El consumo de psicofármacos se disparó con la pandemia. Un breve recorrido por la medicalización de la salud mental, el negocio de las farmacéuticas y un temazo de los Rolling Stones.
Hoy les traigo una columna sobre un tema cotidiano, nuestra salud mental y su “medicalización”, a partir de un dato muy significativo: el aumento de 20 % del consumo psicofármacos en lo que va de la pandemia.
Vamos a hacer un breve recorrido sobre la relación entre salud mental, negocio farmacéutico y la producción científica y cómo las farmacéuticas aprovechan los padecimientos en las crisis para aumentar sus ganancias a costa de nuestra salud.
Algunas reflexiones y definiciones
Como primera definición podemos decir que si bien los padecimientos mentales implican un proceso complejo bio-psico-social, las condiciones históricas y sociales tienen un lugar muy clave en su desarrollo. En la pandemia, por ejemplo, el padecimiento de quienes están encerrados por la cuarentena sin saber que va a pasar con sus trabajos o si van a llegar a fin de mes, trabajadores con horarios rotativos, los que tienen jornada laboral de 14 hs., los adultos mayores jubilados que no pueden salir a la calle, etc. Y más en general, las condiciones de vidas cada vez más precarias y opresivas para las mayorías que genera el capitalismo, son una fuente de padecimientos mentales cada vez mayor. Solo para tener una medida, digamos que la OMS calcula en 300 millones de personas en el mundo las personas con síntomas (donde lo importante es que es un problema mental, y no tanto el diagnóstico, que como vamos a ver es más problemático). Incluso lo estamos viendo mucho en adolescentes y jóvenes en lo que va de la pandemia.
Por otro lado, para la medicina mercantilizada, estos padecimientos mentales se convierten en fuentes de negocios: desde el diagnóstico (puramente descriptivo y estadístico, en el cual las causas son secundarias); la explicación biologicista para el tratamiento, que apunta a corregir un desbalance químico de “neurotransmisores”, que se soluciona mediante una pastilla; y la prescripción del tratamiento con psicofármacos.
Para pensar esto quería dejar dos referencias importantes sobre ciencia y medicalización de la salud mental.
Psiquiatría, diagnóstico y big pharma
La primera, sobre medicina y la psiquiatría, es la denuncia sobre esto que hace Allen Frances, un psiquiatra norteamericano que dirigió la elaboración del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, el famoso DSM, que codifica las enfermedades mentales, permite el diagnóstico y la indicación de un tratamiento. Frances dirigió las versiones 3 y 4, y cuando le propusieron el 5 dijo “too much” y se abrió denunciando las presiones de la industria farmacéutica para incluir cada vez más conductas como patológicas y así vender más psicofármacos, lo que se conoce como medicalización de la salud mental e “inflación diagnóstica”. Escribió un libro muy interesante, ¿Todos somos enfermos mentales? (2013) que muestra cómo las grandes empresas apuntan a incluir a grupos como niños o ancianos en categorías cada vez más amplias como Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH) o trastorno bipolar. Y cómo los juicios por mala praxis o información errónea ya están calculados de su plan de negocios de las farmacéuticas. Por ejemplo, en Julio de 2012, Glaxo-SmithKline fue condenada a pagar multas por 6 mil millones de dólares por “promoción de uso fuera de indicación y no aportación de datos sobre seguridad” de Paxil y Wellbutrin, dos antidepresivos.
Un ejemplo de esta medicalización selectiva lo podemos encontrar en el temazo de los Stones con el empezamos esta columna, "Mother’s Little Helper", de 1965.
Ahí, el joven Mick Jagger canta:
“Qué porquería hacerse viejo
Los niños son diferentes hoy, escucho a cada madre decir
Mi madre necesita algo hoy para calmarse
Y aunque ella no está realmente enferma
Hay una pastilla amarilla
Ella va corriendo al refugio del pequeño ayudante de mamá
Y esto le ayuda a soportar su atareado día”
¿Pero a qué se refiere con “refugio”? A un psicofármaco, una benzodiacepina, el Valium o diazepam, o como lo vendía la industria en ese momento, el “mother’s little helper”, el “pequeño ayudante de mamá”. Esto ilustra uno de los grupos predilectos de las farmacéuticas, las mujeres y sus padecimientos derivados de la opresión de género, tratadas con una pastilla, que en este caso demostró ser adictiva y causar daños cerebrales (y que hoy se sigue consumiendo como Clonazepam y otras "benzos").
¿Qué explicación científica sostiene esta medicalización?
La otra referencia es es sobre las fundamentaciones científicas, y el libro Genes, células y cerebros, que editamos el año pasado traducido al castellano en Ediciones IPS, del neurobiólogo Steven Rose y la socióloga de la ciencia Hilary Rose. Ahí muestran cómo buena parte de la investigación y desarrollo en neurociencia tiene por detrás a la industria farmacéutica, que busca una justificación científica para la medicalización… y no la encuentra, ya que la teoría reduccionista, que reduce la complejidad bio-psico-social de lo mental a la biología cerebral, no tiene base científica, como decíamos antes. El libro muestra cómo se van poniendo de moda diferentes explicaciones causales reduccionistas, que con la corriente predominante de las neurociencias (hay vertientes críticas, minoritarias) apuntan a los neurotransmisores y las conexiones neuronales.
Hay dos cuestiones clave que plantean: que los psicofármacos se descubren de modo puramente empírico (de casualidad se descubre que un medicamento para una cosa, un antihistamínico por ejemplo, en el caso del más célebre, el Lagarctil o clorpromazina, tiene efectos mentales y se empieza a usar, aunque se desconocen sus efectos secundarios y los cambios cerebrales que trae aparejado, que en ese caso, desde 1954 que se empezó a comercializar para ezquizofrenia y manía, y luego se comprobó que producía producía daño cerebral duradero y un trastorno motor severo, discinesia tardía ); y la segunda es que la grandes farmacéuticas están retirándose de la investigación ya que no es negocio y es una vía muerta teórica. Lo cual no quiere decir que se retiren del negocio, que es enorme y creciente (calculan ⅙ de la población mundial como mercado) pero es vía marketing, no de desarrollo científico (apuntan a viejas drogas, como la esketamina, cuyo uso aprobaron el año pasado en EEUU a instancias de Trump –Spravato– calculando ganancias por 2 mil millones de dólares.)
Y en Argentina diferentes gobiernos vienen intentando posicionar al país como banco de pruebas baratas a nivel mundial, por ejemplo con el acuerdo entre la GCBA y la AMM para hacer de los neuropsiquiátricos monovalentes hospitales de neurociencias que incluyan bancos de pruebas para farmacéuticas.
Un ejemplo clásico de esta explicación neuro-reduccionista y de cómo la venden las farmacéuticas puede verse en esta publicidad del Zoloft (sertralina) en EEUU (donde es legal la publicidad directa).
Digamos también, antes de continuar, que esta psiquiatría biológica y moldeada por las farmacéuticas, aunque mayoritaria, no es la única posible; existen corrientes críticas, que abordaremos más adelante.
La situación en Argentina y un antecedente ilustrador
En 2003 el antropólogo social Andrew Lakoff, publicó una investigación que sirve para conocer el mecanismo de la medicalización y cómo operan en las crisis. Investigó por qué se dispararon las ventas de antidepresivos entre 1998 y 2001 (de 45 a 54 millones de dólares por año) mientras cayeron las de ansiolíticos, incluso sin un aumento de diagnóstico. Y encontró toda una estrategia de marketing farmacéutico que a partir de empresas dedicadas recabar datos sobre diagnóstico y consumo (Lakoff denuncia que en Argentina –hasta hoy– eso es neoliberalmente privado) recompensaba con viajes y premios a quienes prescribían antidepresivos, mientras medios como La Nación largaban la "semana de trastornos de la ansiedad". ¿Y todo para qué? Para vender antidepresivos Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la serotonina (ISRS) más rentables. Ergo, el diagnóstico en Salud Mental es una construcción social concreta que implica intereses económicos (sociales y políticos también), por lo que hay que ser cuidadoso con los diagnósticos en salud mental, porque corren el eje social a uno individual para vendernos psicofármacos.
¿Cómo es la situación hoy? Cada vez más medicalizados
En 2019 el consumo de psicofármacos creció al menos 10 % y alcanza picos de hasta 20%. La demanda alcanzó los 132 millones de unidades, casi 70 % más que hace siete años (según informe del Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos).
Este año, según una encuesta de la UADE publicada en enero 2020: “pastillas para dormir, tranquilizantes, ansiolíticos y antidepresivos- presentan un uso personal que oscila entre el 7% y 3% de la población que los utiliza para el último año”; “Tranquilizantes, pastillas para dormir y ansiolíticos presentan un mayor uso entre los argentinos mayores a 50 años (12%, 9% y 5% respectivamente)” y la prescripción viene directamente del médico en 86 % de los casos para los ansiolíticos, vía el farmacéutico el 7 % y vía un amigo en el 10%.
En 2020 con la pandemia, según el secretario General del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos (SAFYB), “la venta de psicofármacos se disparó un 20%. Se vendieron 34 millones de unidades solo en el trimestre enero-marzo y se proyecta que este año, como mínimo, 4 millones más contra 2019. Las tres drogas que más se dispararon fueron clonazepam, lorazepam, y zopiclona: ataques de pánico, la segunda para los ataques de ansiedad, y la tercera para el insomnio. “Junto a esto —agrega— se produjo un aumento de consultas por ataques de pánico, fobias, insomnio, ansiedad y depresión, que son las habitualmente vinculadas a estos medicamentos, que ahora, con la receta digital, el médico puede prescribir por WhatsApp."
La pelea por salud mental no reduccionista va de la mando con un programa anticapitalista frente a la crisis
Esta medicalización, que está sin dudas operando hoy en la pandemia, va de la mano con la individualización de la problemática social, explicaciones reduccionistas, la negación de las necesidades de trabajo, salud y vivienda y la descarga de la crisis en la mayoría trabajadora; y la estrategia epidemiológica en términos represivos y burocráticos. ¿Quiénes se benefician? Sectores farmacéuticos multinacionales y nacionales como los comandados por Hugo Sigman (Insud, Elea, Chemo, etc.), o Alejandro Roemmers.
Un abordaje no medicalizante implica poner el acento en las bases psicosociales del padecimiento mental y apuntar no solo tratamientos psicológicos con recursos adecuados, sino al sistema social que genera el padecimiento, con un enfoque de salud integral, dialéctico. (Tampoco rechazar absolutamente el recurso farmacológico en determinadas circunstancias, pero salvo excepciones, nunca como tratamiento único y crónico). Concretamente, significa que abordar las problemáticas de salud mental de la mano con un planteo económico, social y político: por ejemplo, incluir comités de salud en los lugares de trabajo y una organización comunitaria democrática de las necesidades en salud mental, pero también un impuesto a las grande fortunas (como las de Sigman y Roemmers) para un salario de cuarentena a todxs y un plan de viviendas para terminar con el hacinamiento, la prohibición de despidos, insumos para trabajadores de salud, test masivos para guiar las medidas de distanciamiento social, etc. Y también un sistema de salud estatal unificado mientras dure la pandemia, que debería incluir la producción de medicamentos y la reconversión industrial para producir los insumos necesarios.
Y más en general, un sistema de salud único bajo control de trabajadores y usuarios; un sistema de producción de medicamentos estatal; y la democratización universitaria por una formación en salud sobre otras bases sociales y científicas.