchas balas y se negó a entregarle un caballo, consiguió montar un búfalo y se metió igual en la vanguardia estando en primera línea de fuego.
En esas conversaciones amistosas entre Pancho Villa y John Reed, el primero le dictó al periodista sus sueños, es imperdible el capitulo llamado “El sueño de Pancho Villa”, capitulo que puede leerse en otro libro inmortal de John Reed:El México Insurgente. Un librazo.
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“No es nuestra guerra”
En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y bajo esa lluvia sangrienta se desarrolla nuestra tercera anécdota. Ya acostumbrado a estar en el lugar de los hechos Reed viaja a Europa para ver de cerca el teatro de operaciones. Pero antes de partir empieza a recibir críticas de sus compañeros de redacción del diario Metropolitan por sus denuncias de que la guerra era para beneficiar a la clase capitalista.
En Serbia viajó junto a un dibujante al frente de batalla y vio el horror a los ojos. Caminaron, acompañados de un capitán del ejército, sobre montañas de cuerpos y cráneos humanos, quemados y muchos de ellos desenterrados por una manada de perros que comían cualquier putrefacción: “algunas veces enterrando los pies en las fosas llenas de carne podrida y aplastando con un crujido los huesos. Los pequeños ahuecamientos de repente se desplomaban formando profundas cavidades, agusanadas. La mayoría de los cadáveres estaban cubiertos con una fina capa de tierra, en gran parte lavada por las lluvias, y en general, muchos no habían sido sepultados”. Este tipo de artículos empezaron a ser “recortados” (por no decir censurados) ya que causaban gran revuelo entre los magnates capitalistas de la prensa norteamericana y era contrario al patriotismo que fomentaba el gobierno.
En “¿De quién es la guerra?” publicado en abril de 1917 toma partido: “No es mía. Sé que cientos de miles de trabajadores estadounidenses empleados por nuestros grandes "patriotas" financieros no reciben un salario digno. He visto hombres pobres enviados a la cárcel por largos períodos sin juicio, e incluso sin ningún cargo. Los huelguistas pacíficos, y sus esposas e hijos, han sido asesinados a tiros, quemados, por detectives privados y milicianos. Los ricos se han vuelto cada vez más ricos, y el costo de vida es más alto, y los trabajadores proporcionalmente más pobres. Estos trabajadores no quieren la guerra, ni siquiera la guerra civil. Pero los especuladores, los empleadores, la plutocracia, la quieren, tal como lo hicieron en Alemania e Inglaterra; y con mentiras y sofismas nos azotarán la sangre hasta que seamos salvajes, y luego lucharemos y moriremos por ellos”.
En esa gira, tuvo la oportunidad de conocer a Karl Liebknecht con quien conversó sobre la traición de la Segunda Internacional a la causa de la guerra imperialista. El dirigente alemán le regaló varios libros y una foto suya.
Tiempo después, cuando estallo la revolución alemana de 1918, del retrato que poseía Reed, estando en Rusia, se hicieron las primeras copias del dirigente de los obreros alemanes.
John Reed murió el 17 de octubre de 1920 de tifus. Fue el único norteamericano sepultado en el Kremlin y así como los oprimidos de México lo adoptaron entre sus brazos, lo mismo hizo el pueblo trabajador ruso. Lo mismo harán las nuevas generaciones de jóvenes y trabajadores del mundo, quienes mantendrán con ardiente vigencia las llamas de su prosa. |