Soy enfermera. Trabajo en el Hospital San Martín de La Plata hace 10 años. Hoy estoy de franco y puedo sentarme, detenerme un instante para reflexionar, pensar la velocidad del virus y la lentitud de las respuestas de los de arriba.
Todos los días trabajadores y trabajadoras de la salud ponemos el cuerpo en cada servicio, en cada atención, en cada aliento hacia un paciente que vulnerado, y transitando una enfermedad, tiene a su familia, amigues o a quien sea lejos: “pronto pasará y se volverán a ver”.
Ninguno tiene la fórmula para pasar el día, para decir “hoy safé, sobreviví”. ¿Te parece justo que festejemos eso? Es muy básico lo que se pide: no contamos con los elementos de protección personal para poder trabajar. No alcanza con la queja, tenemos que hacer algo. Tomar esto en nuestras manos.
Nos enfrentamos a una pandemia producida por el coronavirus, llegamos inexpertos a esta guerra, aprendiendo sobre la marcha, dispuestos a dar batalla, en la primera línea. Pero ¿alguien en la historia ha visto que a una guerra se la enfrenta sin armas?
¿Es tan loco que como trabajadores de la salud cuestionemos la necesidad elemental de tener el equipamiento de bioseguridad?
Este sistema perverso que puede construir 180 mil aviones de combate en un año para una guerra, ¿de verdad no puede garantizar que quienes seguimos trabajando, lo hagamos en condiciones seguras? ¿De verdad no puede desviar la producción industrial para la elaboración de elementos de bioseguridad, respiradores y test diagnósticos?
Yo creo que más bien no quiere.
Con palabras no alcanza, tampoco con buenas intenciones, necesitamos hechos, que en forma tangente se puedan medir y utilizarse.
Cada quien tendrá diferentes formas de expresarse, de pelearla. Habrá quienes estarán a favor de cada una de las medidas que este gobierno ha tomado y quienes las cuestionemos porque si uno elige la vida antes que la economía deberíamos poder hacer más.
Atiendo todos los días a personas y familias que viven de changas, trabajos en negro o precarizados, que ya no llegaban a fin de mes previo a la pandemia. Con los $10.000 pesos que el gobierno otorgó a esas familias, no alcanza. ¿Podrían ellos vivir con $10.000 pesos? ¿Les faltó alguna vez para comer? ¿Anduvieron alguna vez en colectivo, pidiendo con vergüenza que otro pasajero nos pague el boleto, porque la SUBE no nos admite más saldo negativo? No lo creo.
Nuestra vida vale, la de nuestros pacientes y sus familias también, estamos en la misma vereda, la de los trabajadores.
Tenemos derecho a la salud, al pleno acceso. En ese sentido es que vemos necesario la unificación del sistema sanitario (pública y privada) bajo la órbita del estado con control de trabajadores, científicos y usuarios para redirigir todos los recursos antes que la pandemia nos consuma. No importa si tenés obra social, prepaga, o nada.
El personal de salud somos una de las poblaciones más expuestas, por eso, de la mano con la exigencia de equipos de protección personal, necesitamos la realización de los test a trabajadores de la salud que hayan estado expuestos o que tengan síntomas, ya que podemos convertirnos en vectores del virus, e infectar a otros pacientes y a nuestras familias. Es nuestra realidad y La Izquierda Diario es nuestra herramienta para alzar nuestra voz y contar, denunciar y exigir en la pelea cotidiana por una salud pública de calidad.
A veces nos cuesta ver el horizonte de que no estamos solos y llegás a pensar “¿importa si hoy sobreviví?, porque siempre salen ganando los mismos, ¡esas empresas y laboratorios que lucran mucho mientras nosotros dejamos la vida!
No quiero pasar a la historia por mi muerte sino porque ¡defendí la vida! La de mis compañeros, compañeras, la de una comunidad que vive el día a día, la que llora pero se levanta para la changa, con el temor de que la repriman, de que se la lleven a casa sin pan ni nada para darle de comer a sus hijos.
Realmente esto tiene que ser otra cosa, merecemos vivir de otra forma.
Porque nuestras vidas valen más que sus ganancias.
Hoy estoy de franco, mañana sigo y seguimos la pelea. |