Abrumado por el cansancio y la llegada de la verdad, el tendero se tendió en la cama, al lado de su mujer muerta, muerta con una sonrisa. Para deshacerse del cadáver, asunto principal, tenía que encontrar a Platho y Vich. Ahora eran piltrafas, pero hacía muchos años, Platho había sido jefe de policía, y Vich forense del Tribunal. Ya alcohólicos perdidos en aquella época, fue Vich, el forense, quien provocó la caída de los dos. El único, como ex jefe policial, que conocía recursos criminales para sobrevivir, era Platho, quien compartía su chabola, su alcohol y su poco de comer con Vich, para vengarse, para humillarlo sin parar, como ya se verá.
La caída fatal se había producido hacía casi una década, cuando Jones Hien y el doctor Ky encabezaron un proyecto, que todavía continuaba con éxito innegable. Popularmente se lo conocía como el proyecto "Minones", si bien su nombre oficial era "Método para dulcificar las costumbres de adolescentes violentos". Un antiguo transatlántico en desuso, atracado a unas cuantas millas del puerto, servía de correccional. Allí, sin castrarlo, sin hipnosis, el joven violento era transformado en mujer, en una damita deliciosa, que era pedida en matrimonio a veces, o si decidía vivir sola o con su ama de llaves, no era infrecuente que hiciera correr sangre entre los hombres. Que la joven conservara su miembro, no mermaba la pasión de sus admiradores extasiados. Era tan perfecto el tratamiento, que cuando las nuevas damitas bajaban de los remolcadores en el puerto, hasta jefes de aduana solían pedir su mano ahí mismo, en el momento, o les ofrecían enormes sumas por una sola noche cuando ya estaban casadas. Eran preciosas, y de una coquetería y seducción jamás vistas. Eran (todo el mundo lo sabía) geishas en el arte del amor. Sin exagerar, Jones y Ky se babeaban de orgullo por su invento.
Pero el error de Vich, que fue tremendo, provocó la desconfianza de los poderosos, su miedo, lo hizo entrar en una fase de desprestigio, y a punto estuvo de hundirlo para siempre.
El proyecto consistía en lo siguiente. Como a todo el mundo, a La Comarca llegó la moda del joven navajero y violento. Al principio se optó por la vía tradicional, el reformatorio. Pero el genio de dos geniales ambiciosos, hiena Jones y araña Ky, concibió otro método. Cada noche la policía efectuaba razzias en las bailotecas de los jóvenes. Se los llevaba a la comisaría, y a los que ya tenían —de díscolos— antecedentes, al barco de dulcificar se los enviaba sin miramientos. A los otros los examinaba Vich, el forense, quien, si les encontraba síntomas de pendencieros asociales, luego de depilarles todo el cuerpo, eran alojados en el barco. A los demás se los soltaba, con una ligera reprimenda.
En cuanto subían a bordo, los convictos eran entregados a bufas especialistas en transformar en damas a los que se creían "demasiado" viriles. En cuanto subían a bordo los sodomizaban. Así, constantemente, la primera semana. Perdían hasta el nombre. Para llamarlos decían: "Venga para acá, puto 14", o cosas por el estilo. Después, en apariencia, el tratamiento se dulcificaba. Venia la enseñanza de modales femeninos y el complicado aprendizaje de comportarse como lo hacían las señoras. Además de Ky y su gente (Jones entraba sólo en el rubro "represión de rebeldes’ aunque algunos no aprendían porque les costaba más, pobrecitos, no por mala voluntad), en el equipo de profesores entraban putas de alto vuelo, famosos travestis, lesbianas activas, tan perfecta era la ilusión que muchas lesbias llegaban a enamorarse de las chicas-transexuales virgos (especialistas en mohínes), y bufas de todo calibre: aristócratas ociosos, hombres de negocios, magistrados, militares, y también la amplia escala de la hez de la sociedad. Ky y Jones querían fabricar damas para todos los gustos, muñecas que no fallaran nunca, en ninguna circunstancia.
Comparada con esta fase, la primera, la que consistía en des-macharlos, cogiéndolos, cogiéndoselos todo el tiempo, era una bicoca, soportable y facilonga. Aunque ya incluía un elemento sutil, hijo del cerebro Ky. Entre todo lo que las futuras damitas tenían prohibido, lo prohibido máximo era la homosexualidad entre ellas. Ky lo había previsto: el machito violento, al verse garchado, querría recuperar su hombría haciéndole el culo a otro convicto. Con el sistema Ky resultaba imposible, no sólo por la vigilancia constante.
Primero los dormían a todos con somníferos, y luego les inoculaban hasta el fondo del ano una sustancia sintética perversamente bautizada por Ky con el nombre de "pescabufines". Cada media hora todos eran obligados a formar y a mostrar su pene: el que la tenía moteada de pintas blancas (sólo visibles con microscopio) era picaneado de inmediato en el recto, puesto que las manchas, que el culpable no advertía como queda dicho, lo denunciaban inexorables: ése había sodomizado a otro recluso más débil, o que ya le había tomado cariño a la condición femenina de tanto ser desfondado por los bufas especiales, cuya técnica parecía irresistible. Poco importaba que el futuro damita se hubiera entregado a otro (o a varios: lamentable, a veces ocurría). Poco importaba que no hubiera existido inaudible balido de cordero ante la violación del más fuerte. Ky y Jones, frotándose las manos, lo habían pensado mejor:
Desde que subían a bordo —rezaba la cláusula con fuerza de ley— ninguno, pero ninguno de los hoy violentos y en el futuro damitas perfectos, adorables mujercitas, ninguno podría ejercer el papel masculino en ninguna relación sexual. Por esa causa, en cuanto ponía el pie a bordo, el joven violento (la tanda entera, recién llegada) era sodomizada por los bufas especiales, sin secretos, todos veían cómo eran desvirgados todos, a plena luz, sobre la inmensa cubierta del barco. Hacinados no por falta de espacio, sino a propósito, codo con codo, para que cada uno sintiera que la estaban enterrando a fondo mientras lo mismo le pasaba al otro, tanto y tan pegoteados que a veces el bufa terminaba con su culo, y comprobaba que su colega era más lento: se entusiasmaba entonces mirando (salida, entrada, salida entrada: era emocionante), volvía a parársele y la clavaba en el ano de al lado, rápido, porque lo tenía, a pocos centímetros. Lo cual no estaba prohibido, al contrario, era loable y hasta había premios para los bufas incansables (a éstos "Búfalo Bill" se los apodaba y con orgullo ellos llevaban el mote). En fin, que todos los convictos —esos jovenzuelos molestos que se jactaban de muy hombres— comprobaran que ninguno se salvaba de entregarse (28). Después de poseerlos, los bufas estaban obligados a meterles el dedo anular hasta el fondo en el hoyo recién abierto, azotarlos al mismo tiempo en forma brutal y decirles la psicológica frase, la misma para todos sin cambiar una sola palabra. Decirles, con voz ronca y refiriéndose al esfínter recién abierto por el miembro y ahora escarbado, ahondado por el dedo: "Espero que no te olvides, piba, desde hoy éste es tu culo rendido a un hombre, es tu único órgano sexual. Ya no es tuyo. Es tu Yo. Yo sé mucho de estas cosas: de vos se puede, piba, hacer una flor de hembra, para todo uso: encamarse, atender la casa y al hombre y todo lo demás".
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(28) El Estado ¿era hombre o mujer?
Por aquella época, la respuesta simbiótica sin ambigüedad “es hambre para todos”, cuya manía igualitaria ya tentaba al diablo, había caído en des-crédito absoluto (la indiferencia). El jurisconsulto médico Vich, que era un genio porque sabía nada, o sea: el poder, aportó el primer bio-vector psicolingüístico con un eslogan revolucionario que abolía milenios y millones (de tontas “pan”cartas) de tradición: “Hambre para todos los que con mucho se contentan. Pan para los ex-casos de piorrea incurable, inquebrantables prótesis, La Verde no es una fija, que eligen la ciencia y la lata de la comida congelada ‘Real’ —marca R— en vez del pan-filo símbolo Pan”. Había dado en el clavo, o, como se dice, “es más aburrido que chupar un clavo”.
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Al que no acatare la prohibición máxima, la de no ejercer relaciones sexuales con los de su misma condición, dicho los otros reclusos, y especialmente a quienes quisieren hacerlo adoptando el papel masculino (así redactaba Ky, Jones aprobando, las cláusulas secretas), para ellos y para quienes se prestaren a sus prácticas existen métodos científicos que revelan la culpa. Cometido y comprobado el delito, el castigo consistirá en diez (10) minutos de ese trevejo atrasado conocido como “picana eléctrica” por la masa popular. Pero tal castigo, para tal delito, no se realizará en la habitual “Sala de Reprimendas” del transatlántico de feminizar, nombre que le impuso el hombre de la calle a nuestra revolucionaria Institución, sino en la hermética “Cámara Especial”.
Desde que el proyecto no era más que una simple charla de amigos, ambos preocupados por el Bien y el Male (29), ni a Ky ni a Jones se les escapó el problema de los tiempos propuestos como nudos topológicos, por esencia tiempos que no podrían coincidir, a pesar de la “repetición”, o por eso mismo, por la “repetición”. (Lo que más odiaban ambos era la inter-subjetividad, y es allí donde los tiempos no coinciden.)
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(29) Cuidado lector, no es un chiste
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Si se avenían por un momento a abandonar el lenguaje teórico (es decir, a balbucear idioteces acordes con este mundo imbécil de cárceles, hombres, mujeres, manicomios, gobiernos, Estados y da, da, da), si entrecerraban los ojos y se abandonaban a la tentación, ya que estaban ahí —esto lo dijo Jones— disfrutando del excelente coñac que siempre se encontraba en la mansión del doctor Ky —puro placer, Ky se ruborizó—, hablando en plata, el problema para el proyecto de feminizar a los jovencitos de la pesada, se les iba a presentar: los tiempos intersubjetivos no coinciden. Es decir, por ejemplo, la cadena de convictos llega a bordo, los bufas sodomizan a granel, y mientras algunos conservan un resto de masculinidad durante cinco o seis días, otros, en veinticuatro horas se vuelven idólatras del miembro, la feminización se les convierte en un paraíso antes de pasar a la segunda fase de aprendizaje, la que se pensó para volverlos damitas: pero éstos como meros homosexuales pasivos ya se sentirían en la gloria. El barco se transformaría en una máquina de putos. Los que conservaron algo de masculinidad, entonces, los usarían de esposas: las damitas (por proyección) no serían ellos, que se entregan por temor al castigo de la autoridad, sino los otros, los que la aman con pasión. Incluso se formarían parejitas. Mientras el bufa oficial posee a uno de los todavía medio macho, a este degenerado no le importará un nabo: pensará que su minito lo estará esperando en la celda limpita gracias a “ella”. Llegará él, recién garchado, le pegará un par de cachetadas al mino y —éste es el peligro— con voz de hacerse el hombre le dirá en la jeta: “A ver, puta, tengo hambre. Conseguí algo extra de comer si querés que esta noche te coja”.
Jones bebió el resto del coñac que le quedaba en la copa y prosiguió, mientras Ky, tranquilo, además de llenar otra vez las copas, buscó (y encontró) unas hojas de papel cubiertas por su letra.
—Usted recordará, doctor —prosiguió Jones—, que cuando tuvimos un primer atisbo de la idea decidimos atenernos, inflexibles, a un principio: Entre ellos ni la más ligera ilusión de diferencia de los sexos: todos, todas serán mujeres, las más adorables, las más perfectas. Pero el problema pasivos/activos, no me cabe duda, surgirá. Podría arruinarnos el proyecto.
El doctor Ky releyó sus hojas de papel, y con voz tranquilizadora, calmó a Jones:
—El problema está resuelto. No se lo dije antes (perdóneme) porque quería estar seguro de que usted había comprendido bien. Ahora no tengo dudas y créame que lo felicito, Jones. En fin, yo también me rompí la cabeza. Hasta que comprendí que el problema se resuelve en dos tiempos. La química interviene en el primero, y en el segundo, nuestra vieja amiga, la represión inducida desde el exterior: en ella, usted es un genio, la dejo en sus manos por completo. En un sentido burdo, el problema era pavloviano. Permítame mojar los labios y luego le explico.
Ky no pudo contenerse y alardeó un poco, pero en suma se trataba de que sus químicos habían trabajado a pleno hasta dar con la sustancia que moteaba de blanco el pene del infractor, quien no la notaba, porque era invisible salvo para el microscopio. Un método similar para el transgresor pasivo, pero a éste, claro, había que introducirle un tubo especial en el recto. Quedaba por resolver el castigo-reflejo. Esta fase (o tiempo) quedaba en manos de Jones, y Ky esperaba su informe. Lo antes posible, por favor. |