Estamos ante una crisis histórica
Aunque la crisis sanitaria del coronavirus no está cerrada, las miradas empiezan a dirigirse al escenario futuro con el que nos encontraremos. ¿Qué va a pasar después? Esa es la gran pregunta a la que expertos y gobiernos tratan de dar respuestas. Si bien no existe ninguna certeza, sí que podemos vislumbrar cuáles son las perspectivas.
Veamos qué dicen los datos. Según el FMI, para este año cabía esperar un crecimiento positivo de la renta per cápita en 160 de los 189 países miembros. Las cosas han cambiado. Ahora se proyecta un crecimiento negativo para más de 170 países. A su vez, economistas del JP Morgan apuntan que la parálisis económica mermará en 5 billones la economía global durante los próximos dos años, esto representa un 8% del PIB mundial.
Los números para el desempleo no son mejores. La Organización Internacional del Trabajo pronostica que casi 1.000 millones de trabajadores en todo el mundo verán reducidos sus salarios o perderán sus empleos.
Además, hay que sumarle que las dinámicas establecidas tras la crisis de 2008, -entre ellas el bajo crecimiento de la inversión y de la productividad, así como un elevado nivel de endeudamiento por parte de los estados - reducen muchísimo el margen de actuación de los gobiernos.
Todo ello en un escenario internacional en el que las tensiones entre países aumentan. A las guerras comerciales entre EE. UU y China o el auge de los nacionalismos en los países imperialistas, cabe añadir la profundización de las tensiones en una UE que tampoco gozaba de una gran estabilidad previa.
No hablamos de una recesión económica más, se trata de una crisis de tal calibre que los expertos la comparan con la Gran Depresión de 1929. Ante semejantes perspectivas de futuro, es momento de hacernos otra pregunta igual de importante ¿qué hacer entonces?
A grandes males, grandes remedios
No han tardado en aparecer los discursos “progresistas” que enarbolan la construcción de un Estado del Bienestar 2.0. Sin embargo y como apuntan los datos comentados anteriormente, no existen bases materiales para dicha vía. El Estado de Bienestar se levantó en la mayor etapa de crecimiento capitalista del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial. Y fue posible debido a la enorme destrucción de la contienda que puso las bases para la recuperación, es decir, las pérdidas humanas y a la destrucción de capitales que dejó la guerra.
A diferencia de aquel escenario, la crisis del coronavirus ha supuesto una parálisis, dejando intactas las infraestructuras y con un efecto mucho menor en la mortalidad activa si se compara con el provocado por la guerra. El capitalismo no se ha “purgado” ni mucho menos -con las formas barbáricas de las que dispone- para abrir un horizonte de un nuevo boom semejante al de los “treinta gloriosos”.
La crisis del 2008 no se superó, más bien supuso una huida hacia adelante sobre la profundización de toda la ofensiva neoliberal, en base a generalizar la precariedad laboral y ensanchar las diferencias de clase. Si bien los gobiernos pueden otorgar algunas concesiones parciales inmediatas, éstas resultarán del todo insuficientes ante la ruina de pequeños productores, el aumento brutal del desempleo y la rebaja de los salarios.
Ni siquiera una salida como la de la crisis de los 70 está hoy planteada para ningún economista serio. Entonces la entrada países como China, la exURSS y el resto de los estados obreros deformados en la economía mundial ofrecieron al capitalismo nuevos mercados a los que expandirse durante la década de los 90. Ahora en cambio, el capital no goza de mercados inexplorados que ocupar para realizar una nueva colonización económica, más bien este se estrecha cada vez más a nivel mundial y la mundialización está puesta en cuestión.
Ante este panorama, las tendencias a la radicalización están más que planteadas. No significa que el reformismo o la derecha liberal vayan a desaparecer. Pero a medida que el descontento avance y las medidas moderadas sigan sin dar respuesta a los problemas de la mayoría, su capacidad para contentar a amplios sectores de las masas será cada vez menor.
De hecho, algo parecido hemos empezado a observar ya con el crecimiento de la extrema derecha en Europa y la desilusión creciente con los proyectos neorreformistas tipo Unidas Podemos en el Estado Español o Tsipras en Grecia.
Este fenómeno puede ser incluso muy superior a la crisis del “extremo centro” post 2008 que abrió crisis de régimen en un gran número de países dando expresiones por derecha e izquierda.
La crisis actual ha mostrado la realidad del capitalismo: un sistema que antepone las ganancias de los empresarios a la vida de los y las trabajadoras. La radicalidad -en el sentido de ir a la raíz- del programa debe ser igual al nivel de catástrofe a la que nos aboca este sistema.
Para evitar que la extrema derecha se fortalezca y canalice el descontento, es necesario levantar un programa que dé respuesta a las necesidades la clase trabajadora y los sectores populares. Y esto no es posible hacerlo si no es tocando directamente los intereses y beneficios de los capitalistas, es decir traspasando la línea roja de la propiedad privada de los grandes medios de producción. Una tarea que debe hacerse en todos los ámbitos, desde los puestos de trabajo hasta la universidad.
Este es un problema que debe preocuparnos especialmente a la juventud, un sector de la sociedad cuyas ilusiones de un futuro ilusionante desaparecieron muy rápido. La crisis del 2008 y los gobiernos sentaron las bases para un futuro de precariedad, perspectivas que hoy se profundizan ¿Qué tareas tenemos por delante los y las jóvenes para cambiar eso? ¿Cómo podemos actuar desde nuestros centros de estudio o de trabajo?
“Del cuestionamiento de la universidad de clases, a la crítica de la sociedad de clases”
En un [artículo publicado en la revista Catarsi por Bel Oliver i Anna Clua-https://catarsimagazin.cat/equitat-recursos-i-futur-que-cap-estudiant-no-es-quedi-enrere/], portavoces del SEPC, planteaban acertadamente lo siguiente: “Trabajemos para garantizar que el movimiento estudiantil esté fuerte y consolidado para poder enfrentarse en la crisis educativa, para poder sumar un frente revolucionario más contra el capitalismo y la ofensiva autoritaria y de austeridad que vendrá.”
La gran pregunta es cómo lograrlo. Debemos ligar la pelea por las demandas que den respuesta a los problemas inmediatos de los y las estudiantes con levantar un programa anticapitalista y revolucionario para la educación. Tender un puente entre los problemas inmediatos y una resolución que cuestiones de raíz la universidad actual -totalmente al servicio de los capitalistas- resulta necesario para no quedarnos en un “corporativismo estudiantil”. Como decía la consigna de mayo del 68 “del cuestionamiento de la universidad de clases, a la crítica de la sociedad de clases.”
En este sentido, es necesario pelear por reivindicaciones como el apto general o la devolución de las matrículas de este año para evitar que el coste económico sea una carga más frente a esta crisis. Algo que hoy muchos pueden ver absolutamente coherente, ya que además no estamos recibiendo las clases presenciales. A su vez, estas reivindicaciones deben ligarse con la defensa de la universidad pública gratuita, la única manera de garantizar que los hijos e hijas de familias trabajadoras puedan estudiar.
Para acabar con que la ley de la oferta y la demanda rija las notas de corte, mientras las empresas y la casta universitaria tienen poder de decisión sobre el presupuesto y las líneas de investigación en órganos como el Consejo Social. Basta ya de que los y las estudiantes paguemos matrículas abusivas y las universidades pongan sus recursos al servicio de las compañías millonarias para que extraigan beneficio.
Expulsar a las empresas de la universidad es una cuestión fundamental para poner el conocimiento al servicio de las necesidades de la sociedad y no de una minoría privilegiada. El coste de los estudios no puede recaer en la clase trabajadora y los sectores populares, ni con tasas ni con impuestos a los salarios o el consumo, debe ser sufragada mediante impuestos a las grandes fortunas, las mismas que durante años se han beneficiado de ellas.
En la situación actual, un punto fundamental de un programa de este tipo también debería ser la defensa de una universidad al servicio de luchar contra la pandemia. Poner todos los laboratorios para producir los insumos de salud necesarios; abrir listas de voluntarios para que estudiantes, docentes e investigadores colaboren en las tareas más urgentes.
Así, estudiantes de ingeniería podrían ayudar a la reconversión necesaria de la industria, como también estudiantes de derecho podrían aportar asesoramiento a aquellos trabajadores y trabajadoras cuyos derechos estaban siendo vulnerados. Para garantizar que todo ello se haga bajo las condiciones de seguridad e higiene necesarias, la universidad debe ser gestionada por estudiantes, docentes e investigadores, pues son quienes mejor conocen su realidad.
En definitiva, las respuestas a esta crisis educativa deben ir en la línea del cuestionamiento a la universidad-empresa, tanto por las barreras que impone a la clase trabajadora, como el rol servicial que cumple para las grandes empresas. Un programa revolucionario para la universidad debe permitir resolver las necesidades existentes mediante la unión de las demandas inmediatas y una perspectiva anticapitalista, que fortalezca también la lucha político-ideológica contra las ideas que legitimadoras del sistema que reproduce la academia y la casta universitaria.
Para pelear contra el capitalismo desde nuestros centros de estudio, hace falta un programa que vincule claramente la lucha estudiantil y la de clases.
Los retos de movimiento estudiantil: autoorganización y unidad con la clase trabajadora
Siguiendo con el artículo comentado, sus autoras plantean una cuestión interesante cuando dicen que “si hacemos una lectura adecuada del momento político en el que se encuentra el movimiento estudiantil, podemos ver que la necesidad más urgente que tenemos desde una perspectiva más amplia es la de superar nuestra lógica tradicional”.
Para poner en pie un movimiento estudiantil masivo que pueda pelear por sus demandas, debemos romper con los métodos burocráticos y el rol de gestores de la universidad que ha caracterizado a los sindicatos estudiantiles hasta ahora. Huelgas convocadas desde arriba, sin promover asambleas masivas y por curso, no son la vía para agrupar a la juventud combativa en los centros de estudio.
Ahora es el momento de llamar a grandes asambleas para discutir por qué demandas peleamos y generar así un movimiento estudiantil masivo y fuerte. En esto organizaciones como el SEPC, para nada ajeno a estas prácticas que también llevan a cabo otros sindicatos como el SE, tiene una responsabilidad fundamental.
Crear estos espacios de autoorganización es el primer paso para superar la barrera que la universidad impone entre docentes, investigadores, estudiantes y personal no docente, uniéndonos en una lucha común. Así como para que un movimiento estudiantil de base y combativo pueda encontrar las vías para unirse con los sectores de trabajadores y trabajadoras protagonistas de procesos de organización y lucha. La unidad obrero-estudiantil es la única vía para que las demandas de las y los estudiantes logren una alianza que genere las fuerzas sociales necesarias para conseguirlas, y para que las luchas obreras logren también fortalecerse con el apoyo social y de los sectores populares.
Tampoco se pueden repetir viejos errores como frentes del tipo Universitats per la República (UxR) de la que fue parte el mismo SEPC, una plataforma que replicó en el movimiento estudiantil la estrategia de conciliación de clases y de unidad popular llevada a cabo en Parlament con ERC y JxCat. . La única fórmula que permite desarrollar la autoorganización es la total independencia de las direcciones burguesas que, tal y como se ha demostrado en todo el llamado “procés”, desvían nuestras fuerzas para sus propios intereses, limitan nuestras demandas e impiden que despleguemos nuestros métodos de lucha de la mano de quienes privatizan la educación y nos reprimen en manifestaciones, no hay victoria posible para el movimiento estudiantil ni para la clase trabajadora.
Más allá de la universidad, la necesidad de poner en pie un partido revolucionario
No obstante, la pelea contra el capitalismo debe darse en todos los frentes, no basta solo con los centros de estudios. Y no basta con la lucha por reivindicaciones parciales, es necesario prepararnos para los procesos de lucha de clases que se puedan abrir y que estos puedan resultar victoriosos. Defender un programa anticapitalista y revolucionario tampoco es suficiente si no hay quien lo tomé en sus manos, como tampoco lo es si no está ligado a una estrategia que permita llevarlo a cabo. Esto debe plasmarse en una fuerza material, una organización revolucionaria.
Es posible que no podamos hacer manifestaciones en pleno confinamiento, pero levantar un programa tan radical como exige la situación no es algo inviable, sino urgente y necesario. Debemos pensar en cómo convencer de la necesidad de construir una izquierda distinta a la actual. Una izquierda revolucionaria que peleé en sus centros de trabajo y de estudio por un programa que dé una salida obrera y popular a esta crisis.
Una izquierda que supere las corrientes reformistas, cuyo objetivo es gestionar el capitalismo, aunque para ello tengan que convertirse en los mayores aplicadores de ajustes, como fue el caso de Tsipras, o en protectores de las grandes fortunas como lo están siendo Podemos e IU durante, en el llamado gobierno “progresista”, durante esta crisis. Frente a ello, debe oponerse una estrategia que pelee por hacer pagar la crisis a los capitalistas con medidas como impuestos a las grandes fortunas, control obrero de la industria o nacionalización de la sanidad privada y las farmacéuticas sin compensación.
También es necesario superar las ilusiones de que para salir de esta crisis tenemos que pelear por una república social catalana de la mano de los partidos tradicionales de la burguesía. Las alianzas con el PdeCat o ERC no son una opción, ni en el Parlament ni en la universidad. Contrariamente, debemos plantear una política de independencia de clase e internacionalista para que la clase trabajadora catalana y los sectores populares puedan unirse con los pueblos del resto del Estado, en una lucha común por derrocar el Régimen del 78 y conquistar su derecho a la autodeterminación.
Debemos alejarnos de aquellas visiones naif o inmovilistas que plantean respectivamente que el capitalismo caerá solo o que no lo hará nunca. La famosa cita de Rosa Luxemburgo “socialismo o barbarie” no determina que vaya a ser una cosa o la otra, más bien plantea que puede ser tanto una como la otra. ¿De qué depende hoy eso? Depende de si surge o no una izquierda distinta que se prepare para ser el elemento decisivo que haga caer la balanza de la historia de nuestro lado.
Para ello, hace falta construir un partido revolucionario y de clase. Desde la CRT hemos lanzado una propuesta para dar pasos en este sentido a los grupos de la izquierda revolucionaria del Estado español y los sectores de la juventud y la clase trabajadora que compartan esta perspectiva.
Necesitamos una fuerza material con miles de militantes que se prepare conscientemente para cuando estallen la rabia y brote la energía de la clase trabajadora y los sectores populares contra la catástrofe a la que nos conducen, un fenómeno para nada nuevo en la historia. Para que lo más avanzado de nuestra clase pueda imprimir una dirección a las revoluciones que están por venir y que estas nos lleven a la victoria. Queremos enfrentar la crisis venidera y pasar a la ofensiva en la lucha contra el capitalismo, para abrir un horizonte socialista. Queremos cambiar el mundo de base y conquistar una vida que merezca ser vivida. |