La emergencia sanitaria internacional ha dejado al descubierto muchas realidades que el mismo sistema capitalista provocó durante años, pero que hoy se vuelven escandalosas ante la crisis en curso.
La lucha de las mujeres, que ya antes de la pandemia empezaba a convulsionar a una buena parte del globo con las protestas en las calles (en contra de los feminicidios, por el derecho al aborto, etc.), se quedó en pausa cuando la población tuvo que entrar en cuarentena. Por otro lado, la pandemia dejó ver de cerca las condiciones objetivas del trabajo que hacemos las mujeres a diario para garantizar la reproducción de la vida (cuidados, comida, aseo, etc.), sumado las condiciones precarias de trabajo que nos obligan a vivir en la incertidumbre, o bien en una situación de pobreza, a nosotras y a nuestras familias.
Los hogares colapsan en el mundo por diferentes razones: hubo despidos, están pagando la mitad del sueldo, la violencia se agudizó, nos echaron de la casa rentada, murió algún familiar…
En tiempos de crisis, las contradicciones se exhiben y se agravan; mientras que para algunos y algunas, pertenecientes a la “casta política” o a la élite empresarial, la cuarentena ha sido casi que un descanso de la vida cotidiana, muchas familias trabajadoras pelean a diario por tener algo para comer, y las que tienen a la cabeza mujeres, se encuentran mucho más expuestas a pagar las consecuencias de una crisis que no generaron. Pero la pandemia también mostró el espacio que ocupamos las mujeres en los llamados sectores esenciales.
Las mujeres: precarizadas desde el inicio
La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado fue desde los orígenes del capitalismo, en condiciones violentas, de desigualdad y muy precarias, contratadas de forma temporal, en pésimas condiciones y con peores salarios. Desde mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, debido al desarrollo capitalista y en particular a partir de la Primera Guerra Mundial, se propicia el proceso de incorporación masiva de las mujeres al trabajo fuera del hogar. Los hombres enviados a la guerra habían dejado millones de puestos de trabajo que ocuparon las mujeres. Marx explicaba este fenómeno años antes:
“La maquinaria, al hacer inútil la fuerza del músculo, permite emplear obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en cambio, una gran flexibilidad en sus miembros. El trabajo de la mujer y del niño fue el primer grito de la aplicación capitalista de la maquinaria. De este modo, aquel instrumento gigantesco creado para eliminar trabajo y obreros, se convertía inmediatamente en medio de multiplicación del número de asalariados, colocando a todos los individuos de la familia obrera, sin distinción de edad ni sexo, bajo la dependencia inmediata del capital”. El Capital, Marx.
Esto transformó un sistema que necesitaba de la mano de obra asalariada femenina, pero que al mismo tiempo se negaba a darles derechos intentando mantener las condiciones ideológicas que justificarían las desigualdades tanto en el terreno laboral como fuera de él.
Así, con fuertes contradicciones, las mujeres se insertan masivamente al trabajo asalariado, lo que contrapuesto a lo que el capitalismo deseaba, genera en medio de un periodo histórico convulso, posibilidades de organización, lo que después y de conjunto con el contexto político, las llevaría a generar reflexiones que se convertirían en grandes luchas por derechos laborales, de salud y de educación junto con sus compañeros de clase, ejemplo de esto son las mujeres trabajadoras participantes de la revolución rusa de 1917, que se ubicaron al frente del Ejército Rojo, pero también de debates que llevaron a esas mujeres a conquistar derechos como las guarderías para los y las hijas de las trabajadoras, comedores e incluso el aborto libre y el divorcio.
Esta y otras luchas avanzaron en las siguientes décadas conquistando algunos derechos de mucha importancia y enunciando otros que hoy seguimos peleando, o defendiendo ante el ataque a la calidad de nuestras vidas que la precarización del trabajo y de la vida implican.
Se profundiza la precarización del trabajo femenino: neoliberalismo mexicano
De forma particular en México, durante las décadas de los ´80 y ´90, inició la embestida neoliberal, que impulsará comenzara la privatización de sectores fundamentales y estratégicos de la economía, y que provocará cambios estructurales a nivel mundial. Este proceso avanzará en detrimento de la calidad de vida de las y los trabajadores del país, agudizando la precarización del trabajo.
Esto posibilitará el aumento de las ganancias de los empresarios capitalistas, mediante el pago de salarios más bajos y la liberación de sus obligaciones con sus trabajadoras y trabajadores. Como decíamos antes, esta dinámica se instalará después de la crisis de principios de los años 80.
En estos años, aumentó de manera significativa la integración de mujeres en sectores esenciales de la industria. Sin embargo, y en abierta contradicción,la mancuerna entre el neoliberalismo y el patriarcado permitió el avance en la precarización del trabajo femenino (que se seguía feminizando) que sobrepasa la “igualdad” planteada mediante la “cuota de género” (igualdad numérica entre hombres y mujeres) en algunos sectores. Es decir, si bien, hay más mujeres trabajando en este periodo, no es “en plena libertad” como el neoliberalismo en complicidad con el patriarcado afirma, sino que aprovechando las condiciones objetivas de las mujeres, y apoyado en prejuicios patriarcales, las obliga a aceptar trabajos mucho más precarizados.
En ese contexto, las mujeres fueron contratadas en las peores condiciones y como mercancía desechable, con trabajos “informales” por no decir basura, sin prestaciones, con salarios miserables, sin seguridad en el empleo, sufriendo acoso laboral y sexual, y muchas veces con violencias machistas de por medio. Imponiendo así de manera sistemática la pobreza, pues al ocuparnos todavía de las labores domésticas, estamos obligadas a aceptar esos trabajos al tiempo que tenemos que cumplir con esa segunda jornada laboral.
Es casi imposible comprender la precarización del trabajo hoy, si no vemos de cerca esta etapa inicial del neoliberalismo en México, que estaba en consonancia con el escenario internacional. Esto marcó un punto de inflexión en la forma de explotación de trabajadores y trabajadoras, modificando las relaciones laborales que permitirían a los patrones aumentar su volumen de ganancia, reduciendo los gastos que los y las trabajadores les implicamos. Ejemplo de esto son condiciones en las que de forma masiva se contrató a las y los trabajadores de la maquila, de los call center, servicios, entre otros.
Trabajo femenino: nuevo milenio, más precarización
En los últimos 20 años, la participación de las mujeres a nivel mundial en el mercado laboral se ha incrementado 15%, con una tasa de participación al 2019 de 52.4%, representando el 40% de la fuerza de trabajo global (Organización Internacional del Trabajo 2019).
En México, para el mismo 2019, la participación de la mujer mantiene una tasa de 45%, que sigue aumentando. Destaca el aumento de ocupación de puestos públicos en sectores como salud y educación, con más de 70% de personal femenino en ambos casos, en los servicios y comercio con una participación femenina de 40%, y la participación aumentada en otros sectores como el de la maquila, con un 20% de participación de mujeres.
En contraste con esta situación numérica del aumento de la participación femenina en lo laboral están las condiciones en las que se dio durante los últimos 20 años este ascenso. A costa de mantener las ganancias, las mujeres trabajamos en las peores condiciones:
Algunos ejemplos de esta realidad, son los datos de México presentados a continuación, que aunque se leen alarmantes, se naturalizan en beneficio de las ganancias de los patrones.
La brecha salarial. ¡Existe! El salario promedio mensual por jornada completa para una mujer mexicana es de 5029 pesos mensuales, mientras que para un hombre es de 5825 pesos, es decir hay una diferencia de 17%. Las mujeres deberían trabajar 35 días más al año para igualar el salario de un hombre, declaró recientemente el Observatorio de Trabajo Digno. Las mujeres seguimos sin ocupar categorías mejores en los puestos de trabajo. A esto se suma que los sectores más feminizados son los peor pagados y más desvalorizados.
Doble jornada laboral. Las mujeres mexicanas dedican 42 horas semanales a trabajos del hogar y de cuidados, trabajo no pagado que garantiza la reproducción de la vida de la familia. En contraste, los hombres dedican 16.5 hrs a la semana a este tipo de trabajos según datos de CONEVAL (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social) en 2019.
Acoso laboral y sexual. El 74% de las mujeres han sufrido acoso laboral por parte de alguna o algún jefe inmediato o de alto mando. En los últimos 5 años, el acoso sufrido por mujeres en el trabajo, de cualquier tipo, aumentó en 30% y el 79.3% de las mujeres ha sido acosada sexualmente en el trabajo. (INEGI 2019)
Precarización. El 78% de las mujeres que trabajan lo hacen en condiciones de precariedad, es decir, sin seguridad en el empleo, con contratos temporales, subcontratadas o con contrato solo de palabra, sin seguridad social y sin contrato que reconozca la relación laboral. Las mujeres menores de 30 son las más precarizadas. (CONEVAL 2018)
Condiciones de violencia: En México, todos los días por lo menos una mujer abandona su trabajo debido a algún tipo de violencia machista. El 90% de las mujeres de la diversidad sexual ha sido discriminada o violentada en el trabajo. Una de cada tres mujeres, ha sufrido violencia en el trabajo al grado de provocarles consecuencias en la salud, situación económica, familiar o emocional (CONEVAL 2018).
Llegó la pandemia y estábamos ya precarizadas…
Hace apenas algunos años que nuestro mundo se “digitalizo”: las redes sociales, los trabajos en línea, las aplicaciones utilizadas para distintos fines, modificaron la vida cotidiana y también han comenzado un posible proceso de cambios en la estructura laboral y de producción en el mundo. Nuevas formas de explotación capitalista que se combinan con las ya existentes, y que en vista de la existencia generalizada de los trabajos ya precarizados, pretende meterse “hasta la cocina” de nuestra casa y manejarla a su conveniencia, ofreciendo a las y los jóvenes sobre todo, trabajos ultra-precarizados en las distintas plataformas que manejan diferentes servicios.
Este tipo de trabajos normaliza y romantiza la idea emanada y fomentada por el propio capital que “es responsabilidad de cada una salir adelante”, generando así la mentira de una posible salida individual a lo que a todas luces es un ataque sistemático hacia las mujeres trabajadoras.
Entonces, no nos sorprende hoy la situación en la que estamos. Han sido años de ataque a nuestros derechos (con luchas de mujeres de por medio) que nos mantiene en una posición compleja, pero que al mismo tiempo nos expone hoy las carencias colectivas y nos impulsa a levantar nuestras voces, juntas.
Son ya casi 40 años de profundizar la precarización de las mujeres trabajadoras y sus familias, que nos impone trabajos que no nos permiten más que garantizar lo mínimo para regresar al día siguiente a laborar, y quizás disfrutar de algún día de esparcimiento de vez en cuando. ¿Cómo no vamos a estar más expuestas a las consecuencias de esta crisis sanitaria y económica? si durante casi medio siglo este sistema ha generado sus ganancias a costa de nuestras condiciones de vida, que hoy no nos permiten “quedarnos en casa” , cuidarnos y cuidar a los nuestros.
Algunos datos del periodo de cuarentena (abril-junio) nos permitirán entender más claramente la existencia de una mayor precarización que afirmamos:
Trabajadoras esenciales. Hoy, las trabajadoras de la salud, uno de los sectores más feminizados, son las más afectadas durante la crisis. La falta de insumos, equipo médico y de seguridad las pone en alto y constante riesgo. Cubriendo jornadas de hasta 16 horas, enfermeras, médicas, laboratoristas, auxiliares, camilleras, administrativas y de limpieza, las trabajadoras ponen el cuerpo, al tiempo que se desenmascara un sistema de salud desmantelado por años y la precarización de sus condiciones de trabajo.
Dobles jornadas extendidas. El tiempo dedicado a las tareas del hogar y cuidado de niñas, niños y personas mayores o enfermas ha aumentado, pues el cierre de escuelas, guarderías y las propias condiciones de la cuarentena las han incrementado casi de forma directa. Y es peor para las mujeres que son el sustento de los hogares, pues sumado a estas tareas, siguen trabajando, o sufren por percibir salario incompleto, o han sido despedidas y buscan maneras de generar ingresos.
Disminución de la capacidad adquisitiva. Alcanza para menos, con la estancia de los niños y niñas en los hogares durante todo el día, el trabajo en oficina, y un aumento generalizado del tiempo en casa, el aumento de los gastos fijos como el agua, la luz o al gas, el aumento de mayo a junio en estos recibos es de hasta 20%, por lo que hay menos para comprar otros insumos que las familias requieren para sobrevivir, en México, somos 1.4 millones de mujeres las que mantenemos solas el hogar y a nuestras familias. A esto se suma el aumento de los costos de la canasta básica, por la especulación de precios.
Despidos, no pago de salarios o pago disminuido. En México, solo en los tres meses de confinamiento por la pandemia, se ha despedido a 12.5 millones de trabajadoras y trabajadores contemplando al sector formal e informal, y el 70% percibe un salario por debajo del acordado con su patrón al momento de establecer su relación laboral (INEGI 2019). Las mujeres, somos las primeras en ser despedidas, o las primeras en ver disminuido su salario, pues como ya explicamos antes, estamos más expuestas a la precarización, y somos vistas como trabajadoras desechables. El capitalismo, utilizando a su aliado el patriarcado, se encarga de recordárnoslo en los centros de trabajo, alegando por ejemplo: “y que tal que se embaraza”, “que tal que se le enferma un niño”, “que se vayan ellas primero”.
Trabajos informales de comercio a la baja. Miles de mujeres de las que no se habla en las estadísticas del empleo también han sido afectadas por la precarización, accediendo de manera compleja a comercios informales “propios” que no les garantizan un ingreso fijo y exigen, igual que los trabajos ultra precarizados, disposición de tiempo (pues la mayoría se hace por vía redes sociales o plataformas de venta) teniendo que modificar su vida en función de su trabajo manteniendo una competencia muy desigual con los grandes comercios y plataformas.
Aumento de la violencia. A nivel mundial, desde el anuncio de la pandemia por parte de la OMS el 11 de marzo, han aumentado las denuncias de violencia en un 30%. En el caso mexicano, esta cifra es de 32% para el mes de mayo, sin embargo, el aumento de la violencia en los hogares podría ser mucho más grave, ya que las llamadas de auxilio a las líneas especiales para atención a víctimas de violencia aumentó en un 60% según los datos del Sistema Nacional de Seguridad.
Feminicidios. Ni con el confinamiento ha disminuido los feminicidios. Somos las jóvenes y las trabajadoras, las que estamos más expuestas, salimos a horarios complejos a cumplir nuestras labores fuera de casa y muchas veces hacemos largos recorridos para llegar a nuestros centros de trabajo, en transporte público y solas. Este año, suman ya 964 feminicidios, aunque muchos de ellos son clasificados como homicidios dolosos. En 2019 la cifra para el periodo de enero a junio fue de 879 feminicidios, el aumento es indignante.
…pero queremos estar organizadas
La pandemia nos deja ver que hay mucho por qué luchar, juntas. La mayoría de nosotras vive en condiciones similares: de precarización.
Nos hemos dado cuenta ya, que nuestros problemas no son solo nuestros, y que los vivimos la mayoría de las mujeres trabajadoras a diario, nos dimos cuenta que no somos las únicas a las que se nos carga el trabajo de la casa, o que el jefe ejerce acoso laboral o sexual con nosotras. A problemas colectivos no podemos darles soluciones individuales.
En los últimos años, en el marco de la convulsión social desatada previa a la pandemia, las mujeres hemos estado también en la “primera línea” de la lucha por nuestros derechos, contra la pobreza, contra la precarización, contra la violencia y el feminicidio. Vimos a las mujeres levantarse en Francia, Hong Kong, Chile, Bolivia… aun estando en las peores condiciones, con la mano en alto y sin miedo a nada.
En la lucha por un mundo mejor, también ¡somos fundamentales!
Las mujeres (como otras veces en la historia) seremos fundamentales en las protestas que puedan surgir de la crisis que agudizó esta pandemia, contra el capitalismo patriarcal, seremos nosotras las que estemos en “la primera línea”.
Somos el 49% de la población mundial y el 40% de la fuerza de trabajo, contamos con la fuerza material y objetiva, al tiempo que en lo subjetivo, hemos despertado en forma masiva a la vida política ante las violencias que de distintas formas nos impone este modo de producción y explotación.
Por todo lo dicho en este texto, y aunque todavía no podemos precisar las consecuencias de la crisis actual, sí podemos afirmar que somos las mujeres trabajadoras las que recibimos las primeras y más fuertes consecuencias de esta crisis que apenas comienza. Somos las primeras en ser despedidas, las primeras en quedarnos sin hogar, las primeras en endeudarnos para poder solventar nuestras necesidades básicas y de nuestras familias. Somos las que tenemos que aceptar trabajos “basura” para poder sobrevivir apenas, quizás en un mundo más violento debido a misma crisis.
Pero también, podemos y debemos ser protagonistas en la lucha por mejores condiciones de trabajo, las mujeres que pretendamos nuestra emancipación de toda opresión, debemos luchar entonces contra el capitalismo y sus formas de explotación, y por los derechos de las mujeres y la juventud, junto a nuestros compañeros de clase, que sufren la explotación y precarización de la vida también. Nuestro papel como trabajadoras, nos da una mirada específica de nuestro mundo, al ser parte fundamental del trabajo asalariado y no asalariado (trabajo doméstico y de cuidados), esto nos propone reflexiones importantes y nos da una base objetiva e histórica para ser motor en la necesaria transformación de nuestro mundo, para todas y para todos.
Fuentes consultadas para los datos (entre otras):
CONEVAL 2018. “Pobreza y género en México: Hacia un sistema de indicadores 2008-2018” en:
INEGI 2019. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENEO) en:
OIT 2019. Organización Internacional del Trabajo, Indicadores del Mercado laboral, en:
ONU/Mujeres 2020. “Prevención de la violencia contra las mujeres frente a COVID-19 en América Latina y el Caribe”, en:
SESNSP 2020. Informe del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública Mayo 2020 en: |