Trabajé en fábricas desde los 19 años y hace 3 años no consigo nada estable.
En el 2005, en MAFISSA, después de bancarnos durante años la explotación patronal, hubo un conflicto que culminó en desalojo, con varios de nosotros presos.
A partir de ahí conocí quién es mi enemigo y quiénes mis aliados. Me volví obrero consciente y clasista. Entendí que los que tenemos la fuerza para transformar esta sociedad somos los trabajadores.
Pasé por fábricas importantes de la región y puedo llenar más de cinco hojas con mi currículum vitae, por todo lo que aprendí y sé de cada empresa.
Estuve en diversas fábricas: textil, metalúrgica, de plástico, autopartistas y alimenticias, pero a mi edad eso no sirve. Quieren jóvenes con sus espaldas sanas, para ellos poder romperlas y cuando no sirvan más, echarlos por una miserable indemnización. En este sistema somos desechables.
Recientemente, al no poder conseguir trabajo en fábricas, por mi edad, me tiré a buscar trabajos precarios y miserables. Trabajé de remisero, donde tenés que laburar 12 horas para ganar $600 o $700 diarios, en horario nocturno (de día, que se gana un poco más, suelen manejar los dueños del auto).
Ahora trabajo en una “empresa fantasma" que se dedica a vender a locales de barrio, través de un sistema de pago diario, diferentes artículos como sábanas, toallas, almohadas, entre otras cosas. En la periferia de La Plata por lo general estos negocios son casas precarias donde las familias viven y abren sus puertas para vender artículos de limpieza, de almacén, de kiosco, etcétera. Se prenden a comprar de ésta forma porque no tienen acceso a créditos bancarios, o tarjeta, o porque les resulta más accesible el pago en cuotas que en un solo pago.
Hay dos grupos de trabajo de aproximadamente quince personas cada uno: vendedores y cobradores. Yo soy cobrador. Recorro diariamente alrededor de 150 domicilios en moto. Arranco bien temprano a la mañana y termino de noche. No freno a comer para que el tiempo y la plata alcancen.
Yendo todos los días a barrios pobres, precarios, sucede que uno se da cuenta de la miseria que existe, la cantidad de pibes que no tienen laburo y changuean. Hay lugares donde me da pena ir a cobrar, porque es notorio que les cuesta contar con el dinero, aunque para otros parezca muy poco.
Es un laburo donde si te chocan, o tenés cualquier tipo de accidente, la empresa no se hace cargo. No tenemos ningún tipo de seguridad laboral. La mayoría de mis compañeros son personas mayores que están en la misma situación que yo. No tenemos muchas opciones. Generalmente, el sector más joven lo toma como algo pasajero, hasta encontrar otro trabajo en blanco y con obra social para su familia.
Uno como trabajador y militante conoce la lógica de este sistema, sabe que en medio de una pandemia como el Coronavirus la salud no deja de ser un negocio.
Te dicen que te quedes adentro, pero los que vivimos el día a día estamos en una encrucijada.
El primer día de cuarentena dispuesta por el Gobierno, el gerente de la empresa nos pedía a los cobradores que sigamos saliendo. Nos hicieron un permiso trucho, en el que dice que iríamos a comprar mercadería y repartirla. Por eso “recomendaban” que llevemos en nuestra mochila paquetes de yerba o de fideos. Así nos obligaban a seguir laburando, en esas condiciones. La respuesta fue que no. Armamos un grupo de WhatsApp y nos pusimos de acuerdo: priorizaríamos nuestra salud y la de nuestras familias.
Sin embargo, a medida que pasa el tiempo muchos van retornando a su laburo, algunos pidiendo disculpas en el grupo. La necesidad puede más, el comer cada día y pagar deudas. Es entendible. Las respuestas fueron mensajes diciendo “cuídense”.
Nuestro trabajo implica que visitemos muchas personas. Todos los días estamos sumamente expuestos a contraer la enfermedad y transmitirla. Esto al dueño de la empresa no le importa. No le importamos. Sólo le importa la plata que juntamos. El sí que se queda en su casa, sin ningún riesgo, con dinero para comer, pagar los impuestos durante un año y darse lujos.
Tenemos números de teléfono para denunciar al vecino, pero ¿podemos denunciar al patrón que hace permisos truchos para que salgamos y nos expongamos en lugar de él? Y si pudiésemos hacerlo perderíamos nuestro trabajo.
Ahora el Presidente anunció que nos da 10 lucas, por única vez, en emergencia, para quienes estamos en negro y no tenemos ningún beneficio. Yo voy a acceder. Pero hice cuentas. Alquiler, servicios, comida (que aumenta todos los días): no alcanza para nada, es como dicen “pan para hoy y hambre para mañana”. Ese bono tendría al menos que igualar a la canasta básica.
Sé lo importante de la organización. Lo aprendí en MAFISSA. También aprendí que al Gobierno, la burocracia y la Policía los vamos a tener en contra.
Sé que los dueños, los jefes o los patrones, o como se quiera llamar a esos parásitos, viven del dinero que nosotros generamos. Para vivir y pagar sus lujos nos necesitan a nosotros.
No sé qué va a pasar con todo esto. No sé si temerle más a la pandemia o al hambre al que nos destina este sistema de mierda.
Veo que con la excusa de “reducir costos” por la crisis de la pandemia, las patronales aprovechan para despedir trabajadores, sin que el Gobierno haga algo al respecto.
Trabajadoras y trabajadores empezamos a desesperarnos. Aparecen en la calle la Policía y el Ejército. Se lavan las manos escondiéndose en un rol humanitario, diciendo que solo están para que cumplamos la cuarentena, y cuidarnos. Eso es mentira, no necesitamos la cana en la calle.
En los barrios sabemos que aprovechan su poder para los peores abusos. Podemos organizarnos si nos dan los recursos necesarios. Tenemos los ejemplos de las y los docentes que colaboran en cada barrio, de los trabajadores organizados de distintos países, y las industrias que se ponen a producir para enfrentar la pandemia, como Madygraf bajo control obrero.
Esta miseria la vivimos desde mucho antes de la Pandemia, y seguiremos luchando contra eso, a pesar de los miedos y las dudas. |