Miles de manifestantes llenaron la Plaza de los Mártires en el centro de Beirut para protestar por la situación económica y por elecciones anticipadas; es la mayor movilización desde el comienzo de la pandemia. La manifestación es la mayor en tres meses desde que el país comenzó el bloqueo nacional en marzo destinado a frenar la propagación del COVID-19. Comenzó de forma pacífica pero se convirtió en enfrentamientos entre manifestantes, contra-manifestantes y la policía. Esto se da en medio de las negociaciones por un paquete del FMI que para inyectar 10 mil millones de dólares en financiamiento y apuntalar la economía colapsada. El país incumplió el pago de sus préstamos externos por primera vez en marzo.
Las manifestaciones han tenido lugar en el Líbano desde octubre del 2019, cuando más de un millón de personas irrumpieron en las calles para exigir una solución a la economía en crisis, el fin de la corrupción desenfrenada y la caída del gobierno integrado por políticos de la época de la guerra civil. En ese momento el entonces primer ministro Saad Hariri fue derrocado y suplantado por Hassan Diab. Este cambio, articulado con la crisis abierta por la pandemia mundial, generaron expectativas de algunos cambios que alivien la situación.
Sin embargo, en menos de 100 días Hassan Diab llevó adelante un corralito libanés, donde la moneda local, la libra libanesa, perdió un 60% de su valor en el mercado negro en los últimos meses, cayendo de la tasa oficial de 1,507 a más de 4,000 libras por dólar. Esta medida ha empujado a nuevas manifestaciones.
La mayoría de los grupos de protesta se han enfocado en una reforma inmediata, como una nueva ley electoral que revierta el sistema de circunscripciones sectario profundo que establece una articulación entre los distintos grupos que participaron en la guerra civil (ratificado luego de la guerra libano-israelí): el acuerdo de Taif.
Hasta el momento las protestas enfatizaban el carácter pacífico de las mismas, vinculando las demandas a los problemas estructurales del país. Entre ellos el desempleo que alcanza al 40% de la juventud, o el acceso a servicios básicos como la electricidad y agua, a la salud la educación, intentando sortear a la pobreza que se disparó al 45%, y según Human Rights Watch la mitad de los 6 millones de habitantes corre riesgo de pasar hambre. La situación es tan crítica que un albañil, hundido en la desesperación, intentó vender un riñón para darle de comer a sus dos hijos.
En Líbano los manifestantes intentan no despertar antiguos monstruos luego de haber vivido 15 años de guerra civil sectaria entre 1975 y 1990 (cristianos, chiítas, palestinos) y la invasión de Israel y EEUU. Pero la protesta del sábado vio una multitud más mixta que las manifestaciones anteriores en las que participaban todas las confesiones. Los antiguos partidos gobernantes, de mayor base cristiana ubicados ahora en la oposición, convocaron a la movilización a sus partidarios. Algunas de las reivindicaicones eran la eliminación del arsenal del Shia Hezbollah, una poderosa milicia y fuerza política respaldada por Irán, que desde el guerra conserva las armas.
Por esto, se produjeron enfrentamientos cuando docenas de contra-manifestantes, que apoyan a Hezbollah y su principal aliado chiíta, el Movimiento Amal, surgieron de un vecindario cerca de la Plaza de los Mártires y gritaron consignas sectarias. Cientos de manifestantes corrieron hacia ellos y arrojaron piedras y palos. Los manifestantes fueron rechazados, pero se enfrentaron con la policía durante varias horas.
Esta actitud del Hezbollah, que aumentó su influencia en el gobierno desde principios del 2019, controlando el Ministerio de Salud, tiene como objetivo resguardar al régimen desactivando a las protestas pero además a los nuevos grupos de oposición política como Li-Haqqi, que vienen presionando por demandas concretas y democráticas. Una pancarta levantada por activistas en la protesta decía: "Trabajo, salud, comida, vivienda para todos". Los manifestantes temen que los objetivos seculares del levantamiento estén en peligro a medida que los contrastes sectarios salgan a la luz y las condiciones de vida se deterioren. Una maniobra peligrosa que pueden explotar quienes estén contra las de las protestas.
Es difícil pronosticar cuál será el destino de estas protestas, que muchos analistas las enmarcan en una “Tercera Primavera Árabe”. Pero en un país donde el acceso al trabajo esta controlado por los partidos en el gobierno, la deuda externa representa el 170% de su PBI -de las más altas del mundo-, la vida de casi dos millones de refugiados sirios dependen del Estado, y donde incluso los trabajadores migrantes han llevado adelante protestas por salario en medio de su peor crisis económica, ahora agravada por el bloqueo para detener la propagación del coronavirus, el régimen tendrá que pensar muy bien cada movimiento en el tablero ante la extendida bronca y frustración a millones de libaneses. La complejidad que adquirió la región puede tomar cualquier rumbo, pero algo queda claro para los manifestantes a la hora de apuntar sus demandas “Todos, significa todos”. |