Hay escritores que no escriben textos, escriben mundos. Ubicaría acá a Saer, Borges, Cortázar, Salinger y tal vez muches más, pero el ejemplo más claro que se me ocurre es Kafka: todos los personajes de sus cuentos y novelas parecen habitar el mismo mundo, con las mismas reglas, absurdos y arbitrariedades.
Me parece que Osvaldo Lamborghini es uno de estos escritores, y además le pasó un poco como a Kafka: gran parte de su obra se publicó y/o sistematizó después de su muerte, de la mano de su amigo, César Aira. De hecho, la novela póstuma, Tadeys, es para mí el intento más acabado por escribir la genealogía de su mundo: el mismo donde ocurren “El niño proletario” o El Fiord. La novela está inconclusa. Aira la editó en base a tres carpetas manuscritas, en el orden en que las encontró. Al final, además, se anexan borradores, reescrituras y otras yerbas.
La historia de Tadeys es fascinante: lo que se plantea es una realidad alternativa a la actual. Algo ocurre en la Edad Media que cambia el curso de la historia tal como la conocemos. Por lo menos, cambia una cosa: seguimos viviendo en un capitalismo—patriarcal, pero ya no es heteronormativo.
Sucede que los tadeys son una suerte de monos que, al igual que los seres humanos, independizaron su disfrute sexual de cualquier determinación biológica. Y a los chabones les gusta el sexo anal. Incluso a las hembras les gusta más por la cola. De modo que el sexo heterosexual con fines reproductivos es tabú, se hace porque no queda otra, a la noche, a escondidas, pero está mal visto. Durante el día, la sociedad tadey se sume en un carnaval de pijas contra anos. El rey es el que tiene la chota más grande (el recurso del cliché paródico es bastante común en Lamborghini).
Resulta que un día no determinado, en un país con una Edad Media algo tardía, un sacerdote se sumerge en una cueva y descubre a estos seres aniñados e hipersexualizados ¡el cura habrá pensando que esa el paraíso! A partir de eso, la especie entera pasa a ser explotada por los seres humanos: su carne es muy preciada, tanto para comer como para otros disfrutes. El país donde transcurre la novela —La Comarca, ubicado vagamente en Europa Oriental— es el principal productor de carne tadey, pero da la impresión que los bichos están en todos lados. Lo sabemos porque aparecen en otros textos de Lamborghini. Por ejemplo, en La causa justa, que transcurre en Argentina, se cuenta que dos hombres van al zoológico y ven un tadey.
La importancia económica que adquieren estos seres genera una suerte de fetichismo de la mercancía (o de la carne). Bien se sabe que el dinero es capaz de trocar todos los valores morales. De modo que se subvierte la norma sexual de la sociedad sin modificar sus bases económicas. El resultado es que la ausencia de heteronorma no porta absolutamente ningún beneficio para los desposeídos de la tierra. Simplemente se cambió una norma por otra. Ahora está bien visto el sexo anal, ejercer la virilidad es romperle el culo a alguien, sin importar si ese alguien es hombre, mujer o niño. De hecho, como los tadeys son pequeños, la pedofilia se considera una práctica normal. Así tenemos un personaje llamado Seer Tijuan, (“por el culo te la dan”, le cantan sus compañeritos de escuela) cuya madre lo cría para ser el niño amante de algún hombre poderoso. El padre, en cambio, (un tendero, o “el Tender”), quiere que el chico sea macho —o sea, que sea el “activo” en sus futuras relaciones con otros hombres— y el conflicto interfamiliar escala rápidamente a violencia de género.
Ya decía Simone de Beauvoir que “mujer no se nace, se hace”. Y Lamborghini parece convertir la máxima en pesadilla. La cárcel, en el mundo de los tadeys, es un barco donde a los jóvenes criminales se los convierte, a fuerza de violaciones, en mujeres: literalmente. Una vez que asumen perfectamente su nueva identidad, salen en libertad. Y son, sin concha, sin amputar un solo pene, las mujeres más perfectas de toda La Comarca: decenas y decenas de hombres caen rendidos a sus pies, proponiendo matrimonio apenas dejan el “barco de amujerar” o pagando altísimas sumas de dinero por tener tan solo una noche con ellas.
Por supuesto que con esto Lamborghini no hace más que extrapolar cosas que efectivamente ocurren nuestra sociedad, poniendo sobre el tapete todas las formas de la hipocresía.
De modo que en el mundo tadey sigue existiendo el poder patriarcal, el macho dominante, y esta dominación se va ejerciendo en cadena. El que está en las cumbres del poder viola a su subordinado; éste viola al suyo; el que no tiene subordinados viola al hijo o a la esposa y la que no puede violar daña con una violencia psicológica digna de las peores pesadillas.
Les niñes son el último orejón del tarro, como Seer Tijuán o como el niño proletario, el más desposeído de todos, el más estropeado. Es un mundo parecido al de Kafka, pero con sexo (el checo era muy recatado). Tal vez por eso Lamborghini quedó fichado como escritor maldito y su lectura puede resultar intolerable para muchas personas, independientemente de cuán progresistas sean sus ideas sobre sexualidad y literatura. Para otres, la lectura produce un efecto erótico a la vez que profundamente incómodo. No es una escritura para permanecer indiferente.
Lo que queda claro —y más allá si esta fue o no la intención del autor— es que el mundo sado-sodo-facho de Lamborghini es susceptible de sugerirnos una conclusión. No importa si es hetero u homo, el problema es la norma. Toda norma sexual, en manos del poder político—económico, reporta sus formas de violación y abuso, reporta sus formas de fascismo sobre los cuerpos explotades, disidentes y oprimides. Lo que ocurre es que tendemos a naturalizar las violencias de la norma que nos rige. En el momento en que Lamborghini cambia el contenido de la norma, la violencia deja de ser natural, deja de ser “normal” y se muestra por lo que es.
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