Roberto Arlt, un escritor maldito en su tiempo, parece ser recuperado contra viento y marea de su propia historia. Esta mañana los lectores de diario Página/12 se toparán con la primera entrega de Los siete Locos-Los lanzallamas que, con prólogo de Guillermo Saccomanno y dibujos de Daniel Santoro, se podrán obtener junto con el diario todos los miércoles. Anoche, la Televisión Pública emitió el primer capítulo de Los siete locos, la serie televisiva que se emitirá de martes a viernes a las 22.30 horas. Adaptada por Ricardo Piglia, dirigida por Fernando Spiner y Ana Piterbarg, la serie cuenta con prestigiosos actores en el reparto: Pablo Cedrón. Carlos Belloso, Belén Blanco, Daniel Fanego, Diego Velázquez, Daniel Hendler, Marcelo Subiotto, Julieta Zylberberg, Fabio Alberti, Leonor Manso y Pompeyo Audivert
La secuencia que se abre con Los 7 locos y se cierra con Los lanzallamas es, seguramente, lo más logrado en la prolífica obra de Roberto Arlt. Es cierto que, de alguna manera, los temas centrales de estas dos novelas están esbozados ya en la primera, El juguete rabioso; así como también que el autor volverá sobre algunas temáticas en la siguiente (y su última novela), El amor brujo. Pero creo que es justo afirmar que es aquí en donde se desarrolla con mayor plenitud.
¿De qué se trata esta historia? Fue el propio Arlt quien primero la comentó. En una de sus clásicas Aguafuertes (“Los 7 locos”, publicada en El Mundo el 27/11/1929), dijo: “El plazo de acción de mi novela es reducido. Abarca tres días con sus tres noches, se mueven aproximadamente veinte personajes. De estos 20 personajes, siete son centrales (…) que culminan en un protagonista, Erdosain, verdadero nudo de la novela”.
Esta primera parte de la historia, entonces, se estructura a partir de tres días, en los cuales, uno de los personajes –el Astrólogo–, se propone organizar una sociedad secreta para revolucionar la sociedad. Ya veremos que esta logia es muy particular. O particularmente loca. Erdosain aparece como una pieza clave para ponerla en pie, ofreciendo la solución económica: propone secuestrar a un pariente suyo (que lo ha humillado) para obtener el dinero necesario con el cual comenzar a funcionar. Gregorio Barsut, el primo de Elsa, su mujer –asegura Erdosain– tiene una herencia de 20.000 pesos, de una tía por parte del padre, que murió en un manicomio.
Arlt construye sus ficciones con retazos que va recolectando de todos lados. Así, aquello que aparece a simple vista como una “locura imaginativa”, un “delirio”, es –sin embargo– extraído de las noticias periodísticas. La organización de una sociedad secreta en Estados Unidos, llamada La Orden del Gran Sello (con objetivos y dinámicas de funcionamiento similares a las que aparecen en la novela), fue noticia en distintos diarios por aquellos días, según remarcó alguna vez el propio autor.
Erdosain llega al Astrólogo porque piensa que él, tal vez, podrá prestarle el dinero que en la empresa donde trabaja le reclaman, puesto que lo descubrieron robando. Como en su primera novela, la importancia del robo es central en la narrativa arltiana.
Bien, entonces, detengámonos un momento a ver qué ha sido lo que llevo a Erdosain a transformarse en un “estafador”, un “ladrón de 600 pesos”. De alguna manera, podríamos decir, la esperanza de que acontezca algo extraordinario en su vida, algo distinto, inesperado, ya que se consideraba vacío, “una cáscara de hombre movida por el automatismo de la costumbre”. Inventor fracasado, al robar, Erdosain experimenta la alegría de un inventor. Casi como que se vio “obligado a robar”, dice. Convencido de que Barsut, por quien siente una profunda repulsión, ya que “amontonaba obscenidades sin nombre, por el sólo placer de ultrajar la sensibilidad del otro, convencido –decía– de que no iba a prestarle los 600 pesos, acude a “mangueárselos” al farmacéutico Erguera, el ex “gran pecador”, el que más conoce la biblia en Pico, un jugador preocupado profundamente por presentarle nuevamente las verdades sagradas a esa gente que no tiene fe, a los angustiados, “turros” fraudulentos (“rajá turrito… te pensás que porque leo la biblia soy un otario”, le dirá Ergueta a Erdosain ante el mangazo).
Así como suele sostener la crítica que, desde Oscar Massota (Sexo y traición en Roberto Arlt) es prácticamente imposible no hacer referencia al tema de la traición, lo mismo sucede con la condición del “humillado”, en este caso de Erdosain (el exponente más alto de los humillados, según el introductor de Lacan en nuestro país). Desde un primer momento este tema aparece con fuerza: cuando se menciona que Gualdi (el contador de la empresa donde trabaja), lo ha humillado en distintas oportunidades, (“a pesar de ser un socialista”), hasta el apartado titulado “El humillado”, pasando por distintas menciones a lo largo de las dos secuencias de la historia. “Él era el fraudulento, el hombre de los botines rotos, de la corbata deshilachada, del traje lleno de manchas, que se gana la vida en la calle mientras la mujer enferma lava la ropa en la casa”. Él, Remo Erdosain, sería humillado por su mujer, que se va con otro hombre. Y antes, como ya se ha dicho, fue humillado por sus patrones, y por Ergueta, y por Barsut…
Pero antes –mucho antes aun: de casarse, de ingresar en el mundo del trabajo–, Erdosain había sido humillado en su propia casa, siendo niño, y también en el colegio. Por su padre, quien –según le contará al capitán que se va con su mujer– lo inició en ese “feroz trabajo de la humillación”. Tanto en las amenazas, como en los actos de violencia y sus efectos.
En cuanto a las amenazas, porque era su padre quien, cuando él tenía unos 10 años y cometía alguna falta, le decía: “mañana te pegaré”, y entonces, atormentado, “dormía mal, con un sueño de perro, despertándose a media noche para mirar asustado los vidrios de la ventana y ver si ya era de día, más cuando la luna cortaba el barrote de la ventana, cerraba los ojos, diciéndome: falta mucho tiempo”.
También en los actos, porque era su padre, igualmente, quien lo obligaba a arrodillarse, con un golpe en el hombro, haciéndole apoyar su pecho en el asiento de una silla, con su cabeza entre sus rodillas… (“crueles latigazos me cruzaban las nalgas”). Y cuando lo soltaba, corría llorando a su cuarto, con el alma hundida en las tinieblas (“Porque las tinieblas existen aunque usted no lo crea”).
Y luego de las amenazas y de los actos de violencia sobre su cuerpo, los efectos en su subjetividad. Porque él sabía que a la mayoría de sus compañeros de aula no les pasaba lo mismo, y entonces, estando en la escuela, cuando los escuchaba hablar de sus casas, una “atroz angustia” lo paralizaba.
Y ahí, cuando se encontraba en esos momentos de tormento interior, si alguno de sus maestros lo llamaba, solía no escucharlos, y entonces… y entonces, ahí sí la angustia llegaba a su punto más alto. Porque solían retarlo sus maestros, provocando la risa de sus compañeros. Una vez, por ejemplo, un maestro le gritó: “¿Pero usted, Erdosain, es un imbécil que no me oye?”. Y luego de las risas, desde ese día, sus compañeros comenzaron a llamarlo “el imbécil”.
Seguramente por todo esto es que Erdosain, ya de grande, no retrocedía casi nunca hacia los tiempos de su infancia. “Ello quizás se debiera a que su niñez había transcurrido sin los juegos que le son propios, junto a un padre cruel y despótico que lo castigaba duramente por la falta más insignificante”. Un padre que “no lo besaba nunca” y, en cambio, “lo humillaba continuamente”.
Tal vez por esto, también, se sentiría luego humillado en distintos sitios. Aun, por ejemplo, en la nueva sociedad secreta. Allí Erdosain se sentirá humillado por el hombre a quien llaman El Buscador de Oro, quien, sabiendo que él se considera un inventor, cuando habla de la violencia necesaria para cambiar la sociedad, dice despreciar a los teóricos de la violencia, argumentando que el superhombre no surgirá del desorden sino de la obediencia, y pone el ejemplo de la disciplina castrense, y sobre todo, de la empresarial, rematando: “Ya ve, Erdosain, que nosotros no inventamos nada”.
*Escritor y periodista. Ha publicado los libros De Cutral Có a Puente Pueyrredón, Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo, Kamchatka, Nietzsche, Freud, Arlt y Montoneros silvestres (1976-1983).
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