Realizamos un recorrido por los hechos y condiciones estructurales que dieron origen a una de las revueltas urbanas más violentas de la historia de Estados Unidos; un rayo en cielo sereno durante los albores del neoliberalismo en el gigante norteamericano.
Al momento de escribir este artículo, las movilizaciones contra el racismo y la violencia policial que recorren Estados Unidos y otras partes del mundo, ya cumplen dos semanas y aún se mantienen de forma persistente. El registro audiovisual del brutal asesinato de George Floyd por parte de la policía fue la gota que rebalsó el vaso. Floyd se suma a la larga lista de afroamericanos ejecutados por el brazo armado del Estado, la policía, en los últimos años. ¿Su crimen? Tener el color de piel negro y formar parte de la clase trabajadora. En el corazón del imperialismo norteamericano, todos y todas aquellos/as que posean estas dos características están más cerca del banquillo de los acusados y de la pena de muerte.
El 3 de marzo de 1991, un aficionado con una cámara de video encima (algo poco común para el momento) registró la brutal paliza que recibió Rodney King por parte de cuatro policías blancos de la ciudad de Los Ángeles. Estos derribaron, inmovilizaron y golpearon con porras al taxista afroamericano estando esposado. La novedad de este caso no era la saña de la policía racista con la comunidad negra, esto era (es) algo cotidiano. Lo novedoso es que en esta oportunidad la brutalidad quedó registrada, salió a la luz, se “viralizó” y se convirtió en un caso icónico en la lucha contra la violencia policial. Fue uno de los disparadores que dio inicio a una de las revueltas callejeras más violentas de la historia de Estados Unidos. Vayamos a los hechos.
Cuando estalló el odio
“Ni la policía ni el sospechoso sabían que una cámara casera grabó la escena. Comenzó como una persecución de alta velocidad y terminó el domingo a la madrugada con el taxista, un hombre negro, brutalmente golpeado y pateado. A la víctima la golpearon al menos 56 veces y sufrió varios huesos rotos”. Con ese breve informe, acompañado de las imágenes del crimen, daba la noticia un periodista de la CNN el 5 de marzo de 1991. El video que mostraba cómo cuatro policías le rompían el pómulo, el tobillo y varias partes del cráneo a Rodney King, a partir de ese día, recorrió todo el mundo.
El 29 de abril de 1992, un jurado compuesto casi completamente por blancos absolvió a los cuatro agentes de policía. Esta absolución representa la expresión más clara del aval del Estado, ahora en el campo jurídico, a la violencia policial sobre las minorías y al racismo, institucionalizado en los Estados Unidos desde su fundación y sus orígenes esclavistas. Ese mismo día comenzó la revuelta en Los Ángeles.
Las protestas comenzaron en el Parker Center, la sede de Los Angeles Police Department (LAPD) y acabaron con numerosos arrestos. La revuelta se extendió a la velocidad de la luz al histórico barrio negro de South Los Ángeles. La bronca contra las injusticias de este sistema estalló y ya era muy tarde para contenerla. Todos los ojos se voltearon a Los Ángeles durante esos días. El mundo miraba asombrado cómo, en pleno auge del neoliberalismo, en el centro de una de las metrópolis más grandes de Estados Unidos, miles de jóvenes negros que el sistema había descartado arrojándolos al desempleo, a los peores trabajos y que sufrían diariamente la violencia policial racista, expresaban su bronca.
Fueron seis largos días de furia intensa y combate callejero. 63 muertos, más de 2000 heridos, aproximadamente 3600 incendios y destrozos en 1100 edificios. Entre los incendios y destrozos, se destacó el asalto sistemático y los saqueos a los comercios cuyos dueños integraban la comunidad coreana. Esto se explica en parte tras el llamado “incidente Harlins”, y su posterior sentencia. En una discusión por una botella de jugo de naranja, Latasha Harlins, una chica negra de 15 años, recibió un tiro en la cabeza por parte de la dueña del comercio coreano, que quedó libre tras pagar una multa de U$D 500. Sin embargo, reducir el conflicto entre las comunidades negra y coreana durante la revuelta a este hecho, un lugar muy común en el que caen la mayoría de los análisis mainstream que hablan de este episodio, no nos permite analizar la estrategia y política activa por parte de la burguesía y sus gobiernos (histórica pero con mucho peso durante la ofensiva neoliberal) de dividir y fragmentar aún más a las distintas capas explotadas y oprimidas del pueblo.
Los lectores se imaginarán dónde estuvo puesto el énfasis de los grandes monopolios de la comunicación como la CNN en esos días... así es, en la propiedad privada. Esta operación mediática de manual, cuando se trata de analizar cómo la clase dominante cubre con sus medios las revueltas urbanas, jugó una doble función en aquel momento: deslegitimar las protestas y dividir aún más a los de abajo por su origen racial y color de piel.
Esta intención de dividir de forma consciente a los explotados y oprimidos se vio reflejada en cómo los grandes medios de comunicación transmitieron los hechos de la revuelta durante esa semana, televisando para todo el país, por ejemplo, cómo un camionero blanco era golpeado por un grupo de manifestantes hasta caer al suelo. La radio y la televisión hablaban de una “guerra racial entre negros, blancos y coreanos” también tratando de poner a los pequeños comerciantes en contra de las manifestaciones. Era necesario cambiar el foco de la "discusión". Divide y reinarás.
Los pequeños comerciantes (muchos de ellos coreanos) golpeados por la recesión de esos años, la comunidad negra y latina obligadas a competir por trabajos ultra precarizados y el conjunto de los trabajadores blancos y de otros orígenes tenían (tienen) al mismo enemigo. Evitar y desviar el surgimiento de cualquier tipo de fuerza social hegemónica que aglutine a estos sectores es una tarea estratégica de primer orden para la gran burguesía.
Superar estas divisiones internas entre los y las explotados/as, los prejuicios raciales o de cualquier tipo, para construir una fuerza de lucha unificada contra el Estado y los capitalistas y conquistar hegemonía sobre distintos sectores aliados se torna una necesidad de vida o muerte. Para poder llevar esta tarea a cabo, la revuelta de Los Ángeles de 1992, aunque fue una expresión genuina de odio y hartazgo, presentó varios límites. La ofensiva neoliberal apoyada en la derrota del conjunto de la clase obrera (que venía de estar a la ofensiva entre los años 1968-1981) y la posición indiscutida de Estados Unidos como máxima potencia mundial, nos permiten comprender mejor el contexto histórico en el que tuvo lugar la revuelta.
Consecuencias de la ofensiva neoliberal sobre los negros
El asesinato o brutal golpiza de un afroamericano por parte de la policía es solo la “punta del iceberg”, el último eslabón. El racismo está estrechamente ligado a las condiciones de explotación del sistema capitalista. Con los números y estadísticas que presentaremos a continuación no pretendemos realizar un estudio detallado de la reestructuración que sufrió la clase obrera norteamericana durante la ofensiva neoliberal, sino que buscamos reflejar una pequeña parte de lo que significan, por un lado, las condiciones estructurales del racismo en ese momento histórico y por otro, cómo la ofensiva del capital bajo el nombre del neoliberalismo atacó estratégicamente a la clase obrera de conjunto, aumentando su fragmentación, niveles de explotación y empeorando sus condiciones de vida; dejándola así objetiva y subjetivamente en pésimas condiciones para dar una respuesta de conjunto.
A diferencia del día de hoy, en 1992, el poder de Estados Unidos estaba en su pleno apogeo, aún salía humo de los escombros de la URSS y el imperialismo yanqui realizaba una nueva ofensiva militar en el Golfo. Este contexto era muy distinto también a la época de las manifestaciones y enfrentamientos del “largo verano caliente de 1967”, cuando más de 150 levantamientos -sobre todo en respuesta a la violencia policial- tuvieron lugar en todo Estados Unidos durante tres largos meses, confluyendo con el repudio generalizado a la guerra de Vietnam.
La reestructuración industrial de la economía estadounidense aumentó los niveles de precarización laboral y fragmentación de la clase obrera, llevándose los negros, como de costumbre, la peor parte. Los años setenta y ochenta trajeron consigo un fuerte cambio en los sectores más importantes de la economía norteamericana y, con él, de los trabajos de la clase obrera bien remunerados y sindicalizados. Diversos informes del Departamento de trabajo de Estados Unidos indican que en términos porcentuales, la caída de la densidad sindical en Estados Unidos fue del 23.2% al 11.1% entre 1980 y 2015 [1]. Las herramientas de organización por excelencia de los trabajadores habían sido drásticamente golpeadas (sumado a la traición de sus direcciones burocráticas). Esta reestructuración y ofensiva del capital no cayó del cielo. Fue impuesta con sangre y fuego por el neoliberalismo luego de la derrota del ascenso revolucionario que tuvo lugar en la etapa anterior en todo el mundo.
La reestructuración de la industria norteamericana fue particularmente intensa en la ciudades del este y del medio-oeste, pero igual de intensa en Los Ángeles, denominada como “la ciudad más industrializada al oeste de Mississippi”. Esto implicó el paso de una economía manufacturera pesada con empleos bien remunerados a una economía principalmente de servicios y de manufactura liviana. En Los Ángeles, la situación de la clase obrera negra se fue deteriorando a finales de los años 70 con el cierre de la industria pesada donde habían estado empleados en gran cantidad estos sectores. Este hecho se sumaba a la modificación de la composición del mercado laboral con la llegada de más de un millón de latinoamericanos que ocuparían nuevos puestos de trabajo en la manufactura, con bajos salarios, y que competirían con la comunidad negra. Lo anterior y los altos niveles de desocupación dejaron el camino abierto al aumento de la flexibilización laboral y a las rebajas salariales. Para finales de los años 80, la influencia de los surcoreanos en la economía mercantil de Los Ángeles también comenzaba a crecer.
El sociólogo Reynolds Farley (1984) [2] señaló, en base a la evolución de diferentes indicadores entre 1960 y 1982, que a pesar del crecimiento en esos años, los niveles de renta de la población blanca y la negra tardarían 300 años en igualarse con ese ritmo de crecimiento (!). Para 1996 el nivel medio de ingresos de los afroamericanos estaba a un 60% del nivel medio de ingresos de los blancos. [3] Otros estudios también arrojan que el ingreso medio anual de los negros graduados en la escuela secundaria cayó un 44% entre 1973 y 1990. En este período también aumentaron las reducciones en los programas sociales. Con el neoliberalismo, las condiciones de vida de los afroamericanos empeoraron enormemente.
Estas condiciones extremas de desigualdad, que caían con todo el peso sobre las espaldas de los trabajadores y las minorías excluidas (sobre todo las negras y latinas) necesitaban, en el “idioma del capital”, ser contenidas por una intensa represión. Había que mantener a raya a todos esos sectores. La famosa “guerra contra las drogas” cumplió, bajo otro nombre, esa función.
Tom Bradley, ex policía y alcalde desde 1973 hasta 1993 fue la perfecta punta de lanza para la reestructuración capitalista en Los Ángeles. Él, a diferencia de lo que uno podría pensar, era negro. Una prueba más de que el problema del racismo es mucho más complejo de lo que parece y que las visiones reduccionistas no ayudan a abordar el problema de lleno.
La revuelta y la espontaneidad del odio
Pasemos ahora a discutir la revuelta en términos más estratégicos para extraer algunas conclusiones. ¿En qué se caracterizan las revueltas? Son momentos donde se altera o interrumpe momentáneamente el orden público imperante, se liberan energías contenidas (en este caso por años de opresión racista y segregación a la comunidad negra que comenzó a tener derechos básicos recién desde 1964/65) y que estallan, generalmente, con altos niveles de violencia y de forma espontánea. Si tuviésemos que definir el concepto de espontaneidad, diríamos que es un fenómeno que se produce sin intervención o estímulo exterior, que se realiza por propia voluntad, sin estar coaccionado u obligado a ello, es decir, que no contiene en su interior una planificación previa, son las condiciones mismas las que generan estos fenómenos. Eso fue la revuelta en la ciudad de Los Ángeles en 1992.
Con esta definición no estamos diciendo que estas explosiones de odio espontáneas contra la opresión sí o sí están condenadas a agotarse en sí mismas. Si son capaces de superar sus trabas y los “callejones sin salida” que intenta imponer el régimen para contener estas expresiones, pueden transformarse en la punta de lanza para un proceso superior, donde se logre abrir el pasaje de la revuelta a la revolución u otros procesos más extendidos. Para sortear esas encrucijadas, la presencia de una organización propia de la clase trabajadora y los sectores oprimidos se torna vital.
En toda revuelta urbana es común la destrucción de la propiedad privada en general, sin embargo, no siempre se da de la misma forma. En la comuna de París, el alto nivel de conciencia de los trabajadores y sectores oprimidos también se expresó en los monumentos que eligieron destruir, como por ejemplo: la Columna Vendôme, ícono de la tiranía napoleónica. En las revueltas citadinas que tuvieron lugar en los años 60 y 70, generalmente, el odio callejero estaba direccionado principalmente contra bancos, oficinas icónicas de empresas imperialistas, entre otros. Hace unos días recorrieron el mundo los videos que muestran el momento en que decenas de manifestantes derriban y tiran al río la estatua del esclavista de negros Edward Colston. En 1992, en la ciudad de Los Ángeles, la destrucción se concentró, principalmente, en los medianos y pequeños comercios (muchos de ellos de coreanos como mencionamos anteriormente). Esto se explica, en parte, por la coyuntura histórica en la que tuvo lugar la revuelta, con una clase obrera derrotada y una fragmentación sin precedentes entre los explotados y oprimidos. Comprender estos elementos hasta el final es fundamental para superarlos.
Un problema actual
La reacción blanca tras la revuelta, que llevó a los angelinos a elegir al republicano Richard Riordan (cuyo lema era “Lo bastante duro como para darle la vuelta a Los Ángeles”) como alcalde en 1993, demostraron que no había una alternativa política, ni en Los Ángeles, ni en Estados Unidos para todos esos sectores oprimidos y explotados. Para ese momento, el Partido Demócrata ya se había adaptado a los “nuevos tiempos de Reagan” adoptando un discurso igual de punitivista que los republicanos. No olvidemos: fue durante la presidencia del demócrata Bill Clinton que se aplicaron las famosas leyes de los “3 strikes”, que consistía en condenar con cadena perpetua a cualquier persona que haya cometido 3 delitos menores, o la Ley de Control de Delitos Violentos y Aplicación de la Ley redactada por el entonces senador y hoy candidato a presidente demócrata, Joe Biden. Esta Ley expandió la criminalización de los negros y defendía la segregación en el transporte escolar.
Hoy en día, con la irrupción de la lucha de clases en el corazón del imperio norteamericano, acompañada por la protesta contra el racismo policial y la crisis económica que está aumentado los niveles de desempleo, pobreza y miseria en todo el mundo, retomar estos hechos para sacar lecciones es una tarea de primer orden para aquellos que deseamos fervientemente abrir el camino hacia una nueva sociedad sin explotación y opresión.
Discutir cómo articular una estrategia socialista y revolucionaria para la emancipación de todos los oprimidos y explotados se torna fundamental para evitar caer una vez más en el callejón sin salida de las reformas cosméticas que no cambian nada sustancial o que se canalizan al interior de los regímenes instituidos, a través de alguna variante política burguesa como el Partido Demócrata en el caso de los Estados Unidos, gran “cementerio” de movimientos sociales.
El Partido Republicano, que puso de presidente al racista, misógino y despreciable Donald Trump y el Partido Demócrata, demostraron no ser ninguna alternativa a lo largo de la historia. Ambos defienden la perpetuación de este sistema que necesita de la explotación y opresión para existir y harán todo lo posible para desviar mediante el aumento de la polarización y represión, o vía la contención del movimiento que despertó en Estados Unidos.
Como aspecto positivo, hoy en día, a diferencia de 1992, la clase obrera no viene de una derrota como la de esos años y viene “tensando sus músculos” a lo largo del planeta, desde la aparición de los “chalecos amarillos” en Francia, pasando por las rebeliones de Chile y Ecuador. Es hora de construir en el centro del corazón imperialista norteamericano un partido de la clase obrera y todos los sectores oprimidos y explotados de la sociedad. Ese el camino que se proponen recorrer todas las organizaciones de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, impulsora de la red internacional de diarios La Izquierda Diario con su sección norteamericana, Left Voice.