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La Izquierda Diario
18 de septiembre de 2014 Twitter Faceboock

Kissinger y la visión sombría del establishment sobre el mundo actual
Juan Chingo

En su último libro, el ex secretario de Estado norteamericano se muestra preocupado por la ausencia de orden mundial y los peligros que esto entraña.

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“Orden Mundial” (“World Order”) es el último libro publicado el 9 de septiembre por Henry Kissinger. Sobre su importante rol en la política norteamericana y mundial se puede consultar aquí. Lo que nos interesa en estas líneas es señalar los principales contornos de esta obra que muestra un poco el estado de ánimo pesimista de una parte considerable del establishment mundial sobre la evolución del mundo.

El libro de más de 400 páginas, que fue adelantado en un ensayo publicado en el Wall Street Journal el pasado 29 de agosto http://online.wsj.com/articles/henr..., sostiene que el “El concepto que ha apuntalado la era geopolítica moderna está en crisis”, en referencia al concepto de “orden mundial” que da título a su libro. Estamos lejos del cenit de la hegemonía norteamericana que se estableció después de la Segunda Guerra Mundial, en donde la supremacía abrumadora de los Estados Unidos sobre la escena mundial, no sólo sobre sus enemigos sino también sobre sus aliados y antiguas potencias capitalistas competidoras, permitía que se impusiera su universalismo (“el americanismo” o más popularmente “the american way of life”).

Sobre este periodo, Kissinger afirma desde su concepción realista de la geopolítica que: “Los años, quizás desde 1948 hasta el cambio de siglo, marcaron un breve momento en la historia humana en el que se podría hablar de un orden mundial incipiente compuesto por una amalgama de idealismo americano y conceptos europeos tradicionales de estadidad [“statehood” en inglés: reunión de elementos que brindan el reconocimiento de la condición de estado] y el equilibrio de poder”.
Pero lo que comienza a preocuparle crecientemente a Kissinger es que “…vastas regiones del mundo nunca han compartido y sólo consintieron el concepto occidental de orden. Estas reservas se están volviendo explícitas, por ejemplo, en la crisis de Ucrania y la del Mar del Sur de China. El orden establecido y proclamado por Occidente se encuentra en un punto de inflexión”.

El choque entre las fuerzas productivas mundializadas y los límites del Estado Nacional.

La causa más de fondo que está generando la creciente crispación en la política y la geopolítica mundial, que carcome la estabilidad de los estados y regímenes, y que lleva a distintas reacciones populares contra la llamada “globalización”, es el choque cada vez más abierto entre las fuerzas productivas mundializadas y los límites del Estado Nacional. Es este desarrollo desigual y combinado del capitalismo mundial, exacerbado en las últimas décadas, el que está detrás, en última instancia, de las crisis recurrentes que se han sucedido en la economía mundial. Estas tienen su punto culminante en la crisis de 2007/8 de la cual todavía no salimos y que amenaza con tener nuevos coletazos cada vez más mortíferos.

Kissinger constata preocupado esta realidad y las tendencias que genera: “El sistema económico se ha transformado en global, mientras que la estructura política del mundo sigue basándose en el estado-nación. La globalización económica, en su esencia, no tiene en cuenta las fronteras nacionales. La política exterior afirma [a los Estados] aun cuando trata de conciliar divergentes objetivos nacionales o ideales de orden mundial. Esta dinámica ha producido décadas de crecimiento económico sostenido marcado por crisis financieras periódicas de aparentemente intensidad creciente: en América Latina en la década de 1980; en Asia en 1997; en Rusia en 1998; en los EE.UU. en 2001 y de nuevo a partir de 2007; en Europa después de 2010...”.

Sobre este cuadro Kissinger concluye: “Así, el orden internacional se enfrenta a una paradoja: Su prosperidad depende del éxito de la globalización, pero el proceso produce una reacción política que trabaja a menudo en contra de sus aspiraciones”. Acá, a pesar de partir de coordenadas teóricas opuestas el realismo geopolítico coincide con los marxistas que venimos oponiéndonos desde comienzos de la década de 1990 al discurso y a las tesis de la “globalización” y su irreal planteo de que un supuesto orden mundial estaba a la vuelta de la esquina. Este discurso que tuvo su apogeo en momentos en que la ex URSS entraba en su debacle y las relaciones de producción capitalistas se extendían a toda una serie de estados en Europa del Este, la ex URSS y China donde el capitalismo anteriormente había sido expropiado.

La internacionalización del capital desata enormes fuerzas potencialmente destructivas.

Lejos de una internacionalización armónica del capital, venimos presenciando un desarrollo desigual y combinado del sistema mundial. La tendencia a una mayor interdependencia de sus distintos componentes se combina con las tendencias aún embrionarias a la formación de bloques o alianzas económicas (y crecientemente geopolítico/económicas). Hay un incremento de veladas medidas proteccionistas y campos de disputa entre las distintas potencias imperialistas.

Se ve en los enormes intereses que están en juego en Ucrania no sólo entre los actores locales, sino esencialmente entre los EEUU y Rusia y dentro del bloque Occidental entre Alemania y los EEUU. También en las distintas propuestas de Tratado Comercial Transatlántico y Tratado Transpacífico de los EEUU después del fracaso del famoso G2 entre EEUU y China (que entre otros Kissinger propugnaba hace unos años como modelo de gobernanza mundial). Otro ejemplo es el enorme acuerdo petrolero entre Rusia y China de los pasados meses, o la posible convergencia de Alemania y China con un vértice en Moscú, etc.

Kisisnger es consciente de esta realidad, en donde los fundamentos políticos, sociales y geopolíticos de la llamada “globalización” se están hundiendo, y desde su óptica propone que debería haber “un mecanismo efectivo de las grandes potencias para consultar y posiblemente cooperar en las cuestiones más relevantes”. Más allá de la factibilidad de esta política, lo remarcable es la claridad que tiene sobre cuales serían las consecuencias de que esto no funcione, a diferencia de muchos pensadores aún atados a una lógica globalista mismo dentro de la izquierda.

Así Kissinger plantea que: “La sanción por fracasar será no tanto una gran guerra entre estados (aunque en algunas regiones esto sigue siendo posible) sino una evolución en zonas de influencia identificadas con determinadas estructuras internas y formas de gobierno. En sus bordes, cada zona se vería tentada a probar su fuerza contra otras entidades consideradas ilegítimas. Una lucha entre regiones podría ser aún más debilitante que lo que ha sido la lucha entre naciones […] El triunfo de un movimiento radical podría brindar orden a una región, mientras estaría preparando un escenario de agitación en y con todas las demás. El dominio de una región por un país militarmente, mismo aunque traiga la apariencia de orden, podría producir una crisis para el resto del mundo”.

Soluciones que muestran la decadencia e impotencia hegemónica norteamericana.

Según su lógica realista, Estados Unidos, siendo la superpotencia aún preeminente, puede ser capaz de evitar que la geopolítica se salga de control, pero constata amargamente que Norteamérica se ha vuelto reacia a actuar como ejecutora y equilibradora. Uno podría esperar una proposición más concreta además de un concepto heredero de la lógica de equilibrios de poderes del siglo XIX, que funcionó bien en su momento pero fue totalmente inadecuado luego como ya mostró trágicamente el siglo XX con la tendencia a la supremacía. Pero no.

En la parte más patética de su libro, Kissinger propone sus soluciones. Su respuesta son cuatro pequeñas páginas, en donde hace un llamamiento vago a un nuevo equilibrio entre el poder y la legitimad. Se trataría de una vuelta podríamos decir a una “hegemonía benevolente”, como fue el caso durante el llamado boom de posguerra y la reconstrucción de sus antiguos enemigos de EEUU, el imperialismo alemán y japonés, todo obligado por la amenaza de la revolución europea y asiática después de los destrozos de la II Guerra Mundial.

La decadencia norteamericana actual no permite esta perspectiva, cuestión que el mismo Kissinger reconoce en páginas anteriores de “New Order”, pero que es la consecuencia de la creciente deslegitimación de los distintos gobiernos, instituciones multilaterales y estados a nivel mundial frente a los crecientes padecimientos que sufren la mayoría de las masas. En conclusión, no hay que ser un avezado geopolítico para darse cuenta que lo que trasunta el libro de Kissinger es la imagen de un mundo oscuro.

Claves

Dos escuelas de pensamiento de la geopolítica burguesa

Como siempre Kissinger en gran parte del libro se la pasa justificando a la escuela realista a la que él pertenece contra las políticas exteriores que según su lógica han dominado la política exterior norteamericana en gran parte del siglo pasado y es responsable de gran parte de sus principales tragedias políticas.

Así, la corriente de pensamiento llamada “realista” funda su análisis en que las motivaciones de los estados en el terreno internacional dependen de su interés nacional, la “raison d’etat” (“razón de estado”), o en otras palabras, que la persecución del interés nacional (que suplantó el concepto medieval de moral universal) justifica cualquier medio que se emplee para promoverlo. Su principio en las relaciones internacionales es el concepto de equilibrio de poder, según el cual cada Estado, buscando sus propios intereses “egoístas”, de alguna manera contribuye a la seguridad y al progreso de todos los demás. Sus primeras formulaciones, que devienen del surgimiento de las primeras naciones estado y sistema de estados en Europa, podemos encontrarlas en el cardenal Richelieu que fue Primer Ministro de Francia de 1624 a 1642.

La otra escuela de pensamiento, llamada “idealista”, cuyo primer promotor en el siglo XX fue el presidente norteamericano W. Wilson, que llevó a su país a la I Guerra Mundial, se basa en un rol mesiánico del Estado cuya función es difundir principios morales en todo el mundo. Estos principios sostienen que la paz depende de la difusión de la democracia, que los estados serán juzgados por las mismas normas éticas que las personas, y que el interés nacional consiste en adherirse a un sistema universal de derecho.

Ambas corrientes, representan formas de pensamiento burgués, y niegan la lucha de clases como factor determinante de la política internacional. El “interés nacional” iguala los intereses antagónicos de las diversas clases en un país. Por eso el mismo, no sólo es utilizado para la competencia contra otros estados, sino que en función del “interés nacional” se reprime a las clases internas hostiles. En el caso de la corriente “idealista”, se esconde este interés nacional bajo una envoltura de valores universales, que ocultan el carácter de clase de sus acciones.

La misma se desarrolló fuertemente en Estados Unidos, debido a las excepcionales condiciones del mismo (su geografía, su historia), a comienzos del siglo XX. Como dice Trotsky, “el imperialismo norteamericano es, por su esencia, despiadadamente rudo, depredatorio, en el pleno sentido de la palabra, y criminal. Pero debido a las condiciones especiales de su desarrollo, tiene la posibilidad de envolverse en la toga del pacifismo. No lo hace, de ningún modo, a la manera de los imperialistas advenedizos del Viejo Mundo. Gracias a las condiciones especiales del desarrollo de los Estados Unidos, de su burguesía y de su gobierno, esta máscara pacifista parece haberse adherido de tal modo al rostro imperialista que no se la puede arrancar”. (“Sobre Europa y Estados Unidos”).

 
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