Un fantasma recorre China: el fantasma de los despidos. Cuando Xi Jinping se convirtió en presidente de China en 2013 heredó un objetivo a largo plazo, muy alejado de las altas cifras de alto desempleo actual. Ese objetivo era el de asegurar que el país alcanzara la marca de xiaokang shehui, o "una sociedad moderadamente próspera" en mandarín, en vísperas del centenario del Partido Comunista Chino.
El término xiaokang shehui fue utilizado por primera vez como objetivo económico de China por Deng Xiaoping, quien se encargó de liberalizar la economía china e iniciar las reformas pro-capitalistas que transformaron la base social de la propiedad, sin poner en peligro el gobierno del Partido Comunista, que vio a numerosos miembros convertirse en empresarios multimillonarios.
Concretamente, el xiaokang implicaba la duplicación del PIB nacional de 2010 a 2020, y erradicar la pobreza extrema en China. Pero la pandemia del Covid-19, con la parálisis de la industria china y el comercio exterior, ha obligado a Xi a cambiar de planes con un alto costo social.
Para duplicar el PIB de la última década, China tendría que lograr al menos un crecimiento del 5,6% este año. El parate de la industria nacional, responsable de la contracción del 6,8% del PIB en el primer trimestre, la mayor erosión económica desde 1976, hizo que Xiaokang fuera prácticamente inalcanzable. El FMI prevé que el PIB de China será del 1,3% en 2020 (todavía más alto que el PIB de las mayores economías occidentales).
Una muy mala noticia para ser dicha tan cerca del 4 de mayo, la fecha en la que se recuerdan las manifestaciones estudiantiles de 1919 en Beijing en contra la débil respuesta del gobierno chino al Tratado de Versalles, especialmente el permiso dado a Japón para mantener territorios en Shandong que habían sido devueltos por Alemania después del asedio de Tsingtao.
Esto no impide que China sea el primer país que ha esbozado el paisaje de la "vida post-pandémica". Los estudios del banco Morgan Stanley señalan que varios de los sectores productivos más importantes de China han vuelto a trabajar, y a niveles importantes.
El negocio de la entrega rápida ya está funcionando a niveles normales, y la industria manufacturera está operando a casi el 100% de su capacidad. Incluso la producción automovilística, la más afectada por el coronavirus, que en febrero operaba a un alto ritmo de inactividad, en marzo registró una actividad superior al 80% de la capacidad. Ford, que ha estado enfrentando pérdidas históricas en ventas desde principios de año, ha reabierto sus plantas chinas y está desarrollando tecnología para aumentar la productividad laboral, reducir la plantilla e intensificar las tasas de producción, parte de las formas de trabajo precario que la burguesía implementa en el mundo. La alemana Mercedes-Benz sigue el mismo camino, y anuncia la nueva era de la compra de vehículos a través de una aplicación para evitar el contacto humano.
Así, el Gobierno chino ha visto sus esfuerzos por reavivar la industria de la Costa Este recompensados en cierta medida. Ya en abril, el gobierno anunció la plena operación en las provincias y municipios de Zhejiang, Jiangsu y Shanghai (y a un ritmo del 80% en Anhui, Liaoning y Shandong). Pero estos números pueden ser algo ilusorios. Los resultados están todavía lejos de la productividad de 2019, y el debilitamiento del ritmo de recuperación económica se ve alimentado por el mayor problema de China: la dependencia de la demanda externa, que se ha reducido considerablemente debido a la propagación de la pandemia de coronavirus a los principales países occidentales.
Además, la recuperación productiva es bastante desigual entre las empresas estatales y las pequeñas y medianas empresas privadas. La tasa de rendimiento de estos últimos es considerablemente inferior, en comparación con los gigantes controlados por el Estado, que emplean a casi el 80% de la fuerza de trabajo. Estas pequeñas y medianas empresas perdieron el 70% de sus ingresos en marzo, según el Boletín de Trabajo de China, y no tienen expectativas de nuevas inversiones.
Esto impone dificultades para reconstruir el grado de riqueza anual que China se ha acostumbrado tradicionalmente a acumular. Pero el mayor problema de China no es explicar a la población por qué no ha logrado alcanzar el objetivo aclamado por el PCC durante los últimos 30 años, erosionado por el SARS-CoV-2. El principal flagelo que la burocracia de Beijing trata de evitar es el crecimiento del desempleo, un índice más importante que el aumento anual del PIB.
El Gobierno chino sabe que, sobre todo, cualquier estabilidad social requiere que se creen decenas de millones de puestos de trabajo cada año para hacer frente a las nuevas oleadas de jóvenes que entran en el mercado laboral. Como señala Julian Evans-Pritchard, experto en economía china de la firma Capital Economics, la estabilidad política y financiera, una obsesión del PCCh, depende de unos niveles de empleo estables.
¿Una tercera ola de desempleo masivo?
Es demasiado pronto para decir si la extraordinaria cantidad de nuevos desempleados como resultado del Covid-19 seguirá sin trabajo durante mucho tiempo, en una economía que muestra signos de reactivación. Pero lo cierto es que China se enfrenta a la crisis más imponente de pérdida de puestos de trabajo desde que el Partido Comunista reconoció que el "desempleo" existía de hecho en China a mediados de los años noventa a raíz de la restauración del capitalismo.
El país sufrió dos olas de desempleo masivo. La primer cuando expulsó a decenas de millones de trabajadores del sector estatal en medio de las reformas de Deng Xiaoping, y la segunda cuando la crisis financiera de 2008 dejó a 20 millones de trabajadores migrantes sin ninguna ocupación. Esta vez la crisis del coronavirus afecta a todos los sectores de la economía. En las dos oleadas anteriores, hubo una capacidad relativamente rápida para absorber a los desempleados: a finales del decenio de 1990 el creciente sector privado se benefició de los despidos del Estado por parte de la burocracia de Beijing para proporcionar mano de obra barata a los empresarios, mientras que en 2008 el Estado lanzó una enorme cantidad de estímulos estatales para generar nuevos puestos de trabajo.
Sin embargo, ahora parece que no hay una salida simple. Dado el enorme grado de endeudamiento de las empresas privadas y del propio Estado podríamos estar al borde de una tercera ola de desempleo masivo.
Como muestran las cifras oficiales de la Oficina Nacional de Estadística, la economía china fue devastada por la crisis sanitaria. Además de la caída del 6,8 por ciento en el primer trimestre, el Ministerio de Recursos Humanos y Seguridad Social anunció que, a finales de abril, la tasa de desempleo de China se elevó al 5,9 por ciento (26 millones de personas), en comparación con la tasa de diciembre de 2019, que fue del 5,2 por ciento (23 millones de personas). Esto coincide con la información de un estudio de la Universidad de Beijing que indica una caída del 27% en los empleos creados en el primer trimestre de 2020 en comparación con el mismo período del año pasado.
Según la NBS, esta cifra muestra cierta mejora, dadas las cifras de los dos primeros meses del año, cuando la tasa de desempleo urbano fue del 6,2%, una señal de recuperación económica.
El número de 26 millones de desempleados, aún impresionante, es probablemente mucho menor que el desempleo real. Zhuang Bo, economista de TS Lombard, dice que la masa de desempleados podría ser significativamente mayor si se cuentan los 50 millones de trabajadores migrantes, que no pueden regresar a las ciudades donde trabajan debido a las restricciones fronterizas, o para encontrar trabajo después de regresar a las ciudades donde habían trabajado. Esta categoría fue clasificada por Liu Chenjie, economista jefe del fondo de inversión Asset Upright, como "desempleo friccional": 205 millones de chinos estarían en esta situación, queriendo volver a trabajar pero no pudiendo hacerlo debido a las restricciones derivadas de la pandemia.
Esta cifra representa el 25% de la fuerza laboral total en China de 775 millones de personas, muy por encima de la cifra oficial del 5,9%. Esta ambigüedad en las cifras oficiales se explica porque solo tiene en cuenta a los 442 millones de trabajadores urbanos, excluidos los 290 millones de trabajadores migrantes, parte de los "perdedores absolutos" de la globalización en el interior del país: los segmentos más precarios del proletariado chino, vulnerables a todas las fluctuaciones económicas.
En este punto, es necesario hacer un paréntesis. El escritor español Rafael Poch-de-Feliu, en su libro "La actualidad de China" (2009), señala las desventajas de este sector precario, en el marco de las "dos clases trabajadoras" chinas. A diferencia de los sectores de trabajadores situados en la esfera de la antigua economía estatal, que tenían más derechos (como el seguro de desempleo), los segmentos de trabajadores del campo forman un batallón de los "sin derechos". Procedente del empobrecido campo chino, a miles de kilómetros de las grandes ciudades del sureste, este ejército de trabajadores rurales que ha ido emigrando a las ciudades de Shanghai, Wuhan y Beijing en las últimas tres décadas, ha sido privado de todas las garantías propias de la economía estatal. Ocupando los puestos de trabajo de pequeñas, medianas y grandes empresas privadas, acostumbradas a vivir en la pobreza, la regla para la nueva generación de jóvenes trabajadores es la aceptación de salarios bajos por el simple derecho a dejar los paisajes rurales occidentales y vivir en el medio urbano - para la juventud china, la condición de emancipación del yugo familiar. Son estos trabajadores, que viajan hacia el interior del país durante los feriados prolongados o en las fiestas del año nuevo, los que terminan siendo más penalizados por la pandemia.
Otro factor de dificultad en los cálculos es que, a diferencia de los datos semanales de desempleo en los Estados Unidos, cuya curva no deja de crecer (30 millones de personas desempleadas en abril), en China estos datos son mensuales, y se calculan sobre la base de una muestra muy pequeña: se encuestan 120 mil hogares urbanos, alrededor del 0,03% de la fuerza laboral nacional.
Según el Financial Times, Lu Hai, profesor de la Universidad de Beijing, espera un mayor deterioro de la situación de desempleo, ya que el sector exportador de China, que es significativamente responsable de la creación de nuevos puestos de trabajo, sufre la contracción del comercio mundial debido a la pandemia y a la guerra comercial con los Estados Unidos, "el desempleo puede aumentar en un 10-15% sin la intervención del Estado".
Hao Hong, jefe de investigación de Bocom International en Hong Kong, evalúa, sobre la base de las estadísticas sobre el flujo de pasajeros del transporte público, que más de un tercio de los trabajadores chinos no han vuelto a trabajar desde el comienzo de la crisis sanitaria, e incluso los que han regresado viven en la incertidumbre. "La pérdida de puestos de trabajo puede ser mayor en las ciudades más pequeñas, y la incertidumbre de la situación laboral de millones de personas es delicada.
Aún así, según los cálculos de Liu, publicados por el South China Morning Post, sólo en el sector de los servicios, que es el más avanzado de China, se perdieron 180 millones de puestos de trabajo. En este sector las condiciones de trabajo son muy fluctuantes y dependen del apetito del consumidor, drásticamente deprimido por los cierres. Incluso para aquellos que logran conservar sus empleos, la situación no se vuelve más fácil. Dan Wang, analista de la Economist Intelligence Unit, presenta un aterrador estudio sobre las condiciones de vida de la clase obrera china, según el cual entre 18 y 30 millones de personas perderán entre el 30% y el 50% de su salario este año.
La potencia china, por lo tanto, se agita aún más estructuralmente con la posibilidad de una combinación de una tercera ola de desempleo masivo y una reducción sustancial de los ingresos de las familias proletarias. Los funcionarios del Estado ya no pueden ocultar los riesgos. Lu Zhengwei, economista jefe del Banco Industrial de China, dijo que el "desempleo oculto" se hará visible en 2020. "Los trabajadores migrantes rurales que han perdido su fuente de ingresos salariales no suelen estar incluidos en los cálculos del gobierno. A muchos de ellos les resulta difícil mantener incluso el bajo nivel de vida que habían disfrutado anteriormente. Muchos trabajadores migrantes se ven obligados a regresar al campo, a vivir de la producción agrícola más básica".
Ante la amenaza de un descontrol en la ira social, el Gobierno ha tomado medidas para aumentar el monto destinado al programa de asistencia al desempleo. A finales de 2019, el valor de la ayuda se incrementó a 600.000 millones de yuanes (85.000 millones de dólares), lo que significa sólo 2.000 yuanes al mes de ayuda estatal. A finales de marzo, según las estadísticas oficiales, 2,38 millones de personas habían recibido ayuda estatal por valor de 571 dólares.
El problema para los trabajadores precarios chinos es que están fuera del sistema. El derecho a la ayuda al desempleo se concentra en los sectores laborales asignados a las empresas estatales. En las pequeñas y medianas empresas del sector privado (que emplean principalmente a los jóvenes del campo chino, mencionados anteriormente), no existe el derecho al seguro de desempleo.
Los trabajadores migrantes, una vez más, son los que menos acceso tienen a la prestación, porque trabajan sin contrato formal debido al sistema del hukou, que vincula el acceso a los servicios sociales a la región rural o urbana donde nacen.
En un informe de Alice Su al Los Angeles Times, Old Liu, un trabajador chino de 51 años, informa del fracaso de su tercer viaje a Beijing en busca de empleo en marzo, después de haber buscado trabajo en el interior de Mongolia. "Es difícil vivir en China este año", dijo. Lo mismo ocurre con Zhang, un trabajador de Xiamen que buscó empleo en 10 áreas diferentes sin conseguir un puesto estable. Es una situación muy distinta de la habitual transitoriedad y rotación de la mano de obra en China, donde rara vez pasas más de un mes sin trabajar (incluso en los trabajos más precarios).
Las expresiones de la lucha de clases no se han hecho esperar. Los obreros de la construcción, con las obras terminadas y sin trabajo, protestan por la falta de pago de los salarios, mientras que los trabajadores de los hospitales, en primera línea contra el coronavirus, hacen huelga en diferentes ciudades por el retraso en el pago de los salarios y las prestaciones prometidas, enfrentándose al contagio y la muerte de sus compañeros de trabajo. Además, los comerciantes protestan exigiendo una reducción de los alquileres, y los taxistas piden la suspensión de las tarifas de alquiler de coches.
El suelo bajo los pies de Xi
La situación internacional de China ya era incierta, con el golpe a la imagen del Gobierno tras ocultar información sobre la pandemia y el autoritarismo del Partido Comunista Chino al silenciar a médicos como Li Wenliang, muerto por el coronavirus. Estos hechos fueron utilizados demagógicamente por Donald Trump en la campaña racista que pretende "probar" que el virus apareció en un laboratorio de Wuhan. Posteriormente, los esfuerzos de China por mejorar su posición internacional, con la ayuda proporcionada a países como Italia y Serbia en Europa, se han visto socavados por los informes sobre la mala calidad de los suministros médicos enviados.
Militarmente, la agresiva acción de Beijing para asegurar el control del Mar de la China Meridional ha unido a los países de la región en una posición más favorable a los Estados Unidos. El hundimiento de un buque pesquero vietnamita, la intrusión de China en aguas de Malasia para realizar actividades de espionaje y la inclusión de zonas marítimas en disputa con Filipinas como distritos administrativos de Beijing son hechos que están levantando a las naciones de la ASEAN (Asociación de Naciones del Asia Sudoriental) contra las fuerzas armadas chinas.
No obstante, no cabe duda de que el cuadro del desempleo representa el principal peligro para el Partido Comunista Chino, ya que podría poner en entredicho a un Gobierno que ha construido una red estructuralmente débil de asistencia social a millones de trabajadores migrantes precarios.
Este segmento gigantesco de la clase obrera china, cuya generación joven es mucho más urbana que en décadas anteriores, puede ser el desencadenante de nuevos procesos de lucha de clases.
El fantasma del desempleo es el más urgente que Xi Jinping quiere ocultar. No parece que pueda encontrar una salida fácil.