El viernes mamá, que tiene 81 años, vino a decirme: qué aburrido y silencioso está el mundo. Su cara estaba llena de preocupación.
Más tarde veía a los trabajadores del frigorífico Penta con sus heridas de bala de goma y me dolían a mí como aquellas que recibimos los y las trabajadoras del Astillero hace dos años.
El sábado hizo un mes que murió Mau. Mi hermana me dice al otro día: cuánto lo extraño. Y no puedo ir a abrazarla.
Una amiga me cuenta que tuvo un ataque de pánico, pesadillas por la noche y después todo el día con angustia y sin ganas de hacer nada.
Otra me cuenta que su mamá, que vive en la Patagonia, es trabajadora precarizada y las patronas en donde limpiaba no la llamaron más. Está sola. La noche pasada despertó y un ex, alcoholizado, forzó la puerta del fondo de la casa y se apareció en su habitación. Pudo echarlo al fin, pero quedó aterrorizada.
Llama a su hija para pedirle auxilio, están a miles kilómetros una de otra. Mi amiga se queda en la cama, hace una red virtual de apoyo para su mamá con vecinas que están cerca de la casa. Me lo cuenta entre sollozos, siente impotencia.
Un amigo me manda una crónica en donde narra todo su día, batallando contra el bajón de las noticias de los diarios y charlando y mimándose con su familia por videollamadas.
Madonna salió en un video por Instagram contando abatida que tres personas de su entorno murieron por la pandemia ese mismo día.
Sole, que está con su novio en González Catán me dice en un audio de WhatsApp lo que es cuarentenar en un barrio en donde la cana se ceba más y dos de los tres kiosquitos que vendían pan y leche, fueron clausurados. Y ahora hay que caminar mucho más para conseguir cada día algo que comer. Su novio tenía un plan, éste mes no se lo pagaron.
Mi hijo se levanta cada vez más tarde y cada vez más enojado. En su forma de sobrellevar esto hay bronca pero a la vez arregla todo lo que puede de la casa y así nos dice que nos quiere y sobrelleva conmigo y su abuela todo esto.
Hoy decidí leer muchas noticias internacionales, la primera que veo es una que dice que Disney (dueña de la mitad del mundo, más o menos) suspendió a los 43.000 trabajadores de sus parques sin goce de sueldo.
Ahora escribo esto mientras escucho una hermosa canción en la voz de Pedro Aznar como para no decaer tanto.
Los memes, los chistes, los desafíos, los juegos, los sitios de películas gratis, nos llegan todo el día. Los clases de cocina, de yoga, los recitales gratuitos de grandes artistas, todo eso es hermoso.
Pero es sólo para algunos y algunas, porque hay millones que no tienen ni agua, menos wifi.
Aún así, para quienes tenemos todo eso sentimos por momentos mucha desesperación y tristeza. Y está bien.
Pero también hay que decir que el mundo de antes de la pandemia ya era terrible. En los últimos cuatro meses en nuestro país murieron once pibes por hambre......
El mundo anterior ya tenía millones de pobres y un medio ambiente destrozado por la codicia.
Hoy nos duelen las distancias como a los pobres la panza y las soledades golpean como las penas de los desamparados.
Por eso, reivindiquemos el derecho a estar tristes. Porque se nos están muriendo seres queridos por Covid-19 o por otras enfermedades que hoy no se están atendiendo porque el sistema de salud, en crisis desde hace años, no da abasto. Y ni siquiera podemos despedirlos.
La vida hoy no es una clase de zumba con un entrenador que nos dice: ¡¡¡vamos, vamos, a no aflojar, a mover esas piernas, que no decaiga!!!
La vida hoy es terrible. Recién comienza la peor crisis mundial que superará a la de 1930.
Mirar el vuelo de las mariposas o escuchar los pájaros que han tomado el cielo por asalto -ahora que los gases del petróleo no los envenenan-, no alcanza.
Pero así como debemos darnos el espacio para la tristeza, debemos asumir que tenemos que hacer algo. Que quedarnos en la casas eternamente no nos va salvar de nada.
Se necesitan más máscaras, más camas, más test, más ropa de protección para el personal de salud, más respiradores, más hospitales. Más viandas de comida con alimentos nutritivos.
Lo que se está haciendo en algunas fábricas autogestionadas como Madygraf, o lo que se está haciendo en la UTN sede La Plata muestra que se puede.
Astillero Río Santiago, el lugar donde trabajo, tiene talleres enormes, maquinarias y más de 3000 personas que pueden hacer mucho. En el comedor se podrían preparar alimentos, además de las camas que hoy ya se están haciendo para PAMI.
Pero al día de hoy sólo un pequeño grupo de trabajadores fueron convocados.
Somos muchos y muchas más con manos para producir para nuestras enfermeras, camilleros, médicas, médicos y para los sectores más pobres de la población. Esa población que marchó con nosotros y nos ayudó tanto cuando luchamos para que la fábrica no cerrara.
Y así como la tristeza nos punza el corazón la solidaridad nos tiene que arrancar de la comodidad de la que algunas personas gozamos. Tenemos también el deber de ser solidarios.
Empatía de clase, amor del bueno.
“Ser tu pan, ser tu comida, todo amor que exista en esta vida y algún remedio que nos de alegría”... |