Imagen: Partisanos, 1945.
Tras décadas de fascismo, de soportar enormes penurias ocasionadas por la guerra y luego de 2 años de ocupación anglo-americana y alemana, el pueblo italiano conquistaba su libertad y expulsaba al invasor nazi por sus propios medios. Sin lugar a dudas, la enorme y extendida resistencia italiana, que logró poner en pie una milicia de más de 300 mil combatientes que lucharon por su libertad y motorizó un profundo proceso de autoorganización de las masas obreras y campesinas, aparece como uno de los grandes ejemplos revolucionarios de la historia. Creemos que el mejor homenaje a estos combatientes es no sólo recuperar la magnitud histórica de este proceso, -superando los relatos que reducen su lucha a la pugna para dirimir el tipo de gobierno entre dos regímenes políticos, el totalitarismo y la democracia-; sino intentar sacar conclusiones políticas de sus límites, avanzando en lecciones que sean útiles para la acción revolucionaria del presente.
Revolución y contrarrevolución en Italia
La participación italiana en la Segunda Guerra Mundial actuó como un potente acelerador de las contradicciones sociales en el país. Al régimen político opresivo, se sumaron las penurias y padecimientos propios de la guerra que llevaron al país a una situación de crisis económico- social aguda, tal como había sucedido a la salida de la Primera Guerra Mundial con el proceso que desembocó en la formación de consejos de fábrica en Turín. Así, a partir de 1942 se reactivó la lucha antifascista en las ciudades industriales del norte, que durante años había estado reducida a pequeñas células clandestinas con poca capacidad de acción. Así lo describe el historiador Toynbee: “el racionamiento y los ataques aéreos (…) servían para demostrar la incompetencia y corrupción del régimen. Desde principios de 1942, o sea, mucho antes del invierno decisivo de 1942-1943, mientras el público ordinario lamentaba la guerra de manera pasiva, empezaron a organizarse grupos activos de oposición. (…) En Turín y Milán habían sobrevivido, en todo el período fascista, las células comunistas. Los fracasos italianos y la resistencia rusa permitieron el florecimiento de estas células y se reestablecieron los antiguos lazos con los socialistas , especialmente en Milán y Génova. El centro de la resistencia comunista siguió siendo la fábrica de automóviles FIAT de Turín.” [1]
Esta resistencia pegó un salto luego de la batalla de Stalingrado, que no sólo impuso una nueva relación de fuerzas en el plano militar producto de la primera derrota alemana por parte del Ejército Rojo, sino un cambio en la correlación de fuerzas entre las clases, abriendo un período de lucha de masas en casi toda la Europa ocupada. En Italia esto significó en marzo de 1943 el estallido de un importante movimiento huelguístico que implicó a más de 100 mil trabajadores de las ciudades de Turín, Milán y Génova [2]
Este comenzó en la fábrica Mirafiori, de los talleres FIAT de Turín, donde los trabajadores exigían que se cumpliesen las promesas de indemnización a los obreros perjudicados por los bombardeos o que a causa de éstos quedasen desocupados: “fueron distribuidas octavillas en las que se pedía pan, paz y libertad. (…) El día 19 de marzo empezaron a cundir las huelgas por los talleres de las fábricas Caproni, de Milán y Breda, así como por las fábricas Pirelli. Cuando Mussolini y Bastianini
[3] fueron a Salszburgo en el mes de abril, Bastianini habló a Ribbentrop [4] de las huelgas de Turín y Milán como una de las razones por las que Italia no podía continuar la guerra. Fue la primera vez que la Europa del Eje presenció una formidable demostración obrera dirigida contra sus gobernantes.” [5].
Fue en este marco de derrota alemana en Stalingrado, ascenso de la lucha de clases y desembarco de las tropas inglesas y norteamericanas en Sicilia en julio de 1943, que la burguesía italiana resolvió “deshacerse” de Mussolini y apostar al recambio del personal político dirigente, destituyéndolo ese mismo mes para reemplazarlo por Badoglio, su antiguo mariscal, en un intento de “mantener el fascismo sin Mussolini”. La visión liberal ha tendido a presentar la caída de Mussolini como el producto de una crisis “en las alturas”, tal como lo expresa Henri Bernard, militar inglés y estudioso de las resistencias europeas: “la revolución de julio vino de arriba y no del pueblo. Fue la consecuencia directa de la derrota militar. En el desastre cayó Mussolini, abandonado incluso por la mayoría de sus colaboradores.” [6]
Por el contrario, tal como explica Fernando Claudín, esta política tenía el objetivo claramente preventivo de contener la emergencia de una salida revolucionaria a la crisis del régimen abierta. De hecho, la extensión de la lucha obrera no sólo impresionó a los jerarcas fascistas, sino al conjunto de la burguesía italiana: “todos ellos veían renacer en las huelgas el espectro proletario, un enemigo mucho más peligroso que los adversarios del otro lado del campo de batalla. La burguesía comprende con esas huelgas que el régimen fascista es incapaz de contener la cólera obrera y prepara su sustitución y la reorganización de sus fuerzas ‘democráticas’.” [7]
Este carácter preventivo del gobierno quedó de manifiesto en la política represiva que desplegó apenas constituido: “todo movimiento debe ser aplastado inexorablemente desde su origen […] las tropas actuarán en formación de combate, abriendo fuego a distancia, incluso con morteros y artillería, sin previo aviso, como si procedieran contra el enemigo” [8] se planteaba en un comunicado. Pero no obstante la represión del régimen, que en poco más de un mes se cobró la vida de 100 obreros mientras más de 2000 fueron encarcelados [9], comenzó a emerger un estado preinsurreccional en el norte del país, con huelgas que ya para ese momento no sólo planteaban reivindicaciones económicas ante el catastrófico deterioro de las condiciones de vida sino que exigían la liberación de los presos políticos y el cese de la guerra. La situación se agudizó luego del armisticio con los aliados anunciado por Badoglio en setiembre, lo que motorizó la invasión alemana en el centro y norte de la península. Siguiendo al historiador italiano Enzo Traverso, podríamos decir que en este momento el Estado italiano se “desmoronó”, dejando de existir una autoridad política y un Ejército centralizados, perdiendo la burguesía italiana el control militar del país. En este contexto, y ante la crisis de dominación burguesa existente, el gobierno de Badoglio fue incapaz de oponer resistencia alguna ante el avance de la invasión alemana, refugiándose junto con el rey en el sur al amparo de las tropas aliadas y dejando en manos del ejército alemán el combate contra el movimiento antifascista: “el 9 de septiembre, después de anunciar el armisticio concluido secretamente con los aliados, el rey y la familia real, el mariscal y un distinguido cortejo de generales y funcionarios, huyen de Roma, sin haber tomado la más mínima medida de defensa contra los invasores. Y pasará un mes más sin que Badoglio declare la guerra a Alemania. Al fin lo hará el 13 de Octubre bajo la presión del Alto Mando aliado.” [10]
Si bien algunas divisiones aisladas lucharon contra la invasión alemana que avanzó hacia Roma el 9 de Septiembre, la frustrada defensa de ésta estuvo a cargo del pueblo romano que resistió prácticamente solo en la Porta San Paolo, y esto porque el conjunto de los jefes del Ejército y la oficialidad asumieron, al igual que el nuevo gobierno, una posición absolutamente derrotista. [11]
Crisis orgánica y situación revolucionaria
Esta actitud derrotista de la burguesía italiana, -que nos deja mensurar la enorme dimensión de clase de su noción de patriotismo-, prefiriendo dejarse invadir sin resistencia antes que movilizar a sus tropas (no hablemos ya de hacer un llamado a obreros y campesinos para luchar) es en sí misma una significativa muestra del gran estado de crisis de dominación existente. En este sentido, consideramos que el concepto gramsciano de crisis orgánica resulta útil para traducir esta experiencia, ya que nos permite leer las características de una crisis no sólo económico-social, sino hegemónica, donde es el Estado en su conjunto el que se ve cuestionado: “En cierto momento de su vida histórica, los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales. Esto significa que los partidos tradicionales, con la forma de organización que presentan, con aquellos determinados hombres que los constituyen, representan y dirigen, ya no son reconocidos como expresión propia de su clase o de una fracción de ella. Cuando estas crisis se manifiestan, la situación inmediata se torna delicada y peligrosa, porque el terreno es propicio para soluciones de fuerza, para la actividad de potencias oscuras, representadas por hombres providenciales o carismáticos. (…) (produciéndose una) crisis de la hegemonía de la clase dirigente, producida o bien porque la clase dirigente ha fallado en alguna gran empresa política suya en la que ha pedido o impuesto por la fuerza el consenso de las grandes masas (como en el caso de una guerra) o bien porque vastas masas (…) han pasado súbitamente de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su inorgánico conjunto constituyen una revolución. Se habla de ‘crisis de autoridad’ y en esto consiste precisamente la crisis de la hegemonía, o la crisis del Estado en su conjunto.” [12]
La crisis que desató la caída del gobierno de Mussolini y su reemplazo por el mariscal Badoglio demostró que lejos de ser de coyuntura, una “crisis parlamentaria” ligada al cuestionamiento de sectores específicos del personal dirigente, era orgánica, una profunda crisis de dominación en que producto de la derrota italiana en la gran empresa de la guerra, que había exacerbado las penurias de las masas, se desató una creciente intervención de la lucha obrera que, combinada con la acción militar de amplias capas sociales, puso en jaque el ordenamiento político-social vigente. Ningún sector de la burguesía italiana fue desde julio de 1943 capaz de imponer ante las masas su propia voluntad, capaz de asentar un gobierno que suscitara consenso social. Por el contrario, la burguesía recurrió a soluciones de última hora, tal como la sustitución de Mussolini y el cambio de bando en la guerra, que no lograron aplacar el estado de lucha de clases ascendente. Bernard destaca que en el contexto de la invasión aliada a Sicilia -y la creciente ola de huelgas obreras en el norte, agregamos aquí- la burguesía italiana se dividió en tres alas, que por sus programas resumiremos en dos: por un lado, un ala liberal representada por los sectores antifascistas militantes, dirigidos por el ex primer ministro Ivanoe Bonomi, que pugnaban por reemplazar al Duce por Bodoglio, romper relaciones con Alemania e iniciar negociaciones con los aliados; y otro sector representado por importantes miembros del Partido Fascista, tales como el Ministro de Exteriores Galeazzo Ciano, que pugnaban por regenerar el partido manteniendo lo esencial del régimen político. [13]
Si bien a simple pareciera que el primer bando burgués logró imponer su propia salida, esto no cerró la situación de crisis de hegemonía abierta, con un Estado desmembrado crecientemente incapaz de proyectar su autoridad sobre el conjunto de la sociedad. Tal como plantea Traverso, luego de la doble invasión anglo-americana y alemana, -seguida esta última de la huída de la monarquía y el gobierno de Badoglio al sur dominado por fuerzas militares aliadas-, la continuidad de este Estado fue preservada simbólicamente por la Monarquía, mientras que Mussolini por su parte estableció la República Social Italiana, -llamada República de Saló por el nombre de su capital-, sostenida por las fuerzas alemanas. Así “la Monarquía y el régimen de Saló no [podían] existir sino en virtud de la ocupación aliada y alemana, sin una legitimidad verdadera.” [14]
Ahora bien, tal como plantea Gramsci, no toda crisis orgánica desemboca en una revolución. En su artículo Análisis de situaciones. Relaciones de fuerza, diferenciando entre los movimientos or-gánicos, relativamente permanentes, y los movimientos coyunturales, de carácter ocasional e inmediato, precisamente planteaba que “el error en que se cae frecuentemente en el análisis histórico-político consiste en no saber encontrar la relación justa entre lo orgánico y lo ocasional.” [15]
Así, para que se produzca una crisis or-gánica es necesario que la rup-tura englobe a las clases fundamentales, es decir, a la clase dominante, por una parte, y a la clase que aspira a la dirección del nuevo sistema hegemónico, por la otra; y para que esta crisis desemboque en una revolución es necesario que esté desarrollada una fuer-za que exprese el cambio subjetivo de la clase revolucionaria: “El elemento decisivo de toda situación es la fuerza per-manen-temente organizada y predispuesta desde largo tiem-po, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable sólo en la medida en que una fuerza tal existe y está impregnada de ardor com-bativo). Es por ello una tarea esencial la de velar sis-temática y pacientemente por formar, desarrollar y tor-nar cada vez mas homogénea, compacta y consciente de sí misma esa fuerza.” [16]
Este análisis pondera el elemento subjetivo, político, de dirección de las clases en pugna, en tanto determinante para el asentamiento de una revolución. Volveremos más adelante sobre esta cuestión, pero nos interesa apuntar que, tal como demostraremos en este caso, el peso de este factor en tanto desenlace no da por obturadas las tendencias previas que configuraron la situación revolucionaria, incluido el curso de ruptura con el sistema social adoptado espontáneamente por sectores de las masas. Trotsky, analizando la derrota de la revolución española, -centrándose en la relación entre la vanguardia proletaria y su dirección política-, planteaba que “el camino de lucha seguido por los obreros cortaba en todo momento bajo un determinado ángulo el de las direcciones y, en los momentos más críticos, este ángulo era de 180º.” Es decir que, en determinadas circunstancias, las acciones emprendidas por sectores de las masas tienden a adquirir una orientación revolucionaria a pesar y en contra de su propia dirección [17], profundizando una situación revolucionaria que no se resuelve como revolución social triunfante.
En el escenario italiano, la crisis que se desató con la derrota de los ejércitos ítalo-alemanes del frente africano en Túnez, en mayo de 1943, seguida del desembarco aliado en Sicilia en julio del mismo año y la posterior invasión alemana, desmembró la unidad burguesa entre el bando anti-fascista, apoyado en los aliados, y el pro-fascista, apoyado en las fuerzas militares alemanas, generando las fisuras que posibilitaron la emergencia de la autoactividad de las masas, tanto a nivel económico-político como militar. Se combinaron, por lo tanto, una profunda crisis nacional signada por la derrota militar, la catástrofe económica y la doble invasión; una profunda crisis social y política de la burguesía y su sistema de dominación y la acción crecientemente independiente de la clase obrera de las ciudades del norte y el centro, el campesinado y sectores de la pequeño-burguesía que se enrolaban en la resistencia armada; dando como resultado la apertura de una situación revolucionaria.
Lucha por la liberación nacional, doble poder y guerra civil
Ya desde noviembre de 1943 la lucha contra la invasión alemana llevó a que el movimiento de masas y la resistencia armada adquirieran un carácter generalizado en el norte. “En numerosas ciudades se repitió el mismo escenario: Turín, Milán, Roma, Génova, Bolonia, Florencia. Los obreros comenzaban a armarse, con la tácita complicidad de los estratos inferiores del ejército, listos a jugarse el todo por el todo no sólo contra la invasión alemana sino por la conquista inmediata de la paz.” [18] El PCI lanzó el llamado a integrar la Guardia Nacional para combatir la invasión alemana, al que acudieron los obreros de las grandes ciudades por millares. Tal como relata Paolo Spriano en su Historia del Partido Comunista Italiano, en esos momentos, dirigiéndose al prefecto de la ciudad para pedir armas, un obrero de la Breda de Milán dijo: “Los alemanes han tenido una derrota decisiva en Stalingrado; nosotros, obreros, queremos hacer de Milán la Stalingrado de Italia.” [19] Y casos como ese se multiplicaban. Ante la inacción del gobierno de Badoglio, las masas tomaron la iniciativa en la lucha contra la invasión alemana, adquiriendo la acción armada una envergadura cada vez más importante, convirtiéndose, en palabras de Arnold J. Toynbee, en “el movimiento más notable de su clase en la Segunda Guerra Mundial.” [20]
Al margen del gobierno de Badoglio se crearon el Comité de Liberación Nacional (CLN), con sede en Roma, y el Comité de Liberación Nacional de la Alta Italia (CLNAI), con sede en Milán, con el objetivo de coordinar y centralizar las acciones armadas. Estos comités, que tenían un contenido policlasista al estar formados por partidos burgueses y obreros -el Partido de Acción (liberal), el Partido Comunista, el Partido Socialista, la Democracia Cristiana, entre otros-, centralizaron las acciones de resistencia armada y terminaron siendo reconocidos tanto por el gobierno de Badoglio como por los aliados, una vez que éstos últimos obtuvieron, a expensas del Partido Comunista Italiano, la garantía de que luego de la liberación les sería cedida toda autoridad.
Por el gran nivel de desarticulación del aparato militar del estado italiano estos comités se vieron llamados a convertirse, más allá de su contenido policlasista y la orientación política de sus direcciones, en canales de organización de una resistencia obrera y campesina que crecía espontáneamente, centralmente en los poblados y ciudades del norte del país. En este sentido, a la vez que por su política estos actuaron estratégicamente como un freno al desarrollo de la revolución, fueron al mismo tiempo una expresión del enorme nivel de autoactividad alcanzado por las masas en el terreno político-militar, y en muchos casos esta contradicción los llevó a adquirir una orientación mucho más radical que la pretendida por sus propias direcciones.
El Partido Comunista, el Partido Socialista y el Comité de Liberación Nacional de la Alta Italia (CLNAI), hicieron para mediados de 1944 un llamado a la huelga general en la zona ocupada por los alemanes en la que participaron más de 1 millón de obreros -siendo la mayor huelga en toda la Europa ocupada por los nazis y alcanzando en Turín una extensión de 8 días [21]. Así, “la tradición combativa del proletariado turinés resurgía con el máximo vigor después de dos décadas de adormecimiento,” [22] tal como describe Eduardo Viola. Mientras tanto, el movimiento guerrillero se seguía desarrollando y alcanzó para ese momento unos 100 mil combatientes. Así lo describía Luigi Longo, dirigente del PCI: “debido a la gran envergadura del movimiento de masas, en muchas regiones había de hecho dualidad de poder: los órganos de las autoridades fascistas, que se desacreditaban cada vez más, y los órganos de poder antifascista, que existían de manera ilegal pero gozaban de gran popularidad entre la población. Y además de estas regiones en donde existía la dualidad de poder, durante todo el período de la ocupación nazi hubo otras zonas en el norte de Italia completamente liberadas de las autoridades fascistas, alemanas o italianas. Estaban dirigidas por organismos democráticos de poder, elegidos libremente bajo la protección de las fuerzas guerrilleras.” [23] Efectivamente, los comités de liberación acentuaban su poder a escala local y provincial tomando iniciativas independientes del gobierno de Badoglio que fueron creando una situación embrionaria de doble poder.
Si para el marxismo la característica fundamental del Estado es el monopolio de la violencia por parte de la clase dominante dentro de un territorio delimitado, esto era precisamente lo que se ponía en cuestión con el desarrollo de esta dinámica en curso, poniendo a la orden del día la cuestión de qué clase detenta el poder .
Esto había sido analizado en profundidad por Trotsky en la revolución de febrero de 1917, que había inaugurado un período transicional de doble poder al coexistir el Gobierno Provisional burgués con los soviets de obreros, campesinos y soldados, dejando planteada la cuestión de qué clase detentaba el poder efectivamente. Según Pierre Broué, una de las principales conclusiones extraídas por Trotsky para el análisis de las dos grandes revoluciones de la historia, la francesa y la rusa, precisamente consistía en “la constatación de que las contradicciones sociales, en el desarrollo de la revolución, se estabilizan y se desestabilizan bajo la forma de situaciones de ‘doble poder’ en una curva ascendente, primero, descendente, luego. En cada caso, la cuestión de la hegemonía entre los dos poderes en conflicto está dirigida por la fuerza o, si se prefiere, por una ‘guerra civil’, por breve que ella sea.” [24]
Será a partir de la experiencia de la revolución rusa que Trotsky profundizará en un esquema de análisis teórico del doble poder como episodio transitorio de la dialéctica de clases en los momentos revolucionarios: “La mecánica política de la revolución consiste en el paso del poder de una a otra clase. (…) Pero no hay ninguna clase histórica que pase de la situación de subordinada a la de dominadora súbitamente, de la noche a la mañana, aunque esta noche sea la de la revolución. Es necesario que ya en la víspera ocupe una situación de extraordinaria independencia con respecto a la clase oficialmente dominante; más aún, es preciso que en ella se concentren las esperanzas de las clases y de las capas intermedias, descontentas con lo existente, pero incapaces de desempeñar un papel propio. La preparación histórica de la revolución conduce, en el período prerrevolucionario, a una situación en la cual la clase llamada a implantar el nuevo sistema social, si bien no es aún dueña del país, reúne de hecho en sus manos una parte considerable del poder del Estado, mientras que el aparato oficial de este último sigue aún en manos de sus antiguos detentadores. De aquí arranca la dualidad de poderes de toda revolución. “(…) La dualidad de poderes surge allí donde las clases adversas se apoyan ya en organizaciones estables substancialmente incompatibles entre sí y que a cada paso se eliminan mutuamente en la dirección del país. La parte del poder correspondiente a cada una de las dos clases combatientes responde a la proporción de fuerzas sociales y al curso de la lucha.” [25]
Tomando a Trotsky, consideramos que el desarrollo del doble es precisamente la expresión de la maduración del estado de guerra civil existente en Italia, donde la clase obrera y el campesinado no sólo enfrentaron militarmente al minoritario sector de la burguesía italiana nucleado alrededor del proyecto neofascista de “La República de Saló” sino que, consolidando su propio poder, de hecho se oponían abiertamente a los intereses del conjunto de la burguesía italiana que buscaba por todos los medios, tanto políticos como militares, contener la emergencia de la revolución.
El Partido Comunista Italiano: hacia la unidad nacional
Mientras el doble poder avanzaba como resultado de la creciente iniciativa político-militar de las masas, un enorme dique de contención comenzaba a delinearse producto de la orientación política que iba adoptando el PCI.
Este, desde fines de 1943, lejos de desplegar una estrategia tendiente a empoderar al incipiente poder obrero-campesino fijó una orientación cuyo objetivo era el fortalecimiento del tambaleante poder burgués, promoviendo un gobierno de unidad nacional junto con Badoglio. Pasó así de plantear que: “sería un error (…) grave, en sentido oportunista, subestimar la importancia del problema de la dirección política en el complejo de fuerzas dentro del cual actúa la clase obrera, y por una mala entendida unidad acceder a las exigencias de las fuerzas reaccionarias, cuyos representantes son Badoglio y la monarquía, a las cuales puede reconocérseles una función auxiliar pero no directiva en la lucha contra el fascismo y por la liberación nacional” [26] ; a integrar el gobierno dirigido por esas mismas fuerzas, poniendo el acento en la necesidad de la unidad nacional entre las clases. Cuestión que es fundamental para comprender el rumbo político adoptado por sectores de las masas, ya que como señalan todos los historiadores del período, entre ellos el italiano Aurelio Lepre “ya antes de que la guerra hubiese terminado, el PCI, no tanto por cantidad de afiliados, sino por capacidad de influir directamente en modo capilar y profundo sobre vastos estratos de la población, se había convertido en un gran movimiento de masas, y había contribuido a crear la realidad política en la cual habría debido moverse en la postguerra.” [27]
Gracias a la campaña emprendida por el PCI, en abril de 1944 todos los partidos antifascistas entraron en el gobierno presidido por el ex mariscal fascista, – al igual que lo harán luego de la liberación de Roma con el gobierno de Bonomi-. Esta política del PCI, conocida como “la volta de Salerno”, fue promovida por Togliatti, -máximo dirigente del PCI, recientemente llegado a Italia desde Moscú- en directa obediencia de las directrices fijadas en la “Declaración sobre Italia” emitida a fines de 1943 tras la Conferencia de Moscú de los “tres grandes” -la URSS, Estados Unidos y Gran Bretaña-, donde se recomendaba que fuesen incluidos en el gobierno “representantes de aquellos sectores del pueblo que se han opuesto siempre al fascismo” [28]. Esta política tendía a dotar de legitimidad a un gobierno debilitado como una precondición necesaria para contener el proceso revolucionario en curso. Así lo expresó claramente Togliatti en su primer discurso público al llegar a Italia: “hoy no se plantea ante los obreros italianos el problema de hacer lo que se hizo en Rusia (…) nosotros debemos garantizar el orden y la disciplina en la retaguardia de los ejércitos aliados.” [29]
La política del PCI se enfrentó ante el creciente avance del doble poder, y tendió a encauzarlo y subordinarlo a la línea gubernamental y comenzó a abogar por que “los comités de liberación nacional, en lugar de ser mantenidos al margen (sean) reconocidos, evitando claramente un desdoblamiento de poderes, (…) asegurando la participación activa de todas las fuerzas democráticas y antifascistas al esfuerzo organizado que el país debe realizar” [30] . Para terminar de maniatar la iniciativa de los comités de liberación y evitar su desarrollo como embriones de los futuros instrumentos del poder de postguerra, el PCI impulsó la firma del Protocolo de Roma entre el CLNAI y el Mando Superior Aliado en el Mediterráneo y, posteriormente, con los representantes del gobierno de Bonomi, en el que se establecía que el CLNAI ejercería todas las funciones gubernamentales en la parte ocupada del país hasta la liberación mientras que a su vez se comprometía a acatar las instrucciones de los angloamericanos en el curso de la guerra, a nombrar como jefe militar del ejército guerrillero un ‘oficial secreto’ de los aliados y a seguir sus directivas hasta la liberación del territorio. [31]
Fue estrictamente en función de la política de contener el avance del doble poder y la profundización del proceso revolucionario en curso que los aliados decidieron, -con el acuerdo del gobierno italiano integrado por el PCI-, en noviembre de 1944 cuando ya había sido liberada Roma de los alemanes, paralizar su avance y dejar librados a su suerte a los partisanos que combatían en el norte, permitiendo a las tropas hitlerianas y mussolineanas consagrarse durante todo el invierno a la lucha contra la Resistencia, tal como plantea Claudín [32], “El general Alexander, comandante en jefe de las fuerzas aliadas, ordenó a los guerrilleros cesar toda operación hasta la primavera, enterrar las armas y dedicarse a escuchar las emisiones de radio del cuartel general aliado. El CNLAI y el Estado Mayor del ejército guerrillero no acataron las órdenes de Alexander, y decidieron proseguir la lucha.” [33]
La política de los aliados, tendiente a contener el desarrollo del movimiento partisano, precisamente tuvo el efecto contrario, ya que en estos momentos adquirió un carácter masivo, contando con alrededor de 300 mil combatientes [34] , tomando sus acciones independientes un impulso notable. Y esto porque ante las múltiples ofensivas desatadas por las tropas alemanas y los fascistas combatientes de la “República de Saló”, ante las que no tuvieron iniciativa militar alguna los ejércitos aliados, el gobierno de Bonomi [35] ni los partidos antifascistas del centro y sur del país, toda la defensa quedó en manos del ejército guerrillero y la combativa clase obrera del norte, “demostrando que no sólo eran el ‘poder legal’ sino el ‘poder real’ de la Italia industrial”. [36]
Una orden emitida por Kesselring, comandante alemán en jefe del frente de Italia, nos da una muestra de esta situación: “la actividad de los guerrilleros sigue en aumento. Ahora actúan en regiones hasta aquí libres de su presencia. Los actos de sabotaje son cada día más frecuentes y nuestros transportes tropiezan con más y más obstáculos. Esta peste debe desaparecer totalmente. Además, las bandas guerrilleras tienen un servicio excelente de información y el apoyo de la población que les da cuenta de los movimientos y preparativos de nuestras tropas. Como primera medida, ordeno la realización de una semana antiguerrillera (…) [que] demostrará a las bandas cuál es nuestra potencia y la represión será implacable.” [37] Así, la guerra civil en curso en Italia se fue profundizando al calor tanto de la agudización de la ofensiva alemana, como de la táctica de parálisis aplicada por los aliados y el gobierno italiano, acentuando las acciones independientes de las masas que consolidaron el doble poder.
Las masas conquistan su libertad en el norte
Tomamos a Traverso cuando plantea que la guerra civil surge precisamente de la ruptura del monopolio de la violencia dentro de un Estado, que habilita la emergencia de una situación en la que no son Estados los que combaten sino bandos al interior de un mismo Estado. En el caso italiano los “bandos”, lejos de lo que ha pretendido imponerse, eran fuerzas sociales, de clase, que expresaban intereses antagónicos, y este carácter se mantuvo pese a la política de unidad nacional impulsada por los partidos antifascistas.
De hecho, cuando a mediados de abril de 1945, una vez que Alemania ya estaba prácticamente derrotada militarmente, los aliados iniciaron la ofensiva en la llamada línea gótica [38], producto de la gran envergadura que ya habían adquirido las acciones de las masas a esta ofensiva se le adelantó una insurrección generalizada que, combinando la lucha armada con huelgas insurreccionales, liberó todas las grandes ciudades y la mayor parte del territorio del norte antes de la llegada de las tropas aliadas. Así lo describía Luigi Longo: “más de 300 mil guerrilleros iniciaron a principios de abril de 1945 los combates activos en el norte de Italia y una tras otra liberaron Bolonia, Módena, Parma, Piacenca, Génova, Turín, Milán, Verona, Padua, y toda la región de Venecia, antes de llegar las tropas aliadas. Los guerrilleros salvaron las empresas industriales y las comunicaciones que los alemanes se preparaban a destruir, hicieron decenas de miles de prisioneros y se apoderaron de considerable armamento. Los guerrilleros establecieron en todos los lugares el poder de los Comités de Liberación Nacional y ejecutaron a los principales cabecillas del fascismo italiano (…) Durante diez días, hasta la llegada de las tropas y las autoridades aliadas, los comités de liberación nacional dirigieron en el norte de Italia toda la vida política, social y económica. El servicio de policía corrió a cargo de las unidades guerrilleras no ocupadas en las operaciones militares de persecución y desarme de las unidades alemanas.” [39] De la misma forma, Guido Quazza escribe “Antes del 25 de abril, por diez días, las masas populares ejercitaron el poder real en el norte de Italia, las tropas aliadas estaban aún lejos, y por algo de tiempo disponían del apoyo entusiasta de la mayoría de la población, del control de las fábricas, de una gran revuelta campesina en numerosas zonas.” [40]
Como vemos, durante los días transcurridos entre la liberación de las ciudades del norte y la llegada de las tropas aliadas, el poder estuvo en manos de los comités de liberación, que de hecho era en manos de la clase obrera y los sectores populares, que contaban con un ejército propio nada menos que de 300 mil combatientes. Es por esto que hablamos de la existencia de doble poder, donde significativos sectores de la clase obrera, del campesinado y los sectores populares de las ciudades y poblados del norte experimentaron “una situación de extraordinaria independencia con respecto a la clase oficialmente dominante”, donde si bien éstos “no [eran] aún dueños del país, [reunían] de hecho en sus manos una parte considerable del poder del Estado, mientras que el aparato oficial de este último [seguía] aún en manos de sus antiguos detentadores.” En este punto, teniendo en cuenta el desarrollo del proceso social, nos parece interesante tomar del pensamiento de Gramsci en torno al “análisis de situaciones, relaciones de fuerzas” la noción del momento político-militar de la lucha de clases como estadio avanzado y decisivo de la misma, donde las clases explotadas han superado su conciencia económico-corporativa y se elevan al terreno más abierto de lucha social.
El paradigma histórico que presenta Gramsci para este caso es el de la opresión militar de un Estado sobre otro, cuestión que pone a la orden del día el problema de qué clase hegemonizará la lucha por la liberación nacional. Trotsky en muchos de sus análisis sobre la guerra de liberación nacional reiteró que esta es “bolchevismo en potencia”, en el sentido de que permite al proletariado acaudillar al resto de las clases explotadas y elevarse como sujeto hegemónico dando realización a las grandes tareas históricas planteadas. Consideramos que en Italia se creó desde el primer momento un lazo orgánico entre esta lucha y la de clases, por el rol hegemónico del proletariado tanto en las ciudades como en las milicias partisanas. Y este fue precisamente el carácter que las direcciones de los Comités de Liberación Nacional tendieron a diluir, dando a la lucha un carácter patriótico de unidad nacional. Por eso el propio Togliatti tuvo que insistir en varias oportunidades sobre el carácter que para el partido debía asumir la lucha armada. Así, en su directiva sobre la guerra partisana del 6 de junio, señaló al respecto que: “Debe recordarse siempre que la insurrección que nosotros queremos no tiene el objetivo de imponer transformaciones sociales y políticas en sentido socialista y comunista, sino tiene como objetivo la liberación nacional y la destrucción del fascismo.” [41]
No obstante este enorme freno estratégico a la revolución, en la medida en que la dirección del proletariado no se proponía tomar el poder sino reconstituir la democracia burguesa, la acción espontánea de las masas demostró hasta último momento el carácter de clase de su lucha. Tal como plantea Paolo Secchia en torno a la insurrección que precedió a la liberación de las ciudades del norte: “los proyectos insurrecciónales de los cuales el PCI disponía desde tiempo atrás vieron aplicación en abril de 1945, pero en la mayoría de los casos el movimiento de masas fue muchísimo más rápido que estos planes. En la práctica, los partisanos aparecieron por doquier antes de la hora fijada.” [42]
Según se plantea en el artículo “La guerra partisana en Italia”, esto demostraba la gran autonomía de la que gozaban las formaciones a pesar de los intentos por someterlas: “en los mismos tiempos también las masas obreras entraron en acción. El 18 de abril inició la huelga en Turín; entre el 21 y el 23 se insurreccionó Modena, Bolonia, Ferrara, Regio Emilia, La Spezia. Entre el 23 y el 27 se liberó Génova y el 25 Milán. En Piamonte el llamado a la insurrección se había proyectado hasta el 26 de abril, pero fue liberada por los obreros desde antes del arribo de los partisanos. Es importante hacer notar que en Piamonte, centro industrial más importante de Italia, la espera, o más bien dicho la pasividad del PCI para dar paso a la acción insurreccional no fue causal. Los ‘titubeos’ fueron correspondientes a los intentos de contener y desviar un levantamiento en líneas de clase que espontáneamente estaba desarrollándose.” [43]
De hecho, tal como plantea Paolo Secchia, la insurrección general fue una política impuesta al PCI por el propio estado de ánimo y resolución de las masas, que obligó al PCI a ponerse al frente a fin de contener la lucha en los límites para ellos admisibles. La dimensión en que los dirigentes del PCI advirtieron el peligro de que las masas pudieran salirse de su control se puede sintetizar en las siguientes palabras del discurso de Togliatti de febrero de 1945: “Al momento de la liberación del norte, nosotros nos encontraremos de frente a la situación más difícil de estos últimos años. En las masas surgirá la gran expectativa creada (…) de nuestra propaganda. Pero se creará también la psicología que habrá de decir a las masas: es la paz, el esfuerzo de la guerra ha terminado, los sacrificios también. Entonces todos los problemas inmediatos económicos y políticos quedaran expuestos de manera más critica de lo que ya es hoy.” [44]
Quizás la mejor prueba del estado de independencia alcanzado por las masas está dado por la política que desplegaron los aliados al llegar a las zonas liberadas: “la administración militar angloamericana declaró el estado de guerra en el norte de Italia. Abolió todas las disposiciones democráticas de los comités de liberación nacional y destituyó del aparato dirigente a los que contaban con la confianza del pueblo, sustituyéndolos por funcionarios reaccionarios. Devolvió a los monopolistas y terratenientes la propiedad que se les había confiscado. Los ocupantes desarmaron a los destacamentos guerrilleros y disolvieron el comité de liberación nacional del norte de Italia.” [45] . Que el nivel de autoorganización alcanzado por las masas del norte italiano debiera ser sofocado mediante la acción político-militar de los ejércitos aliados es una muestra de su enorme desarrollo, de la misma forma que lo es el hecho de que hayan sido los partisanos y obreros quienes con sus propias fuerzas liberaron las ciudades del norte días antes de su llegada.
Reproducimos el artículo, en su completa extensión, publicado originalmente en el Blog de Debate del Instituto de Pensamiento Socialista Karl Marx. |