Las posiciones sobre política exterior de los candidatos cruzan también la campaña electoral en Brasil. Este no es un tema de menor importancia, dado el peso de este país en Sudamérica y sus proyecciones internacionales. Por ello, vale la pena dedicarle algunos comentarios.
Los esfuerzos para erigirse en “actor global”
Desde hace años, Brasil viene acentuando sus esfuerzos para emerger como actor de peso en la política internacional. Bajo los gobiernos del neoliberal F. H. Cardoso mantenía una orientación más pronorteamericana, al mismo tiempo que se estructuraba el MERCOSUR (fundado en 1991). Desde 2003, con el inicio de los gobiernos petistas, se produjo un viraje importante en la política exterior brasileña, hacia el “multilateralismo”, en procura de ampliar los márgenes de negociación del país frente a Estados Unidos y el imperialismo en su conjunto, aprovechando tanto las buenas condiciones económicas internacionales, como el debilitamiento de la hegemonía mundial norteamericana.
Brasil reclama reformas en el Conejo de Seguridad de la ONU y en las instituciones del sistema financiero internacional. Es decir, no la ruptura del orden imperialista sino su reforma abriendo espacios en la toma de decisiones a aquellos países con mayor peso como “potencias emergentes”, entre los que se considera incluido. Por eso, la política exterior petista se caracterizó por combinar el regateo ante ciertas políticas y pretensiones “excesivas” del imperialismo, con la disposición a colaborar con éste en el mantenimiento de la estabilidad.
El “activismo internacional” de Lula procuró ampliar acuerdos y alianzas con otros países de la periferia en Medio Oriente, África y América latina. Brasil se integró al BRICS con China, Rusia, India y Sudáfrica y fue incluido en el G-20. En este marco, se postuló al liderazgo sudamericano, oponiéndose a la iniciativa norteamericana del ALCA. Le asignó carácter estratégico al MERCOSUR, impulsó la creación de UNASUR y luego de la CELAC. Pero al mismo tiempo, asumió la ocupación de Haití liderando la fuerza de intervención mandatada por la ONU con anuencia de Estados Unidos y Francia, jugó un rol de contención frente a Chávez y Evo Morales -los gobiernos con rasgos más nacionalistas en la región-, y fue un gran estabilizador en crisis como la asonada de la derecha autonomista en Bolivia en 2008 (saldada con un pacto con la derecha parlamentaria para viabilizar una nueva Constitución). En situaciones decisivas, la diplomacia petista mostró sus estrechos límites y subordinación al imperialismo, como ante los golpes de Honduras y Paraguay, donde terminó avalando la legalización electoral de los mismos; o aceptó, tras las protestas iniciales, el acuerdo para aumentar las instalaciones militares yanquis en Colombia. Las mismas UNASUR y CELAC, lejos de ser instrumentos de una genuina integración regional, independiente del imperialismo, como pretende la fraseología “progre”, se fundan en la conciliación permanente con los gobiernos de derecha, estrechos aliados de Washington, que las integran.
Rousseff acentúa la “moderación”
Si la línea exterior bajo Lula ya era suficientemente moderada, el primer gobierno de Dilma Rousseff acentuó este carácter, si bien en el marco de la continuidad con las líneas maestras tendidas bajo Lula, avanzando en un “multilateralismo” cada vez más pragmático tanto en lo comercial como en lo político.
Este rumbo moderado no excluye los reclamos de reformas en las instituciones internacionales o fricciones a veces importantes con el imperialismo, por ejemplo, ante la situación en Medio Oriente o el bombardeo israelí a Gaza. O como evidenció la VI Cumbre de los BRICS en Fortaleza. Pero prima el intento de evitar mayores confrontaciones. Además, acentuando los aspectos más reaccionarios de la política internacional.
Por ejemplo, con las negociaciones bilaterales con la Unión Europea tendientes a un Tratado de Libre Comercio. El “libre comercio” con el imperialismo europeo sólo puede profundizar la dependencia económica de Brasil y de sus socios del MERCOSUR, no sólo Argentina, sino también su más reciente socio: Venezuela (que está tramitando la adecuación de su legislación comercial a las normas del MERCOSUR, más liberales respecto al capital extranjero). Las discusiones con la UE no pudieron avanzar como MERCOSUR debido a la oposición argentina. Claro que en el recelo del gobierno argentino a esta negociación no hay un átomo de antiimperialismo, sino el intento de proteger los intereses creados de capitalistas nacionales y extranjeros ya afincados en el país. Por otra parte, lo que pone a cada paso en crisis al MERCOSUR, es la competencia burguesa entre las transnacionales y grandes capitalistas que dominan el intercambio regional, competencia que se agrava en momentos recesivos como el actual.
Pero interesa destacar aquí que la integración cada vez más pragmática que propone el PT, lejos de ser una barrera a la dominación económica imperialista, se limita a regatear algunos márgenes para la acumulación nacional.
Por otra parte, este hecho permite llamar la atención sobre coincidencias significativas, aunque ocultas bajo la usual polarización discursiva de la campaña electoral, con propuestas de política exterior de Marina Silva. Esta reconoce que "Tenemos el principio de la integración pero esto no nos impide que podamos encontrar medios para tener celeridad para acuerdos bilaterales" y propone un “MERCOSUR de dos velocidades” para poder avanzar por su cuenta en la negociación con la Unión Europea, además de los países de la Alianza del Pacífico (al igual que Aecio Neves).
A modo de conclusión política
La política internacional no es un reino independiente sino que está ligada a la política seguida en lo interior. Un curso cada vez más proempresarial y de ajuste en los asuntos internos como el que prepara Rousseff buscando un segundo mandato se corresponde con una deriva cada vez más “pragmática” en las cuestiones internacionales: debe responder mejor a las demandas de las “multilatinas” brasileñas, del complejo sojero y agroexportador, de los sectores interesados en abrir el sector energético a la inversión extranjera, de atraer al capital financiero, etc.
Sin embargo, Emir Sader, como muchos otros intelectuales petistas, opina que “Lo que está en juego en Brasil en estas elecciones es si el país sigue como aliado esencial de América Latina y del Sur del mundo o si vuelve a ser un satélite de Estados Unidos”, embelleciendo al extremo la política exterior del PT. Por supuesto, el resultado electoral redefinirá en diversos aspectos el tablero político regional. Pero la aplicación de la lógica del “mal menor” a los asuntos internacionales para justificar el apoyo político a Dilma hace desaparecer el verdadero problema: El voto a Dilma no es el apoyo a la lucha por la liberación americana sino a una vía de regateo por una subordinación “edulcorada”.
Desde el punto de vista de los intereses del pueblo trabajador brasileño y de toda América latina, de lo que se trata no es de elegir entre dos caminos de colaboración con el capital extranjero y de subordinación al imperialismo: la “progresista” practicada por el PT o las más abiertamente derechistas propuestas por Silva o Neves.
El asunto de fondo es recuperar las banderas antiimperialistas desde la necesidad de romper la sujeción económica, financiera y política al imperialismo sin lo cual no hay solución a los problemas estructurales de Brasil y de todo el continente y mucho menos la conquista de su necesaria unidad económica y política. Esta tarea histórica depende de la movilización de los trabajadores y los sectores populares oprimidos, y esto, reclama una política de clase y consecuentemente antiimperialista. |