“El Coronavirus ha generado dolor y preocupación. Las cuarentenas alteran las formas habituales de convivir y es comprensible que, ante situaciones de incertidumbre, aparezca el temor y la ansiedad. Sin embargo, cuando se vuelven muy intensas o se prolongan en el tiempo, afectan nuestro bienestar y salud mental.” Con estas palabras inicia el portal web del programa anunciado el día sábado 20 de junio por el gobierno, acompañado de una serie de declaraciones redundantes por parte de los personeros del Ministerio de Salud.
En esta línea, la subsecretaria de Salud Pública, Paula Daza, afirmó que: “Hoy día somos testigos del impacto emocional que ha producido la pandemia en nuestro país, somos testigos del miedo, del temor y también del dolor que están viviendo muchas personas por estar alejados de sus seres queridos. Somos seres sociales y no estamos acostumbrados a tener que mantener este distanciamiento físico y también el distanciamiento social”.
Cabe destacar que este programa fue desarrollado a partir de la Mesa Social COVID-19, en donde, según palabras de Ennio Vivaldi, rector de la Universidad de Chile: “Fue motivo de satisfacción para la Universidad de Chile cuando la Mesa Social nos encargó este tema, y luego la Mesa Social recibe comentarios de municipalidades, colegios profesionales, organizaciones sociales, y sale de allí un informe que es recogido por la Presidencia de la República y se transforma en el programa SaludableMente. Creemos que es un logro enorme contar con esta plataforma informática y llamamos a quienes lo requieran a hacer uso de ella”.
La mayor parte del programa corresponde a difusión de números de contacto para solicitar ayuda profesional, así como una serie de consejos para enfrentar diversas problemáticas, como el estrés, la ansiedad, la dependencia al alcohol y sustancias, así como la violencia hacia las mujeres. Pese a que estos elementos sean un requisito para encarar la crisis profunda de la salud mental que se vive en Chile, son completamente insuficientes si lo que se quiere es abordarla, en vez de maquillarla.
Seguramente se preguntará el porqué de la afirmación de semejante argumento, es decir, el que este programa es completamente insuficiente. Aquí algunas razones.
La olvidada primera línea: Precarización y abandono
En una entrevista realizada a inicios de junio, el presidente del Colegio de Psicólogos, Pedro Acuña, señaló que: “Las políticas de salud mental tienen una parte técnica que debiera estar presente siempre, pero también hay aspectos de orden gremial que deben ser considerados. Hablamos de las condiciones laborales de los psicólogos en la red de salud, de fortalecer esa misma red y de políticas de salud en temas de presupuesto que, desde hace 30 años, del total que se le entrega a salud -que es el 20 por ciento del PIB- a salud mental le llega el 1,9 por ciento”.
Esta situación da cuenta de una precariedad profunda en la que trabajan las y los profesionales –sobre todo públicos- del área de la salud mental. Es decir, que si durante los últimos 30 años se ha producido un verdadero desbaratamiento de la salud pública, a costa de favorecer el negocio de las clínicas y centros privados de salud –mundo del cual provienen personajes como Mañalich y Paris-, lo mismo se ha producido con la salud mental. Incluso, podríamos decir que la situación es muchísimo peor. El que el aporte a esta área vital de la salud sea apenas de un 1,9% da cuenta de que la prioridad de los dueños del país nunca ha sido la del bienestar psicológico de las personas. Y menos de sus trabajadoras y trabajadores de ésta área.
Lo máximo que ha realizado el gobierno para las y los trabajadores de la salud fisiológica han sido aplausos. Para las y los trabajadores de salud mental ni eso.
Una situación completamente crítica, cuando quienes trabajan en los Centros de Salud Familiar se encuentran completamente colapsados, agobiados, y precarizados. Mientras que los planes de prevención e intervención clínica y comunitaria se encuentran completamente desbordados. Los padecimientos, afecciones y trastornos aumentan, mientras que la salud mental ofrecida por el Estado se cae a pedazos.
Chile y sus diagnósticos
Chile en la última década se ha hecho reconocido por su profunda desigualdad, siendo catalogado como uno de los más desiguales de la OCDE, en donde también es reconocido por ser el segundo país con la mayor tasa de suicidios dentro de la misma organización entre los años 1990-2010. Incluso para el 2017 el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), reportó que se realizan 1.878 suicidios al año, siendo la principal causa de muerte entre jóvenes entre los 20 y los 25 años, y la segunda en jóvenes de los 15 a los 19 años, mientras, en lo que respecta a los adultos mayores, presentan la mayor tasa de suicidios en todo el país.
En lo que respecta a la depresión la Encuesta Casen de 2017 indicó que es la tercera causa bajo la cual las y los chilenos acceden a tratamiento médico a través del AUGE-GES. Mientras que, según los datos de la Encuesta Nacional de Salud 2016 – 2017, un 6,2% de las y los habitantes del país sufren de depresión, siendo más común entre las mujeres, contabilizando sólo los casos diagnosticados, por lo que se espera que esta cifra sea mucho mayor considerando lo costoso de los tratamientos psicológicos y psiquiátricos.
A esto se le deben añadir los datos entregados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el 2017, en donde se registraron más de un millón de personas con trastornos de ansiedad (6,5% de la población), seguidas de 844.253 personas mayores de 15 años con cuadros depresivos.
Todos estos datos corresponden a cifras anteriores a la pandemia del COVID-19, lo que indica una situación sumamente crítica respecto a la salud mental de las y los habitantes del país. En esta línea, según los datos arrojados por la OMS durante el primer trimestre, entre un 3% y 4% de la población puede sufrir trastornos severos, mientras que una cifra mucho mayor, entre el 15% y un 20%, podría sufrir trastornos leves o moderados. Una amplificación en cadena de los padecimientos mentales, en donde el mismo presidente del Colegio de Psicólogos afirma que: “En términos técnicos, después de cualquier evento disruptivo estimamos que los problemas de estrés postraumático podrían estar presentes en un 25% de la población, significa triplicar o cuadruplicar la oferta que en este momento la salud pública tiene en el país”. Es decir, colapso sobre colapso.
Detrás de las categorías y diagnósticos
Para el 2017, Máximo Quitral, en su libro “La estética del dolor social”, parafraseando a Durkheim, afirmaba que: “una sociedad carente de solidaridad e integración es más vulnerable a procesos de frustración colectiva, instancias que fomentarían que los indicadores de suicidio aumenten irremediablemente. Si a esto le sumamos que los indicadores de inequidad, exclusión, segregación y desigualdad son bastante preocupantes en toda la región, el panorama social es más bien desalentador.”
Dicho y hecho.
La rebelión de octubre no sólo demostró en los hechos una rebelión en contra de los 30 años de abusos, sino que se evidenció como una respuesta –más o menos consciente- de este profundo malestar social frente a este sistema que nos enferma bajo los principios del neoliberalismo. En donde Quitral afirma que: “A la represión desatada contra los trabajadores por los regímenes dictatoriales de los años setenta, se acopló una estrategia de dominación neoliberal en el concierto mundial bajo cánones de imperialismo financiero, apareciendo el endeudamiento sostenido de las economías latinoamericanas, el debilitamiento de los sindicatos, el aumento de las tasas de interés y la jibarización del Estado. (…) La libertad individual quedó atrapada, coartada y sujeta a los vaivenes macroeconómicos dirigidos por las grandes economías, transformando al individuo en un ser carente de voluntad propia, condicionando su actuar a los lineamientos centrales que la dictadura del capital considera como razonable.”
¿A qué vamos con esto? A que –nuevamente- el plan realizado por el gobierno es completamente insuficiente. Está enfocado a problemas que la gente ya tiene, y ha tenido durante décadas bajo el silencio de la pasividad cómplice de todos los gobiernos neoliberales a la fecha, haciendo la vista gorda con tal de que los números económicos aumenten. Los trastornos del pueblo se deben –socialmente hablando- a problemas concreto que el gobierno mantiene y reproduce: Desempleo, y persecución laboral y sindical, inestabilidad, flexibilidad y precarización laboral, jornadas extenuantes de trabajo, en donde el país tiene el récord de mantener una de las jornadas laborales más largas en el año de los países de la OCDE. Expresión de todo esto es que la mayoría de las licencias laborales que llegan a la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) corresponden a problemas relacionados al estrés, la ansiedad y la depresión.
Hoy nada dicen desde el gobierno de las 2 millones de familias que se han visto cara a cara a la cesantía, a no tener trabajo, situación que incluso es internacionalmente reconocida como uno de los factores más estresantes de la edad adulta, gatillante de una serie de psicopatologías. A lo que hay que agregar a las familias que han visto morir a los suyos producto del fracaso de la estrategia del gobierno para enfrentar la pandemia, y que ven sus despensas vacías producto de no tener dinero, mientras la gente se contagia y muere en las calles por el COVID-19, al cual el gobierno le abrió las puertas de par en par con lo que llamaron “estrategia de rebaño”, por más que el ministro Paris lo niegue al día de hoy hipócritamente.
La enfermedad del país se llama neoliberalismo, se llama capitalismo. Y sus cosméticos recetados prescribieron, a un nivel que la fecha de vencimiento en el envase es completamente ilegible.
La farsa del gobierno
No es casualidad que el Gobierno después de verse con el agua hasta el cuello, y con intentos de mejorar su aprobación y su imagen, ubicando en el Ministerio de Salud a un cauteloso Enrique Paris, lance finalmente el programa de salud mental, pues se trata de una crisis latente que se vuelve cada día más insostenible. Expresión de esto son los extensivos paros en las universidades producto del agobio mental y diversos problemas asociados producto de la coronacrisis y la enorme carga académica.
Sin embargo, el ejercicio mismo de la psicología y, en su conjunto, las disciplinas asociadas a la salud mental, deben proponerse ampliar el foco de mirada y no caer en las trampas del gobierno, que sólo busca apropiarse de causas de la población a su beneficio, para mejorar sus cifras porcentuales de aprobación para mantenerse en el gobierno y seguir perpetuando la violencia estructural, institucional y los históricos abusos. En definitiva, se debe escapar de una psicología inerte condenada a trabajar en la superficie de los problemas, y por consecuencia, en un bucle de recaídas y rehabilitaciones, para luego recaer –de distintas formas y niveles- nuevamente producto del sistema que nos oprime, explota y enferma.
La farsa del gobierno no presenta más que un plan semejante a separar el alma del cuerpo, es decir, separar lo que pasa en nuestras habitaciones de lo que está pasando afuera. La calve de ayer, sigue siendo la de hoy. Es la de la movilización, la unidad de los sectores desplazados, invisibilizados, marginados, y por sobre todo, explotados y oprimidos, para cambiar radicalmente el curso de las cosas. |