Bachelet decidió realizar un recambio total de su equipo político. El trío compuesto por Rodrigo Peñailillo, Álvaro Elizalde y Alberto Arenas fue dejado fuera del gobierno. Bachelet habla de un segundo tiempo. Sin embargo, esta cuña minimiza un hecho evidente: se trató de un cambio forzado.
El gobierno de la Nueva Mayoría atraviesa por sus momentos de mayor debilidad. Ninguna de las iniciativas impulsadas por los partidos del régimen y el gobierno han logrado dar un cauce de salida a la crisis política. Ni la declaración firmada por los principales partidos desde el PC a la UDI; ni la Comisión Engel; ni los anuncios de Bachelet en cadena nacional; ni las formalizaciones y prisiones preventivas han logrado aplacar los cuestionamientos al conjunto de la casta política.
El inédito cambio de gabinete es un intento más por reordenar filas y cerrar los flancos abiertos en el corazón del gobierno. Buscan retomar la iniciativa política perdida. Pese a que Bachelet reafirmó la agenda de reformas durante la ceremonia de cambio de ministros, la debilidad del gobierno quiere ser aprovechada por los empresarios, la derecha y los sectores más conservadores de la Nueva Mayoría.
La campaña por un “nuevo rumbo”
Durante el fin de semana, mientras Bachelet se encerraba para afinar los detalles de la reingeniería de su gabinete, tanto El Mercurio como La Tercera preparaban el terreno para el discurso político que primó por parte de los grandes gremios empresariales tras el cambio de gabinete.
Estos portavoces publicaron editoriales, artículos y columnas de opinión remarcando la disminución de la inversión y el enfriamiento de la actividad económica. Mientras los analistas desmenuzaban los datos, los editorialistas construían el relato: la “improvisación” del gobierno, la incertidumbre político-institucional y la crisis de desconfianza han ahuyentado a los inversionistas.
Aseguraron, además, que el cambio de gabinete demostraría que las reformas hicieron aguas, que el (supuesto) discurso “refundacional” no responde a los intereses de la población. “No es cierto que el país y sus instituciones estén hundiéndose” remarcaba Héctor Soto, columnista de El Mercurio. El problema son las reformas.
Deliberadamente ocultan que la crisis tiene como principal afectado a los empresarios y a la derecha. Ocultan que las reformas del gobierno han sido criticadas por estudiantes, profesores y trabajadores por ser negociadas en la “cocina” de los empresarios. Ocultan que todas las instituciones están en cuestión. Ocultan que fueron las movilizaciones estudiantiles del 2011 las que abrieron esta nueva situación política que puso en el centro la crisis de la herencia de la dictadura. El enorme repudio a la casta política es un capítulo de esta crisis estructural.
Se instaló la cuña de la moderación y el diálogo
Resulta claro que pese a que el PPD y el PC aumentaron su participación en el gabinete, la gran ganadora fue la Democracia Cristiana: lograron instalar a Jorge Burgos en la conducción política del gobierno.
Las primeras declaraciones de los flamantes ministros estuvieron marcadas por una invitación al diálogo y los acuerdos. "Que escuchemos, que dialoguemos, que tomemos decisiones, este es un momento de conversar y de oír, ya vendrá el momento de las respuestas", fueron las primeras palabras de Jorge Burgos.
El discurso de los empresarios fue pronunciado casi al unísono. El presidente de la CPC destacó la importancia “de trabajar unidos en la búsqueda de acuerdos que permitan avanzar en el camino que ha traído a Chile progreso, estabilidad y prosperidad”. Esa fue la tónica del discurso patronal. La derecha, por supuesto, secundó estos dichos.
La virulencia y persistencia de este discurso contrastó con la moderación de las declaraciones de dirigentes sindicales y estudiantiles. Por el momento, la debilidad del gobierno está siendo aprovechada por los empresarios y la derecha. La movilización de este jueves convocada por profesores y estudiantes debe servir para revertir este escenario. La única herramienta existente para lograr esto es la movilización, pero no una encaminada únicamente a presionar a la casta política, sino una que permita reabrir un proceso de lucha enraizada en lugares de estudio y de trabajo. Sólo con esta fuerza se podrá imponer una salida propia de los trabajadores y los estudiantes ante la crisis abierta. |