No se puede subestimar la influencia de este personaje en la política norteamericana post 11 de septiembre (de 2001) para Medio Oriente, sirviendo a gobiernos tanto demócratas como republicanos. Originario de Virginia, proveniente de una familia con dos generaciones dentro de la Agencia, egresó de la Academia de la CIA de la ciudad de Langley (The Farm) en los años 80 y estuvo destinado en principio a África. Converso al Islam sunita, al igual que otros agentes cercanos a la familia Saud, tuvo un rol preponderante en los interrogatorios, torturas y vejaciones que fueron aplicados en las bases de la CIA instaladas en Irak y Afganistán.
Pronto recibió una serie de asignaciones de gran responsabilidad, incluida la de Jefe de operaciones para el CTC (Counterterrorism Center), el jefe de estación en El Cairo y el principal puesto de agencia en Bagdad en el apogeo de la guerra de Irak.
No fue ajeno a las disputas de poder que se dieron al interior de las administraciones de las que participó, habiendo salido a la luz en particular los choques con el general David Paetrus, responsable de las operaciones del ejército norteamericano en Irak y Afganistán, Comandante del Mando Central de los Estados Unidos entre 2008 y 2010, y jefe de la CIA entre 2011 y 2012, con el cual tenía profundas diferencias sobre el análisis de situación, en relación a la cual D’Andrea se mostró siempre más pesimista que los militares acerca de las posibilidades de derrotar definitivamente a los insurgentes Islámicos, siendo más proclive a recomendar una negociación con facciones cercanas a la monarquía saudí.
En 2006, al ser designado como jefe del CTC en reemplazo de Robert Greiner, desarrolló una orientación más "operativa", basada en golpes y acoso constante a sus objetivos en el territorio como estrategia, saliendo del "libreto" que ponía en el centro la necesidad de "reunir información". En su orientación también intentó despegarse del prontuario de violaciones a los Derechos Humanos que pesaba sobre su antecesor, a pesar de que había sido un partícipe entusiasta de aquellas políticas mientras fue su subordinado y las siguió implementando durante su mandato.
Las detenciones ilegales y torturas que se le adjudican a su gestión lo han convertido en blanco de críticas, y el Congreso de los EEUU calificó algunas de sus acciones, como los interrogatorios a los militantes de Al Qaeda Abu zubaidah, Abd al-Rahim al-Nashiri y Khalid Shaikh Mohamed, como ilegales y violatoria de derechos elementales. Así lo reconoció el propio Director de la CIA Michael Hayden en 2008, cuando dió testimonio de haber autorizado el uso de un "submarino" para extraer información de los detenidos.
Durante su liderazgo se jerarquizaron como arma fundamental los ataques con drones -el método favorito de Obama, el Premio Nobel de la Paz en 2009-. Pasaron de tres (en el último año de su antecesor) a decenas y luego a cientos, extendiendo su rango operacional a Yemen, Pakistán, Afganistán e Irak. Estando al frente del CTC sufrió dos grandes golpes: en 2009 un agente doble jordano que D’Andrea contactó, se inmoló durante una cita pactada con agentes a su cargo, matando a siete, entre ellos la joven analista Jennifer Mathews, protegida y amiga del virginiano. También en enero de 2015 uno de sus drones golpeó una base de Al Qaeda en Pakistán, matando a dos supuestos rehenes occidentales, el italiano Giovanni Lo Porto y el norteamericano Warren Weinstein, descrito como "trabajador de ayuda estadounidense y asesor económico" (sic) por el New York Times.
Sin embargo también tuvo grandes triunfos personales, como los asesinatos extra judiciales del saudí Osama Bien Laden en 2011, líder de Al Qaeda y cerebro de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra el Word Tarde Center en Nueva York, para cuya ubicación trabajo varios años. Y la del jefe de inteligencia de Hezbollah Iman Mugniyah en 2008, una de las figuras claves de la resistencia libanesa contra la invasión sionista de 2006, la que dirigió junto a Qassem Soleimani y Hassan Nasralah. También elaboró una innovadora forma de identificar objetivos: a partir de la elaboración de "perfiles de conducta" concretó ataques a reuniones de militantes sin necesidad de información sobre sus planes, dando muerte a decenas de civiles solo por estar cerca de alguien bajo vigilancia o aparecer entre sus contactos. Fue el responsable que estuvo más años en un cargo de dirección de esa unidad y de cualquier alto cargo en la CIA.
Esta fama de implacable, además de su conocida animadversión a los chiítas lo impulsó para ponerse al frente de las operaciones de la CIA contra Irán en 2017, objetivo convertido en obsesión por Trump y Mike Pompeo, en aquel momento director de la CIA y luego Secretario de Estado. La coronación de sus actividades contra la República Islámica fue el asesinato del líder de la fuerza Quds Qassem Soleimani en un ataque sorpresa saliendo del aeropuerto de Bagdad. Probablemente también esa fue su sentencia de muerte.
El ataque que terminó con la vida de D’Andrea fue reivindicado por los Talibanes, poniendo en evidencia la vulnerabilidad de las posiciones norteamericanas, que a pesar de su repliegue siguen teniendo una amplitud mayor de la que su capacidad operativa puede sostener. Esta debilidad estratégica no puede ser compensada por acciones "espectaculares" y efectistas como el asesinato de Soleimani o el llamado "acuerdo del siglo", que una vez difuminado su impacto mediático inicial, tienen consecuencias negativas a mediano y largo plazo.
Por otro lado también es notoria la capacidad iraní para "marcar la cancha", forjando alianzas pragmáticas no solo con sus habituales socios chiitas (Hezbollah en Líbano, Kataeb Hebollah en Irak, los Houthi en Yemen) sino también con milicias sunitas opuestas a la República Islámica (no olvidemos que el reemplazo de Soleimani es Esmail Ghaani, un agente formado en operaciones dentro de Pakistán y Afganistán, países de mayoría sunita) como los Talibanes o Hamas en función de atacar al enemigo común norteamericano.
Irán esta atravesando una crisis económica crónica y una perdida de legitimidad política histórica de su régimen, el cual en el plano interno parece solo estar sostenido en el extremo conservadurismo de sus élites y una represión feroz sobre los opositores, principalmente mujeres y jóvenes que ya no sienten ninguna atracción por su sistema político ni por la idea de "resistencia" que pregona el Gobierno Islámico. Los iraníes dejan claro que la respuesta al asesinato del militar más prestigioso de su historia todavía se está desarrollando y contará con especial colaboración de un amplio espectro de aliados regionales. |