Estamos en un mundo sacudido por todos los rincones. No solamente por la pandemia de coronavirus: también por oleadas de protestas y revueltas que desde las distintas latitudes del globo derraman como la leche hirviendo un hartazgo y cuestionamiento profundos a los propios cimientos del sistema capitalista.
Una parte importante de la humanidad está poniendo el ojo en la desigualdad y la pobreza estructural; las vidas precarias a las que millones se ven arrastrados; el racismo asesino, violento y sistemático de los estados y la opresión contra las mujeres y las diversidades que en toda crisis pagan el precio más alto.
En este marco, J.K. Rowling, la creadora del mundo Harry Potter, lo hizo una vez más y enarboló su cuenta de Twitter con 14,5 millones de seguidores para confirmarnos (si hacía falta) la transfobia de la que se la viene acusando desde hace algún tiempo.
¿Qué pasó?
La autora de la famosísima saga de libros arrancó hace algunos días por cuestionar una publicación que se refería a “personas que menstrúan” en lugar de decir “mujeres”. Pero no se quedó ahí, el derrotero siguió con un hilo para darle cuerpo argumental a su postura:
“Si el sexo no es real, no hay atracción hacia el mismo sexo. Si el sexo no es real, la realidad vivida de las mujeres a nivel mundial se borra. Conozco y amo a las personas trans, pero borrar el concepto de sexo elimina la capacidad de muchos para discutir significativamente sus vidas. No es odio decir la verdad”
Las críticas y repudios en masa no se hicieron esperar, y es que no es la primera vez que Rowling hace gala de una polémica con este tema. El debate tomó un nivel de trascendencia tal que se posicionaron públicamente distintas figuras de la cultura e, incluso, una buena parte del elenco de Harry Potter. El propio Daniel Radcliffe, quien encarnó en la adaptación cinematográfica al protagonista de la saga y sostuvo siempre una estrecha relación con Rowling, publicó una carta reivindicando la autodeterminación de las personas trans. De manera similar se posicionaron Eddie Redmayne, Emma Watson, Bonnie Wright, Katie Leung, entre otros.
Pero J.K. no se limitó a los tuits. Este miércoles por la tarde, publicó en su sitio web un escrito donde, desde lo teórico y lo personal, desarrolla mucho más en profundidad una postura contra lo que denomina el “activismo trans”.
Expecto transfobia
En la extensa carta que colgó en su página, la autora se mostró molesta por recibir, al igual que las mujeres que piensan como ella, el mote de “TERF”, que hace referencia al Feminismo Radical Trans Excluyente, por sus siglas en inglés.
No obstante, en todo el documento no hizo más que ahondar en una postura donde son los genitales los que definen al sexo. Pero lo que hay detrás de esta cuestión “filosófica” es la búsqueda de fundamentos para su “preocupación” por el avance en una nueva Ley de Identidad de Género en Escocia y los problemas de seguridad y miedo que esto, según plantea Rowling, pueda traer a las “mujeres biológicas” al tener que, eventualmente, compartir los espacios single sex. Todo este posicionamiento político, lo carga además con sus experiencias personales como víctima de violencia de género y abuso sexual, lo cual no hace más que agravar y alimentar el prejuicio de que una mujer trans encarna un peligro para las que no lo son.
Si bien en muchas ocasiones, en esta publicación y en toda su carrera, se manifestó en contra de los estereotipos de género, finalmente acabó haciendo gala de un esencialismo biologicista según el cual, lejos de respetar la autodeterminación sobre el cuerpo, el sexo y el género, las mujeres trans en realidad deberían cumplir ciertos parámetros de feminidad fijados por un visión biológica y binaria de los géneros.
No es un detalle menor que este tipo de concepciones son las mismas en las que históricamente se apoyaron las iglesias católica y evangélica y todos los sectores más conservadores para negar a los derechos más elementales a las diversidades sexuales.
De “quererlas, respetarlas y apoyarlas”, pasó a decir que: “Cuando se abren las puertas de baños y vestuarios a cualquier hombre que cree o siente que es una mujer y, como dije, los certificados de confirmación de género ahora se pueden otorgar sin necesidad de cirugía u hormonas, entonces estás abriendo la puerta a todos y cada uno de los hombres que desean entrar. Esa es la simple verdad”. Un verdadero vómito TERF, aunque grite o patalee.
Si algo caracteriza a la saga de Harry Potter es, en el conjunto de la historia, un potente mensaje contra todo tipo de segregación, opresión e intolerancia. Al parecer, Rowling es aún mejor escritora de lo que pensábamos, porque logró impregnar a millones de personas en todo el mundo con ideas que ella misma pone al margen de la hoja cuando se retira de la ficción.
De las premisas regulatorias sobre los cuerpos trans por sobre todo respeto al derecho a decidir, a la autodeterminación y la automodelación, J. K. retoma repetidas veces el término disforia de género como sinónimo de transexualidad, lo cual no solamente es un empleo completamente obsoleto de una categoría psiquiátrica sino que además está cargada de prejuicios, estigma y patologización.
Todo este abanico de ideas desplegadas por Rowling no solamente se encuentra muy por detrás de los avances conquistados, por ejemplo, ante la Organización Mundial de la Salud, sino que refuerzan estigmas sociales y discriminación que multiplican las desigualdades y tienen consecuencias materiales fatídicas: criminalización, desalojos, desempleo, falta de acceso a una salud integral, violencia policial y asesinatos de odio. No nos podemos cansar nunca de repetirlo: las personas trans tienen un promedio de vida, según los distintos países, de entre 35 y 40 años.
Parece obvio, los niveles de vulnerabilidad son brutales y se profundizan en este contexto de crisis pero, aún así, J. K. Rowling opta por golpear aún más desde su selecto lugar de privilegio como blanca, europea, multimillonaria y hetero-cis-sexual.
Son nuestras elecciones
¿Se puede separar la obra del autor? Muchos se hicieron esta pregunta, podría decirse que un sí y es un no. Lo cierto es que Harry no sería Harry sin Rowling, sin su bagaje, su historia de vida y su increíble imaginación.
Fueron su mano y su pluma las que encarnaron en los hombres lobo la cuestión de la segregación, las que inventaron a una eterna Hermione con su S.P.E.W. por los derechos laborales de los elfos, las que concibieron homosexual al personaje más poderoso, sabio y decisivo para la trama y, fundamentalmente, las que grabaron a fuego a una generación con la idea de que, al final, no nos define el origen, la sangre, las habilidades o la etiqueta que nos pongan, “son nuestras elecciones las que muestran lo que somos”.
En definitiva sí, la historia le pertenece a Rowling (por algo es ella quien recauda los millones). Pero me gusta creer que, de alguna manera, la obra a veces excede a quien la crea, trasciende y es apropiada por otros. En muchas de las protestas que en los últimos años recorren el mundo, como las demandas por educación pública en Chile, contra las políticas derechistas de Trump en Estados Unidos o las masivas movilizaciones del movimiento de mujeres en Argentina y otros países, es común encontrarse carteles inspirados en esta historia.
Lo llamativo, en este caso, está en cómo muchísimas personas repudiaron en las redes los dichos de Rowling apelando a las propias “enseñanzas” de su obra. La paradoja, es que J.K. literalmente le dio a millones las armas invisibles para hacer frente a las personas como ella y a las ideas que queremos desterrar de este mundo. Como la propia autora dijo alguna vez, si algo nos enseñó Harry Potter, es que nadie se merece vivir en un armario.
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