Las contradicciones irresolubles de las promesas de “desarrollo”
En su clásico estudio sobre El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, Oswaldo Sunkel y Pedro Paz dan cuenta de cómo, aún aquellos países en que los procesos de desarrollo industrial avanzaron más, se vieron confrontados a contradicciones recurrentes que bloquearon las posibilidades de superar la condición de dependencia y “subdesarrollo”. Lo fundamental es que “La orientación del crecimiento de nuestras economías estuvo desde sus comienzos, en razón de su misma naturaleza dependiente, influido o determinado por condiciones externas”, con una estructura de “economía exportadora dependiente” con la cual no se rompió, y donde “el estrangulamiento externo” constituyó una “culminación necesaria del proceso de sustitución de importaciones toda vez que el mismo llega a fases avanzadas [1]. En efecto, casi invariablemente todos los procesos de industrialización “exitosos” de los países latinoamericanos –que no fue precisamente el caso de Venezuela–, en determinada fase se estancaron y los condujeron a crisis de endeudamiento externo, desnacionalización de sus economías (al recurrir a mayor inyección de capital extranjero), e incluso en ocasiones reprimarización.
Además de esa inserción subordinada en los circuitos del capitalismo mundial, jugaban un papel clave otros elementos como la propiedad terrateniente, la concentración del ingreso nacional en pocas manos, y el hecho de que las medidas que necesitaría el propio desarrollo capitalista para continuar su curso, como una reorganización de las cargas impositivas internas y redistribución de los ingresos, no eran tomadas porque los gobiernos obedecían precisamente a los intereses de las clases o sectores que serían afectados por tales decisiones.
La naturaleza rentística del capitalismo venezolano, y más aún la especificidad del producto (el petróleo), le marcaron históricamente a Venezuela una dinámica particular, con ritmos y ciclos no siempre acordes con las tendencias de la región. Sin embargo, compartiendo el marco común de la dependencia y el “subdesarrollo”, sus particularidades no la hicieron menos vulnerable sino, al contrario, más proclive a padecer los problemas de esta condición. ¿Cómo se ha expresado aquí esa “inviabilidad” de algún desarrollo nacional en los marcos del capitalismo?
Industrialización tardía y desindustrialización temprana
Mientras en algunos países de América Latina [2] hubo lo que se dio en llamar cierta “industrialización temprana”, comenzando a finales del XIX y principios del XX, otros iniciaron ese proceso varias décadas después. Venezuela entra en esa segunda categoría, iniciando el apogeo de su industria recién en los años 50’s, con un retraso de más de medio siglo en relación a los primeros. Cuando se inicia la explotación petrolera era prácticamente inexistente alguna acumulación de capital industrial, lo predominante era el capital comercial y bancario, además de la agricultura tradicional, que era el centro de la economía.
La “invasión” de los truts imperialistas del petróleo y el desarrollo de la economía de enclave a partir de los 20’s ocuparon el centro de la economía nacional, la transformaron y le marcaron su impronta, cuyo sello principal fue hacer del país una simple plataforma para la extracción del petróleo barato que requerían las potencias aquí instaladas. Como vimos en el artículo anterior, el salto en la llegada de inversiones extranjeras implicó también un salto en el saqueo de los recursos naturales y la transferencia al exterior del excedente económico, así como la conversión en una economía cada vez más volcada a la limitada tarea de exportación de un único rubro primario, en función de la demanda de esa materia prima por parte de las potencias, rubro que además controlaban en su financiamiento, producción y comercialización las compañías de esos países. La economía venezolana se configura así en función de necesidades foráneas, para las cuales el desarrollo industrial del país no representaba ningún interés ni prioridad.
Así tuvimos una industrialización tardía que, para más males, sufre un proceso de temprana desindustrialización a partir de los 80’s [3]. Señalemos brevemente las “contradicciones” o “fallas” que no logra superar el capitalismo venezolano.
a. La pobreza, la desigualdad y los límites para la “expansión del mercado interno”
Una condición elemental para la expansión del desarrollo capitalista es la existencia de un mercado donde colocar las mercancías: la plusvalía se genera en el proceso de trabajo pero se termina de realizar en la circulación. Pero la estrechez del mercado interno ha sido una de las contradicciones irresolubles del capitalismo venezolano, en el sentido que señalamos a seguir.
Vimos cómo a inicios del siglo XX la demanda más destacada de bienes de consumo provenía de las capas más pudientes, una demanda restringida que era cubierta por el negocio importador con mercancías específicas traídas de afuera. El resto de la población, con un nivel de ingresos bastante magro, o incluso sin ingreso dinerario, no presentaba mayor demanda de bienes. En la Venezuela agraria que aún persistía en las primeras décadas del siglo, las relaciones salariales eran aún bastante escasas como para dar paso a la ampliación de un mercado interno, muchas franjas trabajaban aún bajo la modalidad de trabajo por especies o fichas para comprar en las tiendas del hacendado.
Con el desarrollo de la era petrolera y la extensión del trabajo asalariado va ampliándose el mercado interno, aunque no cambia sustancialmente el patrón de una demanda con gran peso del selectivo consumo de sectores reducidos de la población, que era satisfecha con bienes producidos en el extranjero. Patrones de consumo asociados a los ingresos derivados de la actividad petrolera, un nivel de ingresos que detentaba solo un sector muy pequeño de la población; y no precisamente los obreros petroleros, dicho sea de paso, que trabajan en condiciones sumamente precarias, como lo demuestran las demandas mínimas de la huelga del ’36.
Los altos niveles de pobreza y la enorme desigualdad que acompañan al capitalismo venezolano, incluso durante el auge de su industria, han sido un límite estructural. Podemos ilustrar con algunas cifras del período en que tuvo mayor desarrollo la acumulación de capital y la industria. De 1950 a 1979 fueron casi tres décadas en las cuales, salvo un bienio recesivo (1960-61), la economía creció a un promedio de 6% anual [4], como consecuencia de lo cual aumentó también significativamente el ingreso per cápita, sin embargo, la distribución de este promedio devela la profunda disparidad en la apropiación del excedente: en 1962, la mitad del país, compuesta por los primeros cinco deciles de menos ingresos, captaba apenas un 14% del ingreso nacional, en tanto que el 10% más rico captaba el 41%; si ampliamos el campo hasta el decil 7, tenemos que el 70% de la población apenas se acercaba a captar un 30% del ingreso (28,6%), mientras el restante 70% se lo quedaba el 30% más rico. Para 1976, post nacionalización del petróleo y momento cénit de la acumulación de capital, el 50% más pobre del país captaba solo 20% del ingreso, mientras el 10% más rico se quedaba con el 32%; si tomamos al 70% más pobre, tenemos que no llega aún siquiera a captar el 40% del ingreso (38,4%), mientras el 30% más rico capta 62,6% [5].
De hecho, la década del ‘50, que es en la que arranca realmente el desarrollo la industria en el país, es precisamente la que transita la dictadura militar de Pérez Jiménez (1948-1958), un período marcado por una extraordinaria apertura al capital extranjero, represión férrea a la actividad sindical y disminución de la participación de los asalariados en el excedente.
Al llegar el “agotamiento” del “capitalismo rentístico” a finales de lo 70’s y desatarse la crisis en los 80’s, las brechas no hicieron sino profundizarse. Las propias desigualdades sociales generadas por su sistema han sido uno de los factores determinantes –que no el único– en las dificultades para una reproducción ampliada del capital venezolano, agotando con prontitud el ciclo virtuoso de las ganancias capitalistas en el sector industrial.
b. Sujeción a las necesidades de los capitales imperialistas
Recordemos que un elemento clave, sin el cual no es posible entender la persistencia del atraso nacional, es la transferencia sistemática de grandes porciones de su excedente al exterior, vía las transnacionales, un plusvalor generado en nuestro territorio, con los recursos naturales, infraestructura y fuerza de trabajo nacional, pero que no está disponible para el desarrollo del país. Ahora bien, además de eso, la parte del excedente que captaba el país también seguía en buena medida envuelta en los circuitos de reproducción de los capitales de los países imperialistas.
Si se arrastraba un patrón de consumo marcado por la importación de productos extranjeros orientados a satisfacer la demanda restringida de las capas más pudientes, la ampliación del mercado interno vino acompañada con la imposición de condiciones también lesivas para el atrofiado desarrollo industrial: los EE.UU., que se convertirían en el principal “socio” del país, cuidaron de garantizarse que sus manufacturas y productos tuvieran condiciones preferenciales en el mercado venezolano, incluso en detrimento de los productos locales.
Desde 1939 y durante más de tres décadas, el país estuvo bajo un “Tratado de Reciprocidad Comercial” con los Estados Unidos que le aseguraba “bajos aranceles y la condición de nación más favorecida, para una larga lista de productos industriales de baja composición técnica” [6], esto, a cambio de la reducción a la mitad de un nuevo arancel para el petróleo importado en EE.UU. desde Venezuela. La “reciprocidad” es obviamente una falacia: el país recibía rebajas en un impuesto al petróleo exportado a cambio de abrir las compuertas a las mercancías estadounidenses, lo ahorrado en esa rebaja impositiva, o más que eso, se iba de vuelta en comprarle las mercancías a los EE.UU. De cualquier manera, era la industria estadounidense la que se beneficiaba.
Recién a finales de 1971, en el gobierno de Caldera, fue formalmente denunciado este tratado. Sin embargo, en los 90’s y los dos milproliferaron convenios similares con los EE.UU. y otras potencias capitalistas. Estos tratados han seguido vigentes, sin que el chavismo haya roto con los mismos, incluso siendo bajo los gobiernos de Chávez que se firmaron muchos, incluyendo el de “no doble tributación” con los EE.UU. [7]
Esta sujeción se expresó también en el hecho de que el desarrollo de la industria manufacturera consistió en buena medida en la asociación subordinada de capitales locales con las grandes empresas de las potencias capitalistas, en función de las necesidades de estas, claro está. Es por esto que al desarrollo industrial que se experimentó en el país –al calor de las políticas de fomento desde el Estado venezolano en los 50’s y más claramente en los 60’s– se le define en muchos casos como un “modelo ensamblador”, marcado por “notables carencias en el limitado encadenamiento con la producción de materias primas e insumos nacionales (…) que requería un fuerte componente de importaciones para su funcionamiento” [8], articulado más bien como parte de la cadena de reproducción de capitales imperialistas. Un sector bandera, el automotriz, mostrado como ejemplo de “éxito”, era en realidad parte del plan de las grandes automotrices de articular diversas fases del ensamblaje entre varios países andinos para cubrir el mercado de la subregión. De tal suerte que ensamblaje (de vehículos, electrodomésticos, etc.) y envasado de productos importados, sin ningún plan real de industrialización, ocuparon buena parte del desarrollo de la “industria nacional”U [9].
c. Monopolización, oligopolios y “sobrecapacidad”
A diferencia del desarrollo capitalista en otras latitudes, donde el monopolio surge luego de un largo período de “libre competencia”, aquí hubo un “temprano proceso de monopolización de las inversiones industriales” así como “su estrecha interdependencia con el capital comercial y el capital externo” [10]. A su vez, el empuje de la industria significó la adquisición –con los recursos de la renta pública transferidos por el Estado a la burguesía local– de equipos industriales de tecnología avanzada provenientes de las potencias, en especial de los EE.UU., lo cual llevaba la semilla, no solo de otra faz de la dependencia, sino también del bajo rendimiento de tales inversiones –desde el punto de vista de la ganancia capitalista– y por tanto el freno a la reproducción de ese capital industrial.
Esa adquisición de bienes de capital (en condición de dependencia tecnológica) implicó la introducción de instalaciones y equipos adecuados a la escala de los mercados de las potencias, llevando a un constante incremento de la capacidad productiva que, sin embargo, no se corresponde en modo alguno con la escala del consumo nacional, y al mismo tiempo lleva a una temprana concentración del capital y control del mercado, no como producto de un proceso de competencia en el que destaca la eficiencia técnica de algunos, sino producto de sus vínculos con el régimen de turno que maneja la renta y de la estrechez del mercado nacional con relación a la escala para la cual se diseñaron tales bienes de capital.
Esta “precocidad oligopólica” condujo a una pronta “parálisis de las inversiones en las ramas mono u oligopolizadas”, derivadas del principio de la “tasa marginal de ganancia” [11], referido a cómo tiende en esos casos a disminuir la tasa de ganancia a futuro y, por tanto, aun incluso en ramas donde la tasa de ganancia es alta, hay disminución de la inversión. Así como por la “sobreacumulación” de capital o “sobrecapacidad”: los competidores de quien lleva adelante la ampliación de sus capacidades productivas hacen los esfuerzos por no quedar rezagados y aumentan también las suyas, generando sin embargo, dada la estrechez del mercado nacional –y la siempre presente competencia de los productos importados– una proporción importante de capacidad instalada ociosa y disminución del rendimiento de esas inversiones.
Para 1985, el porcentaje de utilización de la capacidad instalada era de solo 56%, similar al expresado una década atrás [12], una proporción que no ha mejorado sustancialmente de allí en adelante. Asomemos algo de una vez: no es que la capacidad instalada es “mucha” para las necesidades del país, es “mucha” para las posibilidades de realización de la ganancia capitalista, que no es lo mismo.
Para profundizar ese mal del capitalismo venezolano, esta estructura hace que en el período contractivo la masa de ganancias del capital sufra un proceso de redistribución en beneficio de los oligopolios y monopolios [13], llevando a una mayor concentración de capitales y, por consiguiente, a reforzar la tendencia al cese de inversiones en esas ramas. Esta dinámica afectó particularmente a la industria manufacturera.
Las dificultades para la realización de las ganancias óptimas o continuar la reproducción ampliada del capital, las resuelven los capitalistas venezolanos colocando esos recursos en el exterior.
d. La impronta importadora/comercial
Es casi un sentido común que históricamente la burguesía venezolana ha sido preferentemente importadora, vimos en la primera entrega cómo eso se expresó no solo en el período previo a la era petrolera sino también luego, incluyendo la tutela de ese sector sobre los incipientes desarrollos del sector manufacturero.
Bajo el gobierno de Medina Angarita (1943-45), lo que podría calificarse como el primer intento de una política de “Industrialización por Sustitución de Importaciones” (ISI), enfrentó la oposición del capital comercial y financiero –los sectores predominantes de la burguesía nacional–, que presionaron para que bajaran los aranceles a los productos importados, haciendo demagogia, junto a Acción Democrática (AD), con las necesidades de los consumidores, argumentando querer evitar la inflación derivada de una eventual escasez. Fedecámaras, la principal corporación patronal del país, se funda en ese período (1944) como grupo de presión para esos objetivos. Como sabemos, finalmente Medina es derrocado y AD sube al poder.
En el período 1948-1958, coincidente con un crecimiento generalizado de la economía y el despegue de la industria, “las cuantiosas inversiones realizadas no determinaron una mayor producción nacional de artículos de consumo popular, sino una mayor importación de alimentos y bienes de consumo” [14]. La hipertrofia del sector importador ha acompañado el desarrollo del capitalismo venezolano como la sombra al cuerpo.
Así por ejemplo, luego del pronto estancamiento del proceso de ISI operado en los 60’s, a partir del ‘73-’74 hay un nuevo repunte de la industria, empujado por los nuevos volúmenes de renta que la transfería el Estado, aprovechando el aumento de ingresos a consecuencia de la crisis internacional del petróleo, sin embargo: a) el repunte en la industria liviana (textil, calzado, alimentos) tuvo tempraneros límites, pues entre la presión del capital comercial-importador y la preocupación gubernamental por frenar la inflación, condujeron a un aumento de las importaciones de este tipo de productos, en el ’79-’80 la crisis del sector se salda con el cierre de muchas empresas textiles y de confección; b) en cambio, en la industria del ensamblaje –asociada a intereses transnacionales–, el sector automotriz, altamente protegido, se expandió como nunca antes y obtuvo fabulosas ganancias, también se expandió el de electrodomésticos, acompañado de una importante incursión del capital japonés.
Ni hablar de la impronta importadora en el nuevo ciclo de altos ingresos que hubo luego bajo el chavismo. Aspecto que tocaremos luego.
Es un hecho que alrededor del negocio importador se da esa connivencia de intereses entre el sector predominante de la burguesía nacional y las potencias capitalistas (interesadas en colocar aquí sus mercancías), lo que ha sido un obstáculo constante al despliegue de la industrialización del país. Lo que se complementa con el hecho visto de que la “fracción industrial” de la burguesía local se desarrolló en realidad, en gran medida, como socia menor de las cadenas de reproducción de capitales de origen imperialista.
e. El parasitismo del capital privado y el discreto encanto de la fuga
Cuando se dice que la naturaleza de la burguesía venezolana es “parasitaria”, no es una exageración metafórica, la savia vital de que se nutre es la transferencia de renta pública que históricamente le han hecho los diversos regímenes burgueses. Siempre ha habido fondos públicos, créditos baratos, dólares subsidiados, exenciones de impuestos. Como todos los datos y estudiosos lo verifican, Venezuela ha sido históricamente uno de los países donde menos impuestos pagan los capitalistas, con una diferencia realmente notable en comparación con otros; la renta petrolera ha permitido a la clase capitalista venezolana deshacerse en gran medida de la responsabilidad que en cualquier país capitalista tiene la burguesía de contribuir al financiamiento de su Estado: la renta pública cubre lo que no aporta la burguesía [15].
Es con base a las grandes inversiones públicas que se forjaron las empresas básicas del hierro, acero y aluminio, las represas y todos los sistemas de generación de electricidad, gas y agua, el desarrollo de toda la infraestructura vial y de comunicaciones para la integración del mercado nacional. Y en los períodos de crisis, de contracción, en tanto la inversión privada se batió en retirada, fueron las inversiones estatales las que contribuyeron a evitar un mayor hundimiento [16].
En este marco, la tendencia a llevarse al exterior el excedente, es decir, negarle el país parte sustancial del “ahorro nacional”, aparece como una práctica corriente. No solo por parte del tradicional capital comercial-financiero, sino también como práctica del industrial; en este último, las dificultades para continuar la expansión de sus ganancias en el sector –dificultades derivadas de la naturaleza y condiciones del propio capitalismo venezolano–, no llevaron nunca a alguna diversificación de la economía, mediante el uso de ese capital “sobrante” en desarrollar otros sectores, sino que simplemente se recurrió a la exportación de esos capitales. Así, ni bien comenzaron a presentarse los límites al período “de gloria”, comenzó desde el ‘78 una tendencia a la fuga de capitales, tendencia que se acentuó en los 80’s, dejando al país carente de los recursos que requería con urgencia.
Mientras en los 80’s el país se hundía en la crisis, la clase económicamente dominante, la que siempre ha captado para sí la renta pública, acumulaba afuera ingentes riquezas. Un proceso que volvió a repetirse a una escala superior –es decir, peor– con la crisis que se ha desatado bajo el chavismo y que padecemos hoy.
f. Expulsión a las ciudades… a engrosar los cordones de pobreza
Vale la pena señalar un aspecto específico: el atraso a que el capitalismo venezolano, dependiente y rentístico, ha condenado a la agricultura y a la población que de allí dependía. Desde el trienio “adeco” (1945-48), pasando por la dictadura militar y la “reforma agraria” de la “democracia” en los 60’s, en el campo venezolano se vivió un proceso de creciente avance de las relaciones capitalistas de producción, paralelo al cual operaba un fuerte éxodo campesino, no precisamente en proporción a una gran demanda de fuerza de trabajo en la industria, sino por la creciente monopolización de la propiedad de las tierras. El campesino, como dice la canción, pasaba de la miseria rural a la miseria urbana, y no precisamente porque le diera la gana.
La consecuencia del desarrollo capitalista en el campo fue la generación de cordones de miseria en las ciudades, la franja de pobres urbanos, desempleados estructurales que la atrofiada industria nacional no absorbía como trabajadores productivos. Otra de las contradicciones irresolubles del capitalismo nacional.
A la persistencia del latifundio se le sumó que la introducción de la propiedad capitalista en el campo no implicó un gran desarrollo de la producción agroalimentaria, pues, como vimos en la nota anterior, la inversión y formación de capitales en este sector siempre fue el sector más rezagado. La preponderancia del negocio importador y la “industrialización ensambladora” relegaron a la agricultura y a la población campesina.
g. El peso de la deuda externa
Sólo en dos breves momentos en sus dos siglos de vida como nación ha estado el país liberado de la carga de la deuda [17], del resto, ha estado presente como un peso a menudo bastante alto. Es así que Venezuela también vivió esas crisis de deuda externa con el capital financiero internacional que “matan” los tímidos intentos de “desarrollo” burgués en América Latina.
Sintéticamente, podemos señalar que en el origen del endeudamiento están: la expoliación que implica la sustracción de excedentes por parte del capital transnacional (en especial el petrolero, aunque no el único); la relación de intercambio desigual que implica la exportación de materia prima y la importación de toda clase de bienes manufacturados y de capital (incluyendo tratados que le garantizan a las potencias la colocación de sus mercancías en el mercado nacional, así como la “industrialización” con dependencia tecnológica y subordinada a las cadenas de realización del capital de origen imperialista); y el parasitismo de la burguesía nacional.
El Estado venezolano ha cargado históricamente con las enormes inversiones en las empresas básicas, la petroquímica, sistemas de generación de energía, infraestructura y vialidad, en la industria petrolera y del hierro desde mediados de los 70’s, así como el subsidio constante a la burguesía nacional. El gran componente de productos importados para todas estas áreas, así como el bajo rendimiento de estas inversiones en algunos casos, el gasto en las importaciones de bienes de consumo, al tiempo que se mantienen los subsidios a la burguesía local y la transferencia de renta, conllevan a un proceso de reducción de las reservas internacionales y de crecimiento del endeudamiento público. Esto se evidenció en los 50’s, y con mucha más claridad desde finales de los 70’s y en los 80’s, cuando además el país debió disponer también de sus dólares para los pagos de la deuda externa contraída por el sector privado.
Pero hay un hecho más alevoso aún, que ya señalamos con datos en la primera nota: a los procesos de endeudamiento nacional le ha acompañado también la fuga de capitales. En los 80’s, a medida que crecía la deuda pública externa, crecía también la colocación de dólares en el exterior por parte de banqueros y empresarios venezolanos. Esto proceso se repitió con mayor dimensión bajo el chavismo. De manera que los dos más fuertes procesos de endeudamiento nacional en las últimas cuatro décadas, han tenido la impronta de una deuda que en realidad financia la fuga de capitales.
Deuda que a su vez se convierte en otra traba al desarrollo nacional y uno de los mecanismos predilectos de subordinación del cuerpo económico de la nación a los intereses del capital imperialista, en este caso del capital financiero: cada vez más el país debe destinar recursos a alimentar a los capitales especuladores, contando con menos recursos para continuar algún desarrollo de su economía y, además, con menos recursos para necesidades elementales de la población, significando siempre un descenso en las condiciones de vida del pueblo venezolano. Recurriendo cada tanto a “reestructuraciones de deuda” para obtener nuevos préstamos para pagar préstamos viejos, se convierte esto en un círculo vicioso y “eterno” para el país, pero que para el capital usurero internacional es un ciclo virtuoso. Esta sujeción económica, por supuesto, se convierte luego en subordinación política.
Del ocaso del “crecimiento” al giro neoliberal y entreguista
En algunos países de Latinoamérica, la crisis del ’29 y la Gran Depresión de los 30’s, que implicó una fuerte restricción de las importaciones, dada la baja oferta de productos manufacturados importados o su encarecimiento, y la caída brusca de los ingresos nacionales por la dura contracción de los mercados externos, aunado a la existencia de cierta base manufacturera e industrial previa, empujaron a un salto en la industrialización de los mismos. Eso no ocurrió en Venezuela, no se presentó la necesidad porque, aunque ese período dio el toque de muerte al sector agrícola exportador, los ingresos que de manera ascendente aportaba la explotación petrolera sustituían con creces los del café, impidiendo aquí alguna “crisis del sector externo”; además de no haber alguna base industrial previa. Tampoco aprovechó Venezuela la coyuntura de la 2da Guerra Mundial, en la que la “inelasticidad de la oferta externa” combinada con la expansión de la demanda, dadas las necesidades de las potencias de garantizarse los suministros (materia primas y alimentos) que proveía América Latina ¬–lo que las llevó incluso a favorecer cierta modernización de su aparato industrial–, impulsó otro salto en la industrialización. Venezuela, sin embargo, no se vio favorecida en este sentido, puesto que lo único que requerían de esta las potencias era el petróleo, que ya estaba garantizado con la economía tal como estaba.
Es recién en los 50’s cuando aprovecha el país algunas circunstancias derivadas de la postguerra, y vive, ciertamente, hasta finales de los 70’s, una suerte de “30 gloriosos” para la acumulación de capital y desarrollo de su industria. Sin embargo, en las condiciones sumamente restringidas y limitadas que hemos venido describiendo, dependiente, y estando apenas en esas “primeras etapas” sucumbe a su crisis irreversible. Ese “estrangulamiento externo” como “culminación necesaria” del tipo de industrialización dependiente en América Latina también se vivió en el país: a la crisis de expansión de la reproducción del capital, la burguesía respondió con una “huelga de inversiones” y fuga de capitales, los gobiernos permitieron la fuga, hicieron esfuerzos de inversión pública y aumentaron considerablemente su endeudamiento, deuda que, como señalamos, en buena medida sirvió precisamente para financiar la fuga. Hasta llegar al “destino” de buscar salvación en nuevas inyecciones de capital extranjero, vía nuevos préstamos –ahora de la mano del FMI– y la oleada de privatizaciones.
Luego de una penosa década en los 80’s, durante la cual la crisis no hacía sino desarrollarse [18] y en la que la resistencia a aceptar las condiciones del FMI tenía cierto peso aún en sectores de las clases dirigentes y los partidos dominantes, en el ‘89 Carlos Andrés Pérez anuncia “el Gran viraje”, se firma la Carta de Intención con el Fondo y se inicia el giro neoliberal. Un proceso de desnacionalización de la economía y entreguismo que casi se lleva por delante incluso al centro de la economía nacional: Pdvsa [19].
Un proceso de desindustrialización, extranjerización de la economía, caída en picada del ingreso de la clase trabajadora y expansión de la pobreza y la miseria, fue el callejón sin salida a que condujo el “progreso” del capitalismo venezolano.
Como todos los datos a disposición constatan, si ya en el período expansivo del capitalismo “nacional” eran un hecho la gran desigualdad social y la continuidad la pobreza y carencias en amplias franjas de la población, en este período eso dio un salto: una clara tendencia regresiva de la distribución del ingreso nacional y el aumento de la pobreza. La revuelta popular y posterior masacre del 27 y 28 de febrero del ‘89 son una clara expresión de las contradicciones irresolubles del capitalismo dependiente/rentístico.
¿Significó el chavismo una revolución de esta historia nacional?
Ese es el país que recibió el chavismo. No existía tal paraíso que –aprovechando la catástrofe actual– intentan pintar los partidos desplazados por el ascenso de Chávez. El chavismo se configuró como un régimen muy diferente a los que le precedieron, a diferencia de la dictadura militar y la democracia puntofijista, quienes administraron esos 50 años previos en que más se desarrolló el capitalismo “nacional”, este no fue un régimen que aceptara pasivamente la subordinación al imperialismo estadounidense, tuvo elementos de un tibio nacionalismo que lo llevaron a fuertes roces con el mismo –el cual intentó incluso derrocarlo en más de una ocasión. Se configuró como un “bonapartismo sui generis”, girado a izquierda, que en la pugna con el imperialismo se apoyó en la importante y decisiva movilización (aunque controlada) de las masas trabajadoras y pobres. El chavismo subió además condenando la dependencia nacional y el parasitismo de la burguesía criolla.
Sin embargo, a pesar de las reformas “nacionalistas” introducidas, la configuración del capitalismo dependiente y rentístico no cambió mucho, algunos de sus males, al contrario, se profundizaron… y eso que luego de varios años en el poder Chávez hasta se declaró “socialista” y el “anticapitalismo” se hizo discurso oficial. La dependencia del petróleo no disminuyó sino que se acentuó, la “hipertrofia importadora” de la economía fue mayor, la desindustrialización se profundizó, la transferencia de excedentes al exterior vía el capital transnacional no mermó, la sempiterna transferencia de renta pública a manos privadas se desarrolló en mayor escala, al igual que la fuga de capitales y el endeudamiento público externo. Una nueva y más estrepitosa caída de las condiciones de vida de las masas, han sido también su punto de llegada.
¿Cómo fue posible un resultado tan “contradictorio” y qué lecciones históricas y estratégicas corresponde sacar? Es lo que abordaremos en la tercera y última entrega de esta serie. |