Fue su caballito de batalla durante todo el año que duró la campaña electoral –en la cual los israelíes fueron tres veces a votar-. Así consolidó su base de derecha y también de la extrema derecha, como los colonos que habitan asentamientos en Cisjordania.
El plan de anexión de Netanyahu, es un calco prácticamente del presentado por Donald Trump junto a él, en enero de este año. Cínicamente el presidente de Estados Unidos lo llamó “plan de paz para los palestinos” o “el acuerdo del siglo”.
La otra parte, los palestinos, no fueron ni convidados de piedra.
Este plan o robo descarado de territorio palestino (más todavía), consiste (en sus objetivos de máxima) en anexar un 30% de Cisjordania, sobre todo el territorio del Valle del Jordán, lindante con Jordania y una de las zonas más fértiles de esa región. Incorporando a la vez, dentro de las fronteras de Israel los asentamientos, tanto los que para ellos mismos tienen status de legales, como hasta los considerados ilegales por el Poder Judicial israelí.
Se trata de las colonias emplazadas en el área C, según la denominación de los acuerdos de Oslo, que está completamente administrada y militarizada por Israel, y abarca el 66% del territorio de Cisjordania. Las otras áreas son las A (administrada por la Autoridad Nacional Palestina –ANP- y con Policía propia) y la B (administrada por la ANP, pero con control militar del ejército israelí).
Esto implica que lo que ya hoy se podría definir como bantustanes (NR: cada uno de los territorios donde estaban segregadas las personas no blancas de Sudáfrica durante el apartheid) palestinos, sin conexión territorial entre ellos, adquiriría un estado permanente.
Un salto en el robo de territorio del pueblo palestino, un nuevo acto de guerra que pretende llevar adelante el Estado sionista israelí, en la persona del ultra derechista Benjamín Netanyahu.
El primer ministro ahora es parte de una coalición que incluye al centro derecha kahol Lavan (Azul y Blanco) con Benjamín Gantz a la cabeza y apurado por la crisis política interna –que condujo a que en menos de un año hubiera 3 elecciones, debido a que ningún candidato por sí solo lograba tener los votos suficientes para que en el parlamento (Kneset) pudieran encomendarle formar gobierno.
Netanyahu que ya lleva más de 13 años en el poder, está acusado además, de tres delitos ligados a la corrupción: soborno, fraude y abuso de confianza. Mediante esas acciones fue por un lado aumentando su fortuna personal y la de su familia y por el otro conservando grandes cuotas de poder.
Pero esto no es todo lo que pinta de cuerpo entero a quien dirige, ahora en una coalición, los resortes del Estado sionista. El ex jefe de la unidad de élite de las llamadas “Fuerzas de Defensa Israelíes” –que tenía como una de sus especialidades la inteligencia militar y el “contraterrorismo”-, participó de muchas misiones militares que tuvieron como objetivo incursionar en territorio palestino para robar más tierras, mediante el asesinato de sectores de la población nativa o su expulsión hacia campos de refugiados en países árabes fronterizos o en la misma Cisjordania.
Por muchas de esas incursiones militares, la fiscal general de la Corte Penal Internacional, consideró en diciembre del año pasado, que hay suficiente evidencia para acusar al Estado Nacional Judío de Israel (así su denominación), de crímenes de guerra.
Nadie sabe a ciencia cierta cuál es el plan de anexión que presentaría el gobierno israelí. Seguramente las vacilaciones de su socio político, Gantz –pero también rival en cuanto a querer mantener su propia carrera política-, sumadas a la creciente oposición a ese plan por parte de los principales Estados imperialistas de Europa (no por razones humanitarias, sino por los negocios que tienen en la región y sobre todo por el miedo a que esa zona se convierta en un polvorín), hizo que Netanyahu le presentara a Gantz un plan que incluía una “anexión simbólica”. Una puerta de salida, si el plan de máxima resulta impracticable.
También los países árabes de la región levantaron su voz para oponerse a la anexión
El más decidido a frenarlo, apostando a negociaciones palaciegas (que en verdad nunca han dado buenos resultados para los palestinos), es el rey de Jordania Abdullah II, que insiste en que “cualquier medida unilateral israelí de anexión de tierras en la Ribera Occidental es inaceptable y socava las perspectivas de lograr la paz y la estabilidad en la región”.
Jordania tiene viviendo en su territorio a la mayor cantidad de población palestina arrojada a campos de refugiados por el avance sionista. Más de 2 millones de palestinos viven en ese país, y en el Líbano (otro de los países árabes que limitan con Israel) hay más de medio millón.
Fue el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, que planteó la ruptura de todos los acuerdos firmados con Israel, de Oslo para acá.
Un alzamiento de palestinos en esos países, unidos a quienes viven en Cisjordania y en la Franja de Gaza, con la posibilidad de que se sumen las masas árabes de la región, podría despertar la solidaridad del creciente movimiento antiracista y contra la violencia estatal que se viene dando en muchos países imperialistas. Esto es la peor pesadilla no solo para Israel, sino también para las propias burguesías árabes y ni hablar de los gobiernos de esos países centrales.
Esa es la razón de fondo, a la que hay que sumar la oposición de una parte importante de la ciudadanía israelí, que por estos días está haciendo dudar al actual ministro de Defensa –Gantz-, quien rotará en el cargo de primer ministro. Esta semana ya declaró que el 1° de julio “no es una fecha sagrada”.
Por otra parte, Israel aún no recibió la luz verde de Estados Unidos para avanzar concretamente. Si bien Trump ideó su “acuerdo del siglo”, la propia crisis interna debido a la pandemia y la oposición del Partido Demócrata, está haciendo por estos días que los cabildeos entre el lobby sionista norteamericano, el Partido Republicano y los dirigentes israelíes, sea incesante.
En este punto no está de más recordar que fue el propio Partido Demócrata, durante la presidencia de Obama, que aprobó un aumento sustancial de la partida presupuestaria destinada al Estado de Israel, con el objetivo de seguir armando hasta los dientes a su socio sionista en Medio Oriente.
Es más, uno de los ideólogos del aumento de esa “ayuda” del imperialismo norteamericano a Israel fue el propio Joe Biden, ahora candidato por los demócratas a la presidencia. Son U$S 38 mil millones que Estados Unidos se comprometió a entregar, en un plazo de 10 años, a la potencia enclavada en esa región del mundo.
Mientras esto pasaba, Netanyahu insistía en acusar a Irán de tener armamento nuclear. Pero callando que es el propio Israel quien ya lo posee. Las potencias occidentales y cristianas, ocultan ese hecho.
Este miércoles es el día “D”, pero es probable que ante el rechazo internacional, el miedo a la lucha de clases en la región, sumado a la crisis política interna que viene arrastrando el Estado de Israel, a la que hay que sumarle una insipiente crisis económica debido a la pandemia (Israel volvió a sufrir un segundo brote de coronavirus), el “nuevo” gobierno israelí tenga que retroceder de realizar otro acto de guerra contra el pueblo palestino. |