Dialogamos con Valeria Silvina Pita a partir de su artículo “Fiebre amarilla, habitaciones colectivas y disputas por derechos. Buenos Aires, 1871”, publicado en la compilación Vivir con lo Justo, Estudios de historia social del trabajo en perspectiva de género Argentina, siglos XIX y XX, por Prohistoria Ediciones en el año 2016. En este libro también escriben Andrea Andújar, Laura Caruso, Florencia Gutiérrez, Silvana Palermo, Cristiana Schettini, sobre diversos temas relacionados al mundo del trabajo en Argentina desde finales del siglo XIX, hasta el primer gobierno peronista.
Si bien tus investigaciones suelen estar centradas en los estudios de género, en este caso no primó una lectura desde este foco. Tu trabajo retoma las experiencias de vida de trabajadores y sectores populares. ¿Por qué decidiste investigar la epidemia desde esta óptica?
Cuando comencé a pensar en la epidemia de fiebre amarilla la pensé como un tiempo y un momento de conflicto social muy explícito, abierto y registrado. Me parecía que era una ocasión excepcional para pensar dónde tenían lugar los conflictos sociales, de un modo muy visible y a diferencia de las épocas donde la enfermedad no era el centro de la vida de la ciudad. Entonces, durante la epidemia se podían percibir con mucha nitidez los conflictos sociales que atravesaban a las relaciones entre autoridades y trabajadores y trabajadoras.
Yo ya venía trabajando hace un tiempo, estudiando experiencias sociales de trabajos de mujeres, que se presentaban públicamente sin esposo y que estaban a cargo de sus hijos y muchas veces también de sus padres. Ese sector era muy importante en el siglo XIX, ya que los hombres muchas veces estaban movilizados en los frentes de batalla, lo que hacía que las uniones no estuvieran normatizadas por un matrimonio permanente. Yo había registrado que estos sectores vivían en habitaciones colectivas, en donde se daba una circulación entre trabajo y habitación.
Por otro lado, la reciente municipalidad de Buenos Aires intentaba poner su presencia y sus intervenciones allí. Entonces, pensando al ras de la experiencia social de varones y mujeres, es que me acerqué a pensar esa epidemia. En ese foco, el género no quedó estructurado en el centro de la pesquisa, mi intención principal era buscar esas relaciones, tensiones y negociaciones que se daban en el orden de lo cotidiano, durante un tiempo que no era común y silvestre. Si hoy volviera a estudiarla, seguramente preguntaría no solo por varones y mujeres sino también por las construcciones culturales de la diferencia sexual y cómo el género como categoría relacional jugó papeles centrales.
¿A qué tipo de fuentes recurriste y por qué?
Creo que siempre que se les haga una buena pregunta a las fuentes, estas se convierten en material para la historia social. En este caso yo usé la prensa política y la crucé con la evidencia de los registros que había en el fondo documental del archivo histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Allí había denuncias colectivas, informes de diferentes funcionarios municipales, incluso una sección que se llama “servicios públicos” donde daban cuenta de lo que iba pasando diariamente, los jueces de paz, los inspectores vecinales, los propios vecinos, los administradores de las casas colectivas, etc. En fin, un material riquísimo para pensar históricamente y sobre todo para pensar desde la historia social.
A partir de tu trabajo podemos ver cómo la epidemia de fiebre amarilla de 1871 impactó de forma disímil en las distintas clases sociales. ¿Por qué se dio esto?
Para una historiadora social no hay procesos históricos que puedan englobarse como democráticos o que suspendan las diferencias sociales. El impacto junto con las maneras en que se vive y se percibe lo que se vive, tienen que ver con el lugar que cada sector ocupa en la sociedad. En términos de clase, de género, de raza, étnicos y generacionales la epidemia tuvo una incidencia peculiar en cada uno de estos cruces. Se demuestra de este modo, que en la Ciudad de Buenos Aires había clases sociales, había conflictos de clase, y que aunque hubiera muertes en todos los distintos sectores sociales, había recursos que tenían unos pero no otros. Por ejemplo, muchos de los más ricos de la ciudad pudieron escapar inicialmente, al menos, de la epidemia porque tenían sus casas de campo y gente que los cuidaba. El mosquito también llegó a esas zonas. Pero no de la misma manera. En ese sentido las y los trabajadores que vivían hacinados no solo no pudieron escapar fácilmente de la fiebre amarilla, de los sitios que habitaban ni de sus condiciones de vivienda y convivencia, sino que tampoco tenían los mismos cuidados ni pudieron estar en todos los casos acompañados por sus familiares, como vemos en el caso de los inmigrantes italianos.
¿Cómo crees que se puede analizar la pandemia hoy desde el punto de vista social y de clase?
Para mi la historia no enseña sobre el presente y por eso me cuesta pensar la pandemia de hoy desde este lugar. Sin embargo, creo que nos permite tener una lección metodológica a quienes hacemos historia, que es captar esta tremenda indeterminación que nos abarca y llevarla hacia el pasado. Es decir, tratar de hacer historia desterrando del hacer el resultado de lo que estamos investigando, captando, en ese sentido, la indeterminación.
Por otro lado, hoy también se ponen en primer lugar ciertas tensiones, porque las epidemias, las pandemias y las enfermedades son ventanas privilegiadas para observar y detenerse a reflexionar sobre las enormes diferencias sociales que existen actualmente. Y cómo también se aceleran los procesos de exclusión social, los fenómenos racistas, xenófobos y violentos hacia las mujeres y los cuerpos feminizados, que estas situaciones muchas veces generan o amplifican. |