¿Qué tiene que ver Twitter con los precios del petróleo? Nadie mejor que Donald Trump para responder a esta pregunta. En las últimas semanas el precio del petróleo se había hundido. La noticia más impactante fue la caída a valores negativos del crudo en los mercados a futuro de Estados Unidos a comienzos de esta semana lo que derrumbó el valor bursátil de las compañías energéticas que por si fuera poco están fuertemente endeudadas.
No es ningún secreto que el petróleo es tan sensible a las recesiones y depresiones económicas como a las crisis geopolíticas. Por eso, cuando la mancha venenosa amenazaba extenderse, apareció Trump y amenazó a Irán -cuando no por Twitter- con destruir cualquier embarcación que se acerque a la flota que Estados Unidos tiene estacionada en el Golfo. Esta “advertencia” fue en respuesta a supuestos incidentes menores entre la Guardia Revolucionaria iraní y buques norteamericanos sucedidos la semana anterior. Bastó el mensaje belicoso del presidente norteamericano para que se produjera el elusivo rebote en los precios del crudo. Aunque los números siguen siendo modestos, haber salido de la zona negativa llevó alivio a los mercados.
Es casi de manual que el aumento de tensiones en el Medio Oriente, que a esta altura equivale a las tensiones entre Estados Unidos e Irán, tiene como efecto inmediato la suba del precio del petróleo ante una potencial interrupción del suministro con la consecuente escasez. Para despejar cualquier duda sobre el objetivo de la amenaza contra Irán, casi en simultáneo Trump aseguró que nunca permitirá que caiga “la gran industria norteamericana del petróleo y el gas”, que bien valen entonces una provocación geopolítica de bajo riesgo.
Trump hizo su magia, pero la mayoría de los analistas coinciden en señalar que los efectos benéficos de esta picardía táctica están destinados a desvanecerse más temprano que tarde.
Por el inédito apagón económico debido a la crisis del coronavirus, que desde hace casi dos meses mantiene a más de un tercio de la humanidad en confinamiento más o menos estricto, la demanda del crudo se desplomó y difícilmente retorne a los niveles previos. Literalmente, el mundo está inundado de petróleo que nadie demanda por el momento y que está a punto de hacer colapsar las capacidades de almacenamiento. De ahí que los precios hayan caído en territorio negativo. Esta caída de la demanda se combina de manera poco feliz con una superproducción petrolera como consecuencia de la guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia de principios de marzo, que finalizó con una tregua endeble.
Se espera que los países productores, miembro de la OPEP y sus aliados, recorten la producción un 10% a principios de mayo, pero quienes estudian el mercado del crudo coinciden en señalar que está lejos de ser suficiente para compensar la caída en el consumo. En suma, el futuro del petróleo es tan incierto como el de la economía pospandemia.
Además de este efecto a cortísimo plazo, la amenaza de Trump contra Irán tiene una dimensión electoral y habla de cómo el imperialismo norteamericano pretende hacer frente a su decadencia hegemónica, acelerada con el coronavirus.
Hasta antes de la pandemia, Trump contaba con la economía para ganar la reelección en noviembre. Se tenía confianza frente a Joe Biden, un representante típico del establishment demócrata que había basado su campaña en el “retorno de una normalidad” neoliberal. Pero el coronavirus liquidó en dos meses los puestos de trabajo creados desde la crisis de 2008. Según las cifras del Departamento de Trabajo, en la segunda semana de abril, 4,4 millones de trabajadores habían aplicado para el seguro de desempleo. Es la quinta semana consecutiva en la que los nuevos desocupados se cuentan por millones. El número total de desocupados ya llegó a 26,5 millones. Para noviembre, algunos analistas estiman que podrían superar los 40 millones.
Junto con esto Trump respondió tarde y mal a la llegada del coronavirus. Primero militó en el bando negacionista. Después se erigió en abanderado de la rápida apertura de la economía al punto de ponerse al frente de las protestas de sectores de extrema derecha que se movilizan contra las medidas sanitarias. Y aunque quiera hacer responsables a los gobernadores –sobre todo a los demócratas- su presidencia inevitablemente cargará con los miles de muertos que dejará el Covid19.
Con una recesión de duración aún indeterminada, desempleo récord y, por ahora, ostentando el poco honroso título de epicentro de la pandemia, Trump cambió el chip de la campaña y volvió al “America First” recargado. Está en plena construcción del enemigo, una condición elemental para la política. En el plano doméstico el blanco móvil de esta semana son los inmigrantes. En el plano externo, Trump está escalando la retórica anti China, responsabilizando al gobierno de Xi Jinping por la propagación mundial del virus (al que le sigue diciendo “virus chino”). Además de reforzar las sanciones contra Cuba, Venezuela e Irán.
¿Estas amenazas contra Irán significan que ya hay en ciernes una guerra en el Medio Oriente? Esta es la misma pregunta que se hace el mundo desde que Trump retiró a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, auspiciado por Obama, las Naciones Unidas y las potencias europeas y eligió la vía de la “presión extrema” para lograr como mínimo más concesiones del régimen iraní sin dejar de lado el objetivo dorado del “cambio de régimen”.
En principio la respuesta es una vez más que no parece lo más probable. Según el Pentágono el tuit de Trump no fue una orden explícita de atacar a nadie.
Como era de esperar el régimen iraní respondió con un desafío. Reforzó la retórica antinorteamericana y puso en órbita el primer satélite militar. Claro que esto es un juego de imágenes porque el cóctel de las sanciones impuestas por Estados Unidos y la pandemia del coronavirus están haciendo estragos en el país persa. Por sus relaciones comerciales casi exclusivas con China, debido al embargo, Irán importó tempranamente el coronavirus que ya habría dejado al menos 5000 muertos. Y vio bloqueado por parte de la Casa Blanca un préstamo que había solicitado al FMI para adquirir equipamiento médico.
Pero que la probabilidad de una guerra sea baja no quiere decir que no exista. Las aguas peligrosas del Golfo Pérsico, donde conviven buques de guerra de Estados Unidos y otras potencias, con buques comerciales de distintos países, ofrecen oportunidades para el error de cálculo.
La crisis del coronavirus aceleró la decadencia hegemónica de Estados Unidos. Y eso lo aprovechan sus rivales, en particular China que en plena pandemia hace ostentación de “soft power” y juega por un rato a la hegemonía proveyendo suministros médicos a Europa y América Latina. Trump responde aumentando la presencia militar en el Mar del Sur de China. Son indicios de que en el mundo pos pandemia las rivalidades y la competencia entre potencias estarán al orden del día. |