Soy Laia Forner, tengo 35 años y soy auxiliar de geriatría en una residencia de ancianos pequeñita de Barcelona. Y si, soy parte de esta gran masa de población que se ha quedado trabajando en tiempo de Estado de alarma.
Hace unas semanas en el programa de Risto Mejide un médico denunciaba la sobre-carga de trabajo del personal sanitario. Con las miles de bajas por contagio de la Covid-19 en los hospitales de la sanidad pública, la plantilla que continúa aguantando en pie se ve obligada a doblar turnos, trabajando más de 24 horas seguidas, cargando horas y horas con el agobio de los EPIs reciclados y sin apenas momentos de descanso. Todo esto por no hablar de que en las primeras semanas a muchas se les acortaba la baja para volver a trabajar durante la segunda semana de cuarentena.
Al ver esto, nuestra directora de la residencia tomó la decisión de cambiar enseguida de canal. No me queda muy claro si lo hizo para no meter más miedo a los abuelos y abuelas o porque nosotros no cogiéramos conciencia del sobre esfuerzo al que estamos sometidas, humm!. Tarde, muy tarde.
Y es que a los pocos días, y a causa de las bajas por cuarentena de algunas de nuestras compañeras de la resi, la dirección nos reunió a todas y nos informó/obligó a que toda la plantilla tendría que acudir a sus puestos de trabajo cada día. En nuestros días de descanso tendríamos que sustituir a nuestras compañeras. Una medida que nos exponía todavía más a infectarnos, pero sobre todo a contagiar a los que se supone que tenemos que cuidar, nuestras abuelas y abuelos.
Nos plantamos ante una medida que no hacía más que perjudicar a nuestro equipo y a todos los residentes. Dijimos que no, que de ninguna forma nos expondríamos más de lo que nos toca por estar en primera línea.
La dirección nos espetó con un discurso con el que ya contábamos que nos atacaría, que se trata de una situación excepcional y que los abuelos y abuelas tienen que continuar siendo atendidos. Chantaje emocional en vena. Pero no, precisamente, por la situación excepcional que implica la Covid-19 nos parece algo irresponsable tener que jugarnos la salud cada jornada, más de doce horas al día para, en lugar de proteger, arriesgar la vida de los residentes.
Nos mantuvimos, y continuamos haciéndolo cada día, en que no habría coberturas de turnos. La dirección no pudo imponer su afán de mantener sus beneficios por encima de nuestra salud y la de los residentes. Si las direcciones y los gerentes de las residencias privadas quieren seguir ganando dinero a espuertas, tendrán que arremangarse ellos.
Pero es que además, desde las direcciones de las residencias privadas tampoco parece que se estén poniendo las pilas, como no podía ser de otra forma. Son nuestros abuelos y abuelas, si, pero nosotros no somos heroínas. Es más, ahora ya somos la principal amenaza de contagio para ellos. Y más, teniendo en cuenta la poca o nula seguridad en equipación con la que trabajamos en muchas de las residencias. Las pasamos canutas para conservar los guantes, llevamos dos semanas con la misma mascarilla y las batas verdes tienen agujeros a escala 1:1.
Habrá quién aplauda que algunas compañeras se queden en cuarentena de manera "voluntaria" en las residencias. Pero nosotras también somos madres, algunas nos acercamos a una edad que ya se aproxima a los sectores de mayor riesgo, y otros hemos sufrido perdidas muy importantes como para poner en juego nuestras vidas diariamente.
Como ya he dicho en otras ocasiones, la emergencia del coronavirus está multiplicando por mil la situación de precariedad que sufre el sector de las residencias geriátricas:
Mucho antes de la pandemia las jornadas eran interminables con horarios de más de doce horas, plantillas reducidas al mínimo en los momentos de mayor carga de trabajo como son las higienes y con tareas que no corresponden a las auxiliares como la atención más cognitiva hacia los residentes o el servicio de lavandería. Mientras, los empresarios se llevan su dinero que pagan las familias por necesidades tan básicas como el derecho a la atención de los más grandes.
No arriesgaremos nuestra salud sin un plan de emergencia en el que se amplíe nuestras plantillas con personal auxiliar de refuerzo, ni sin un incremento del material sanitario para nuestra seguridad y la de nuestros abuelos.
También es necesario que los tests masivos lleguen a todas las residencias urgentemente. Muchos gerentes temen que la facilitación de estos acaben menguando todavía más las plantillas y alargan el momento de hacerlos.
Pero es que además, en una situación de crisis como la actual, acaba siendo vital también que se imponga la gratuidad para todas las familias que han perdido sus ingresos y que todas las residencias privadas, muchas en manos de grandes empresas punteras, pasen a ser públicas para garantizar la salud de los sectores más vulnerables y con mayor exposición al contagio. Porque nuestras vidas y las de nuestros abuelos y abuelas valen más que sus beneficios.
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