¿Es la literatura capaz de representar la experiencia y la realidad? En gran medida, el proyecto literario de Juan José Saer (Serodino, 1937 - París, 2005) proliferó en torno a esa pregunta, con más ánimos de complicarla que de contestarla. A 15 años de su muerte, el 11 de junio de 2005, recordamos a un artista que encontró en las limitaciones narrativas del lenguaje literario su horizonte estético.
Una figura de escritor difuminada
Saer se encargó de que la notoria ausencia de su figura en el ámbito literario argentino fuese justamente su figura de escritor. Vivió en Santa Fe hasta 1968, cuando emigró a Francia, donde pasó el resto de sus días. Pero las visitas a la Argentina fueron recurrentes, con la particularidad de que salteaba Buenos Aires y pasaba la mayor parte del tiempo entre su provincia natal y Entre Ríos. Quizás por eso no hay demasiados registros públicos suyos y su imagen de autor siga hoy un poco difusa. Disponibles en YouTube o reproducidos por escrito por quienes lo conocieron, el archivo Saer de apariciones públicas contiene unos pocos, pero célebres flashes como:
Saer en la fiesta de una editorial importante criticando a Bioy Casares que una vez dijo que había que escribir como si se le escribiera a una novia: “Eso no tiene ningún sentido. A menos que tu novia sea Virginia Woolf”.
Saer en la TV francesa (1979), compartiendo panel con Julio Cortázar y Augusto Roa Bastos mientras, para callarlo a Cortázar dice que hasta hacía unos años había visto TODAS las películas que se habían hecho. A lo que Cortázar, entendiendo el dardo de Saer, le devuelve: “Con razón tienes que usar esos anteojos tan grandes”.
Saer narrado así por el escritor Juan José Becerra: “En noviembre de 1989 lo entrevisté para el diario Sur. Cuando se enteró de que era propiedad del Partido Comunista comenzó a pronunciar compulsivamente la palabra ’misterio’ y a preguntarme si la publicación de esa palabra podía provocar algún cisma en la cúpula del PC”.
Saer y un guiño cómplice a la cámara cuando en el programa cultural de cable Los Siete Locos le sugieren que su obra guarda “fuertes relaciones” con la del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Y no mucho más.
La espesa selva de lo real
Bajo la prosa saereana corre un río de poesía. Gran parte de la originalidad de Saer está en la poeticidad de sus ficciones, de ahí que sea común escuchar que es un escritor difícil de leer. Al momento de leerlo, nos encontramos con una escritura de varias velocidades que a menudo solicita la lentitud y la disposición sensitiva de la lectura poética. Su control obsesivo del ritmo de las frases y un uso personal de la puntuación, que arrastra la sintaxis de la lengua castellana hacia sus límites, dan cuenta de que Saer no solo pensaba lo que escribía en sus novelas y cuentos, sino que lo escuchaba.
Empezó a publicar en 1960 pero fue a mediados de los ‘70 cuando radicalizó su proyecto estético con novelas como El limonero real (1974), Nadie Nada Nunca (1980) y Glosa (1986), y los relatos ‘La mayor’ y ‘A medio borrar’ (1976). En esos años, Saer despliega la etapa más experimental de su obra con una prosa incrustada de enumeraciones, aclaraciones y subordinadas, que posponen los núcleos verbales, en un imbricado tratamiento poético de la percepción. No por nada destacó siempre las figuras de Juan L. Ortiz y de Antonio Di Benedetto, estableciendo con ellos un calibrado linaje.
Los textos de ese período componen la zona más espesa y sofisticada de su obra narrativa y dan cuenta de una violencia ejercida sobre la lengua entendida como instrumento de comunicación y como sistema productor y reproductor de sentido. Los procedimientos con que Saer prioriza las descripciones por sobre el relato de acontecimientos ponen en cuestión el estatuto de la narración y su relación con la experiencia y con la memoria, a la vez que atacan de lleno las premisas de la novela realista.
Pero hay otras alternativas igual de calificadas aunque más amables para entrar a la obra de Saer. Como ‘La pesquisa’ (1994), una novela policial armada a partir de una sesuda reformulación de las convenciones de ese género. Otro gran candidato para primer libro leído de Saer puede ser ‘Cicatrices’ , de 1969. Esta es la novela de aprendizaje de Ángel Leto, junto con Carlos Tomatis y los mellizos Pichón y Gato Garay, uno de los personajes entrañables del mundo Saer. Su elenco estable está compuesto por ocho o nueve personajes a los que echará mano, con distintos niveles de focalización, durante toda su obra, y los reunirá en su novela póstuma, publicada inconclusa en 2005, llamada La grande . También puede resultar interesante empezar con ‘El entenado’ (1983), una novela que por pereza podríamos llamar histórica y que forma con Zama (1956), de Di Benedetto, y Río de las congojas (1981), de Libertad Demitrópulos; una tríada de obras maestras sobre la conquista española.
Como dijimos, Saer no forjó una figura de escritor resplandeciente que estuviera a la altura de su obra y que ayudara a colocar su literatura en el medio latinoamericano a fuerza de respeto y miedo intelectual. Ese fue Fogwill. Saer se ocupó exclusivamente de construir una obra coherente con el programa estético que delineó durante toda su vida. Y aún hoy, a 15 años de su muerte, nos rendimos ante la potencia de una escritura que no encandila por su novedad, sino que irrumpe con la fuerza de lo diferente.
“El mundo es difícil de percibir. La percepción es difícil de comunicar. Lo subjetivo es inverificable. La descripción es imposible. Experiencia y memoria son inseparables. Escribir es sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para intentar armar una imagen”, dice el propio Saer, sabiendo que ese intento es, en definitiva, lo único que se puede narrar.
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