En un mundo donde la debilidad de los sistemas de salud se expresa en su colapso ante la crisis que profundizó el COVID-19, nos preguntamos qué enfermedades son las que aquejan al sector más endeble de la población. En su mayoría se conoce cómo prevenirlas y curarlas, pero están íntimamente ligadas a las condiciones de vida, aumentando su incidencia a medida que se agudizan las diferencias de clase.
La Tuberculosis es una de ellas. Se hace impensada la erradicación de esta enfermedad, sin plantear una salida de fondo. La Organización Mundial de la Salud propone estrategias para erradicarlas pero ¿es posible que las tenga?
De bacilos y condiciones de vida
La Tuberculosis (TBC) es causada por la bacteria Mycobacterium Tuberculosis (o bacilo de Koch), que afecta principalmente a los pulmones, aunque también puede afectar otros órganos. El bacilo se transmite a través del aire, por gotas que se desprenden cuando una persona tose o estornuda. Por lo tanto, hay mayor riesgo de contagio cuando se encuentran en una misma habitación personas baciliferas (personas que tienen la enfermedad) durante más de 4 horas, como suele ocurrir en lugares de trabajo como los talleres textiles y los asentamientos o viviendas precarias donde se vive hacinado. Es una enfermedad infectocontagiosa que tiene miles de años de antigüedad. En la actualidad es una de las causas más frecuentes de mortalidad en el mundo, en el 2018 fallecieron 1,5 millones de personas, según la OMS. Quienes son más vulnerables a sufrir esta enfermedad son las poblaciones cuyo sistema inmune está debilitado. Sin embargo, existen condiciones materiales que también determinan su propagación como la pobreza estructural que condiciona el hacinamiento, la desnutrición y la falta de acceso a los servicios de salud [1].
Se calcula que un tercio de la población es portadora de la infección, es decir que entraron en contacto con la bacteria sin desarrollar la enfermedad. Según la OMS, con un diagnóstico temprano y un tratamiento efectivo, la mayoría de las personas con la enfermedad podrían ser curadas y se podría cortar con la cadena de contagio. En el último reporte mundial de la OMS sobre la Tuberculosis [2] se estima que en el 2018 hubo 10 millones de nuevos enfermos, cuya incidencia varía dependiendo de los países, de 5 a 500 casos cada 100.000 habitantes. La enfermedad tiene más probabilidades de desarrollarse en personas con el sistema inmune debilitado, como aquellas que son portadoras de HIV sin tratamiento o desnutrición. Se reportó que 1,2 millones de enfermos que murieron por TBC no tuvieron Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y que 251.000 sí lo tuvieron. Es posible pensar entonces que en su gran mayoría las muertes están ocasionadas por las condiciones de vida y no sólo por coinfecciones. Entre las regiones más afectadas con muertes por la TBC son las del sudeste asiático con el 44% de los casos, África con el 24% y la región del pacífico occidental con el 18%.
El último informe estadístico de la TBC en Argentina de 2019 [3] registró un total de 10.449 casos y 586 defunciones por esta enfermedad, siendo Buenos Aires, Salta, Santa Fe y Jujuy las provincias más afectadas. La Ciudad de Buenos Aires también es uno de los distritos con mayor número de afectados (1.113 casos). Siendo que una de las causales de contagio más fuertes es la permanencia durante varias horas en espacios sin ventilación, los problemas habitacionales en los que vive la mayor parte de AMBA, genera un espacio propicio para la propagación. Según un informe de la Encuesta Anual de Hogares del 2018, solo en CABA, existen 365.000 hogares que viven hacinados (más de tres personas en una habitación) o en construcciones incompletas con materiales precarios; se trata de viviendas donde habitan el 39% de la población de la Ciudad.
El problema de la TBC no puede ser observado solamente desde una perspectiva biologicista, reduciendo la enfermedad a las bacterias y los cambios que produce en el organismo, sino que debe ser contemplado desde las condiciones contextuales de las que surge y se propaga.
La OMS y el plan “END TBC”
La OMS, sus metas y estrategias contra las enfermedades están elaboradas bajo el paradigma de la mercantilización de la salud. Tal es el caso de la TBC, para la cual elaboró un nuevo plan para erradicarla como meta a cumplir dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) [4], (propuesta de estrategias para tratar de resolver los problemas de salud en el mundo), pero veamos de qué se trata esto.
Según la OMS, si se cumplen los protocolos, para 2035 se podría erradicar la TBC. Propone un plan estratégico denominado END TBC (al que adhirieron varios países en 2018), que se basa en tres pilares: La atención y prevención (diagnóstico precoz del paciente y de sus contactos, y el tratamiento y profilaxis); mayor compromiso político (para cubrir la atención y la prevención, disminuir los determinantes de la tuberculosis y cobertura sanitaria universal), e intensificar la investigación. El objetivo de este plan es invertir 13 mil millones de dólares por año, para evitar el contagio de TBC de 40 millones de personas y que 25 millones de personas enfermas accedan al tratamiento [5].
Sin embargo este plan no contempla la necesidad de mejorar el bienestar material de las millones de personas que presentan determinantes estructurales de la enfermedad, como la pobreza y el hacinamiento. Un estudio de Dodd y colaboradores sobre un modelo matemático de la mortalidad en niños de la TBC, establece que 239.000 son menores de 15 años, el 80% son menores de 5 años y más del 70% de estas muertes ocurren en el sudeste asiático y en África; mientras que más del 96% de las muertes infantiles por TBC ocurren en niños que no reciben tratamiento antituberculoso [6].
Esto se sostiene gracias a que el capitalismo ha convertido a los países pobres en gigantescas tumbas de enfermedades prevenibles y tratables. No es suficiente que se destinen miles de millones de dólares a tratar la enfermedad porque se necesitan responder a las grandes necesidades económicas y estructurales de las grandes mayorías.
Si no se tocan los intereses de los grandes capitalistas en el mundo para reordenar los recursos económicos de los países más afectados es difícil que se pueda reducir la incidencia y la mortalidad de la TBC. Como hemos tratado de desarrollar, esta enfermedad es inherente al capitalismo que degrada la vida material de millones y establece las condiciones para que la TBC continúe propagándose.
El hacinamiento, como señalamos, es uno de los aspectos centrales en la tuberculosis. Países en donde encontramos asentamientos precarios como las favelas en Brasil o las villas en Argentina, marcan las condiciones para la dispersión de enfermedades que se propagan a través del aire, teniendo relación directa con la aglomeración de personas en un mismo espacio. Tomando el caso de Argentina, el informe de la UCA sobre Condiciones Materiales de vida en los Hogares (2018), establece que dentro de los hogares en condición de pobreza e indigencia por ingresos, hay un 64% con carencias en los derechos sociales: un 21,4% tienen déficit en el acceso a la vivienda digna, un 34,1% en el acceso a servicios básicos. Además, un 18,9% no tiene acceso a una cobertura de salud y el 4,3% posee inseguridad alimentaria severa.
El acceso limitado a los servicios de salud, otro reflejo de pobreza, aumenta la incidencia de las enfermedades como la TBC, ya que retrasa el diagnóstico y el tratamiento, aumentando el tiempo y las posibilidades de contagio entre sus pares, empeorando así, el curso de la enfermedad.
Por las condiciones de indigencia, el nivel de ingresos, la pobreza y la inseguridad alimentaria, sectores de la población se ven obligados a realizar también recortes en gastos de salud por motivos económicos. Otro dato que arroja dicho informe de la UCA es que entre 2016 y 2017, el recorte en gastos médicos se incrementó en el estrato de clase trabajadora marginal en 3%, alcanzado al 52%; en los hogares de estrato económico bajo, el déficit aumentó en 5%, quedando afectados el 37% de los mismos. Estos porcentajes aumentan debido a un incremento de los precios de los medicamentos, con límites para la entrega de los mismos de manera gratuita y una caída de la remuneración de la clase trabajadora.
Como se puede ver, las reuniones, asambleas y tratados que pregona la OMS están muy lejos de ser realistas.
Calidad y cantidad, ¿para quiénes?
En la actualidad, en países imperialistas, progresó el diagnóstico temprano de Tuberculosis y el tratamiento antirretroviral, a pesar de que la TBC en pacientes con VIH sigue siendo muy frecuente. En los países coloniales y semicoloniales, la tasa de mortalidad es alta con pacientes de HIV y TBC multirresistente.
Los sistemas sanitarios europeos siguen siendo más fuertes que en el resto del mundo, lo cual se relaciona con el control de los mercados y el avance en materia de tecnología, ¿pero prosperó durante esta última década? En Italia disminuyó la subvención para la salud pública en unos 37 millones de euros; casi el 68% se recortó en los últimos 10 años. En el Estado español, por su parte, desde el año 2009 se ha producido una reducción de entre 15.000 y 21.000 millones de gasto en la sanidad. A esto se añade la falta de personal y camas en los hospitales, con reducciones de puestos de trabajo (9.400 entre 2010 y 2014) y en lo que va del 2020, unos 18.320 despidos.
Mientras tanto, para la OMS, los Estados deben aportar al menos USD $ 13.000 millones anuales para el acceso universal al diagnóstico, tratamiento y cuidados de la Tuberculosis para 2022. En el resumen ejecutivo de la Tuberculosis efectuado por la OMS en 2019, 119 países de bajos y medianos ingresos alcanzaron la financiación de USD $ 6,8 mil millones. Sin embargo, este monto es casi 33% menos que los USD $10.1 mil millones que se estimaban necesarios durante ese año, en el Plan Global de Stop TBC para ponerle fin en 2018-2022, y solo un poco más de la mitad del objetivo global de USD $ 13 mil millones por año para 2022.
La pandemia de coronavirus desatada puso a la luz los años de vaciamiento y desfinanciación del sistema sanitario a nivel mundial. En los países imperialistas se desencadenó una catástrofe, con miles de muertos, en dónde los trabajadores de la salud deben elegir quién vive y quién muere por la falta de recursos básicos. Países como Estados Unidos, China y Alemania pelean por la acreditación de la vacuna contra el Covid-19. La historia nos demuestra que los gobiernos aparecen en el mapa sanitario cuando hay ganancias de por medio que sacar o países competidores con quien disputar el control mundial.
No es una enfermedad, es el sistema
A lo largo de la historia de la medicina y los sistemas de salud, hubo avances que mejoraron parcialmente la salud de millones. Los descubrimientos de medicamentos para tratar distintas enfermedades, los avances tecnológicos que permitieron mejorar el diagnóstico y el tratamiento que tuvo consecuencias en la mejora de la calidad de vida. Sin embargo, solo accede un sector muy reducido de la población, mientras que los millones que quedan por fuera están sometidos a la precarización, hacinamiento y malnutrición, demostrando así la irracionalidad del sistema capitalista.
Resulta entonces muy poco creíble querer ponerle fin a una enfermedad histórica con una estrategia dictada por la OMS cuando los gobiernos organizan la economía en función de la acumulación capitalista de los empresarios inmobiliarios, de la industria farmacéutica, de la medicina privada y de la alimentación. Pretender que empresarios como Roemmers, Hugo Sigman y Silvia Gold entre otros, aporten sus recursos para combatir esta enfermedad es algo ingenuo. Ellos solo buscan las ganancias siderales con el lucro de la enfermedad.
La pandemia evidenció la inestabilidad sanitaria y se probó que los Estados son incapaces de satisfacer las necesidades elementales de los trabajadores y la juventud. Ante las grandes crisis, se requieren medidas de fondo que logren sacar de la miseria y desidia a los trabajadores, a la que quieren llevar los gobiernos, grandes empresarios y corporaciones.
Se hace imprescindible pensar en reordenar los recursos económicos en función de las necesidades de las grandes mayorías. En un mundo donde se desperdician 1.300 millones de toneladas de comida, donde millones de personas viven hacinadas a costa del negocio inmobiliario, en donde los sistemas de salud y el sistema científico están fuertemente mercantilizados, es necesario que éstas prioridades se aborden desde la perspectiva de los trabajadores, centralizando y racionalizando la economía en función de las necesidades de las grandes mayorías.
Creemos que es posible erradicar la Tuberculosis, pero para lograrlo es necesario grandes cambios sociales, comenzando por la expropiación a los grandes capitalistas para poner los recursos para mejorar las condiciones de vida de la población, con la creación de viviendas, saneamiento básico, la centralización y unificación del sistema de salud, elaborar investigaciones en función de las necesidades de salud y planificar la industria alimentaria para satisfacer todas las necesidades de nutrición. Para esto es importante la unidad de lxs trabajadorxs, para que no seamos nosotros quienes sigamos pagando con nuestra vida su irracionalidad. |