La administración Trump pasó de negar abiertamente la pandemia a advertir que los Estados Unidos se habían convertido en uno de los epicentros de la pandemia. El gobierno ahora insiste en que "estamos todos juntos en esto". Pero la crisis puso de manifiesto la fragmentación social y política producto de cuatro años de la administración Trump, así como de décadas de neoliberalismo y de discurso globalizador. En este contexto, la capacidad de lograr la unidad nacional frente a la pandemia parece ser un reto difícil, tanto para el gobierno como para la oposición.
Crisis mundial y debilidad interna: El imperialismo estadounidense en problemas
Los problemas no son solo internos, externamente, el declive de la hegemonía de los Estados Unidos se ha profundizado, lo que pone de relieve la incapacidad del país del norte para lograr una respuesta internacional coordinada a la crisis, tanto en términos sanitarios como económicos. La errática política internacional de Trump ha enfriado las relaciones con China y sus aliados de Oriente Medio, así como con la Unión Europea. Tanto las corporaciones, como los analistas burgueses han advertido sobre la incapacidad de la clase dirigente para liderar la crisis. Entre ellos se encuentra el ex secretario de Estado y estratega Henry Kissinger, quien advierte en el Wall Street Journal que el mundo se enfrenta a una nueva era y que EE.UU. debe liderar una respuesta internacional y unir a un país dividido.
La preocupación de la clase dominante de, por un lado dar respuestas sólo nacionales a la enorme crisis sanitaria y económica y, a la vez, la necesidad de "salvaguardar el orden mundial" muestran el temor a una ruptura del orden capitalista, alimentado por el miedo de una nueva Gran Depresión como la del 30’. Por otra parte, como señala el periodista británico Janan Ganesh en el Financial Times, ni China ni Europa, que fueron los primeros epicentros de la pandemia, han sido capaces de liderar un frente alternativo a los Estados Unidos. El curso del brote, y las respuestas de sus gobiernos a éste, también han revelado las desigualdades sociales y regionales internas de esas regiones. Mientras tanto, en lo único en lo que se pusieron de acuerdo las potencias imperialistas es en asfixiar a los países más pobres de América Latina, África y Oriente Medio con la deuda y las sanciones económicas. Mientras que el planeta entero está afectado por el virus y la irracionalidad del sistema capitalista, las tensiones interestatales muestran la incapacidad para dar respuesta a la crisis actual de un sistema que prioriza las ganancias de una minoría sobre miles de millones de vidas.
Para EEUU, conservar la hegemonía externa es tan necesario como la unidad nacional interna. Si hay algo que ha impulsado a las grandes empresas nacionales en las últimas décadas es, como explica Perry Anderson en “American Foreign Policy and Its Thinkers”: “La capacidad de hacer coincidir ambos factores bajo la idea de una amenaza externa, identificando los intereses de la burguesía expansionista con los de la nación y disciplinando las fricciones externas con los sectores burgueses más aislacionistas, centrados en el mercado interno”. Por este motivo, no es casualidad que los medios de comunicación y los funcionarios se refieran constantemente a la unidad nacional lograda con la Segunda Guerra o después del 11 de septiembre. El mantra de que "todos estamos juntos en esto" es más un deseo que una realidad, ante las divisiones de la clase dominante y la evidencia de las desigualdades regionales, sociales y raciales con el impacto de la crisis.
En este sentido, Trump se enfrenta a una enorme crisis abierta en el sistema de salud y al colapso de la narrativa oficial que construyó en torno al crecimiento de la economía, que ponía de relieve la reducción del desempleo durante su mandato y las victorias tácticas en el ámbito internacional, incluido el inicio de un acuerdo con China para poner fin a la guerra comercial.
Todo se ha esfumado con la pandemia. Wall Street criticó que muchas declaraciones del gobierno subestimaran el virus al principio, lo que llevó luego a una caída de los mercados (aunque los especuladores y los banqueros fueron los primeros en beneficiarse de los rescates, al igual que las compañías petroleras). Los débiles intentos de intervención estatal, como la Ley de Protección de Defensa [que permitiría recurrir al sector privado para acelerar el suministro de productos médicos, NdelT] presionaron a grandes industrias como la automotriz y la farmacéutica. Por este motivo, aunque Trump amenazó con esta medida, sólo la puso en práctica parcialmente para la producción ocasional de respiradores, pruebas y medicamentos. De ninguna manera la norma resultó en un nivel de centralización suficiente para enfrentar la expansión de COVID-19.
En cambio, el gobierno debe arbitrar entre estos sectores industriales (los más favorecidos durante la presidencia de Trump por las exenciones y desgravaciones fiscales) y los que fueron la base de su victoria electoral -agricultores dedicados al comercio interno, empresas manufactureras, pequeñas industria-y también entre los obreros que se vieron afectados económicamente por el deterioro de las zonas industriales. Los agricultores ya han empezado a mostrar signos de descontento y presión contra el gobierno. En California amenazan con despedir a los trabajadores rurales. Otros productores han tirado leche y huevos en sus campos en Arizona, Wisconsin, Utah e Idaho, diciendo que no pueden venderla. Están castigando a los trabajadores y desperdiciando recursos, mientras que millones de personas caen en la pobreza y el desempleo como resultado de la crisis.
Trump, Cuomo, y los gobernadores
En medio de la crisis, Demócratas y Republicanos lograron acuerdos como el mega rescate de 2.2 billones de dólares, que fue aprobado con el apoyo de todo el espectro político, incluyendo a Bernie Sanders. El núcleo de este acuerdo es el rescate de grandes corporaciones y bancos, pero también incluyó dinero para pequeñas empresas y un cheque de 1.200 dólares por única vez para los mayores de 18 años (excluyendo a una amplia franja de personas, incluyendo a los inmigrantes indocumentados). A pesar de estos acuerdos, las divisiones entre la clase dominante no dejan de profundizarse.
La crisis sanitaria, en combinación con las desigualdades regionales y raciales, así como el impacto de la crisis económica en la actividad productiva y el empleo, exacerba las tensiones en la superestructura de la nación. Estas tensiones tienen que ver tanto con los recursos, como con el manejo de la pandemia y la posibilidad de salir fortalecidos de la crisis. En este marco, Trump ha tomado una serie de medidas bonapartistas en el ámbito institucional, como la destitución de Glenn Fine, director del Comité de Rendición de Cuentas de Respuesta a la Pandemia, quien había sido puesto a cargo del control del uso de los fondos del paquete de rescate y emergencia. También ha exigido que la Organización Mundial de la Salud (OMS) investigue a China y la haga responsable de la pandemia.
Las medidas de Trump contradicen el relato que su administración se esfuerza por impulsar, a saber, que el gobierno ha sido un buen timonel ante la pandemia. Pero incluso a pesar de la vacilación de Trump para reconocer la crisis de salud pública, las concesiones que hizo a los trabajadores y las pequeñas empresas, y la incapacidad del Partido Demócrata para presentar un candidato fuerte, hacen que Trump siga teniendo una amplia base de apoyo. Sin embargo, las elecciones todavía están muy lejos, y el país se encuentra en el punto más álgido de la pandemia. La reelección de Trump no está garantizada, ni el consenso en torno al lema "Estamos todos juntos en esto". La unidad que Trump pide está destinada a asegurar las ganancias de los multimillonarios y a mantener las desigualdades estructurales que están llevando a la enfermedad y a la muerte a millones de trabajadores y pobres, especialmente los más vulnerables, como los afroamericanos y los latinos.
Como alternativa a la respuesta errática del gobierno federal, el Gobernador de Nueva York Andrew Cuomo surgió como un líder fuerte. El demócrata ganó popularidad desafiando la falta de voluntad de Trump de proporcionar a los estados recursos suficientes para combatir el brote. Además, aunque hoy en día el estado de Nueva York y en particular la ciudad de Nueva York son el epicentro del coronavirus, Cuomo se ha fijado la meta de volver a la actividad a principios de mayo. Cuomo se está posicionando como un líder capaz de manejar la crisis y así contener la ira y la posible profundización de las protestas que ya se están viendo entre los trabajadores de la salud, los trabajadores de los supermercados y otros sectores esenciales. Queda por ver si este capital político puede jugar a favor de Joe Biden, quien ha estado ausente en gran medida durante la pandemia. Hoy Cuomo tiene una mejor imagen que Biden, pero ya adelantó que no tiene intención de dejar la gobernación; además, para ser el candidato tendría que superar el obstáculo de ser nominado en el DNC- Comité Nacional del Partido Demócrata- sin haber participado en las internas. Algunos medios de comunicación son tan fanáticos de Cuomo que incluso lo llaman "presidente de facto". Tanto el gobernador de Nueva York como Biden quieren utilizar el discurso de la unidad nacional en beneficio de fortalecer al establishment del Partido Demócrata, pero no tienen intención de tomar medidas tan mínimas e indispensables como intervenir el sistema privado salud, prohibir los despidos o proporcionar una protección mínima a los trabajadores que están en la primera línea de la pandemia.
Más allá de Sanders: La unidad de los trabajadores que necesitamos
Bernie Sanders se unió al coro de unidad nacional junto con el establishment contra el que estaba tan decidido a luchar. El establishment, por su parte, se las arregló para jugar lo suficientemente sucio como para demoler la candidatura Sanders, que ahora ha abandonado la carrera para apoyar a Biden, un amigo de las compañías farmacéuticas. Sanders prestó su apoyo sin que su propuesta central de Medicare for All (saludo pública y universal) fuera aceptada por el partido en su conjunto. El senador y sus partidarios de la izquierda hablan de ganar la batalla ideológica, pero aunque millones de personas apoyan demandas como esta, la estrategia de Sanders fue un fracaso. Al final, su intento de “adentro hacia afuera” - cambiar el Partido Demócrata con la presión de las bases en las calles - finalmente no resultó ni dentro ni fuera. Tampoco las tomó el propio Sanders en la carrera presidencial, ni el establishment; Sanders no movilizó y ni organizó la fuerza de miles de trabajadores, estudiantes, sindicatos y movimientos sociales que lo apoyan para ganar la atención médica gratuita en un momento en que es literalmente la vida y la muerte para millones de personas. En cambio, renovó un Partido Demócrata en decadencia, fortaleciendo la idea de que no hay alternativa posible fuera de los partidos patronales.
A pesar del liderazgo de Sanders, el movimiento que se formó en torno a sus ideas, y que está formado por muchos jóvenes estudiantes, profesores, enfermeras y activistas sociales que se definen como socialistas, no seguirá necesariamente sus órdenes. Es alentador que el Democratic Socialists of America (DSA, la organización socialista más grande del país) haya mantenido por ahora lo votado en la convención de agosto del año pasado, en la que se definió no llamar a votar a otro candidato que no sea Sanders, y que en los últimos días se haya pronunciado por medio de sus redes sociales oficiales en contra del apoyo a Joe Biden. Y también es alentador que hayan comenzado las luchas de los trabajadores de la salud, los empleados de Amazon, Whole Foods e Instacart. Los trabajadores de General Electric han exigido que reconviertan la producción de sus fábricas para producir los tan necesitados respiradores. No sólo es el momento de organizar la solidaridad para dar respuesta a la pandemia, sino también de sacar una conclusión política necesaria: necesitamos nuestro propio partido, un partido de la clase trabajadora. Si esta pandemia ha demostrado algo, es que son los trabajadores los que están sosteniendo la lucha contra la pandemia, los que cuidan, alimentan, producen y arriesgan sus vidas.
El desempleo, el racismo, los prejuicios nacionalistas, la atomización de los sindicatos y el sexismo amenazan la unidad de los trabajadores. La unidad que necesitamos no es la de ir detrás de la burguesía y los funcionarios capitalistas, sino la unidad más amplia y poderosa posible entre todos los trabajadores. Para ello será necesario también luchar para que los sindicatos se transformen en verdaderas palancas de organización independiente de la clase obrera. Debemos aspirar, no sólo a sobrevivir a la pandemia, sino también a crear nuestra propia salida política, organizando la respuesta a esta crisis y reconfigurando la sociedad en beneficio de las grandes mayorías.
Traducción Ana Seni |