Los drones de los canales de noticias no dejaban margen a dudas. Frente al enorme escenario-altar armado delante del portal de la Basílica de Luján (y costeado con fondos públicos) había una concurrencia bastante pobre, numéricamente hablando. Es más, casi toda esa gente podría haber entrado en el mismo templo, sin tanta inversión externa.
Incluso una porción de esa concurrencia no fue por la ceremonia en sí sino por turismo, como suele suceder cada domingo. Tal vez las expectativas de convocatoria eran superiores y por eso se pensó un ámbito propicio para albergar a miles. Pero no se cumplieron.
Frente al altar-escenario, en un lugar exclusivo (fueron los únicos sentados, el resto se mantuvo todo el tiempo de pie) se ubicaron Fernández y Macri, en el centro de la primera fila. A sus costados, parte de sus círculos íntimos.
A Fernández lo acompañaban su pareja Fabiola Yáñez y sus futuros ministros Santiago Cafiero, Gustavo Beliz, Felipe Solá, Daniel Arroyo. También Roberto Lavagna (competidor suyo en la elecciones). Un poco más atrás Juan Grabois, el burócrata de la CGT Héctor Daer, el excanciller Jorge Taiana y el diputado Eduardo Valdés, entre otros.
Del lado de Macri estuvo su esposa Juliana Awada, el senador Federico Pinedo, la vicepresidente Gabriela Michetti, los ministros Marcos Peña, Rogelio Frigerio, Carolina Stanley, Patricia Bullrich, el senador Esteban Bullrich y demás miembros de la gestión saliente.
Iglesia-Estado, nada separados
La misa la presidió el titular de la Conferencia Episcopal Argentina, Oscar Ojea, en tanto que el sermón especial con motivo de la ceremonia lo dijo el recientemente asumido arzobispo de Mercedes-Luján, Jorge Eduardo Scheinig. Un reparto de tareas nada casual. La parte “política” de la misa no quedó a cargo del titular de la curia argentina sino de una cara joven y “nueva”, tal vez menos identificada con todo lo rancio que representan los viejos obispos.
Detrás de los obispos se ubicaba una guardia del ejército de Granaderos a Caballo, provisto por el Estado nacional en un estrecho lazo eclesiástico-militar.
Apenas comenzada la ceremonia, de entre la flaca concurrencia un grupo de fundamentalistas católicos comenzó a gritar rabiosamente su oposición a la legalización del aborto, nombrándolo directamente a Fernández. Las caras del funcionariado se mantenía inmutable aunque los nervios se apoderaron de quienes estaban a cargo de la seguridad y de los asesores. Más de uno habrá imaginado que la cosa podía pasar de las palabras a los hechos. Pero no pasó.
Unidad y pobreza
Los dos ejes centrales de la homilía de monseñor Scheinig fueron la “unidad” de todos dentro de una misma patria y tomar a los pobres como prioridad de toda política. Dos generalidades con las que nadie de los presentes podría disentir, pese a que muchos de los presentes operaron toda su vida en contrario.
Scheinig dijo que “en este día de la virgen” a los obispos les pareció “oportuno invitar a rezar por la Patria”. Y tal vez buscando acallar los gritos del grupo antiderechos presente dijo que “María (la Virgen) nos recibe a todos, no excluye a nadie, todos somos bienvenidos, nadie que viene a esta casa vuelve con las manos vacías, la virgen siempre nos da un regalo. Tomemos conciencia de eso, les pido por favor”.
El arzobispo de Mercedes-Luján agradeció “especialmente la presencia a usted señor presidente (por Macri) y a usted señor presidente electo (por Fernández). Gracias por compartir este acto sagrado y religioso. Vamos a rezar por ustedes”, prometió.
También agradeció a los representantes de las demás religiones allí presentes, quienes pese a tener con la Iglesia católica muchas diferencias políticas y económicas no quisieron quedar afuera de semejante evento. Tan así fue que la ceremonia finalizaría con una oración conjunta rezada por representantes de las religiones monoteístas católica, evangélica, judía y musulmana.
“Es un don de Dios ser una república, tener una Carta Magna y haberle dado al mundo un Papa argentino”, festejó Scheinig, aunque agregó que “la unidad es muy frágil y la rompemos con facilidad. Ni siquiera la misma sangre nos asegura que no podamos romper lo que por naturaleza nos une”.
Quizás impresionado por las revueltas populares que cruzan a todo el mundo y, particularmente a Latinoamérica (donde la Iglesia católica viene cumpliendo en general un rol reaccionario y del lado de la derecha reclacitrante), Scheinig dijo que “todos somos conscientes que lo que viene, lo que ya estamos viviendo en el mundo, en nuestra América Latina, no es fácil. Y para seguir construyendo esta nación bendita necesitamos de todos, nadie sobra en esta construcción. Si algunos viven tomados por el resentimiento y el odio corremos el riesgo de ser funcionales a intereses que ciertamente no buscan el bien común”. Sin embargo no detalló cuáles son esos intereses ni quiénes los encarnan.
Yendo al eje de la pobreza, el arzobispo dijo “somos el pueblo argentino, eso debería ser música para nuestra alma popular. En nuestro pueblo los pobres, en sus diversas realidades y situaciones son para nosotros, los cristianos, personas que nos hablan de Dios. Por eso nos oponemos a que sean reducidos a un hecho sociológico o macroeconómico. Deseamos que recuperen los derechos y las oportunidades para los que está llamada toda persona humana”. Macri y Fernández miraban serios y asentían.
“Es muy natural que una mamá o un papá se vuelquen instintivamente al hijo más frágil de la familia. Estamos llamados a cuidar a los pobres y eso significa acompañarlos en sus vidas cotidianas, en sus búsquedas, en sus luchas legítimas como así también escucharlos, reconocerlos, valorarlos. No podríamos no estar al lado de los pobres”, afirmó Scheinig. En ningún momento dijo, sin embargo, que hay que terminar de raíz con la pobreza, lo que implicaría claramente atacar la riqueza de quienes se apoderan de todos los recursos sociales.
Las palabras de Scheinig fueron dichas frente a un auditorio en el que, paradójicamente, brillaron por su ausencia personas pobres. Ninguno de los presentes en la ceremonia tiene problemas de alimentación, de vivienda, de atención a la educación y la salud. Una vez más, la Iglesia habla de los pobres en su ausencia, buscando erigirse en su vocera e interlocutora ante el Estado.
La paz del final
Monseñor Scheinig no dejó pasar la oportunidad para reforzar la estructura monolítica, monárquica y archiconservadora de la institución a la que representa. “Cuánto bien nos haría conocer el pensamiento del Papa de manera directa y no por quienes lo parcializan o desfiguran su mensaje”, dijo.
¿Un “palito” para algunos de los presentes como Eduardo Valdés y Juan Grabois, que suelen citar a Bergoglio en sus declaraciones y hasta confiesan que esos son los pensamientos del Papa transmitidos a ellos que son sus amigos? Scheinig no dio nombres (no se vayan a perder las formas) pero el mensaje pareció más que claro.
“Les pido un favor, dijo Francisco, caminen juntos todos, cuídense los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuiden la vida, cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden a los niños, cuiden a los viejos, que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no le saquen el cuero a nadie, dialoguen entre ustedes, que este deseo de cuidarse vaya creciendo en el corazón. Y acérquense a Dios”, finalizó Scheinig. Aquí también, un mensaje entrelíneas contra la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo.
El sermón cerró con una arenga casi política: “¡Viva la Virgen de Luján!” gritó tres veces Scheinig y las tres veces la concurrencia gritó “¡viva!”.
Sacando las imágenes de los drones que sinceraron una convocatoria más que modesta pese a toda la propaganda previa, las fotos terminaron siendo un verdadero homenaje a Jorge Bergoglio, quien desde el Vaticano estará pensando “qué bueno verlos a los gobernantes, a los obispos (encubridores de criminales sexuales, NdR), a los dirigentes sindicales (traidores a la clase trabajadora. NdR) y a varios empresarios juntos hablando de la Patria y de los pobres (sin pobres, claro, NdR)”.
Una vez más, las máximas autoridades del Estado nacional estrecharon lazos con la jerarquía católica, haciéndoles un homenaje al artículo 2 de la Constitución, al Concordato firmado por el Vaticano y la dictadura de Onganía y a los decretos dictados por Videla, Massera y demás genocidas, todas normas por las cuales Iglesia y Estado no asuntos nada separados.
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