El señor Castells hacía así un guiño al papel de la denominada “modernización” de las universidades, sin embargo, por debajo de esta retórica fetichista encontramos un modelo neoliberal que compagina la inversión en alta tecnología con la precariedad creciente del profesorado y personal investigador, así como la cada vez mayor degradación de la enseñanza y de los currículos académicos de los estudiantes. Apuntamos en este artículo, una sucinta pormenorización de algunos de estos elementos de la Universidad-Empresa que hacen a los docentes trabajar en peores condiciones y a los alumnos aprender menos.
La crisis por la que atraviesa la universidad no se originó con la pandemia, sino que se ha visto profundizada, sus detonantes, lejos de ser el virus, son las políticas neoliberales de la universidad para servir a los intereses de las grandes empresas. Estas reformas vienen de tiempo atrás y tienen su expresión más descarnada en el Plan Bolonia, impulsado por el mismo PSOE que ahora gobierna y que fue fuertemente contestado por el movimiento estudiantil. Unidas Podemos, lejos de haber cuestionado en algún momento este modelo, ha designado como ministro de universidades a uno de sus mas devotos defensores, el señor Castells.
Castells afirmaba que “es interesante ver como las universidades con un gran esfuerzo han hecho la transición [hacia la educación a distancia], lo cual crea una base para el futuro, para que seamos capaces de tener distintas modalidades de enseñanza” afirmando que las universidades han sabido dar una solución tecnológica y pedagógica a la altura. Sin embargo, la adaptación de la universidad a la nueva situación no se ha debido tanto a las nuevas tecnologías como a la improvisación y precariedad de los docentes. Los profesores ya arrastraban una precarización e inestabilidad laboral creciente que los obliga a adaptarse a cualquier situación, es en esta flexibilidad en la que se basa el modelo actual de universidad. En cuanto se cerraron las universidades, la universidad hizo recaer sobre los docentes, delegados y estudiantes, la continuación de las clases a toda costa, sin facilitar medios ni dar fórmulas de actuación.
Si prestamos atención a la evolución de las condiciones laborales en la universidad, encontramos una continua proliferación de nuevas fórmulas contractuales, en la que el personal funcionario es sustituido por trabajadores precarios, con el fin de ahorrar costes sobreexplotando al personal docente e investigador. Siguiendo el modelo estadounidense los docentes sufren un proceso de proletarización creciente para abaratar los costes de la universidad y hacerla más flexible a las necesidades de departamentales y a demandas variables del mercado, apostando por profesionales “desechables”. Esto conlleva que muchos de los docentes no puedan planificar una trayectoria vital estable.
Los datos hablan por sí solos: la edad media del profesorado en las universidades públicas del Estado Español ha pasado de los 46 a los 59 años entre 2007 y 2016. La reducción entre 2009 y 2016 de la plantilla fue del 5%, unos 5.000 profesores. El número de funcionarios se redujo de 53.000 en 2006 a 44.000 en 2016; incrementando el número de contratos temporales a 40.000 en 2016. La imposibilidad generalizada de desarrollar una Carrera Investigadora ha sido denunciada por la Federación de Jóvenes Investigadores.
Con el objetivo de continuar las clases la universidad ha empleado la tecnología que ya tenía, pero esto no ha supuesto para nada una alternativa a la docencia presencial y mucho menos ha seguido un criterio pedagógico, sino que se ha empleado como medio de salir al paso. Para empezar los estudiantes nos estamos viendo obligados a cumplir con gran parte de las funciones que debería cumplir la universidad, una de ellas es proveernos de material y recursos. La Universidad ha cerrado las bibliotecas, pero no las ha sustituido por un servicio on-line, tampoco ha liberado muchos de los recursos digitales de los que ya dispone, como revistas científicas, libros y manuales, que ella misma considera obligatorios en las guías docentes. Estos son elementos que, siguiendo un criterio pedagógico, debería haber puesto a nuestra disposición.
Por otro lado, y sin considerar la innegable brecha digital, los medios tecnológicos con los que contamos no son suficientes para impartir clases on-line, lo que depende de que los estudiantes debamos tomar un papel autodidacta, individualizando y haciendo mucho más lento el proceso de aprendizaje. Esto, sin embargo, no ha ido acompañado de una reducción de los contenidos, y mucho menos de una flexibilización de los plazos de entrega y fechas de examen.
Sin embargo, lo peor de todo no son realmente las fechas de exámenes, sino la metodología propia de la educación neoliberal. La aplicación del plan Bolonia pretende capturar los tiempos excedentes de los universitarios a través del sistema de créditos y la educación por “competencias”, obligándonos a realizar un trabajo cotidiano basado en la competitividad y en la “evaluación permanente”, esto es, una medición contante del proceso. Esto sólo se hace posible a través de una entrega sistemática de actividades, trabajos y tareas que precisan ser evaluados.
Con la pretensión tecnocrática de dar cuenta de un trabajo constante y cuantificable la docencia neoliberal actúa en detrimento de los contenidos sustantivos de las asignaturas, degradando la enseñanza y quitando coherencia a los programas docentes. Esta sobresaturación del tiempo del estudiante se ha visto acentuada con la educación a distancia, pues ya que el estudiante tiene que realizar el trabajo desde casa, hay que medir que lo esté realizando. Esto es completamente irracional pues no se puede reducir a un número cuantitativo-formal e individual, procesos colectivos cualitativo-informales.
Esta proliferación de distintas tareas, pruebas y sobrecargas burocráticas carece en la mayoría de los casos de sentido educativo y de fin pedagógico, solo buscan “medir” al estudiante y tratar de inculcar en él una actitud consistente en tratar de rendir cada vez más y competir con sus compañeros maximizando dichos indicadores cuantitativos. Al final la educación se reduce a una máquina de enseñar a rendir al máximo en dichos indicadores, y no a aprender colectivamente a dominar un determinado campo de conocimiento de manera holística.
Este ritmo de trabajo y la metodología que lo acompaña se ha convertido en insoportable durante la prolongación de la cuarentena. Los estudiantes han mostrado su hartazgo en las redes sociales exigiendo que se deje de evaluar sin sentido, de poner tareas y trabajos infinitos, y de incrementar los temarios. El ministro Castells ha cerrado filas en torno a un modelo pedagógico retrógrado, y a la sobreexplotación del profesorado. La absurda máquina de la universidad neoliberal no puede continuar como si nada sucediera, incrementando las tareas de los y las universitarias y tratando de aplastarnos completamente, los profesores e investigadores precarizados comparten intereses con nosotros en la mejora de la educación. Las demandas son claras: un apto general para que nadie se quede atrás y la devolución de todas las tasas. Luchemos por una universidad pública y gratuita, radicalmente democrática, gestionada por sus docentes, estudiantes y trabajadores. |