El hecho de que uno de los principales referentes de la heterodoxia económica en Argentina, Axel Kicillof, haya asumido como ministro de economía en defensa explícita del “modelo de crecimiento con inclusión social” reabrió el debate sobre el alcance y los límites de la controversia ortodoxia versus heterodoxia. La contradicción llega a punto tal de que el ministro estrenó su función con la mayor devaluación de la era K afectando de forma directa los bolsillos de los trabajadores, bajo la quimera de un discurso progresista. En esta línea, retomamos el interrogante del economista Mariano Féliz, quién planteó recientemente en un artículo publicado en La Izquierda Diario la necesidad de “establecer de forma crítica qué significa la heterodoxia en el campo de la economía política”.
Planes de estudio, heterodoxia y marxismo
No son pocos los obstáculos que aparecen en el camino para quienes se acercan al estudio de la economía motivados por hacer un aporte al cambio social a través del conocimiento. Uno de los más importante es el contraste entre lo que vemos en los libros, los modelos que explican los profesores y la vida real de millones de trabajadores. En el mundo de la llamada síntesis “neoclásica-keynesiana” no existe la explotación ni las clases sociales, el capitalismo es un sistema natural y eterno en el que la producción y la distribución se realizan mediante una idílica colaboración entre “agentes” que aportan distintos factores a la producción. Esta teoría ortodoxa se erige como única visión y hegemoniza los planes de estudio de las mayorías de las universidades en las que se forman los economistas, constituyendo el sustento ideológico en el que se apoyan Estados, patronales y banqueros para justificar la sociedad de clases. Su máxima expresión práctica es la batería de planes de ajuste hacia los trabajadores y las políticas económicas del neoliberalismo.
El debate sobre la formación de los economistas bajo esta matriz teórica predominante surge en relación a su rol en la sociedad, qué lugar debe jugar o no el Estado, cómo y de qué forma la disciplina puede dar respuesta a los grandes problemas sociales como el desempleo, la pobreza, el subdesarrollo, la existencia de países pobres y ricos, entre otros. La imposibilidad de corroborar sus postulados ante problemas comunes como las recurrentes crisis capitalistas ha hecho que cada vez sea más cuestionada su validez, especialmente en momentos en que son enfrentadas por fuertes movilizaciones populares.
Entre las distintas corrientes que se reivindican parte de la heterodoxia y como una alternativa a estos preceptos se encuentra un amplio arco ideológico, desde postkeynesianos, estructuralistas, srrafianos y hasta algunos que se reivindican marxistas. Estas corrientes surgen en distintos momentos críticos de la ortodoxia neoclásica ante su impotente estrechez teórica para resolver los problemas que se les presentan a las burguesías para mantener su dominio. Mediante propuestas del tipo más “estatalistas” y ciertas reformas parciales que no ponen en cuestión las relaciones de explotación ni varios fundamentos teóricos de la ortodoxia, se constituyen así como una de las variantes necesarias de la regulación económica capitalista. No es casual entonces que a lo largo de la historia se hayan ido incorporando a la “doctrina oficial” impartidas en las universidades los postulados de corrientes heterodoxas, como fue por ejemplo los del mismo Keynes.
Por el contrario, los desarrollos de Karl Marx y sus continuadores realizan una profunda apropiación crítica a la economía política clásica de Adam Smith y de David Ricardo, apuntando con todo su filo contra la economía vulgar lo que adelantó las bases para la crítica de la corriente neoclásica (la cual multiplicó las formalizaciones apoyadas en los fundamentos de esa economía vulgar). La crítica de la economía política es la crítica de la propia sociedad capitalista y por tanto postula a la clase trabajadora como el sujeto hegemónico del cambio, perspectiva que no comparten las corrientes heterodoxas.
De heterodoxias y ortodoxias renovadas
Mariano Féliz define correctamente el “derrotero” que llevó a la heterodoxia de Kicillof a convertirse en la nueva ortodoxia en Argentina. Axel Kicillof le otorgó el sello académico que faltaba al proyecto de “desarrollo” capitalista surgido al calor de las jornadas revolucionarias de 2001. El kirchnerismo se desenvuelve no como continuidad de la movilización popular sino como su vara de contención y desvío a través de un conjunto de tibias reformas dirigidas desde el Estado y políticas de conciliación de clase frente al enorme descontento social ante el resultado de las políticas neoliberales de la década previa. Es por ello que el gobierno construye su figura como alternativa a la ortodoxia neoliberal, encorsetada por la correlación de fuerzas que impedía a las fracciones dominantes continuar en el mismo sendero de ajuste.
Asistimos a la conformación de una nueva economía política, donde el Estado profundiza una intervención en la economía con el rol de mediar para intentar acolchonar las contradicciones entre las clases, impulsa cambios en la regulación de la fuerza de trabajo (como es el nuevo impulso de las paritarias), aumenta el gasto social basado en la mayor capacidad recaudatoria del fisco, buscando con todo esto alimentar así las expectativas en mejoras paulatinas de los trabajadores y sectores populares como base para cimentar el orden capitalista. Pero esto tuvo como base las condiciones extraordinarias de rentabilidad generadas por el boom mundial de los commodities, el aumento de la tasa de explotación que permitió la devaluación de 2002, y los superávits gemelos, comercial y fiscal. Agotadas estas bases, las contradicciones para sostener el esquema se volvieron cada vez más profundas, expresadas en la inflación, la escasez de divisas en un mundo en el que abundan, y desembocaron en 2014 en la devaluación nuevamente. En el ínterin, esta economía política sostuvo incambiadas las bases del dominio imperialista sobre el país apoyada en una “renovada” explotación del capital sobre el trabajo. La renovación ortodoxa es, a decir de Féliz, “la ideología dominante adaptada a las necesidades de las clases en el poder en la nueva etapa actual de desarrollo del capitalismo en la periferia”.
Como decíamos más arriba, el hecho de que Axel Kicillof haya escalado hacia el Ministerio de Economía en la etapa de enfriamiento de la actividad económica no fue casual y el protagonista supo jugar el rol que tenía asignado. Primero asumió realizando la mayor devaluación del peso desde el 2001, luego su infatigable lucha por la “vuelta a los mercados” internacionales de crédito y ahora el ataque al salario obrero fue mérito suficiente para ganar su título como cara visible del ajuste contra la clase trabajadora. ¿Se trata esto de un abandono de sus postulados “heterodoxos”? No, y más bien, todo lo contrario.
Recordemos que no es la primera vez que la heterodoxia acude en ayuda de la recomposición del régimen de explotación y dominación capitalista. Salvando las distancias, aquel economista estudiado y admirado por el ministro, John M. Keynes, fue quien proporcionó a la burguesía en los años `30 nuevas recetas “alternativas” a las neoclásicas para reflotar a la economía mundial que transcurría una de las crisis más agudas y profundas de su historia. Como plantea Paula Bach, “Keynes se vio en la necesidad de criticar el cuerpo teórico de la economía oficial (…). No porque se opusiera a la elevación del modo de producción capitalista a la forma inmutable y general de la existencia humana, sino porque visualizó que la estrechez de miras de la teoría oficial enfrentada a los límites propios del capital, hacía peligrar tanto la aceptación de aquella concepción como la continuidad misma del modo de producción capitalista.” Las ambiciones y posibilidades de Kicillof son, naturalmente, más acotadas, en tanto se encargó de proporcionarle un tinte “progresista” a los postulados keynesianos que más adelante se expresarán en la dirección que imprimirá a las políticas ejecutadas desde su ministerio para rescatar, no al capitalismo mundial, sino a una burguesía rentística e imperialista que opera en la Argentina.
“Una cuestión de Estado” en la economía de los gobiernos posneoliberales
El problema de no se agota en Argentina, ni se trata “sólo” de una de las corrientes en el mar de escuelas que comparten el motus de heterodoxas, sino que refiere a la pregunta de qué método de conocimiento y qué teorías permiten refutar al capitalismo cómo el máximo de felicidad alcanzable por la sociedad. Otras experiencias de América Latina surgidas también en procesos de fuerte movilización popular como en Bolivia o Venezuela pusieron en cuestión los intereses de las fracciones dominantes de las burguesías, que debieron resignarse al acceso al gobierno de fuerzas políticas reformistas al tornarse insostenibles los mecanismos de explotación neoliberales.
Como analiza Eduardo Molina "la función histórica de los gobiernos ‘posneoliberales’ no es transformar el orden social del capitalismo dependiente latinoamericano, sino preservarlo y ‘actualizarlo’ mediante reformas parciales"..."mientras se mantuvo la continuidad de aspectos económicos y sociales claves heredados del neoliberalismo (como la especialización exportadora, el endeudamiento externo o la precarización laboral), las reformas parciales contuvieron la movilización social, ‘pasivizando’ a las clase subalterna y cooptando a los ‘movimientos sociales’ para ‘pasar de la protesta a la propuesta’ -según la frase de Evo Morales-.".
En Venezuela por ejemplo, el gobierno chavista aplicó la política de fuerte administración estatal de los recursos petroleros para pasar “de un capitalismo rentístico a uno productivo” mediante la diversificación de la producción y exportaciones. Sin embargo, no se modificó en términos estructurales su carácter de capitalismo rentístico y dependiente en tanto fue inexistente la industrialización, no cesó la penetración del capital extranjero y la deuda externa está asfixiando los recursos necesarios para la economía nacional. Mientras tanto, el ascenso de masas fue desviado mediante concesiones en los momentos de auge económico que llevaron al abandono del combate directo contra los capitalistas y su Estado para pasar a confiar en que la resolución de que sus demandas se obtendrían en apoyo a ese Estado y al gobierno “revolucionario” que lo administra. La preocupación central del gobierno comenzó a ser el mantenimiento del orden, para el cual se vale cada vez más de la presencia militar en la administración pública, incluso en cargos en la estructura gubernamental y las grandes empresas estatales.
El hecho de que el Estado no sea neutral, como se suele presentar, sino que responde a los intereses de una clase -aquella que basa su fortuna en la apropiación de trabajo ajeno- evidencia un límite para aquella “economía crítica” que se plantea como meta una transformación profunda de la realidad: la escisión que realiza entre el análisis de clase de la sociedad y los medios para superarla. Es decir, cómo ligarse con la clase trabajadora para que tome en sus manos la tarea de combatir al Estado capitalista como garante de la propiedad privada de los medios productivos.
Formación de economistas, ¿para el capital o para los trabajadores?
Allí surge una diferencia importante entre la economía crítica (o para Féliz, la economía política de los trabajadores) con la crítica de la economía política en los términos de Marx. Esta última se define como crítica inmanente de la sociedad capitalista y de las categorías teóricas que la propia economía política utiliza para analizar la sociedad y naturalizarla a la vez. Es también la praxis necesaria de apostar a la emergencia de la clase que produce la riqueza social, la clase trabajadora, como sujeto de transformación sin depositar confianza en sus enemigos. Por ello, la tarea prioritaria del conocimiento científico debe ser aportar a la construcción de una perspectiva política de los trabajadores independiente de las burguesías y sus estados, aspecto “olvidado” por las corrientes de la heterodoxia y por supuesto también de la ortodoxia.
Es necesaria una reforma profunda de los planes de estudio de las carreras de economía, atravesadas enteramente por el pensamiento único neoclásico, cuyo objetivo es sostener el “statu quo” y dar los fundamentos a las clases dominantes para legitimar el orden social. Esta reforma requiere contemplar la pluralidad de voces y perspectivas, así como las variantes de la heterodoxia y la economía crítica. Sin embargo, la lucha es por poner en primer lugar las ideas que subvierten el orden establecido, por discutir una verdadera transformación y para ello es fundamental la defensa de la crítica de la economía política y del marxismo revolucionario que se orienta a la superación del sistema capitalista por obra de los trabajadores mismos. Para que no haya más explotadores ni explotados. |