El día del desalojo me fui un rato del lugar de donde estábamos prácticamente viviendo: la fábrica, Mafissa. Ese día estaba contento por la medida cautelar que nos había llegado, diciendo que todos los despedidos teníamos que entrar a trabajar, recuperar nuestro puesto de trabajo. Fui a buscar a mi hija al jardín, pero no llegue. Una compañera me dijo que habían entrado a desalojar. El cuerpo se me paralizo por la noticia, pero salí sin pensarlo.
Al llegar, vi decenas de policías rodeando la fabrica, diez cuadras a la redonda ya había policías y no dejaban pasar a nadie, pero igual llegué. Mi única meta era entrar como sea. Por el frente era imposible, estaba toda la Infanteria, y yo estaba en la calle, en un costado, entre los vecinos que se acercaban a mirar tanto despliegue. Mi cabeza estaba puesta en el gran zanjón y en el alambrado de dos metros y medio de alto que tenía que saltar, pensando que sea como sea tenía que estar adentro.
Era mi fábrica, vivía ahí, me exprimió 17 años de mi vida, perdiéndome de ver crecer a mi hija por hacer horas extras, perdiéndome de estar con mi familia en las navidades y año nuevo por trabajar de noche; mientras los dueños se daban el lujo de festejar en sus mansiones. Todo eso y mucho más me daba la razón; la fabrica era mía. Tenía que estar con mis compañeros: por toda la lucha que dimos, por todas esas alegrías que pasamos, por todas las tristezas y lagrimas que derramamos, por nuestros hijos y familias que nos apoyaban en la lucha, por el frio y el calor que sufrimos, por las cientos de marchas al Ministerio, por la navidad y fin de año que pasamos en la calle, y por toda esa juventud militante que nos apoyaba y creía en nuestras fuerzas día a día.
Cruzar el alambrado también implicó, sin darme cuenta, un cambio en mi vida. Una vida nueva: como trabajador podía cambiar este mundo. Este sistema podrido, que hacía que mi vida no tenga valor - sin pensar lo linda que sería la vida sin este sistema- que hace que la vida sea una mierda. Cruzar el alambrado era adquirir conciencia de que hay que cambiar este mundo, para que mi viejo con 70 años no siga siendo explotado y tenga que laburar para vivir. Cambiar este mundo, porque no quiero que mi viejita, con 60 años, tenga que seguir limpiando casas lujosas que no son de ella, lavar ropa y criar hijos que no son de ella. Llegar a su casa para seguir limpiando y lavando, y caer rendida de cansancio para al otro día volver a hacer lo mismo que empezó a hacer a los 16 años de edad. Cambiar este mundo, donde mi abuela a los 20 años tuvo que dejar a sus dos hijos en Tucumán para venirse a Buenos Aires a trabajar como empleada doméstica, hasta morirse con una jubilación de mierda. Cambiar este mundo por mi hija. Un mundo donde sea libre y respetada por ser mujer: sin que la violen, quemen, golpeen o la maten, como le pasa a miles de mujeres.
Creo que al saltar el alambrado no solo cambio mi vida como persona, sino que me hizo dar cuenta quienes son mis enemigos y la única forma de ganarles: construyendo un ejército de trabajadores y estudiantes para ganar muchas batallas y hacer que muchos trabajadores
salten ese alambrado. |