La pandemia del coronavirus ha desnudado la ineficacia y debilidad del capitalismo mundial, así como su carácter depredador y el desinterés de los capitalistas por preservar las vidas de la clases trabajadora y popular en todo el mundo.
Hoy, mientras Estados Unidos es el epicentro mundial de la pandemia con más de 700 mil casos confirmados y al menos 45 mil muertes, según reportes de la Organización Mundial de la Salud, y en medio del debate sobre las medidas adoptadas por los gobiernos capitalistas, que imponen cuarentenas y aislamiento social, pero desprecian otras medidas efectivas, como los test masivos.
Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, no se cumple cabalmente al mantenerse en funcionamiento importantes sectores de la economía -incluso sectores no esenciales-, lo cual implica el traslado y trabajo de millones de personas, por ejemplo, de la industria logística y de servicios que siguen en funciones para cubrir la demanda de quienes sí pueden cumplir la cuarentena.
En el caso de la industria de la carne, que para sociedades como la mexicana o la estadounidense, representa un pilar de la alimentación enfrenta un nuevo desafío en el país vecino: mantener la producción libre de COVID-19 y, hasta ahora, va perdiendo.
Son alrededor de 50 plantas las que cubren un 98% de la producción cárnica (matanza y procesamiento de la carne) en EEUU, de un total de unas 800 inspeccionadas por el gobierno regularmente. Pero algunas, como el caso de Smithfield Foods, en Dakota del Sur, han presentado contagios en más de 16% de sus trabajadores, abriendo una enorme incertidumbre sobre las consecuencias para productores y usuarios que obligaron al cierre de las plantas.
Para evitar el contagio, la planta había entregado a sus trabajadores cubrebocas, caretas y los había separado con placas de plexiglás plásticas, pero el tipo de producción en línea y la manipulación de la carne hacen imposible la distancia entre los trabajadores que, de garantizarse, reduciría la productividad.
En otras plantas, según han informado otros medios, también se han presentado muertes por coronavirus, mientras las patronales se niegan a aplicar exámenes masivos a sus trabajadores por temor a que se les acuse de propagar la transmisión del virus.
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Pero cómo no hacerlo si es evidente que la seguridad de los trabajadores no es una prioridad de las patronales, que prefieren mantener las plantas funcionando con medidas cuya efectividad depende necesariamente de cambiar el modelo productivo, reduciendo la productividad al disminuir la cantidad de obreros activos y los ritmos de producción para poder espaciar a los trabajadores entre sí y la presencia de estos en espacios cerrados.
Lo mismo se ve en los casos donde las patronales decidieron imponer cierres temporales de las plantas, dejando sin salario a los trabajadores u obligándolos a pagar los días de cierre con sus vacaciones.
Una salida obrera contra la pandemia y la crisis alimentaria
Lo que está detrás de la negativa de tomar todas las medidas necesarias para evitar el contagio y preservar la salud de los trabajadores, es el interés de los capitalistas de preservar sus ganancias, pues todas las medidas que pueden llevar a disminuir el riesgo de contagio de los trabajadores, implican disminuir la productividad y, por lo tanto, el porcentaje que los empresarios se embolsan.
Es urgente que los y las trabajadoras que siguen laborando pongan en pie comisiones de seguridad e higiene, independientes de las autoridades, que vigilen y obliguen a la patronal a implementar medidas sanitarias mínimas para preservar la salud de quienes producen. Implementar cubre bocas y caretas es una medida necesaria pero insuficiente.
Es indispensable que sean quienes producen los y las que definan qué medidas implementar para preservar su salud, por ejemplo, reduciendo la plantilla laboral por turno para que la cantidad de trabajadores en el mismo espacio sea menor, sin afectar los salarios y evitando descansar o despedir a nadie. Hay que acompañar esta medida de una ampliación de turnos que permitiría contratar a más trabajadores para realizar el trabajo disponible y mantener poca presencia laboral en la planta.
Además, las ganancias millonarias de las fábricas de la industria de la carne deben utilizarse para garantizar el menor riesgo y la seguridad social de los trabajadores, priorizando la paga de salarios y prestaciones sobre las utilidades privadas de la patronal. Incluyendo la basificación de quienes ya laboran así como de quienes puedan ser contratados, acabando con la precarización que afecta doblemente a la población migrante latina, asiática y africana que labora en esas plantas.
No garantizar una producción salubre pone en riesgo a los productores y a todos los consumidores de carne, a ambos lados de la frontera, y la única forma de garantizando es poniendo la industria a funcionar bajo control democrático de sus trabajadores.
Esta es la única vía para que, junto a los consumidores, se modifiquen los aspectos devastadores de la industria cárnica: el maltrato hacia los animales que son criados en condiciones nada dignas de hacinamiento y torturas, medicados con hormonas y hasta perforados para “mejor nutrición” -como las vacas-, así como la deforestación y despojo de territorios a pueblos originarios para uso ganadero y de pastoreo por parte de las grandes empresas, técnicas altamente contaminantes y que impactan en el aumento de la energía planetaria.
No debemos olvidar que las granjas cárnicas han sido los epicentros de grandes brotes epidémicos en las últimas décadas, como el H1N1 o gripe porcina, el SARS y H5N1 o gripe aviar, surgidas a partir de las condiciones insalubres tanto para los trabajadores, como para los animales de crianza.
Sin embargo, esto apenas sería un primer paso en la perspectiva de enfrentar el monopolio del agrobusiness y la industria alimenticia, que en el campo y la ciudad explota a millones de obreros nativos y extranjeros, despoja y devasta territorios, e inunda el mercado de alimentos dañinos poco nutritivos.
Cuando la desnutrición y las muertes por hambre tienen por contracara las ganancias multimillonarias del monopolio de la alimentación, no podemos ignorar
que el verdadero virus es el capitalismo.
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