Fernando Baez Sosa fue asesinado a los 18 años de edad, el 18 de enero de 2020. Fue por la madrugada, a la de un boliche bailable en la ciudad costera de Villa Gesell, por la acción grupal de diez jóvenes, un acusado declara no haber estado allí. Traumatismo de cráneo define la autopsia, a fuerza bruta de patadas en la cabeza.
Dijo su padre en televisión, momentos antes de ir a velar el cuerpo de su único hijo, que Fernando venía ahorrando plata para irse de vacaciones desde hacía 8 meses: “Nosotros somos laburantes (…) entre su mamá y yo, le completamos para su viaje, para pagar el hostel y que pueda ir a pasear porque él se lo merecía”. Una familia paraguaya radicada en argentina, habían conseguido una beca para que el joven estudiara en un colegio privado del barrio de Caballito. Entre angustia y reclamos de justicia, también relatan el orgullo de que Fernando acababa de terminar el CBC para la carrera de abogacía. Con mucho esfuerzo, como lo es todo para las familias trabajadoras.
El grupo de los diez, oriundos de la ciudad de Zárate, no paraban en hostel, habían alquilado un lindo chalet de dos plantas y techo de tejas a dos aguas. No se encuentran testimonios de vida ni similares a los que cuentan los Baez Sosa. Entre las actividades de los padres de estos jóvenes hay empresarios, un jefe de la Toyota, un médico de renombre y una funcionaria de la municipalidad, Rosalía Zárate, entre otros.
¿Qué tenían en común Fernando y sus asesinos? Ser jóvenes, haber elegido el mismo lugar de veraneo, asistir al mismo boliche y la suerte de que uno de los amigos de Fernando derramara su bebida sobre la camisa de otro del grupo agresor. El intercambio fue mancha de vino por mancha de sangre.
Psicólogos en los medios hegemónicos quieren explicar el asesinato por el consumo de drogas y alcohol, por las hormonas de la juventud, su agresividad y disposición a no medir consecuencias: la misma palabrería con la que se estigmatiza a la "adolescencia” desde hace más de un siglo. Pero lo que más se destaca al respecto de la bestial violencia del grupo homicida es que son rugbiers, entonces se habla de la agresividad de un deporte de choque físico entre grupos adversarios.
El Club Náutico de Zárate y la Unión Argentina de Rugby, se despegaron públicamente del hecho. Ésta última, con declaraciones nefastas. Es que no es el primer asesinato perpetrado por rugbiers, que también llevan fama de misoginia y xenofobia. La UAR dice que “esto no puede volver a pasar en nuestra sociedad” y habla de planes de concientización. Pero ¿de qué sociedad están hablan en verdad?
El rugby sigue siendo un deporte casi exclusivo de una elite de varones de sectores altos de las clases medias, del empresariado y de la oligarquía. Vemos que este caso no es excepción.
El encuentro fatal entre Fernando y sus asesinos, no fue un encuentro entre un joven estudiante y un grupo de rugbiers, si no entre jóvenes de distintos sectores de la sociedad, donde la saña de los muchachos del chalet está atravesada por el odio fermentado de una elite que detenta la impunidad del dinero.
Estamos hablando de hijos de jefes y funcionarios, que gestionan el capital y los negocios de otros que son los grandes burgueses de la Argentina y sus trasnacionales, que consiguen su estatus sirviendo a los verdaderos dueños y propietarios del país. Son un sector de la sociedad, cada día más rancio y abusivo, que reafirma su identidad en la “exclusividad” de segregarse en barrios cerrados, clubes y otros círculos, y en el desprecio y humillación a los trabajadores y sectores más empobrecidos.
Este asesinato no es producto de las hormonas, del alcohol, ni del scrum. Si no de la descomposición de un sector de la sociedad que son los mandaderos de la clase que detenta el poder de la propiedad y están tocados por su impunidad. Es la vara de la propiedad la que rige y reina el Estado, sus leyes, su justicia y todas las relaciones sociales.
Es la sacralidad de la propiedad, la que reafirma todos los días la desigualdad de que unos tengan sus lindas casas y clubes y alquilen chalets para sus hijos; a costa del laburo diario de otros que entregan prácticamente todas las horas de su vida a los dueños de alguna actividad, para poder llegar a fin de mes, para darle educación y salud a sus hijos y con grandes esfuerzos llegan a tener algo de tiempo de ocio y vacaciones.
Que este verdadero crimen de clase no quede impune.
Justicia por Fernandado y toda la solidaridad y apoyo a su familia. |