Que no nos mientan en la cara. No está “pasando la cuarentena en la casa de su patrona”, esa empleada está trabajando.
Desde que se anunció la cuarentena total vengo leyendo cientos de mensajes de mis compañeras trabajadoras de casas particulares en las redes sociales, en la página del sindicato, en la nota publicada hace unos días. La gran mayoría de estos mensajes expresan la bronca y la impotencia de las empleadas a quienes sus patronas les están exigiendo ir a trabajar, desconociendo la cuarentena, exponiendo su salud, sin pertenecer a la categoría que según el decreto presidencial está exceptuada y, para colmo, en muchísimos casos son trabajadoras no registradas.
Ayer, como una burla, como una provocación, me llegaba el video que Catherine Fulop publicó en sus redes sociales. Millones pudimos ver por los medios de comunicación cómo contaba que su empleada “Juanita” había decidido quedarse a hacer la cuarentena en la mansión de su patrona para luego mostrarla cual objeto de su casa —la empleada en la cocina, con su delantal puesto— y de remate para su video nos hace un chiste sobre el color de piel de ambas. Claramente el de Catherine es un color de playa y cama solar, el nuestro es natural.
Pero ese privilegio, el de poder decir #yomequedoencasa y no perder el trabajo ni sufrir luego la falta de dinero para alimentos y remedios, no es un privilegio que tengamos las trabajadoras domésticas ni tampoco las cientos de miles de trabajadoras que están en negro en los distintos rubros o desempleadas que hacen changas.
¿Cuánto cinismo tendremos que tolerar las trabajadoras?
El desprecio que tienen los patrones por nosotras es enorme y se expresa de muchas formas. Las condiciones en las que trabajamos, el porcentaje altísimo de trabajadoras no registradas, sin poder acceder a los derechos laborales más elementales hasta los tratos que recibimos muchas en nuestro lugar de trabajo.
Pero el colmo del cinismo lo vimos en esta gran crisis sanitaria que provocó el coronavirus, cuando el gobierno anunció que nuestro trabajo es un servicio esencial, y que entonces no nos corresponde quedarnos en nuestras casas cuidando de nuestra salud y la de nuestras familias. Pareciera que a nosotras lo único que nos corresponde es tener que salir a limpiar casas ajenas, a cuidar hijos, hijas y adultos mayores de las familias más privilegiadas. ¡Con qué hipocresía nos dicen que nuestro trabajo es esencial mientras nos mantienen en la precariedad y en el lugar más postergado de nuestra sociedad!
La “bondad” de las patronas como Catherine Fulop, que nos hablan como si fuéramos sus amigas, como si comprendieran las dificultades que pasamos, mientras nos hacen trabajar sin importar todos las indicaciones de prevención. Esa misma “solidaridad” de las patronas que nos regalan la ropa que van a tirar o la comida que les sobró, esconde el odio de clase que tienen, esconde que creen que nunca tendremos los mismos derechos.
Pero a esas patronas me gustaría decirles que no estén tan confiadas de que siempre estaremos calladas. Hace solo un año vivimos la rebelión de las empleadas domésticas de Nordelta, que contra el desprecio y la discriminación de los patrones se plantaron junto a cientos de trabajadoras de todas las áreas y junto a los estudiantes. Y ganaron.
Hoy, para enfrentar la estigmatización de los patrones, contra la indiferencia del Estado y del sindicato, las trabajadoras domésticas debemos organizarnos de nuevo, por la prohibición de los despidos y que se nos respete el sueldo durante lo que dure la crisis de la pandemia. Por comités de seguridad e higiene por zonas junto a las compañeras que están precarizadas y las que estamos registradas. Por salud pública de calidad que es la que utilizamos los trabajadores, que la plata del Estado vaya en inversión para los hospitales y en insumos, no para pagar deuda o subsidiar a las empresas. Solamente si nos organizamos miles de trabajadoras, por todos estos derechos, vamos a frenar la hipocresía de las patronas parásitos que sin nosotras no pueden mantener su nivel de vida. |