La recesión en marcha. Los rescates a los dueños de todo. El desfinancimiento de la salud. La Argentina sin recursos y un conurbano en una emergencia no sólo sanitaria
El vértigo de las noticias hace imposible tener dimensión de la catástrofe económica, social y sanitaria que se está desarrollando. En la crisis económica mundial desatada en 2008 primero se habló de una crisis de las subprime (denominadas despectivamente hipotecas basura) en los Estados Unidos, luego de una crisis de todo el sistema financiero de ese país, luego de las finanzas mundiales, luego de varios países. Finalmente, en 2009 todo el planeta estuvo en recesión, un fenómeno que no se observaba desde la salida de la Segunda Guerra Mundial.
La crisis desatada en 2008 se contuvo con el salvataje a los bancos y el gran capital. Pero la economía no se recuperó sobre bases sólidas, el comercio global perdió dinamismo y renacieron tendencias nacionalistas de la mano de Trump y otros equivalentes a lo largo del planeta. El débil crecimiento económico tiene una contrapartida en la valorización bursátil a una escala extraordinaria. Un conglomerado de capitales financieros elevó su riqueza de manera ficticia sin que la humanidad produzca un equivalente en riqueza material: es el 1 % que se enriquece a costa del otro 99 %. Con la ventaja del tiempo transcurrido hoy se puede afirmar que aquella crisis exhibió el agotamiento del neoliberalismo, la gran empresa en la que se embarcó el capitalismo mundial hace cuarenta años: salto en la mundialización del capital; restauración capitalista en las áreas bajo la influencia “socialista”, como en China; ataque a los derechos de los trabajadores a escala global; privatizaciones.
Predecir lo que va a ocurrir es totalmente imposible. Pero se pueden tomar algunas referencias de crisis anteriores para tener algún parámetro de la caída que enfrentará la economía. Observando a la distancia el inicio de la crisis de 2008, cuando se hablaba de un problema sólo de las hipotecas subprime, la primera lección es que con la foto actual es imposible conmensurar todas las consecuencias venideras. En el mes de enero el impacto económico del coronavirus, se decía, estaba focalizado en China. Hasta hace semanas atrás se hablaba que el primer trimestre del año (enero-marzo) estaba perdido en el país asiático. Inmediatamente después se observó que las “cadenas globales” estaban siendo afectadas por el parate en China y afectaba, entre otros sectores, a la producción automotriz e informática mundial. En estos días los análisis del impacto económico comprenden, sin lugar a dudas, a la economía internacional y la recesión durará, al menos, todo el primer semestre. Es lo que indica el economista marxista Michael Roberts: según datos del Instituto Internacional de Finanzas (IIF), Estados Unidos se contraerá en un 10% anualizado a fines de junio y Europa un 18%. Citando a analistas del Deustche Bank, Roberts pondera que la primera mitad de 2020 exhibirá la peor depresión desde 1930. Pero el economista exhibe pocas esperanzas en una recuperación en la segunda parte del año.
¿A quién se cura?
En un artículo publicado en el sitio Jacobin, el geógrafo marxista David Harvey explica que la crisis actual se está desarrollando en todas las facetas del capitalismo. Pero tiene un episodio específico en la desvalorización financiera: a mediados de marzo la caída bursátil era del 30 % en relación a mediados de febrero. Harvey señala con cierto dejo de ironía las medidas aparentemente incoherentes en las distintas latitudes, entre ellas la baja de la tasa de interés de la Reserva Federal de los Estados Unidos, que se complementó con la habilitación de una inyección monetaria sin antecedentes. No hay que ser biólogo para comprender que estas iniciativas de nada sirven al combate contra la expansión del coronavirus. Por el contrario, busca asistir al capital financiero. Medidas equivalentes a las de la Reserva Federal tomó el Banco Central Europeo, ahora conducido por Christine Lagarde, la amiga de Mauricio Macri de la que el pueblo argentino no terminó de enamorarse. No obstante las ayudas millonarias, las cotizaciones bursátiles no terminan de reaccionar. En el momento actual, probablemente estemos frente al agotamiento de los mecanismos utilizados desde 2008 para salvar a los grandes capitales. Sería inocente alegrarse con esta noticia, los estados capitalistas insistirán con la misma receta u otras que vuelquen la balanza a favor de los mismos de siempre.
El coronavirus ha puesto al descubierto todos los problemas de una economía que venía funcionando mal. Muy mal. Harvey indica que uno de los motores que evitó el hundimiento y la prolongación de la crisis de 2008 fue el rol de la inversión en infraestructura en China, algo que difícilmente se pueda repetir. Una intervención en gran escala para contener la crisis mundial, afirma, solo podría llevarla a cabo Estados Unidos a condición de practicar medidas socialistas que ni el moderado Bernie Sanders se imagina. Lo paradójico es que deberían arrancar ya, bajo el gobierno de Trump. En circunstancias extraordinarias los estados capitalistas recurren a medidas de socialización de pérdidas para rescatar a las grandes empresas. Es la orientación que están adquiriendo las iniciativas que se llevan adelante en varios países para intentar contener la crisis. En el Estado Español existe una virtual seminacioanlización del sistema de salud impuesto por las circunstancias de emergencia. El ministro de Finanzas de Francia, Gérald Darmanin, afirmó que el gobierno francés tiene como gran objetivo “salvar a las empresas” para evitar que el modelo económico francés se hunda. En el mundo existen algunas actividades que están particularmente golpeadas: turismo, gastronomía o las líneas aéreas. En Francia preparan las condiciones para la nacionalización de empresas en crisis como la aerolínea Air France.
Harvey dice que cuarenta años de neoliberalismo no son neutrales para la capacidad con que los sistemas de salud, incluso en las principales potencias económicas, enfrentan esta pandemia a pesar de las advertencias previas con el SARS y el Ébola. En el capitalismo donde hay una necesidad hay un negocio. El geógrafo grafica la situación con el modelo de negocios de BigPharma que “rara vez invierte en prevención”. Por el contrario, “Le encanta diseñar curas. Cuanto más enfermos estamos, más ganan”. Esto contribuye al éxtasis de los accionistas, a los del 1 % más rico. También indica que Trump disminuyó el presupuesto del Centro para el Control de Enfermedades y disolvió un grupo de trabajo especial dedicado a las pandemias en el Consejo de Seguridad Nacional, al igual que los fondos de investigación sobre el cambio climático. Harvey concluye metafóricamente que los actuales acontecimientos constituyen “la venganza de la naturaleza por más de cuarenta años del maltrato grosero”. Los datos del Banco Mundial exhiben un retroceso a escala global en las camas hospitalarias: en 1970 existían 3,1 cada 1000 personas; el último dato corresponde a 2011 y es de sólo 2,7 camas por cada 1000 personas. El mundo capitalista hace avanzar a la humanidad para atrás.
El principal fenómeno social que dejó el neoliberalismo y que se agudizó desde la crisis de 2008 es la desigualdad, el motor de las protestas en Chile y Francia, pero también del descontento en los Estados Unidos o en la Gran Bretaña del Brexit. Es evidente que el aumento de la desigualdad no se agota en esas geografías. De no intervenir la clase obrera con un programa anticapitalista, la alta burguesía internacional seguramente ya esté mirando de reojo la luz al final del túnel: a partir de la crisis del coronavirus intentará una nueva gran empresa que reemplace a las políticas neoliberales. Ya existen indicios. En Francia al mismo tiempo que se rescata a las empresas se discute cambiar las condiciones laborales y derogar la semana laboral de 35 horas en sectores “necesarios para la seguridad de la nación”.
Algunas de las mentes más perversas de la “inteligencia” capitalista tuvieron sueños húmedos con la idea de una limpieza natural de la población adulta mayor, más expuesta a la muerte por infección del coronavirus: implicaría un maravilloso ahorro en los sistemas previsionales que están siendo recortados en el planeta. Para la clase obrera en edad activa la Organización Internacional del Trabajo (OTI) estima que la pérdida de empleos alrededor del mundo por la crisis podría ubicarse entre los 5,3 millones en un escenario de base y 24,7 millones en un escenario muy malo. Este último escenario implicaría una destrucción de puestos de trabajo mayor que en la crisis de 2008, cuando el desempleo se incrementó en 22 millones. Harvey alerta de las implicancias: en el “largo plazo puede ser acortar o diversificar las cadenas de suministro mientras se avanza hacia formas de producción menos intensivas en mano de obra (con enormes implicancias para el empleo) y una mayor dependencia de los sistemas de producción con inteligencia artificial”. El coronavirus podría permitir un ensayo social, un laboratorio a cielo abierto para una reforma laboral universal de facto donde el avance tecnológico en lugar de habilitar trabajar menos horas y vivir mejor a todo el mundo, conduce a un aumento de las ganancias empresarias. Mientras tanto, advierte la OIT, los ingresos laborales ya están cayendo. Este viernes 20/3, Wall Street Journal, un diario representante de los intereses especulativos de una de las zonas más ricas del planeta, destacaba en su portada un artículo que describía como las cajeras o trabajadoras de limpieza de hoteles, entre otros segmentos de la clase obrera, estaban expuestas al desempleo y a los recortes salariales.
El distanciamiento social impuesto bajo el mando policial y militar es una herramienta de disciplinamiento social cuyos efectos exceden ampliamente la “lucha” contra el coronavirus.
Por estas pampas
El citado Roberts cree exageradas las esperanzas acerca de que la segunda parte del año comience a mostrar una reactivación económica. Explica que el 2019, antes del coronavirus, concluyó con un crecimiento de 2,5 % a nivel global, una tasa que coquetea con el estancamiento según los parámetros del propio FMI. Y enfatiza que el efecto de los actuales acontecimientos en el “sur global” será de un golpe devastador: por un lado, por la caída de los precios de las materias primas que exportan los países dependientes, con rasgos semicoloniales como la Argentina, que se encuentran en su nivel más bajo desde 1986; por otro lado, por la salida de capitales hacia los centros financieros internacionales. Existe otro factor internacional que inhibirá la reactivación: el alto endeudamiento corporativo, una característica que permitió la débil expansión posterior a 2009. Es un fenómeno de todas las economías del mundo. No obstante, existe otra cara del endeudamiento global: el de los propios estados, particularmente grave en las economías denominadas “emergentes”, como la Argentina. Asimismo, estas economías enfrentan la actual crisis con las cuentas públicas debilitadas: “En 2007, 40 países de mercados emergentes y de ingresos medios tenían un superávit fiscal combinado del gobierno central igual al 0,3 por ciento del producto interno bruto, según el FMI. El año pasado, registraron un déficit fiscal del 4,9 por ciento del PIB.”, señala Roberts. Estas economías se quedaron sin paracaídas.
En 2009, Argentina enfrentó la crisis con superávit fiscal y externo. La receta contracíclica contempló el salvataje al gran capital, por ejemplo con un préstamo millonario de la Anses a General Motors mientras a la crisis laboral se la contenía con Repro (que ahora se volverá a usar) que sostenían débilmente los ingresos de los trabajadores. También transitó aquella circunstancia sin crisis de deuda. Todo eso desapareció. El país entra en esta crisis con una economía que atraviesa el tercer año de recesión, que se agudizará con los efectos de la cuarentena. En el mes de enero, antes que se desatará el virus, el 44% del aparato industrial estaba apagado.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, realizó una videoconferencia con el fin de informar a los especuladores internacionales el programa económico en la perspectiva de la reestructuración de deuda: las proyecciones exhibían números lamentables aun antes de considerar el efecto de coronavirus. El FMI descubrió tardíamente que para el país es “insostenible” seguir pagando la deuda y que necesita un alivió de entre U$S 55 y U$S 85 mil millones. Alberto Fernández dialogó con Kristalina Georgieva sobre la necesidad de cuatro años de deshago con la deuda. Pero en realidad hasta que no aclare la situación (y nadie conoce a ciencia cierta cuando ocurrirá) la mutación económica en curso transforma a cualquier cálculo económico en pura ciencia ficción. El default golpea la puerta.
Las medidas anunciadas por el gobierno para sostener la economía siguen las mejores prácticas internacionales: se habilitan créditos por $ 350 mil millones para Pymes. En contraste, la “ayuda” para jubilados y beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo comprende recursos menores a $ 30 mil millones. Falta ver cómo se implementa la medida de los préstamos a las empresas. En general para ser consideradas Pymes tienen que inscribirse y acreditar tal situación, para lo cual se establecen ciertos parámetros de facturación: se admiten empresas comerciales que facturen hasta $ 2.147 millones de pesos e industriales hastas $ 1.740 millones. Naturalmente no se trata de kioscos o panaderías, que ciertamente tendrán dificultades para iniciar el proceso burocrático de inscripción.
En este momento, el foco del coronavirus está en países imperialistas avanzados, que han respondido de manera desigual, con improvisación flagrante y gran conmoción social como en el Estado Español e Italia, e incluso en Estados Unidos y Gran Bretaña. El foco de contagio en la Argentina está en el Área Metropolitana de Buenos Aires ¿Qué ocurrirá si el virus avanza hacia el conurbano bonaerense que está bien lejos de los estándares de desarrollo de aquellos países? Es el área más poblada del país, la que concentra más pobreza y desocupación. Además, según datos del primer trimestre de 2019 del Indec, la provincia de Buenos Aires tiene un 46 % de viviendas inadecuadas. Seguramente estén concentradas en el conurbano. El aislamiento tal vez resulte un bumerán en dos sentidos: porque no es efectivo en una población mayormente hacinada; porque puede terminar de destruir la débil economía de las familias. Marcelo Bonelli, columnista del diario Clarín, informa que en el gobierno calculan que podría subir la pobreza entre tres y cuatro puntos porcentuales. La arenga de Sergio Berni a la tropa de la Bonaerense no parece orientada a enfrentar el coronavirus.
La crisis del coronavirus encuentra a la salud argentina desfinanciada. En los últimos cuatro años la salud perdió presupuesto en relación a los servicios de la deuda. No obstante, una mirada hacia atrás exhibe como, al menos desde 2009, el presupuesto de salud no superó nunca el 4 % de los desembolsos del Estado Nacional mientras los pagos de deuda siempre estuvieron por encima del 6 %, llegando al 20,4 % el año pasado. Incluso en los años kirchneristas los pagos de deuda fueron, en promedio, 2,5 veces mayores a los desembolsos en salud. Con Macri se elevó este ratio a 5 veces. Semejante desfinanciamiento no se resuelve con los $ 1.700 de presupuesto adicional para la salud que se establecieron en la emergencia.
El régimen de los partidos patronales, que por años priorizó otra cosa, de repente se erige en defensor de la salud. Incluso Horacio Rodríguez Larreta, que meses atrás tuvo que retroceder de aplicar una ley que atacaba a los residentes y concurrentes sin reconocerlos como trabajadores y trabajadoras de la salud, se paró como un granadero de la patriada sanitaria escoltando a Alberto Fernández al momento de anunciar la cuarentena. Un desatino.