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La Izquierda Diario
21 de abril de 2020 Twitter Faceboock

CÓRDOBA/UOM
Para que a la crisis del coronavirus no la paguemos los metalúrgicos, tenemos que organizarnos ahora
Tomás | Delegado metalúrgico - Córdoba

Contra las recetas de ajuste, recortes y flexibilización de los gobiernos, las patronales y el gremio, tenemos que aplicar las nuestras: organización, lucha y solidaridad de clase.

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La semana pasada fueron noticia las reuniones que se llevaron a cabo entre la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y las cúpulas empresariales de dicho sector, en estas reuniones, sindicato y empresas discutían una rebaja salarial al sector de no menos del 30%. Al parecer, en lo que no hubo acuerdo fue en donde aplicar el descuento, si en el básico, si en el neto y si se le aplicaría ese mismo descuento a los aportes patronales o no. En definitiva, todos tenían acuerdo en una cosa, bajarle los salarios a un enorme sector de los trabajadores.

Pero no son los únicos, también lo está haciendo el SMATA Córdoba junto a las grandes patronales automotrices y autopartistas, que ya están aprovechando la emergencia sanitaria con suspensiones por falta de producción y haciendo rebajas salariales a las familias obreras que deben pasar el aislamiento obligatorio haciendo malabares. De lo que se trata es de quien pone la plata para pasar la medida sanitaria que es la cuarentena, necesaria ante el avance de una pandemia, que cada día más deja ver de qué lado está cada quien.

Ellos aplican la misma receta de siempre, malas condiciones, rebaja salarial, suspensiones con descuentos, a nosotros, que ni en el mejor de los casos y con todas las categorías y premios, superamos la línea de pobreza ($ 42.500), ni hablar de la canasta básica que ya ronda los 62 mil pesos.

Por un lado, tenemos a la mayoría de la población, laburante o desempleada, haciendo la cuarentena en sus casas, mientras los 6 millones de trabajadores esenciales, que siguen cumpliendo con su labor, se exponen a un contagio sin siquiera haberles hecho ni un test, y a veces sin la más mínima condición de seguridad, arriesgándose ellos mismos y a sus familias.
Por el otro, tenemos a los empresarios, con los bolsillos y heladeras llenas y con todas las comodidades para “quedarse en casa”, pero aún más importante, con sus grandes cuentas de banco, que no van a gastarse ni en 7 vidas.

Tipos que meten a la empleada doméstica al country en el baúl de sus autos o, como nos cuenta un laburante de Transformadores Mayo, de la provincia de Córdoba, “Nos están haciendo laburar clandestinamente y encima la consultora nos quiere cobrar el bono de 4 mil de principio de año, acá hay gente contratada de más de 3 años, es un abuso”.

También sabemos de una empresa que contrata pibes para hacer seguridad en los edificios de Nueva Córdoba, que les comunicó a sus trabajadores por Whatsapp que no vayan más a trabajar, sin aclarar en qué relación quedaban ellos con la empresa ni nada, simplemente borrándose, mientras el gremio los mandó en plena pandemia al correo a mandar un telegrama para ver si recibían respuesta de algo.

Otras empresas millonarias como autopartistas o contratistas de servicios aprovechan y hacen tiempo hasta poder reducir el salario obrero, pagando en cuotas. Es una forma de ejercer presión, de crear el clima de que no hay plata, de que no tienen un mango.

En la metalúrgica Ligget nos dicen “Directamente pagaron como adelanto el 70% de la primera quincena de abril, estos están especulando con la firma del acuerdo que termine por reventar nuestros sueldos”. Mientras en el grupo de empresas FUMISCOR depositaron un mísero 35% del sueldo.

En HELACOR “Dejaron a los pibes contratados suspendidos en medio de la pandemia, y la empresa ya quiere darles la baja, incluso estamos con un régimen de suspensiones rotativas donde nos descuentan el 30 % del sueldo”.

Especulan para poder cambiar las reglas de juego, quieren tomar a los trabajadores como algo descartable, algo con lo que se puede ir y venir, tomar su sueldo y manejarlo a su antojo según sus necesidades.

Nuestros salarios no son ganancias, cada moneda que sube es porque nos plantamos, cada premio que le arrancamos a las empresas es porque les paramos todo cada vez que podemos, así buscamos tener un techo digno para vivir, costear la educación de nuestros hijos y hasta lograr alimentarnos bien mientras los alimentos no paran de subir.

Ese es el choque inevitable que la cuarentena pone sobre la mesa, los intereses de una ínfima minoría contra los de millones de personas. De esta cuarentena saldremos mejor o peor según cuánto terreno le hayamos cedido a los dueños del mundo y sus recetas, o cuánto terreno podemos mantener y recuperar mostrando verdaderamente que lo que sobra no son nuestros salarios, sino sus abultados capitales, que podrían resolver los problemas de la inmensa mayoría en tiempo record.

La discusión que está sobre la mesa en todo momento en esta pandemia es la de la lucha de clases, cada medida de los gobiernos, cada apretada patronal, cada necesidad popular, tiene como trasfondo una disputa de intereses.

Se contraponen: los vencimientos de deuda con los organismos de crédito internacionales, con los presupuestos de salud pública recortados durante años. La falta de ayuda a los sectores populares que no pueden trabajar por la cuarentena y por haber garantizado años de precarización laboral, con los pedidos de salvataje de las empresas. La resistencia de los ricos a que se toquen sus capitales acumulados con un impuesto y los equipamientos de salud modernos en manos de empresas privadas como las prepagas, con una gran parte de la población en la desocupación, con los descuentos a los sueldos que causan hambre, con la ayuda mísera de 10 mil pesos por familia o con la salud pública al borde de sufrir un desborde.

La situación de la pandemia también abre los lazos de solidaridad de clase, los comedores populares dando una mano cuando la gente no puede simplemente quedarse en casa, las fábricas recuperadas por sus propios trabajadores se ponen a disposición para ser parte de la solución haciendo alcohol en gel, fabricando indumentaria para los hospitales públicos, los trabajadores de los bondi yendo al paro para defender los sueldos de sus compañeros. Todo esto mientras los gobiernos pagan sobreprecios ridículos y grotescos para hacerse de los elementos básicos para la crisis.

Hay un sentido común bastante errado, te pinta el fin de la cuarentena como la magia de volver a abrazarnos, de compartir un asado con la familia o los pibes de la fábrica, cuando en realidad la lucha de clases es lo que está nuevamente sobre la mesa. La burguesía dueña de los medios de producción busca una mejor tajada de ganancias contra las propias ganancias obreras, busca flexibilizar las leyes laborales. Toda pelea que dejemos de dar en plena pandemia será terreno perdido para nosotros y las futuras generaciones. En esos asados está el germen de la organización entre nosotros, en esos abrazos los pobres sabemos cómo empatizar con el que tenemos al lado y sabemos pelear codo a codo.

Es imprescindible, aplicar ya mismo un impuesto a las grandes riquezas, a esas grandes cuentas de banco, a las miles de hectáreas de campo a los dueños de esos edificios que están vacíos solo para especular con el mercado inmobiliario, y hacerlos pagar a ellos. Destinar esas riquezas a la salud, a la educación y a toda tarea que ayude a sobrepasar esta pandemia, no al FMI o a seguir salvando a las empresas, que sean ellos que al fin entreguen parte de las riquezas que amasaron durante años a costa de mano de obra barata y altos ritmos de producción.

Son los mismos que nos endeudaron en el gobierno anterior y nos metieron de nuevo en el fondo. ¿Dónde están esos miles de millones de dólares que nos prestó el FMI? No pueden ser encontrados en el país porque se lo fugaron o los tienen en cuentas offshore. Se la llevaron los grandes bancos privados, se fue en la bicicleta financiera, ¡y este Gobierno paga esta deuda en medio de la pandemia!

Contra sus recetas, el impuesto a las grandes fortunas, las nacionalización de todo el sistema de salud, la reconversión de la industria para las necesidades populares y el no pago a la deuda es la agenda que los trabajadores debemos imponer. Que toda empresa que cierre sea estatizada y puesta a producir por sus trabajadores. Éstas son las nuevas reglas que ellos tendrán que tragarse, así como nosotros masticamos durante años de neoliberalismo las basureadas empresariales, las privatizaciones y las mugrosas consultoras laborales.

Ellos nos plantean que es una locura tocar al 0,03 % de la población que son los más millonarios de los millonarios para poder ponerle impuestos progresivos, lo que significaría tener 15 mil millones para que se usen en salud y para salarios de cuarentena. Si eso es una locura, ¿por qué es tan normal discutir llevarse el 30 o el 40 % del sueldo de millones de trabajadoras y trabajadores?

Eso es lo que tienen que estar discutiendo las centrales sindicales, cómo defender nuestros intereses, cómo poner sobre la mesa nuestras recetas y no la de ellos, que es la de siempre: que paguemos nosotros.

Esta vez, que la paguen los empresarios.

 
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