“Ya no callamos. Ya no aguantamos. […] A pesar del golpe, del miedo al alquiler, al trabajo precario, al cambio climático, al machismo, a la inmediatez, a no poder elegir ser madres o no serlo… A pesar de la misma vida” [1].
El vientre vacío [2] es un texto ensayístico en el que Noemí López Trujillo mezcla su voz y un relato íntimo con el de diversas mujeres que, a pesar de sus diferencias circunstanciales, comparten una línea discursiva común relativa a la trágica pareja que forman precariedad y maternidad. Algunos de los testimonios pertenecen a mujeres que han llegado a ser madres. Otros, a mujeres que nunca podrán serlo. La autora se centra en el componente sistémico de todas las experiencias variadas que plasma en su libro: la precariedad ha acabado con las certezas y la seguridad para ser madres, aunque Trujillo va mucho más allá de la cuestión de la maternidad. Como ella apunta, rescatando a Virginia Woolf, la precariedad ha arrebatado a las mujeres, incluso, la posibilidad de tener su “habitación propia”, la cual simbolizaría la estabilidad, un suelo firme a partir del cual formarse, autorrealizarse y decidir libremente cómo y cuándo se quiere traer un bebé al mundo. En lugar de eso, lo que aparece es un mañana completamente incierto y la promesa de un futuro mejor que, en realidad, nunca llega.
El miedo invade la vida de muchas mujeres que, aun deseando ser madres, acaban posponiendo indefinidamente su maternidad. Trujillo combate en su texto contra quienes culpan a las mujeres de su generación por “quererlo todo”. La autora reivindica de manera firme el derecho a una vida plena y elegida, así como el derecho a darles las mismas condiciones a quienes vengan después. “Pues sí, lo queremos todo. Si todo hace referencia a emanciparnos, trabajar y ser felices, sí” [3]. Es importante señalar que la autora, lejos de caer en una postura natalista o, incluso, “mitificadora” de la maternidad, únicamente reivindica el derecho de toda mujer a poder decidir libremente si quiere o no ser madre: “Implementar políticas que pongan freno a la precariedad no debería tener como objetivo que nos reproduzcamos. No somos fábricas de mano de obra para sustentar el sistema. El fin último debería ser mejorar nuestras vidas” [4].
La autora muestra cómo el patriarcado y el capitalismo, una vez más, son cómplices en lo que se refiere a despojar a las mujeres de unas condiciones de vida dignas para ellas y para sus hijos. Trujillo explica cómo la precariedad tiene rostro de mujer y cómo la maternidad es un eje de disciplina más desde el cual los cuerpos de las mujeres son controlados para que el statu quo no cambie. El sistema capitalista es un gran monstruo que se introduce en cada eje de la vida y hace que los cuidados pasen a un segundo plano. Y éste es, precisamente, otro elemento que la autora señala: el capitalismo no nos deja cuidarnos, un factor sumado a la desigualdad de género en la pareja, en los trabajos y en la sociedad de conjunto, acentuada cuando dos personas deciden tener un bebé, siendo ellas, y no ellos, las que acaban abandonando su empleo y su cotización, soportando, al final, la mayoría de las tareas del hogar.
Se trata del mismo sistema que, además, conoce los mecanismos para mercantilizar el dolor y la esperanza. Por ejemplo, los estudios de fertilidad que numerosas clínicas privadas ofrecen para después convencer a sus clientas de que congelen sus óvulos. El libro de Trujillo muestra cómo el mismo capitalismo que produce precariedad e inseguridad es el que luego vende diversas técnicas a las que muchas mujeres acaban recurriendo vencidas por el miedo: “Muchas de nosotras acabaremos pagando para ser madres a destiempo, lo cual es perfecto en la lógica capitalista: obedeces a los tiempos del mercado laboral para luego verte obligada a invertir dinero en tu propia maternidad” [5]. El temor sirve de negocio y la culpa individual por retrasar la maternidad es la que impide ver el auténtico foco del problema. La autora insiste en la necesidad de plantear este problema de forma colectiva, de entender el dolor de manera estructural, luchando, así, contra el relato construido que culpa a una generación entera por “no tener hijos”. Este libro es un grito contra la tentación continua de echarse la culpa a una misma sobre el propio fracaso vital y ayuda a dilucidar que es este sistema el que no tiene soluciones para nosotras.
A raíz de todo lo expuesto, la autora hace continuamente referencia al inexistente Estado de bienestar en que nos hallamos. Sin embargo, a pesar de reivindicar las condiciones de vida dignas que asociaríamos a la quimera de ese Estado de bienestar, el libro no cae en una posición de ingenuidad: “Nosotros no nos lo creíamos porque ya antes de la crisis las cosas no estaban bien del todo. Cuando a España le iba bien, a los jóvenes no les iba bien” [6]. Se tienen muy presentes en el texto tanto las políticas de austeridad de los últimos tiempos como las dos sangrantes reformas laborales del PSOE y del PP, respectivamente, con las que se atacó las condiciones laborales de la clase trabajadora y se redujo las posibilidades de obtener unas condiciones materiales estables. Quizá este libro se quede corto a nivel propositivo, llegando sólo a dibujar la ilusión de una presión a la casta política para conseguir una serie de reformas parlamentarias que posibiliten una redistribución “más justa” entre la familia y el Estado. Son las propias tesis del libro las que chocan con ese deseo. Mientras sea bajo los marcos de explotación, precariedad y miseria del capitalismo, jamás será concebible una vida libre y digna. Y es algo que conecta con uno de los lemas que vienen protagonizando las movilizaciones juveniles contra el cambio climático y la crisis ecosocial de los últimos meses: “este sistema es incompatible con la vida”. Es por ello que somos muchas las que luchamos y militamos. Para nosotras, para nuestras madres y para nuestras hijas. Porque creemos que una vida que merezca la pena ser vivida todavía es posible. |