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18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

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México-EEUU: opresión imperialista en tiempos de Trump
Pablo Oprinari | Ciudad de México / @POprinari

Este 2020, la campaña electoral en EEUU marcará los ritmos de la presión imperialista sobre el país.

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Es evidente que la política mexicana está atravesada, en términos estructurales, por la relación con Estados Unidos. La opresión imperialista y una larga historia de subordinación económica, política, militar y diplomática que cruza los 3000 kilómetros de frontera común, marcaron la agenda de la Cuarta Transformación [1] en su primer año de gobierno.

Durante el 2019, la política exterior mexicana contuvo una retórica que definimos como “progresismo moderado” -distanciándose de los gobiernos de la derecha continental, particularmente respecto a Venezuela y Bolivia- combinado con una aceptación de las imposiciones de Donald Trump en materia migratoria y comercial, con el nuevo Tratado México Estados Unidos Canadá (TMEC), que reemplazará al TLCAN.

AMLO y Trump cultivaron un vínculo que sorprendió a muchos analistas por su carácter “amistoso”. El magnate estadounidense combinó sus amenazas a México con el reconocimiento público al presidente mexicano. Para muchos, esto resultó contradictorio con el curso progresista que AMLO quiso darle a su presidencia desde que asumió.

Pero, lejos de sorprender, lo que mostró fue la ausencia de un posicionamiento efectivamente independiente y soberano de la Cuarta Transformación frente a los Estados Unidos. Y la aceptación de la subordinación y la dependencia que caracterizaron a los gobiernos de la burguesía mexicana los últimos 70 años. En ese punto, como en otros, la agenda política de López Obrador representó continuidad de lo “viejo”, justamente respecto a una de las administraciones estadounidenses más agresivas con México.

American First... sobre México

Este 2020, el habitante de la Casa Blanca se juega su reelección, y se puede augurar una intensificación de la presión imperialista sobre México. Aunque en este inicio de año la calma pareció dominar las relaciones bilaterales, se esconden importantes contradicciones tras el horizonte, a lo que nos referimos más abajo.

Antes de entrar a eso, para comprender más profundamente este escenario, debemos considerar el contexto internacional en el cual estamos, cruzado transversalmente por un ascenso sensible de la lucha de clases -como demuestran Francia y Chile- y por la reciente escalada guerrerista que vimos en Medio Oriente, lo cual significó un pico de tensión y expresó la agresividad con que el imperialismo estadounidense busca enfrentar su declinación histórica.
Son indicadores de que entramos a un periodo marcado por el ascenso de la lucha de clases, pero también por incursiones ofensivas del imperialismo estadounidense y por los tambores que anuncian mayores conflictos regionales; todo con un telón de fondo marcado por la desaceleración económica internacional. México, y la relación con Estados Unidos, no serán ajeno a esto, independientemente de los ritmos y las formas que adquiera.
Entonces, para entender la política hacia México hay que considerar que el “American First” trumpiano implicó un abandono del llamado “multilateralismo” en la política exterior imperialista de la “era Obama”. Sin embargo, esto no supuso una política de aislamiento y de fronteras adentro: Estados Unidos buscó que prevalezcan, aún más, sus intereses económicos y políticos por sobre los de sus anteriores aliados y socios, como se ve en la guerra comercial con China o sus incursiones recientes en Medio Oriente.
Respecto a México, este giro abierto con la llegada de Trump trajo cambios en los tratados comerciales, con la imposición de las “normas de origen” sobre los componentes de las exportaciones, para dejar fuera a China y privilegiar a las trasnacionales estadounidenses. Y de igual forma, en el terreno migratorio, el actual presidente no solo mantuvo las deportaciones masivas que llevó adelante Obama, sino que desplegó una agresividad humillante para que México actúe como valla de contención de las caravanas migrantes provenientes de Centroamérica. La política imperialista sobre el país estará entonces signada por una profundización de la opresión y subordinación sobre la nación semicolonial. Esto confirma que México es el patio trasero de Estados Unidos.

Las elecciones que se vienen

En el terreno interno, Trump enfrenta un impeachment que ya es una crisis política: aunque es muy difícil que lleve a la destitución debido al peso republicano en el Senado, se convertirá seguramente en una verdadera guerra de desgaste que cruzará el proceso electoral. Aún así, el presidente tiene a su favor una situación económica estable, la unidad del partido republicano y el apoyo de buena parte de los electores que lo hicieron presidente.
En ese marco, el ascenso de Bernie Sanders en la carrera por la nominación del Partido Demócrata es un hecho político de trascendencia internacional. En este artículo ya analizamos el fenómeno Sanders. Conmociona el establishment demócrata y abre un escenario no calculado para el propio Trump, para quien evidentemente no es lo mismo competir contra Joe Biden, un demócrata tradicional, que enfrentar la nominación del “socialista democrático” Sanders.
Lo que parece claro, es que este año Trump buscará, con una mayor presión imperialista sobre México, afianzar su base social, el “núcleo duro” electoral que le dio el triunfo en el 2016. Es sabido que la llamada guerra contra el narcotráfico brinda réditos electorales en EEUU: recientemente, Washington firmó un nuevo acuerdo en materia de seguridad y de lucha contra las drogas con el gobierno mexicano, después de las amenazas de intervención directa en diciembre del 2019. Asimismo, Trump anunció que le encargó al Pentágono la construcción de un nuevo tramo del muro fronterizo. Por otra parte, el flamante TMEC fue presentado por la prensa estadounidense como una de las cartas fuertes de Trump para mostrar sus éxitos en materia comercial, el cual fue unánimemente apoyado por todo el establishment político así como por la central sindical AFL-CIO.

La derechización de MORENA y AMLO

Ante la presión imperialista, el gobierno de AMLO muestra una dinámica de mayor subordinación y de un alineamiento sin reservas a las imposiciones de la Casa Blanca, lo cual lleva a un salto en la derechización de sus políticas en México. Aunque durante el año pasado su progresismo se limitó a gestos y una retórica ante determinados escenarios convulsivos en el Cono Sur, la agenda trumpiana provocó incluso el abandono de esos posicionamientos.
El nuevo acuerdo de seguridad se inscribe dentro de la aceptación de la política antidrogas de Estados Unidos, inaugurada por la administración Reagan y continuada por su sucesores republicanos y demócratas, que tuvo como consecuencia la militarización del país y la llamada “narcoguerra”, y que contó con la actuación de agentes de la DEA en territorio mexicano. Este acuerdo evidentemente incidirá internamente, con una intensificación del combate contra el narcotráfico y un mayor despliegue de la militarización.
Coincidiendo con esto, la Guardia Nacional actuó en repetidas ocasiones contra las caravana migrantes provenientes de Centroamérica. Este cuerpo policíaco-militar, defendido a capa y espada por intelectuales como John Ackerman, actuó en particular contra la migración que ingresa a México por la frontera sur. Después de la represión, el gobierno, en una acción escandalosa, prohibió el ingreso a los centros de detención de las organizaciones de derechos humanos y de defensa de los migrantes. La aceptación de los dictados de la Casa Blanca en este terreno, llevó incluso a divisiones en el partido gobernante. Las mismas tomaron estado público, en particular las criticas de Porfirio Muñoz Ledo, uno de los referentes morales de la centroizquierda mexicana y destacado integrante del MORENA. Sin embargo, muchos dirigentes y referentes de este partido han respaldado y defendido el accionar del presidente.

La derechización creciente del gobierno en esos terrenos es un hecho notable en la realidad política nacional, y tiene por supuesto su correlato en otros aspectos, como los despidos a trabajadores estatales y la imposición de los megaproyectos, como el Tren Maya. En Ideas de Izquierda 2, escribimos en torno a los rasgos bonapartistas del gobierno de López Obrador, diferenciándolo de la experiencia cardenista, la cual, en los tiempos de la expropiación petrolera y ferrocarrilera, confrontó con los intereses de las transnacionales imperialistas. El curso que está tomando el gobierno de AMLO evidentemente lo aleja aún más de esa experiencia nacionalista burguesa en la cual pretende referenciarse la Cuarta Transformación.

Lo que estamos presenciando responde a los límites estructurales y políticos que tiene el “progresismo moderado” de López Obrador. Negarse a romper con las cadenas de la dependencia y la dominación de las transnacionales, con miles de kilómetros de frontera surcados por múltiples lazos de subordinación y dependencia económica, política y militar, solo puede llevar a sucumbir a las exigencias del poderoso vecino del norte. Solo así puede entenderse la rapidez con que el gobierno mexicano se alineó con las exigencias fundamentales de la presidencia Trump.

Así como no hay posibilidad de “gobernar para ricos y pobres” -como decía el lema de campaña del actual presidente- tampoco es posible mantener una relación de “amistad” con el gobierno de los Estados Unidos, para el cual México es parte de un patio trasero que se extiende a Centroamérica y el Caribe.

El progresismo lopezobradorista es incapaz de ofrecer una salida progresiva ante la dominación imperialista, la causa del saqueo, la explotación y opresión que sufren las grandes mayorías obreras y populares.

Conquistar una independencia y una soberanía efectiva requiere enfrentar al imperialismo estadounidense: repudiar su injerencia y su política xenófoba y racista contra los migrantes -disolviendo la Guardia Nacional y garantizando el libre tránsito y plenos derechos para aquellos-, así como atacar los intereses de las grandes empresas de capital estadounidense y dejar de pagar la deuda externa.

Evidentemente, los amigos y aliados de los trabajadores y campesinos mexicanos no están en la Casa Blanca. Lo están entre la clase obrera y los sectores populares en Estados Unidos, como entre los migrantes y los pueblos de Centroamérica y el Caribe. Esos son los aliados con los que hay que construir, más allá de las fronteras, una poderosa alianza internacionalista y antiimperialista.

Eso requiere poner en pie una poderosa organización socialista y revolucionaria en México, que inscriba férreamente en sus insignias la lucha contra la opresión imperialista, lo cual está indisolublemente vinculado a acabar con la explotación capitalista.

El desafío es construir un gran partido, de los explotados y oprimidos, que impulse la movilización contra el saqueo y la subordinación a los Estados Unidos, que sostienen tanto los viejos partidos de la derecha como el actual gobierno del MORENA, para que México no siga siendo una estrella más de la bandera yanqui.

 
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