El 14 de junio de 1982, el ejército argentino se rendía ante el imperialismo británico. Las tropas del dictador Galtieri no sólo habían sufrido una derrota a manos del gobierno thatcherista, sino que además el gobierno militar estaba completamente desprestigiado ante la clase trabajadora que en los últimos meses de gobierno la comenzó a desafiar en las calles. Al mismo tiempo, el gobierno de la “Dama de Hierro” se veía fortalecido y se aprestaba a dar un golpe crucial a los trabajadores, lo que posteriormente lograría aplastando la huelga de los mineros del 84-85. El resultado de la contienda se daba en el marco de una serie de derrotas para la clase obrera internacional que comenzaba a ser sometida a una despiadada reconversión que sería conocida como neoliberalismo.
Previo a la tormenta; ¿qué ocurría en el mundo?
El boom de posguerra daba señales de agotamiento con el principio de la crisis de la hegemonía norteamericana. Las políticas ideadas por John Maynard Keynes, de buscar “los beneficios de la guerra en tiempos de paz”, [1] habían sido útiles para sostener al capitalismo dada la gran destrucción de fuerzas productivas del conflicto bélico más importante de la humanidad, seguido de distintas experiencias de autoorganización de los trabajadores que ponían en peligro la estabilidad del capital.
La crisis comienza al final de los años 60 en EE.UU., donde la desaceleración del crecimiento se combina con un declive de la productividad, lo que acarrea una baja en la rentabilidad del sector manufacturero. Esto da como correlato político un ascenso en la lucha en las calles de las masas, con los movimientos juveniles/estudiantiles del 68 en diversas latitudes, los movimientos contra la guerra de Vietnam y los derechos civiles en EE.UU.
La oleada revolucionaria del 68 comienza con el Mayo Francés en las calles de París, continúa con los estudiantes y trabajadores de Checoslovaquia, quienes desatan un proceso de control obrero democrático de la producción; [2] en América, la ola despunta en México, con los estudiantes cuestionando el monopolio político del PRI y siendo masacrados en la Plaza de las Tres Culturas; en Chile, el gobierno de Salvador Allende llega a la presidencia con un programa de reformas que generan la reacción de la burguesía y a la par surge un ascenso proletario en el cual los trabajadores ensayen procesos de control obrero de la producción con los cordones industriales que Allende no podrá contener y que sólo podrá ser frenado con la sangrienta dictadura de Pinochet. [3]
En Argentina, el Cordobazo inauguró un proceso de radicalización en el que los trabajadores conformaron sindicatos combativos como SITRAC-SITRAM y alianzas entre obreros y estudiantes, derivando en la creación de las coordinadoras interfabriles en 1975, pero el Plan Cóndor —que operaba desde el año anterior— se potencia con el golpe de Estado de Jorge Rafael Videla en 1976. La oleada de ascensos de masas y situaciones revolucionarias como respuesta a la crisis de dominio capitalistas tiene su cénit en 1974 cuando Vietnam derrota a las tropas de Estados Unidos; en Irán y Nicaragua, los trabajadores se rebelan contra los gobiernos títere del Sha y de Anastasio Somoza respectivamente.
El año de 1982 recibió a una Gran Bretaña con fuerte crisis económica, con un gobierno derrotado por los mineros en 1974, obligando a gobernar por un periodo al Partido Laborista sólo para que regresaran los Tories con la tarea de derrotar a las masas obreras y ensayar las políticas del capital de entonces, orientadas en los ochenta a recomponer la tasa media de ganancia. Estas estuvieron encarnadas en lo que se llamó el “período del reaganismo-thatcherismo”, que se caracteriza no por el fin de la intervención estatal —lo cual no sería posible en los marcos de la época imperialista— sino por un cambio en la forma de la misma, en la cual el Estado impulsa la transferencia de la industria y banca estatal a manos privadas mientras se adelgaza en el cumplimiento de sus obligaciones sociales.
En Latinoamérica, el neoliberalismo es aplicado tanto por dictaduras sangrientas, como la chilena, pero también en los países donde se llevó a cabo una “transición democrática” [4] a las que aquéllas tuvieron que ceder el paso, como en Argentina. Sólo que en este país la dictadura intentó, como última medida de preservación, desviar el descontento de las masas tras la demagogia nacionalista reclamando la soberanía y ocupando las Islas Malvinas, lo que desató el tema que nos ocupa y cuyo desenlace sería un elemento más en favor de consolidar la política de restauración capitalista. [5]
El carácter de la guerra de las Malvinas y los beligerantes
Es importante plantear en qué situación se encontraban ambos países y cuál era su papel dentro de la economía internacional, planteando qué clases dirigen la guerra. Esto no debería ser tan complicado de no ser porque, como veremos, la corriente del trotskismo inglés que encabezara Ted Grant se empantanó sobre esta cuestión.
En el caso de Inglaterra, se trata de una nación plenamente imperialista: tiene colonias en diversas partes del mundo y encabeza la Mancomunidad de Naciones (formada en su mayor parte por las excolonias que se le han independizado), sus empresas trasnacionales expolian los recursos de diversos países en el planeta y su moneda es referente en el flujo financiero internacional. Argentina, por el contrario, es una nación dependiente y semicolonial, la cual tiene diversos lazos que la atan económicamente con las potencias occidentales e, históricamente, con EE.UU. e Inglaterra.
De este país salen varias remesas a Londres a través de sus bancos, varias compañías petroleras como British Gas y Shell, automotrices como Ditecar, así como someter a Argentina al pago de la deuda externa. Definitivamente no es imperialista, pues el dinero (en mercancías y divisas) que “exporta” (parafraseando la definición de Lenin) no es suyo, sino que lo está devolviendo al país imperialista de origen, principalmente EE.UU. aunque Gran Bretaña tiene su parte también.
Los marxistas revolucionarios nos planteamos, en la medida de lo posible y en casos de guerras entre dos países distintos (dependiendo de su carácter, desde luego), del lado de la nación oprimida contra la nación opresora. Distinto es del caso de situaciones como la Primera Guerra Mundial, donde la postura era la del “derrotismo revolucionario”, es decir, de pelear por la derrota de las naciones imperialistas y volver la conflagración mundial en guerra civil. En la Guerra de las Malvinas, independientemente del gobierno dictatorial, nos situamos del lado de Argentina dada su dependencia económica. En ese sentido también apuntaba Trotsky:
Tomaré el ejemplo más simple y obvio. En Brasil ahora reina un régimen semifascista que todo revolucionario solo puede ver con odio. Supongamos, sin embargo, que mañana Inglaterra entra en un conflicto militar con Brasil. Les pregunto de qué lado del conflicto estará la clase trabajadora. Contestaré personalmente, en este caso estaré del lado del Brasil "fascista" contra Gran Bretaña "democrática". ¿Por qué? Porque en el conflicto entre ellos no será una cuestión de democracia o fascismo. Si Inglaterra sale victoriosa, pondrá a otro fascista en Río de Janeiro y colocará cadenas dobles en Brasil. Si Brasil, por el contrario, sale victorioso, dará un poderoso impulso a la conciencia nacional y democrática del país y conducirá al derrocamiento de la dictadura de Vargas. La derrota de Inglaterra al mismo tiempo dará un golpe al imperialismo británico y dará un impulso al movimiento revolucionario del proletariado británico. [6]
Esta es la postura de Trotsky, que sin embargo, debe analizarse en el contexto de su obra y acción como revolucionario. Trotsky no planteaba apoyar al régimen brasileño (en este ejemplo) en lo abstracto, como no lo hizo con ningún gobierno capitalista de hecho. Para él, la lucha se daba, en primer lugar, en darle apoyo militar al país, lo cual no significaba darle apoyo político a su gobierno. Este caso es el que ocurrió en España, donde Trotsky apoyó la exigencia al imperialismo de darle armas al gobierno republicano contra el alzamiento fascista de Franco a pesar de que el gobierno republicano era burgués.
En segundo lugar y en función de ello, el apoyo militar iba de la mano de la intervención independiente de la clase trabajadora en el conflicto —como sucedía en España, donde los partidos políticos y sindicatos organizaban milicias contra el fascismo. Sin ello, cualquier declaración de apoyo era una política vacía.
Ted Grant se empantana en la Guerra de las Malvinas
En el trotskismo inglés existían diversas tradiciones. De un lado estaban organizaciones que señalaban a las islas como un remanente del imperialismo británico, [7] mientras que del otro lado estuvieron quienes, escudados en una oposición a la Junta militar argentina, claudicaron ante el imperialismo británico, [8] renunciando a una política antiimperialista y permitiendo vía libre para que la guerra continuara. En ese sentido es que Ted Grant planteaba su propia postura con respecto a la guerra en el Atlántico, donde deja ver su subordinación a la política del laborismo como subproducto de su estrategia entrista. [9] En mayo de 1982, escribía un documento titulado “La crisis en las Falklands, una respuesta socialista”, en el cual planteaba que:
Las sectas ultraizquierdistas de varias descripciones han —¡muy predeciblemente!— apoyado a Argentina con el argumento de que es un país colonial enfrentado a la agresión imperialista. Eso no tiene sentido y muestra un enfoque completamente poco dialéctico. Argentina es uno de los países más desarrollados de América Latina. [...] El reclamo de la Junta a las Falklands es puramente un reclamo imperialista de botín en forma de recursos que se pueden desarrollar, aunque incluso esto es secundario a su objetivo de evitar la revolución al desviar a los trabajadores a lo largo de líneas nacionalistas. [...] La actitud de los marxistas hacia esta guerra se decide por todas estas consideraciones, y sobre todo por el hecho de que son dos potencias imperialistas las que están en guerra. [10]
Lo que llama la atención es que (como ya otras corrientes lo habían expresado más arriba) denomine a Argentina como una nación “imperialista”(!). Si esto fuera realidad, la situación demandaba la política de Lenin de “derrotismo revolucionario” por tratarse de una conflagración interimperialista. En ese sentido, se contradecía con Lenin cuando llamaba a apoyar el conflicto a la vez que nominalmente se "distanciaba" del mismo declarando que se “oponía a la guerra capitalista de Argentina contra Gran Bretaña, y la guerra capitalista de Gran Bretaña contra Argentina”. [11]
¿Cuál era la estrategia hacia la guerra entonces? ¿Cómo se expresaba su política concretamente? Como él mismo lo señala en su texto:
Debemos exigir una elección general ahora, como una forma de derribar a los conservadores y devolver al Partido Laborista al poder con un programa socialista. [...] Si es necesario, los trabajadores británicos y los marxistas estarán dispuestos a emprender una guerra contra la Junta Argentina[!!!], para ayudar a los trabajadores argentinos a tomar el poder en sus propias manos. Pero sólo una Gran Bretaña socialista democrática tendría las manos limpias. Un gobierno laborista comprometido con las políticas socialistas probablemente no necesitaría hacer la guerra, pero podría emitir un llamamiento socialista a los trabajadores argentinos para derrocar a la monstruosa Junta, tomar el poder y luego organizar una federación socialista de Gran Bretaña y la Argentina, junto con las Islas Falkland. [...] Un enfoque en estas líneas, exigiendo una elección general y el regreso de un gobierno laborista comprometido con las políticas socialistas plantearía en la mente de la clase trabajadora todas las cuestiones de para quién y para qué se libra la guerra. [12]
Entonces, la "solución" de Grant no es el derrotismo revolucionario en sí, sino... ¡Ir a elecciones! ¿Pero cómo? Grant nos da la respuesta: exigirle al Partido Laborista que impulse un programa socialista. ¿Pero acaso en su análisis Ted Grant pensó siquiera en que tal escenario no se pudiera llevar a cabo y que el Partido Laborista impulsaría la guerra contra Argentina sin un programa socialista? El Partido Laborista, que entra en la definición de lo que el marxismo llama partidos obrero-burgueses, [13] en muchos momentos del siglo XX estuvo al frente del gobierno británico y, por ende, de sus políticas imperialistas. Para Grant, la clave era que el Partido Laborista llegase al gobierno del país imperialista y adoptase una perspectiva que, en sus sueños, era socialista.
La política propuesta por Grant, recubierta con un discurso socialista, mostraba dos cuestiones plenamente alejadas de una política revolucionaria. Por una parte, una subordinación política al Partido Laborista bajo la idea de que se le podía dar un programa socialista, obviando su carácter socialimperialista. El marxismo llama siempre a hacer un análisis concreto de la situación concreta; en lugar de fantasear con una federación socialista anglo-argentina, Grant debió haber planteado qué hacer con la minoría marxista que él encabezaba y que ya existía dentro del Partido Laborista. No con agitación electoral, sino impulsando una política que en ese momento pasaba por el enfrentamiento a la política imperialista.
La segunda cuestión, justamente fue la negativa a una política principista y revolucionaria ante la guerra. En Inglaterra, oponerse a la guerra pasaba necesariamente por boicotearla, luchando por la derrota imperialista, llamando a los trabajadores a movilizarse contra las políticas neoliberales de Thatcher y a la vez denunciar las ambiciones imperialistas de Inglaterra, así como el llamado a interrumpir las líneas de suministro y abastecimiento e incluso el sabotaje a la industria bélica británica. Grant —y gran parte de la izquierda británica también— dejó de lado la política concreta de ese momento, oponerse a la guerra, bajo una perspectiva maximalista ridícula que era irrealizable dada la correlación de fuerzas en ese momento.
Lejos de ello, la estrategia ecléctica de Grant ponía todo en función de la tradición política británica del Partido Laborista, esperando llamar a elecciones para que la Tendencia Militante lograra obtener un asiento parlamentario y desde ahí hacer parlamentarismo, todo sin establecer un puente entre la guerra y la situación británica. A lo largo de su texto no hay ni una sola palabra sobre la situación de la clase trabajadora británica y las políticas domésticas de Thatcher ni tampoco una sola consigna contra la guerra más allá de declaraciones abstractas y vacías.
Asimismo, la exigencia a la dirección del Partido Laborista de adoptar un programa socialista se inscribía en esa claudicación estratégica dadas las pocas fuerzas de la organización dentro del laborismo. Si bien Trotsky abogaba por el entrismo en organizaciones reformistas por un periodo breve para captar a las fracciones más a izquierda como una medida táctica, la política de Grant hizo de esta su estrategia principal, [14] la cual era de hecho un vacío retórico y meramente propagandístico.
Si Thatcher hubiera perdido la guerra —es decir, cedido el control de las Malvinas— al calor de los enfrentamientos militares, el papel de los mineros británicos, acaudillando al resto de la clase obrera y las milicias descontentas por ser lanzados a una guerra cruenta, hubiera sido de primer orden, obligando al laborismo a modificar su postura. Pero hablamos del mismo Partido Laborista que Grant apoyaba y que sirvió de respaldo para los conservadores para imponer el neoliberalismo.
Entonces el Partido Laborista habría actuado responsable y patrióticamente ante la burguesía imperialista, para sustituir a la conservadora en desgracia y asumir la tarea de hacer pagar los costos de la guerra a la clase trabajadora, desviando su posible ascenso revolucionario. Y es que parafraseando a Grant, “el factor subjetivo, no estaba presente para aprovechar la situación” y llevar a la ruptura a las masas con el partido reformista. Varias décadas de entrismo permanente serían el impedimento fundamental para que el proceso de radicalización de las masas avanzara a una situación revolucionaria.
Por ende, no sólo estaba embelleciendo abiertamente un liderazgo nacional-chovinista, sino que invertía por completo la fórmula leninista de derrotismo revolucionario, planteando que si el Partido Laborista era elegido con “un programa socialista” (que como dijimos, era poco probable que fuese adoptado ampliamente por éste) la guerra podía revestir un carácter progresivo contra la Junta y Galtieri.
Consecuencias de la derrota; ¿qué pretendía la Junta?
¿Qué es la guerra? Una guerra es un conflicto armado entre dos facciones. Esto es la definición más elemental y superficial, sin embargo, debemos ir más allá de ésta para analizar la política correcta a tomar en la conflagración de las Malvinas. En otro artículo, nuestros compañeros Diego Dalai y Simone Ishibashi la definían como “una institución más (la más cruenta y sangrienta) de las sociedades de clase y muy en particular del sistema capitalista y su régimen de dominio”; [15] asimismo, el general prusiano Carl von Clausewitz definía correctamente que ésta es “la continuación de la política por otros medios”. [16] ¿Cuáles medios? Los medios violentos.
Pero no es suficiente con añadir estas definiciones para nuestro análisis. Si Clausewitz mencionaba que la guerra continúa la política por medios violentos, entonces invirtamos la pregunta: ¿qué política en tiempos de paz es la que deriva en la guerra? Es decir, hay que analizar en función de qué se hace la guerra y para qué política. En ese sentido apuntaba Lenin:
Desde el punto de vista del marxismo, es decir, del socialismo científico contemporáneo, lo fundamental, para los socialistas que discuten cómo juzgar la guerra y cómo enfocarla, consiste en aclarar los fines de esta guerra, qué clases la han preparado y la dirigen. Nosotros, los marxistas, no pertenecemos al número de los enemigos incondicionales de toda guerra. […] Hay guerras y guerras. Es necesario discernir de qué condiciones históricas surge la guerra, qué clases la sostienen y en nombre de qué. [17]
Al estallar la guerra de las Malvinas habían pasado seis años desde que el ejército instaurara su régimen genocida de la mano del imperialismo estadounidense y su plan Cóndor que abarcaba otros países como Brasil, Chile y Uruguay; pero mientras las revoluciones no terminaban en procesos triunfantes para las masas o eran desviadas, la tasa de ganancia del capitalismo, tal como lo predecía Marx, llegaba a su límite. En Argentina la desocupación se extendía por todo el país y la brecha de desigualdad se agrandaba. Semanas antes del estallido de la guerra, la CGT encabezó un paro general con barricadas en las calles, más de mil detenidos y enfrentamientos entre los miles de manifestantes con la policía argentina, dando la señal de alarma a la Junta militar.
Viendo que la situación podía desatar un movimiento mucho más amplio, la dictadura decide reclamar la soberanía sobre las islas Malvinas —las cuales el imperialismo británico había arrebatado a Argentina desde 1833 argumentando que no había habitantes ni gobierno— como una maniobra de desvío. Con la posibilidad de desactivar la bronca mediante una operación militar, la Junta militar encabezada por Galtieri ordenó, dos días después del paro de la CGT, la ocupación de las islas.
En medio de una crisis económica y social parecida, el gobierno de Thatcher comenzó a generar las condiciones para una huelga por parte del Sindicato Minero, que hacia enero de 1982 votó si iría a paro contra el cierre de minas, pero los votos afirmativos resultaron derrotados, aunque éstos llegaron a ser poco menos de la mitad. La crisis en el Reino Unido llevó a que la opinión pública y sectores del Partido Laborista pusieran en la mesa de discusión la posibilidad de hacer elecciones anticipadas para sacarla del ejecutivo.
Como dijimos, la guerra sirve siempre en función de una política. La política de la Junta militar argentina no era ganar la guerra, sino que, bajo la suposición de que Estados Unidos se mantendría neutral, esperaban establecer negociaciones con Gran Bretaña —con EE.UU. fungiendo como mediador—, incluso esperando tener co-propiedad del archipiélago. Por el contrario, Reagan se mostró leal a Thatcher y ésta a Pinochet, quien rehusó apoyar la aventura militar.
Pero, independientemente de las intenciones de la dictadura argentina, la ofensiva militar británica planteó el enfrentamiento militar entre un país imperialista y una semicolonia, y presentó el problema clave para el marxismo al que nos referimos más arriba. El despliegue de fuerzas británicas cambió la correlación de fuerzas, lo cual obligaba a los socialistas a plantear la oposición a las intervenciones imperialistas, lo cual era doblemente importante en el terreno doméstico para el trotskismo británico.
Gracias a la victoria en las Malvinas, Thatcher aumentó su popularidad, dejando que la correlación de fuerzas fuera en contra de los mineros, aplastando al Sindicato Minero y su huelga tres años después. De igual forma, el papel del Papa Juan Pablo II, sirviendo como mediación, permitió en Argentina el avance de la Multipartidaria —una coalición electoral de diversos partidos burgueses y democráticos que adherían a la “reconciliación” impulsada por el Papa e impulsaban la transición a la democracia con la Junta—, la cual presionó para una transición ordenada que pusiera fin a la dictadura y el llamado a elecciones, proceso que sirvió para dejar en total impunidad a los militares genocidas, instalando además la idea de que era imposible derrotar a Inglaterra.
De esta forma, la derrota de Malvinas, ante el imperialismo británico, fue un golpe contra los trabajadores en ambos países, y también permitió una mayor ofensiva imperialista sobre la región. Hoy, en estos momentos de crisis económica y sanitaria, cuando empiezan a surgir movilizaciones y rebeliones en el interior del propio imperialismo británico y estadounidense, es fundamental que las y los trabajadores, tanto de los países imperialistas como de las semicolonias, levanten las banderas de la unidad internacionalista y antiimperialista. |