El pasado viernes me acerqué, junto a mi compañero Diego Lotito, a Somonte, una finca ocupada desde el año 2012 por jornaleros y jornaleras del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT). Llevábamos la solidaridad de nuestra organización, la CRT, y un libro sobre la experiencia de Zanón, una fábrica argentina recuperada por sus trabajadores en 2001 y que sigue en funcionamiento bajo control obrero.
Ese día, 28 de febrero, es el día oficial de Andalucía. Se conmemora el referéndum sobre la autonomía de 1980, si bien para la izquierda el día de Andalucía es el 5 de diciembre, fecha de la masiva movilización en favor de la autonomía que tuvo lugar unos meses antes, en 1977.
Un andaluz con acento del norte
En la nave donde están preparando la paella, me ofrecen que pruebe un cardo aliñaó que está de muerte. Lo hace un señor que tiene un acento extraño. Por momentos parece de Córdoba, pero el deje es también del norte. Le preguntó “¿usted de donde es? ¿de Aragón?”. “No, soy andaluz. Pero me “recrié” en Vitoria”.
Seguimos la conversación hasta que alguien me chiva: “es un superviviente de Vitoria del 76”. Le pido si podemos salir afuera y que me cuente su historia. Un testimonio directo de una de las páginas más trascendentes del ascenso obrero de la Transición, no se puede dejar de escuchar.
Juan Perales, así se llama, nació en Canella de Córdoba hace casi 71 años. De adolescente marchó a Córdoba a estudiar “oficialía” y con solo 18 años migró al Norte, a Vitoria, donde conseguiría trabajo de fresador en los talleres Oramendi. La muerte de Franco le pilló con 27 años, y viviría en primera persona y en primerísima línea los hechos del 3 de marzo de 1976.
“Buscaban dar un escarmiento en Vitoria que sirviera para toda la clase obrera de España: esto es lo que os vamos a hacer si seguís movilizándoos”
Un jóven de Córdoba en el “Soviet de Vitoria”
Huelgas del metal, asambleas de fábrica, coordinadoras de representantes... una situación de insubordinación obrera en la que se mezclaban las demandas económicas con las políticas en contra de la represión y el primer gobierno de la monarquía y penúltimo de la dictadura, el de Arias Navarro. Este escenario tenía sus réplicas en Madrid, Barcelona y su área metropolitana, Zaragoza, Navarra... con distintos grados y niveles.
El ascenso obrero que se abrió tras las campanadas de 1975 ponía en cuestión el intento de la dictadura de sobrevivirse sin cambios, pero también lo que después se acabaría imponiendo por el acuerdo entre los reformistas del franquismo y las direcciones obreras reformistas del PCE y el PSOE, con el arbitrio de la Corona: la reforma pactada.
El gobierno Arias querría terminar “a las bravas” con este peligro y Vitoria se había convertido en un tema recurrente en las reuniones de Consejo de Ministros. Juan lo tiene claro “Fraga, que era el ministro del Interior (Gobernación) y Martín Villa (de Relaciones Sindicales) dieron la orden. Había que dar un escarmiento en Vitoria que sirviera para toda la clase obrera de España: esto es lo que os vamos a hacer si seguís movilizándoos”.
Este ministro franquista, que después sería padre de la Constitución, íntimo de Santiago Carrillo y fundador de Alianza Popular, llegaría a definir la situación en la capital alavesa como el “Soviet de Vitoria”.
Los últimos de la iglesia de San Francisco
El 3 de marzo de 1976 Vitoria amanece paralizada. Una nueva huelga general, la tercera en lo que va de año, ha vuelto a suscitar el apoyo casi unánime de la clase trabajadora de la ciudad y la solidaridad de comercios, estudiantes, profesionales... Fraga ha llenado la ciudad de “grises” y “especiales”, se preparan para dar la “paliza más grande de la historia”, tal y como un oficial de la Policía Armada presumiría por radio después de la masacre.
Juan me explica que ese día estaban celebrando una asamblea en la Iglesia de San Francisco, del popular barrio de Zaramaga. “Afuera ya estaban repartiendo palos a la gente, como siempre, y rodearon la iglesia con patrols”. Sobre las cinco de la tarde “unos “grises” entraron con un trapo blanco por la puerta de atrás y nos dijeron que nos daban cinco minutos para desalojar. Nosotros dijimos que de ninguna manera, que estábamos en asamblea y que seguíamos. Pero no tardaron ni cinco minutos, a los dos o tres empezaron a tirar”.
Antes de que comenzara el brutal desalojo, la asamblea había elegido una comisión de unos 20 voluntarios. Ellos serían los encargados de ayudar a sacar a la gente. Juan, no se lo pensó, levantó el brazo y se apuntó al servicio de orden improvisado.
“Empezamos a oír que había muertos y heridos de bala. Me dije “voy a morir, pero antes vamos a sacar a todos los que podamos de aquí”
De repente la Policía Armada empezó a tirar gases al interior del edificio. “Se desató el pánico. Allí había mujeres, niños, gente mayor... no se podía respirar, íbamos a morir asfixiados”. Rápidamente el grupo de voluntarios se pusieron en marcha “rompimos todos los cristales y empezamos a sacar a la gente por las ventanas, pum, pum, pum... todo lo rápido que podíamos”.
Pero la policía no disparaba sólo botes de humo. Al mismo tiempo que la gente escapaba a la carrera comenzaron a sonar ráfagas de disparos reales. “Nosotros no sabíamos que estaba pasando, pensábamos: están pegando palos y ya está, nos moleran a palos como siempre y listo”. Sin embargo, “cuando llevábamos más o menos la mitad de la gente, empezamos a oír que había muertos y heridos de bala. En ese momento te entra una cosa por dentro que no te puedo explicar y te dices: “voy a morir, pero antes vamos a sacar a todos los que podamos de aquí”.
La masacre había comenzado. En esa tarde iban a morir asesinados dos trabajadores, Pedro María Martínez, de 27 años, de Forjas Alavesas y Francisco Aznar, de 17, estudiante y panadero. Otros tres lo harían poco más tarde fruto de las heridas, Romualdo Barroso, de 19 años, José Castillo, de 32, de la empresa Basa y Bienvenido Pereda, de 30, de Diferenciales. Además, añade Juan, “dejaron 150 heridos, fue una masacre, en la iglesia se recogieron más de 800 casquillos de bala”.
Juan y sus compañeros aguantaron hasta quedar los últimos. Con la iglesia ya vacía y la policía disparando afuera se dijeron “que cada uno intente escapar y ponerse a salvo, tenemos que salir. Pensábamos realmente que íbamos a morir”. Juan echó a correr y en la calle escuchó que alguien gritaba su nombre, era un compañero de trabajo. “Estaba tirado en el suelo, le habían disparado en el costado. Me acerqué, lo cogimos en un coche y lo llevamos al hospital. Por suerte la herida era limpia y no había tocado ningún órgano, y se salvó”.
Tanto el PCE como el PSOE bloquearon activamente toda posibilidad de que este tipo de olas de solidaridad cristalizaran en tendencias hacia la autoorganización y la huelga general
“Que no se extienda la solidaridad con Vitoria”: el rol del PCE y el PSOE
La masacre de Vitoria generó una oleada de protestas y huelgas de solidaridad que se convirtieron en uno de los puntos críticos de la Transición. Una de esas coyunturas en las que el ascenso obrero hubiese podido convertirse en una situación abiertamente revolucionaria.
La huelga general se extendió de Álava a Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra, con manifestaciones multitudinarias -comenzando por los funerales de los asesinados que fueron arropados por una multitud que se encaraba con los destacamentos policiales-. En algunas de ellas volvería a haber disparos y nuevos asesinados.
Sin embargo evitar que en el Estado español se abriera algo parecido a lo que se había vivido en Portugal recientemente, era una causa que unía tanto a los representantes de la dictadura como a las direcciones reformistas del movimiento obrero.
La dirección del PCE y la del PSOE bloquearon activamente toda posibilidad de que este tipo de olas de solidaridad se extendieran a nivel estatal y cristalizaran en tendencias hacia la autoorganización y la huelga general. Sus colegas portugueses se habían tenido que esforzar mucho para desviar la revolución de los claveles. No querían tener que correr el riesgo de un posible desborde que avanzara hacia la verdadera ruptura con la dictadura y abriera el camino a un proceso con tintes de revolución social.
“Fraga se murió tranquilo y Martín Villa, sigue vivo paseándose por la calle como si nada. Lo que hicieron se llama terrorismo de Estado”.
La impunidad de los responsables políticos y policiales
La reforma pactada que acabarían imponiendo dejó como herencia, entre otras cosas, la absoluta impunidad de los crímenes franquistas. Los cinco asesinatos del 3 de marzo de 1976 nunca fueron ni investigados ni juzgados, a pesar de contar hasta con las grabaciones de radio de la Policía Armada que no dejan ninguna duda de lo sucedido.
Sus responsables policiales y judiciales “se fueron de rositas”, como recuerda indignado Juan. “Fraga se murió tranquilo y Martín Villa, sigue vivo paseándose por la calle como si nada. Lo que hicieron se llama terrorismo de Estado”. La Ley de Amnistía de 1977 prohibió expresamente toda posibilidad de juicio y castigo a estos criminales en el Estado español.
El 14 de abril de 2010 diversas organizaciones de memoria histórica y derechos humanos argentinas y españolas, presentaron en Buenos Aires una querella contra diversos responsables de los crímenes de la dictadura. Se trata de la llamada “querella argentina” que lleva la jueza María Servini. En sus autos considera a Martín Villa como “responsable de la represión” y que “los hechos de los que resulta responsable” deberían ser sancionados con “penas de reclusión o prisión perpetua”.
Los obstáculos del Estado español para que Billy el niño o Martín Villa se sienten en el banquillo de la “querella argentina” han sido muchos, tanto por parte de la Judicatura como de los diferentes gobiernos. La impunidad de los crímenes de la dictadura es un pilar y un consenso clave del Régimen del 78. Hasta el punto que parece se ha convertido en otro de los peajes -o sapos- que han decidido tragarse las y los ministros de Unidas Podemos, que recientemente han guardado silencio ante el bloqueo de su gobierno para que Martín Villa declare ante la jueza Servini.
A Juan, esta impunidad es una de las cosas que más le indigna, y a luchar contra ella y el olvido se sigue dedicando a sus 71 años. Siguió trabajando en Vitoria hasta su jubilación, en 2004, cuando regresó a su tierra. Pero nunca dejó de luchar, o “arrimar el hombro” como le gusta decir.
Desde entonces es parte del Sindicato Andaluz de Trabajadores, pero también de otras iniciativas como los grupos que recientemente han recuperado la memoria de las víctimas de la “Desbandá”, la matanza que las tropas fascistas perpetraron contra la población civil que huía de Málaga a Almería en febrero de 1937.
“Es una historia que no se puede olvidar. Lo criminales que fueron aquí en al guerra civil, y después. Y son los mismos que siguen ahora, porque se fueron “de rositas”. Yo ya no se si lo veré, pero seguro que se seguirá luchando y se cambiarán estas cosas. Mientras pueda seguiré arrimando el hombro”. Nos metemos para dentro, la paella debe estar a punto y seguro podemos seguir la charla mejor con el estómago lleno. |