El emblemático artista repasa algunas anécdotas de su carrera como pintor y como docente antes de la muestra que protagonizará hoy jueves en El Imaginario Cultural de Almagro.
En un barrio alejado del centro platense, Rocambole toma un pincel de su atelier y despliega pintura sobre bastidores. Cada uno de ellos es recubierto por un solo color: hay uno azul sobre un costado, otro amarillo secándose de cara a una brisa que se cuela por la entrada y un tercero recostado sobre una mesa de madera al que le coloca una nueva mano de rojo. Una puerta enorme que da a la calle está abierta y devela la intimidad creativa del artista. “¡La dejó así para que podamos respirar!”, explica. Parece estar más preocupado por vencer el sopor platense de esta húmeda tarde de verano que por evitar que algún peatón transeúnte descubra lo qué está haciendo.
- ¿Y qué es lo que estás haciendo?- es la pregunta.
Aún no lo sé. En realidad, nunca sé que voy a hacer. Eso se va develando con el tiempo- responde mientras apoya una pava de agua caliente sobre el bastidor aún fresco de pintura roja.
Un ejemplo de esto último es un cuadro suyo titulado “Las señoritas de Greenpeace” que, casualmente, comenzó como los recién descriptos: fondeando telas grandes con un color y dejándolas secar. “Eran de dos por dos, las pinté de negro y las dejé en el jardín. Y a la mañana siguiente, cuando las fui a buscar, vi algunas con unas líneas plateadas que iban, venían y hasta tenían formas. ¡Y resultó que fueron producto de babosas, a las que parece que les gustaban el color negro y por eso lo recorrieron varias veces! Así crearon formas con un color plateado, medio pegajoso, que incluso se parecían al contorno de unas mujeres. Entonces seguí dándole y trabajándola de esa forma que parecían mujeres. Claramente era obra de las babosas, yo sólo las transcribí. A veces los recursos artísticos son fortuitos. Como sea: le puse “Las señoritas de Greenpeace” porque era un trabajo ecológico, jeje”.
Como sea, lo que salga de sus nuevos bastidores será parte de su nueva saga de exposiciones, a la que cada una determinada cantidad de años le pone un nuevo nombre y concepto. “Después de juntarme tanto con músicos, empecé a copiarles un poco esa idea. Cada nombre y puesta la tomo como si fuera un disco, y a partir de eso salgo a mostrarlo”, sostiene el pintor
En una época giraba con una Expo titulada “Rocambole contra el arte contemporáneo”. A ella le sucedió la actual, de la cual se está despidiendo: “Rocambole y el arte subterráneo”. Coincidiendo curiosamente con este último nombre, la próxima muestra será hoy jueves a las 20 hs con entrada libre y gratuita en el subsuelo de El Imaginario Cultural de Bulnes y Guardia Vieja. El bar pertenece a Javier Lecumberry, tecladista de Skay Beilinson, y además de tener ese sótano para shows y recitales también cuenta entre sus atractivos con un patio amigable contra los calores veraniegos de Almagro (¿acaso el barrio más platense de Buenos Aires por su arquitectura de caserones altos, sus salas de rock y sus teatros independientes?).
Como siempre se espera cola de gente esperando mirar su arte, comprarle algo, sacarse una foto, pedirle un autógrafo. Rocambole rompe con el paradigma del artista convencional de pincel: su obra se convirtió en mochilas, en remeras y hasta en tatuajes. El diseño del disco Oktubre (y especialmente el del hombre rompiendo las cadenas) llegó a cubrirle la manga a Jorge Sampaoli a pocos meses de asumir como director técnico de una selección argentina complicada en las eliminatorias de Rusia 2018. “Espero que clasifique, así no me tildan de mala suerte”, decía Cohen en aquel entonces con un poco de risa, pero otro poco de alarma (como les ocurría a todos los demás hinchas).
Su aporte le dio a Los Redondos otro volumen artístico. Sus dibujos y diseños tienen música y también mística. Constituyen, por empezar, la forma más sintética de figurar el fenómeno Redondo: mucho más directa y compacta que una canción, que una letra, que una armonización (y ni hablar de los largos simposios sobre lo que esas canciones quieren decir). Si en lo primitivo reside una verdad que nos excede, la mano de Rocambole para expresar lo que su cabeza conceptualiza resume una información demasiado rica como para ir directo al disco sin detenerse un largo rato en el arte de tapa e interior del mismo.
Y también, claro, funcionaron como un refuerzo de la información original, que eran las canciones y sus letras. Todo eso ahora se complementa además con tres libros en los que Rocambole está vinculado. Uno es “Arte, diseño y contracultura”, el otro “De regreso a Oktubre: lo que quedó en el tintero”, y ahora uno titulado “Solos y de noche” con crónicas sobre shows de Los Redondos ilustradas con afichería del Mono Cohen y hasta un prólogo de su puño y letra.
Todos ellos sirven además como abono para las giras que Rocambole viene realizando desde hace varios años por todo el país, donde además de presentar los libros también muestra su arte y anima charlas y workshops. “Soy docente desde hace más de 30 años y le tomé el gusto a eso”, reconoce. “Cuando empecé a estudiar Bellas Artes fue de grande, a los veintitantos, y no pensaba como muchos de los que ingresan a la facultad de arte, sino al revés: quería ser artista, y no docente. Pero luego me encantó poder transmitir cosas que yo conocía y podían facilitar el camino de muchos”.
Su experiencia docente también le permitió ejercer durante un breve pero intenso tiempo el rol de Vicedecano de la Facultad de Bellas Artes de La Plata. "Lo llevé con entusiasmo porque formé parte de un grupo que accedió a la conducción y teníamos una cantidad de cosas para proponer, cambios de planes de estudios, etc. Fue una experiencia corta pero intensa y me sirvió de mucho, incluso sobre las lides administrativas. Después pasé al Rectorado en el área de Cultura y a mí me interesó mucho el hecho de proponer acciones culturales, sobre todo si puedo darle una mano al arte emergente, a los jóvenes que empiezan, para ofrecerles espacio con mucha calidad, dado que no siempre les resulta fácil”.
¿Cuántas personas se animaron a pintar o a dibujar por primera vez gracias a las obras y a las enseñanzas de Rocambole? ¿Cuántos le perdieron el miedo al lápiz y al pincel y, a partir de ello, descubrieron un talento o una vocación que los circuitos convencionales del arte nunca hubiesen estimulado? Tal vez Rocambole lo sepa. Tal vez no. Quizás él, como todos, necesita de la distancia crítica que sólo ofrece el tiempo para apreciar la verdadera dimensión de lo hecho, de lo generado, de lo sucedido. O acaso ni siquiera le interese: probablemente esté fondeando lienzos sobre bastidores en su atelier, firuleteando en su computadora con un lápiz digital o armando el bolso para hablar de lo suyo en algún rincón del país.