El jueves de comadres es un día destinado plenamente a la confraternidad, el agasajo y la diversión entre las mujeres. Día no negociable para muchas de nosotras aquí en el norte del país. Una celebración de la américa andina y profunda.
Este día es parte de los festejos previos del carnaval, los llamados “ablandes” que comienzan desde enero, aunque el día de las comadres es mucho más significativo y masivo. Es que las mujeres por un día se deshacen de las cadenas que las oprimen, en el trabajo doméstico, familiar e incluso laboral para homenajear y renovar los lazos de amistad y compañerismo a sus pares: comadres, madres, madrinas, hermanas, amigas, hijas. “Soy soltera y hago lo que quiero…”, una de las frases que se multiplica al unísono entre cánticos alegres, abrazos deseosos y bailes.
Las reglas del día se revierten. Las comadres tienen absoluta prioridad durante el día. Los festejos son diversos, y los preparativos entre las comadres llegan a ser desde varias semanas atrás. Las comadres empiezan a saludarse desde temprano, la tecnología ayuda y la lluvia de whatsapp suelen aumentar su frecuencia, como si fuese un cumpleaños de mujeres generalizado. Algunas comadres suelen visitarse cruzándose de una casa a otra en los barrios, sucede lo mismo en los pueblos y en el campo. Las despensas, los comercios, mercados, plazas también suelen ser lugares de encuentros y abrazos sentidos entre las mujeres. En los lugares de trabajo suelen estar prendidas las radios con programas que ya te anticipan lugares de comidas y bailes, coplas y deseos de prosperidad, que circulan de un lugar a otro.
Las famosas “vacunas”, bebidas con alcohol, van acrecentándose a medida que pasan las horas del día. Temprano una, al medio día dos y si la comadre no deja sus compromisos cotidianos, tres. Papel picado, talco, serpentinas, ramito de albahaca empiezan a decorar los cuerpos femeninos. Llega el mediodía y algunos locales cierran. Años atrás solían cortarse algunas calles céntricas, con bandas de música, bailes improvisados con mujeres, que se sumaban a medida que salían de sus trabajos, e incluso invitaciones de comparsas. La aplicación del código contravencional también afectó y restringió los festejos de las mujeres y del carnaval en las calles, aunque no pudo disciplinarlos.
Bandas de música, anatas, diablos, trompetas, empiezan a escucharse y multiplicarse. Las coplas con el ritmo marcado de las cajas resuenan y los contrapuntos entre una comadre y la otra van entrelazando sus vidas, las penas y las alegrías. Es el único día que mi madre, la Rosita, carnavalera si las hay, decide frenar la rueda, dejar el quiosco donde trabaja y disfrutar.
Los festejos que comienzan en las casas y se trasladan masivamente a salones, galpones, patios, donde las comadres van topándose desde distintos puntos y hasta altas horas de la noche. Las calaveras al otro día no van a chillar por los aires con ritmos de libertad vividos de jueves. La posibilidad de revertir el estado de las cosas, de cuestionar a través de un festejo los mandatos y las leyes establecidas para con las mujeres de esta sociedad patriarcal y capitalista, una práctica ancestral.
Qué pasaría si no fuese sólo un día, si el deseo libertario de tener más tiempo para el disfrute, la recreación, el arte, para profundizar los lazos y las relaciones sociales entre las mujeres, no sea cosa del calendario, sino parte de nuevas bases sociales y materiales que puedan propiciarlo, por las que podamos luchar. Terminando con el trabajo doméstico no remunerado y socializando las tareas del hogar y la crianza de les niñes. Reduciendo la jornada laboral, garantizando condiciones igualitarias para hombres y mujeres, revolucionando lo más profundo de las relaciones sociales y económicas imperantes que afecta mucho más a las mujeres. Porque vale la pena un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.