La pulverización del salario de la clase trabajadora venezolana es uno de los hechos más drásticos y reaccionarios del actual colapso histórico del capitalismo venezolano, administrado por el chavismo en decadencia. Es uno de los indicadores más claros de quiénes están pagando la crisis: los trabajadores y las trabajadoras, los sectores populares. Es una verdadera hecatombe lo que ha ocurrido con el valor de la fuerza de trabajo, desde hace varios años no alcanza ni siquiera para la reproducción más elemental: comer todos los días y trasladarse al trabajo, por ejemplo, es algo que no se puede hacer de ninguna manera con el salario, ni hablar de otras cuestiones básicas.
Francisco Torrealba, ex ministro del Trabajo, miembro del fraude del poder constituido que llaman falsamente “Constituyente”, y diputado por el PSUV en la Asamblea Nacional, anunció el viernes por la tarde que el aumento que consta en la Gaceta Oficial extraordinaria N° 6502. De 150.000 bolívares, el salario mínimo pasa a 250.000, en tanto el ticket de alimentación, que estaba en igual monto, pasa a 200.000. Un aumento de 67% el salario básico y 33% el bono de alimentación, con relación a los montos fijados en el anterior “aumento” que regía desde el 1ro de Octubre de 2019, mientras el aumento del costo de la vida anual se cuenta en cifras que suman los miles: más de 7.300 por ciento fue la inflación en 2019, según la Asamblea Nacional, casi 4.700 por ciento según los datos del Banco Central. De cualquier manera, cifras de una hiperinflación voraz.
Pero es tan dramática la situación del salario que no hace falta incluso ir a las cifras macroeconómicas para que cualquier trabajador se dé cuenta de lo absolutamente irrisorio que es su salario con relación al costo de las mercancías que necesita para, siquiera, seguir sobreviviendo. En realidad, como dicen las docentes y los docentes que este 15 de enero, en su día, llaman a movilizarse, se trata de un salario cero.
Un kilo de queso no se consigue en menos de 200 mil bolívares, y eso donde aún esté a ese precio “barato”, porque lo usual ya es que esté más cercano a los 300 mil. Medio cartón de huevos no baja de 150 mil Bs. Un litro de aceite se consigue de 160 mil Bs. en adelante. Un kilo de pollo ronda entre los 170 mil y los 190 mil bolívares. Si se quiere comprar “todo eso”, ya hace rato que nos pasamos de lo que cubre el nuevo salario mensual. Apenas para medio cubrir la alimentación de unos pocos días contados con los dedos de la mano alcanza el salario de 30 días.
En pasajes para ir al trabajo se gastan, por la medida chiquita, 50 mil bolívares a la semana, 200 mil al mes. Hablamos de los que solo toman una camioneta ida y vuelta o complementan con el metro casi colapsado, que no necesariamente es el promedio, los que aún viviendo en Caracas deben pagar dos pasajes de ida y dos de vuelta pueden gastar hasta el doble –hablamos de 400 mil bolívares al mes–, y los que viven en las “ciudades dormitorio” de la Gran Caracas (La Guaira, Maiquetía, Guarenas, Guatire, etc.) pueden gastar hasta 150 mil Bs semanales. ¡En algunos casos, la suma del salario mínimo más el bono de alimentación si acaso cubre los pasajes del mes… eso en el caso, claro, que el trabajador no coma en ese mes! ¡En otros casos no cubre ni siquiera el gasto del trabajador para ir… a trabajar!
Como se ha hecho común decir entre los trabajadores: en realidad estamos subsidiando al trabajo, porque el salario no cubre ni siquiera el traslado y sacamos de los ingresos extras que conseguimos o lo que envían familiares emigrados para poder completar los pasajes para ir a trabajar. Si los trabajadores no se extenuaran haciendo los más variados trabajos extras, elaborando y vendiendo lo que sea, o recibieran algo del salario de sus familiares emigrados, algunos ni siquiera podrían ir al trabajo.
Si para ir a estudiar los hijos deben trasladarse, el gasto se puede duplicar, porque en los hechos eliminaron la conquista histórica del pasaje preferencial estudiantil, logrado tras arduas luchas del movimiento estudiantil en los 80’s (para lograrlo) y en los 90’s (para defenderlo), no sin su cuota de muertos, a manos de la represión del puntofijismo.
Es absolutamente claro que, menos que menos, se puede pensar en comprar algún medicamento básico con ese salario: algo para una fiebre, gripe, algún dolor, están totalmente fuera del alcance del nuevo del salario mínimo. Ni hablar de medicamentos más costosos y también necesarios, a veces de vida o muerte, como los antibióticos o los tratamientos permanentes de padecimientos comunes (la tensión, por ejemplo) o enfermedades crónicas.
¿Y los productos para limpieza elemental de la vivienda y la ropa? ¿Y los productos para la higiene diaria elemental?
La distancia entre lo que cuestan las cosas más elementales que se requieren para sobrevivir en un mes, y lo que realmente se puede adquirir con el salario, es abismal, descomunal. El salario del trabajador y la trabajadora venezolana es, desde hace años, no solo un salario de hambre, sino un salario incluso de muerte: con ese salario, literalmente, no se puede sobrevivir, si alguien solo tiene ese salario, sencillamente se muere por falta de alimentación.
El gobierno, que aún tiene la desfachatez de llamarse “obrerista”, propagandiza los “bonos” con los que complementa el salario. Bonos mensuales de… 100 mil bolívares o, el último, de 200 mil. Es decir, ¡ni siquiera lo cuesta un kilo de queso, ni siquiera para un cartón de huevos! Lo peor, además, es lo que hagan pasar como una dádiva, como un “regalo”, una “ayuda”, lo que es una total perversidad, porque la verdad es que si el propio gobierno –junto a los capitalistas privados, obviamente– no se hubiese encargado de pulverizar el salario, llevar al foso el valor del bolívar y desconocer por decreto las contrataciones colectivas, el salario devengado por los trabajadores por su trabajo no fuera la absoluta miseria que es ahora.
De manera que la supuesta “ayuda” en realidad es algo totalmente irrisorio con relación a lo que ya les arrebataron a los trabajadores. La supuesta “protección” del gobierno con esos bonos es como si alguien le quebrara las piernas a una persona y luego va y le da unas muletas, esperando que le agradezca por “ayudarlo” a poder caminar.
Otro tanto podemos decir con la caja del CLAP. Ninguno de los poquísimos productos alimenticios básicos que señalamos vienen en la caja mensual, mucho menos otros como verduras o frutas, productos de higiene o medicamentos. ¡Hablamos de cosas ultra básicas que son imposibles de adquirir con el salario! Una caja compuesta básicamente por carbohidratos, con un componente absolutamente mísero de proteínas.
No está de más señalar dos falacias del discurso oficial: el hecho mismo de hablar de “aumento” y de salario “integral”.
Hay algo elemental: el bono de alimentación no es considerado parte integral del salario. Es una remuneración ordinaria que no cuenta para cálculo de prestaciones sociales, ni de vacaciones ni de aguinaldos. Es decir, 44% de ese supuesto “salario integral” es una bonificación que no suma al “integral”. El gobierno lo sabe perfectamente y es una desfachatez total que, sin embargo, hable del mismo como “salario integral”.
Por otro lado, si el nuevo monto del salario puede comprar más de lo que compraba el monto anterior, hay un aumento real, pero si en realidad compra igual o incluso menos, no hay ningún aumento verdadero, o incluso hay un descenso. Esa última es la realidad: a pesar de los aumentos nominales, es decir, solo en la cifra, en la denominación, en términos reales, en la relación de ese salario con las mercancías que debe comprar, lo que tenemos cada tanto es un descenso del salario.
Así por ejemplo, cuando el gobierno anunció su último más “espectacular” aumento de salario mínimo, vendido como algo “enorme”, el de la reconversión monetaria de agosto de 2018, el monto de los cacareados “precios acordados” con los empresarios (es decir, la legalización de los precios hiperinflacionarios), era de 2.250 Bs., sobrepasando en un 25% el monto de ese salario “fabuloso”, que era 1.800 Bs. En diciembre de ese año, apenas unos meses después, los nuevos precios acordados gobierno-empresas sobrepasaban en un 82% el nuevo monto del salario que también fue “aumentado”: 8.192 Bs. los precios vs. 4.500 Bs. el nuevo salario. ¿Hubo algún aumento real de salario? No. A pesar de que antes era de 1.800 y ahora era de 4.500, en realidad ese salario de 4.500 valía mucho menos que el anterior.
Una dinámica similar es la que se da desde entonces con los supuestos “aumentos”. Fecha desde la cual, dicho sea de paso, no solo no ha habido nuevos aumentos “espectaculares” como en agosto de 2018, sino que además se terminó de hacer la drástico tránsito hacia la eliminación total de cualquier atisbo de control de precios y a la… dolarización.
De la farsa de “control de precios”, que ya no controlaba realmente nada, porque los empresarios y grandes comerciantes igual imponían los precios, bien sea en acuerdo corrupto con los funcionarios del Estado o de manera totalmente legal autorizados por el gobierno, se pasó a la fase de legalización los precios hiperinflacionarios con las lista de “precios acordados” gobierno-empresarios, para luego directamente eliminar cualquier lista de precios. Una liberalización total de los precios, el capital privado puede colocar libremente los precios que considere. ¡Y todavía este gobierno se dice “socialista” y “anticapitalista”!
Y para complementar el descaro antiobrero y antipopular del “Presidente obrero”, salió a decir ante el país hace semanas que “gracias a Dios la dolarización existe”, considerando un hecho positivo la dolarización que en los hechos se viene dando en la economía, e incluso reconociendo que varias de las políticas que ha tomado apuntan a facilitar ese proceso. A tono con eso Jesús Farías, ex ministro de Comercio Exterior y también de esa dizque “Constituyente”, acaba de declarar que la proliferación en Caracas de bodegones –donde todo se compra en dólares– es un síntoma de la “recuperación económica”.
Una confesión vil de cómo este gobierno alienta la veloz profundización de las desigualdades sociales a lo interno del país, con una diferencia cada vez más enorme entre aquellos pocos que pueden manejar dólares en cantidades considerables como para hacerse de lo que necesiten, en esos bodegones y demás comercios para la clase media acomodada y los ricos, y una amplia mayoría que no tiene acceso al dólar o lo tiene en cantidades totalmente irrisorias, para la mera sobrevivencia a duras penas. Con un gobierno que le fija un salario mínimo de ¡6 dólares al mes! |