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1ro de noviembre de 2019 Twitter Faceboock

Tribuna Abierta
Villar, el comisario de las barras
Javier Szlifman | @JavierSzlifman

El 1º de noviembre de 1974, hace 45 años, el comisario Alberto Villar murió en un atentado a manos de Montoneros. A cargo de la Policía Federal, se vinculó con los líderes de las barras bravas de la época para “combatir la subversión”.

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Juan Domingo Perón nombró a Alberto Villar al frente de la Policía Federal a comienzos de 1974, con el objetivo de reprimir a los grupos armados y a todo aquello que fuera necesario. La seguridad y el orden eran prioridad en medio de un clima general de violencia. Policía de carrera, Villar había participado en 1969 de la represión a estudiantes y trabajadores durante el Cordobazo y luego, en 1972, ingresó por la fuerza a la sede del Partido Justicialista para secuestrar los féretros con los cadáveres de los presos asesinados en Trelew. Dio forma y acción a la Triple A, pero finalmente esa violencia que tanto perseguía terminó con su vida el 1º de noviembre de 1974, hace 45 años.

El pacto con las barras

Conocedor como pocos del “fenómeno subversivo”, Villar puso sus ojos en el fútbol, un espacio que por esos tiempos también albergaba la militancia política y la llamada subversión.

La gran campaña que desarrolló Huracán en el Campeonato Metropolitano de 1973 convirtió al equipo de Parque Patricios en el mejor exponente futbolístico de los tiempos libertarios que se vivían, durante la llamada primavera camporista. La hinchada del Globo cantaba entonces: “Lo dice el tío, lo dice Perón, hacete del Globo que sale campeón”. El 16 de septiembre de 1973, Huracán, dirigido por Cesar Luis Menotti, cayó por 2 a 1 ante Gimnasia de La Plata como local, pero el equipo igualmente se consagró campeón ya que Boca, su escolta, perdió con Vélez por 2 a 1. Durante la vuelta olímpica, apareció una bandera de la agrupación Montoneros.San Lorenzo era otro de los equipos de la época que aparecía vinculado a la Juventud Peronista.

Escenario de concentraciones masivas, pasión popular, Villar vio el espacio futbolístico como un riesgo y una oportunidad. El periodista Amílcar Romero da cuenta en su libro Deporte, violencia y política cómo, en abril de 1974, el jefe de la Policía Federal convocó a un grupo de barras bravas a su despacho. Allí, Villar les contó sobre el “peligro de la infiltración extremista” en los estadios y los invitó a convertirse en un ejército contra el comunismo, para delatar a todos los que pudieran. La propia policía infiltró además efectivos de civil dentro de distintas hinchadas.

Aquel encuentro entre Villar y los barras podría convertirse en un punto de partida simbólico del principal elemento distintivo de las hinchadas argentinas respecto de los grupos de hinchas organizados de otros países: sus vínculos con una serie de actores de poder con el objetivo de obtener recursos económicos. En su afán de combatir a los grupos armados, Villar legitimó y consagró el poder de las barras, que a partir de sus interacciones con otros actores sociales como dirigentes políticos, empresarios y sindicalistas, obtienen dinero, trabajo y demás beneficios.

El 1º de noviembre de 1974, el comisario Villar decidió aprovechar el feriado administrativo de la fuerza para navegar con su esposa Elsa Pérez en su crucero por el Delta de Buenos Aires. En su libro sobre la vida de Rodolfo Galimberti, el periodista Marcelo Larraquy reseña como, días antes, Carlos Goldembeg, alias Tomas, y otros miembros de Montoneros se habían sumergido en el rio para colocar una bomba en el barco de más de 7 metros. Poco después de las 10.35, con Villar al timón, el barco zarpó por el rio Rosquetes. Tomas accionó el detonador. Una llamarada de fuego de más de 15 metros se alzó sobre el agua. El barco fue destruido. Isabel Perón, a cargo de la presidencia, declaró el estado de sitio.

El fútbol y la violencia

Pese al intento de Villar de aliarse con las barras para “combatir la violencia”, el futbol no permaneció ajeno a la violencia de aquellos años. El 16 de mayo de 1976, Huracán, que venía como líder del campeonato, visitó a Estudiantes en La Plata. Durante el encuentro, la agrupación Montoneros desplegó una bandera y globos que identificaban a la organización. La policía respondió con una feroz represión y disparos de armas de fuego. Los disparos terminaron con la vida de Gregorio Noya, de 38 años, que se encontraba en el estadio con su hijo.

Antes del comienzo del Mundial de 1978, los principales líderes de las barras bravas nuevamente fueron convocados por las fuerzas de seguridad y pactaron colaborar con la dictadura militar, para evitar incidentes y manifestaciones contra el gobierno durante el torneo. A cambio, las barras podrían ocupar el centro de las tribunas durante los partidos.

Estas determinaciones aumentaron el poder de los grupos de hinchas organizados, que pasaron a formar parte de la estructura estatal, algunos integrando directamente los Grupos de Tareas.

Un reciente informe de la ONG Salvemos al Fútbol indica que, desde el regreso de la democracia en 1983, en el fútbol argentino se produjeron más de 220 muertes asociadas al espectáculo o a sus hinchas, de las cuales casi 100 ocurrieron en los últimos 10 años. Además, el informe registra durante la última década un promedio anual de 62 incidentes/hechos de violencia en el fútbol que fueron publicados por la prensa.

En su estudio, Salvemos al Fútbol informa que las barras bravas participaron del 59% de los hechos analizados, mientras que en el 41% restante los responsables fueron otros actores. Entre esas formas de violencia no-barra se incluyen plateístas que arrojan objetos, agresiones de los llamados “hinchas comunes”, represión policial y peleas entre futbolistas.

Las barras bravas son un actor trascendente en aquello que se da en llamar la violencia en el fútbol. Pero no el único. Su poder y sus vínculos con otros actores sociales (tanto del espacio futbolístico como político y sindical) aparecen como un rasgo distintivo. Pero estos vínculos no son fenómenos intrínsecos ni naturales, sino producto de hechos y situaciones llevadas adelante desde los espacios de poder, desde hace décadas. En su afán represivo, el comisario Villar aportó a este fenómeno y fortaleció a estos grupos organizados. Los gobiernos siguientes poco hicieron para dar vuelta esta historia trágica.

 
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