El pasado 18 de mayo se cumplieron 100 años del nacimiento de Karol Wojtyła, conocido por su nombre papal: Juan Pablo II. Conocido como "el Papa viajero", sus visitas a distintos países le ganaron el aprecio de miles de feligreces, así como el reconocimiento de varios gobiernos en sus esfuerzos por "preservar la paz de los pueblos".
Este, desde luego, es el discurso de la Iglesia y de varios sectores conservadores que pretenden instalar y que ha tenido éxito gracias a la buena imagen que se le dio en vida de un hombre cercano a Dios, fiel devoto que reconocía la fe de distintos pueblos.
En México se volvió inmortal su frase "México siempre fiel", pronunciada en su primera visita en 1979, así como sus retornos en 1990 (durante el segundo año de gobierno de Salinas de Gortari), 1993, 1999 y 2002, en esta última siendo tratado como jefe de Estado y encontrándose con Vicente Fox, primer presidente de la era de la "alternancia democrática" que rompía con los 70 años de mandato consecutivo del PRI.
Al fallecer, la Iglesia Católica Apostólica Romana inmediatamente tomó medidas para iniciar el proceso de canonización, mismo que concluyó en 2014 y fue declarado como San Juan Pablo II por Jorge Mario Bergogio Francisco I.
La teología de la liberación
Cuando Juan Pablo II era todavía Karol Wojtyła se celebró en 1959 el Concilio Vaticano II. Eran épocas que pre-anunciaban el estallido social que vendría años después, la Revolución Cubana triunfaba y el mundo se disputaba entre el bloque de países de la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Como consecuencia de las resoluciones del Concilio Vaticano es que surgieron las Comunidades Eclesiales de Base y la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, cuyas conclusiones se dieron en la llamada Conferencia de Medellín. Aquí es donde surge la "Teología de la Liberación", cuyas posturas se extendieron más allá de la Iglesia Católica y fueron abrazadas por corrientes protestantes.
Para los adherentes de esta visión, se trataba de una nueva metodología de interpretación de las Sagradas Escrituras, ligándolas más a las masas populares bajo el principio de la humildad que Jesucristo había pregonado. Esto mientras el entonces Papa Pablo VI tomaba posturas cercanas a la reacción internacional, como lo fue declarar los estallidos juveniles de 1968 como "comunistoides".
A partir de los años 70, la insurgencia popular en América Latina llega a un punto de ebullición: procesos como los Cordones Industriales en Chile y las Coordinadoras Interfabriles en Argentina hacen que los trabajadores se radicalicen. Al mismo tiempo, el imperialismo estadounidense era derrotado en Vietnam en 1974, dando aliento a las masas de que era posible vencer —con el añadido de que dicha derrota fue instigada por un pueblo mayoritariamente campesino—; ese mismo año estallaba la Revolución de los Claveles en Portugal, la cual tenía el peligro de ir en auxilio del Otoño Caliente que ocurría a las puertas del Vaticano mismo.
La Teología de la Liberación surge en este contexto, en el cual se demostró patente la continuidad milenaria de la división eclesiástica, donde los sacerdotes, monjes y curas de las comunidades marginadas hablaban a los oídos sordos de los arzobispos y del mismo Papa. Concretamente, es en Centroamérica donde la Teología de la Liberación verá implementarse su praxis en cercana ligazón con los procesos revolucionarios de la región: desde El Salvador —con el Monseñor Óscar Romero como principal referente— hasta Nicaragua, la Teología de la Liberación no sólo se trataba de una obra de caridad, sino que en los hechos era un cuestionamiento serio a la elitización de la Iglesia misma. Los curas y padres católicos y protestantes de la Teología de la Liberación tomaban las armas y luchaban junto a los trabajadores, retomaban las posturas teóricas del marxismo y trataban de hacer coherencia con las enseñanzas de Jesús —cuyos límites exceden la intención de este artículo.
En 1978, Pablo VI fallecía y le sucedía Albino Luciani en el papado, nombrándose Juan Pablo I. Sus posturas tenían una clara intención de hacer una reforma a la Iglesia, tomando incluso posturas simbólicas como el rechazo de la corona papal y de la silla gestatoria, iniciando su papado bajo el lema de Humilitas (Humildad). Sin embargo, a poco más de un mes de ser nombrado, Juan Pablo I fallecía, iniciando un "año de los tres papas", que es como se conoce cuando en un mismo año se nombran tres papas consecutivamente. Con ello, Karol Wojtyła ingresaba al papado bajo el nombre de Juan Pablo II.
Juan Pablo II y su cruzada contra la teología de la liberación
Wojtyła, de origen polaco, había visto de primera mano no sólo el régimen estalinista impuesto tras las conferencias de Yalta y Potsdam, sino también las consecuencias de la ocupación nazi y el Holocausto. Al estallar las revoluciones en Centroamérica, la Iglesia Católica, con Juan Pablo II a la cabeza, rehusó apoyar a sus correligionarios, permitiendo que muchos cayeran bajo el fuego de las fuerzas armadas de los reaccionarios (como el ya mencionado Monseñor Romero, asesinado en plena misa a manos de un militar cercano al ultraderechista Roberto D’Aubuisson de la Alianza Republicana Nacionalista, ARENA).
Al año siguiente, estallaba el último intento de revolución política en los países de los estados obreros deformados: en Polonia millones de trabajadores se iban a la huelga bajo el sindicato Solidaridad. La derrota de este proceso comenzaría a marcar la pauta del contraataque de la burguesía internacional: el neoliberalismo se extendía, primero en Inglaterra y después en Estados Unidos, con fuertes privatizaciones y arrebatando conquistas importantes de la clase trabajadora.
En América Latina, este proceso vino de la mano de la democratización de los países del Cono Sur, donde las dictaduras comenzaron a ser cuestionadas con movilizaciones de la clase obrera y sectores populares. Aquí los capitalistas ensayan las lecciones que habían aprendido con la Revolución de los Claveles y comienzan a implementar la estrategia de la contrarrevolución democrática: con una fachada de mayores libertades y fin de gobiernos dictatoriales y autoritarios, dejaban pasar al mismo tiempo los mandatos del Fondo Monetario Internacional y ataques a las condiciones de vida de las masas.
Años después, la burocracia estalinista en la URSS y los países del Glacis, tal como lo predecía Trotsky en La Revolución Traicionada, a falta de una revolución política triunfante, restauraba el capitalismo. Uno a uno, los Estados obreros deformados daban paso a gobiernos capitalistas; la Iglesia Católica aquí fungió un papel importante y estratégico, siendo tanto en América Latina como en Europa del Este mediadora de los procesos de restauración burguesa.
Un papado neoliberal
Durante el Papado de Juan Pablo II se beneficiaron las alas más conservadoras de la Iglesia. Tanto el Opus Dei como la Orden de los Legionarios de Cristo (encabezada por el conocido abusador Marcial Maciel) veían no sólo incrementar sus financiamientos, sino también sus dirigentes eran electos a puestos de alta jerarquía. Las acusaciones de ambas órdenes de abuso sexual y corrupción fueron sistemáticamente ignoradas por Juan Pablo II y encubiertas.
El caso de Marcial Maciel y su red en México solamente pudo salir a la luz en los años 2000, tras la muerte de Juan Pablo II y con Maciel muriendo en la impunidad. El papado de Juan Pablo II se caracterizó por apoyar abiertamente procesos que empeoraban las condiciones de vida de las mayorías con la fachada de ser un "mediador neutro" que instigaba la paz.
La realidad, sin embargo, es que los que se beneficiaron de la intervención de Juan Pablo II y sus plegarias fueron los políticos capitalistas que se enorgullecían de que caía el Muro de Berlín y veían cómo sus ganancias se incrementaban al incorporar a una porción inmensa de la clase obrera a las cadenas del capitalismo.
Juan Pablo II quizá haya muerto siendo recordado en vida como un padre frágil, devoto y con amplia simpatía (a diferencia de sus sucesores), pero sus acciones hablan por sí mismas. El hecho de que tenga una estatua en México develada nada menos que por el empresario Ricardo Salinas Pliego, favorito de la llamada "Cuarta Transformación", es una muestra de ello. |