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La Izquierda Diario
15 de febrero de 2020 Twitter Faceboock

Las muertes de Walter Benjamin
Jeremías Pereyra

¿Qué tienen en común un cuento de Edgardo Cozarinsky aparecido en 2006, la crisis migratoria en Europa y la última película del célebre director alemán Christian Petzold?

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De Walter Benjamin, como de Manuel Victor Sueiro, recuerdo varias muertes. Una, digamos, biográfica y otras dos armadas con restos de la primera en los terrenos de la literatura y del cine. Sus textos sobre filosofía y sobre estética lo convirtieron en un pensador ineludible del siglo XX, su historia personal lo volvió entrañable.

En ese sentido, hay dos obras contemporáneas formando un arco narrativo que va desde Argentina hasta Alemania y que tiene a Benjamin como material común. El que ambas lleven el mismo nombre (En tránsito) verán que termina por ser un dato menor. En un extremo está el relato del escritor argentino Edgardo Cozarinsky publicado en 2006 y en el otro el último film (Transit) del celebrado director germano Christian Petzold, estrenado en 2018. La cuerda de ese arco está tensada con maestría alrededor de la muerte del pensador alemán y su oscuro trasfondo político en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.

En momentos donde las ultraderechas están viviendo una radical actualización en el Viejo Continente, está claro que este artículo es menos un aporte a la crítica cultural que un recordatorio para visitar la obra de estos tres creadores.


La histórica

Intelectual, antiacadémico, judío, marxista. En Argentina dirían que Walter Benjamin “tenía todos los números” para esa rifa siniestra que fue el nazismo. Aquel régimen monstruoso precipitó su muerte el 27 de septiembre de 1940 mientras escapaba de la Gestapo durante la ocupación alemana en Francia. Se suicidó en un pueblo minúsculo en el límite con España. Ese día, en el poblado de Port Bou, se encontró con que la frontera española estaba cerrada. Sitiado, esa noche eligió la morfina en cantidades letales a los campos de exterminio nazis (otra versión sostiene que fue asesinado por agentes de Stalin). Al día siguiente la frontera fue abierta nuevamente y quienes lo acompañaban lograron escapar.

“La poca compostura que la gente de mis círculos pudo reunir ante el avance de este régimen se agotó rápidamente y uno se da cuenta de que el aire es apenas apto para seguir respirando, una condición que, por supuesto, pierde toda importancia cuando uno está siendo estrangulado”, le escribe Benjamín a su amigo Gershom Sholem. Tras una existencia de intensos pesares, que incluyó el ostracismo profesional y el exilio (registró 28 cambios de domicilio en siete años) la potente figura intelectual del pensador alemán conocería póstumamente el reconocimiento que se le negó en vida.

Una muerte desviada desde la literatura argentina

En su cuento En tránsito (uno de los relatos del libro Tres Fronteras, de 2006), Edgardo Cozarisnky hace foco en la etapa parisina de la huida de Benjamin hacia el sur. El autor propone un juego en donde el lector debe reponer buena parte del contexto histórico, y hasta la identidad de ese “escritor alemán” que protagoniza las acciones, a partir de indicios mínimos que aparecen conforme avanza la narración. Nos recuerda la actitud antipaternalista que Borges tenía en muchos de sus cuentos: minar el relato con pequeñas pistas de época para que el lector arme la imagen completa con la ayuda de un poco de sentido común pequeño burgués (leer a Borges nos sigue haciendo sentir -y creer- que somos inteligentes. La cantidad de páginas basura que miles de argentinos hemos escrito bajo ese “efecto Borges” es ya incalculable ¡Qué viejo pillo!).

Cozarinsky, decíamos, desvía la muerte biográfica de Benjamin hacia otra aún más perturbadora pero magistralmente narrada. En el cuento, un apenas íntimo narrador en tercera persona cuenta el periplo de un escritor alemán en la París ocupada de 1940. Sin dinero ni documentos que le permitan subir a un barco que lo lleve a América, el escritor elige dedicarse de lleno al proyecto que ocupó los últimos diez años de su vida: un estudio sobre las estaciones de tren parisinas de antaño, una clara referencia a El libro de los pasajes, la obra monumental que WB dejó inconclusa. Ahí, en la ciudad que fue la capital del mundo durante el siglo XIX, veía la clave de la sociedad europea de su momento. Si bien el personaje sabe que ya no podrá escapar de la París hipermilitarizada en la que se encuentra, lo angustia más el hecho de que su pase de lector de la Biblioteque Nationale haya expirado y que eso le impida consultar los documentos necesarios para continuar con su trabajo.

En el cuento se puede distinguir un método narrativo precioso, que aparece también en otras zonas de la obra del narrador argentino. En Tres fronteras, y en libros como La novia de Odessa (2001) o El rufián moldavo (2004), Cozarinsky reúne esquirlas de escenas mínimas, anónimas, restos de alguna historia con minúscula y termina por armar un puzzle que devuelve una imagen muchas veces perversa de la Historia con mayúscula. Con un estilo sobrio que permanece siempre un poco antes del énfasis (Susan Sontag lo definió como “borgeano tardío”, Alan Pauls como “mitteleuropeo cimarrón”), el escritor hace de la tensión entre estos héroes menores y las circunstancias históricas que los atraviesan su principal procedimiento narrativo.

No sé si En tránsito podría considerarse un texto de “tendencia proletaria” en el sentido en que lo dice Benjamin en su ensayo El autor como productor, pero creo que el narrador argentino propone un tratamiento de lo histórico que sintoniza con textos tardíos del pensador alemán como las Tesis de Filosofía de la Historia. Esas que llaman a revisitar la Historia desde una multiplicidad coral de relatos y que critican la versión teleológica y progresista de “los vencedores”, que es la que termina por imponerse. “Peinar la Historia a contrapelo” es probablemente la frase más famosa de Walter Benjamin.

Hacia el final del cuento de Cozarinsky hay un salto temporal que nos lleva al año 2000, cuando un estudiante norteamericano viaja a Nueva York para “terminar su tesis sobre la obra magna, inconclusa, de ese escritor”. El joven se hace con cajas llenas de fotografías, ilustraciones y manuscritos del autor alemán que habían sobrevivido al barrido cultural nazi en el sótano de una librería en la rue de l´Odéon. De esa manera permanecieron al abrigo de las discusiones filosóficas occidentales durante una década, hasta que “un profesor”, que no puede ser otro que Theodor Adorno, rescata ese material y lo lleva a lo que inferimos es la nueva sede de la Escuela de Frankfurt en Estados Unidos.

Edgardo Cozarinsky

El “escritor alemán” encuentra otra muerte en este relato. Ya no bajo la forma épica del suicidio sino en manos de sus captores del Tercer Reich y en uno de los lugares más oscuros que el devenir humano ha perpetrado. Cito el perfecto párrafo final de En tránsito:

“Esas ideas visitan al estudiante y lo distraen de su trabajo, que se quería académico y ahora descubre impaciente por despegar hacia la ficción. Mira los grabados y fotografías de estaciones de tren guardados en una vieja carpeta. Sabe que una de las más imponentes, la Gare d’Orsay en París, ya ha sido consagrada como museo de ese mismo siglo XIX que perseguía el autor como un modelo de transformaciones sociales y fantasmagorías novelescas, donde creía que se podían leer las raíces de su aciago presente. Es obvio que entre esas imágenes no están las de estaciones ínfimas (Beaune-la-Rolande, Drancy, Auschwitz), las últimas que conoció”.

Si hay una forma mejor de terminar un cuento, no quiero saberlo.

La excepción es la regla

El triángulo mortuorio se cierra con Transit (2018), la película del director alemán Christian Petzold. Cabe aclarar que la referencia a Benjamin y su muerte en este film es bastante más difusa que en el cuento de Cozarinsky, pero es lo suficientemente fuerte como para configurar una clave de lectura conjunta. Además, aventuro la hipótesis porque es improbable que Petzold me cruce en la calle para darme una paliza. Eso, claro, en el caso de que le importase. Lo mismo va para Edgardo Cozarinsky, que, si es la persona de bien que me imagino es, no viene mucho por este páramo de macrismo/peronismo y espanto en el que vivo. Zona Cuyana que le dicen.

No sé si Petzold habrá leído el cuento de Cozarinky pero estoy seguro de que ambos leyeron la novela Transit, de Anna Seghers, una autora alemana-judía que en 1944 publicó la historia que el director adaptó al cine (me refiero al director alemán, porque el argentino es cineasta también).

Como Benjamin, el protagonista de la película Transit es un judío de mediana edad (Georg) que huye de los fascistas desde París y llega a Marsella. Desde el principio sabemos que el tema tendrá que ver con el avance nazi en la Francia ocupada, pero no se trata de otra reconstrucción de época y ahí es donde el director hace un gesto de sofisticación narrativa que vale la película: la aventura de Georg por intentar sobrevivir transcurre en la Marsella actual.

Los automóviles que se ven en las calles son los de hoy, los camiones policiales y sus agentes son casi idénticos a los de la Policía antidisturbios francesa contemporánea. Los transeúntes van vestidos con ropa de última hora. También, es moderna la vestimenta de una mujer que, en un gesto colaboracionista, señala a Georg mientras éste se oculta de una redada callejera, y grita: "¡Él está allí! ¡Ahí escondido!". Es casi una sorpresa cuando no puntúa su grito con la palabra "judío".

Mediante el armado de una temporalidad enrarecida (que es pasado, presente y futuro al mismo tiempo, como dice Benjamin en su ensayo ‘El narrador’) Petzold puede abordar con destreza el asunto de la actualización y la recurrencia del pasado en el escenario político de las potencias europeas de hoy: casi sin darnos cuenta estamos cara a cara con la crisis de refugiados actual y el advenimiento de las ultraderechas en la zona. La obra dispensa una clara crítica en clave benjaminiana a la idea de Progreso.

La sombra de Benjamin sobrevuela toda la película y resuena gran parte de los ciento y pico de minutos que dura Transit: desde el escritor que se suicida en un hotel de París y le encarga a Georg que lleve cartas y un manuscrito inédito (¿Otra vez El libro de los pasajes?) a Marsella, hasta el destino del propio Georg cuando, después de avivar un melodrama romántico y ceder su lugar en el último barco que partía con destino a América, decide preparar todo para cruzar a pie Los Pirineos rumbo a España. Ahí concluye el film, pero ya sabemos cómo termina ese viaje.

En uno de sus últimos textos, Benjamin escribió que "el estado de emergencia en el que vivimos ya no es la excepción, sino la regla", activando una temprana alarma sobre el fascismo que resuena poderosamente en la extraordinaria película de Petzold.

Christian Petzold

Epílogo

Tanto Cozarinsky como Petzold se acercan a la figura de Walter Benjamin mediante un uso desviado del género elegíaco y del homenaje. El cuento del primero y la película del segundo se tocan en una superficie sensible que nos dispone el ánimo para leer al tercero. Uno desde Argentina y el otro desde Alemania, van a buscar sus materiales narrativos al mismo abrevadero histórico francés. Eso termina por habilitar entre las obras un diálogo estético cuya actitud, como dice María Moreno, no es globalizadora sino internacionalista.


Bonus track

El suicidio de un refugiado (Bertolt Brecht)

Me dicen que levantaste la mano contra ti mismo anticipando al verdugo.
Después de ocho años de exilio, observando el ascenso del enemigo.
Finalmente arrastrado hacia una frontera infranqueable, cruzaste, dicen, una que puede pasarse.

Los Imperios se derrumban. Los jefes de la pandilla se pavonean como hombres de Estado. El pueblo ya no puede verse bajo todos esos armamentos. Así el futuro está en tinieblas y las fuerzas del bien son débiles. Todo esto era claro para ti cuando destruiste un cuerpo torturable.

 
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