Cinthia Fernández es noticia porque subió un video en donde muestra que la empleada doméstica que trabaja en su casa, tenía una botella de vino en su baño. Qué simpática la noticia. Si hasta nos muestra a su hija sorprendida por el hallazgo.
Lo que también muestra es que una empleada doméstica en la casa de la patrona no tiene privacidad, no tiene tiempo libre, no tiene el derecho de tomarse una copa de vino a la noche después de limpiar toda la mugre de la casa de Cinthia.
Yo como hijo de empleada doméstica, viví esta “buena onda” de las patronas. No la está retando de que tenga un vino en el baño, le pareció gracioso y decidió compartirlo. A nosotros nos pasaba lo mismo, podíamos ir a la casa de elles pero siempre estaba implícito que nosotros estábamos ahí porque elles lo permitían.
Me acuerdo que mi mamá nos contó alegre (o eso pareció) que un fin de semana podíamos ir a la casa de la señora. Ella se iba a tener que quedar ahí; le habían ofrecido una changa.
Fue la primera vez que entré a un country, en ese momento todavía se llamaban barrios cerrados, estaba maravillado con el verde, la tranquilidad, las casas de dos pisos, no una sino todas; había carteles que prohibían ir a una velocidad máxima de 40 km por hora y autos en todos los garage. Estaba completamente lejos del barrio.
La casa en la que trabajaba mi mamá era la mejor de todas. Tenía como cinco autos en la entrada. También era de dos pisos, pero parecía la más grande de la cuadra. Y adentro había de todo, la heladera llena, tenían hasta cinco opciones de yogures. Me acuerdo que quedé impactado porque tenían una pieza solamente para ver la televisión con una pantalla de 40 pulgadas, cuando en ese momento apenas soñábamos con una de 29.
Nosotros podíamos hacer lo que quisiéramos. “Lástima que es invierno, si no se metían a la pileta”, nos había dicho la señora. Mi mamá tendría que trabajar, porque el hijo de la patrona iba a festejar su cumpleaños e iba a hacer una fiesta. Lo bueno era que nosotros la podíamos ayudar.
Me acuerdo lo maravillado que quedó ese nene de doce años que fui. Ahora lo veo con ojos de un adulto, de un trabajador que tiene que soportar las simpatías de los patrones. Todes nos referíamos a la patrona de mi mamá, como una señora buena, que la ayudaba. Pero detrás de esa bondad estaba el poder, la relación de patrona y empleada. La ayudaba, siempre y cuando trabaje y esté a su disposición entera. Las changas de quedarse los fines de semana, paulatinamente se convirtieron en lo cotidiano. La bondad no era más que el sueldo, el precio que tenía que pagar mi vieja para darle de comer a sus hijos y tener algún que otro lujo.
Son muchas las patronas que se sienten dueñas de sus empleadas. Lo que no saben es que el silencio está desapareciendo, hay una red que se está tejiendo desde abajo.
Las empleadas domésticas no se callan más, hace tiempo que se están organizando desde Trabajadoras Domesticas Contra la Discriminación, y hoy en día también son compañeras de lucha. Integramos una misma de red que está dispuesta a cambiarlo todo.
Somos trabajadores e hijes de trabajadores. Y ahora rompemos el silencio.
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