Las mujeres y las tareas de cuidados, que históricamente nos han sido asignadas, tejen un entramado particular cuando van de la mano de pobreza. Es algo que hoy, en el marco de la pandemia, genera alarma en la región y en el país.
El informe asevera que las mujeres y las niñas se ven afectadas por la crisis sanitaria “de manera desproporcionada” y que las causas que más las exponen al Covid-19 son la pobreza, las tareas de cuidado y su mayor exposición al trabajo precario e informal, no registrado. Tres variables altamente feminizadas.
"En comparación con el 93% de los hombres, sólo el 67% de las mujeres de América Latina y el Caribe participan en la fuerza de trabajo formal y más de 126 millones trabajan en el sector informal", advierte la Organización de Naciones Unidas, y agrega que "el escenario de interrupción laboral debido a la covid-19 provoca que las mujeres y niñas tengan más probabilidades de perder su fuente de ingresos que sus contrapartes masculinas y menos acceso a los mecanismos de protección social".
- En Argentina, más de 15 millones de personas son consideradas pobres: el 35,5% de la población según datos del INDEC. Pero una estimación de la ONU y de UNICEF, publicada el 22 de junio, sostiene que más de la mitad (el 58,6%) de los niños, niñas y niñes del país, será pobre cuando termine la pandemia.
Y ya lo estamos viendo. Lo denuncian justamente ellas, las mujeres que aparecen como estadísticas en los informes, pero que tienen voz, no se callan, y hablan en el video-informe de #SeTeníaQueDecir, que acompaña esta nota.
La situación de precariedad absoluta de la vida, que denuncian, está asociada a la pobreza estructural, a la imposibilidad de garantizarse un ingreso sin salir de la casa cuando trabajabas de manera precaria, o sin estar registrada, o haciendo changas; el hacinamiento; la sobrecarga de las tareas de cuidado y del hogar, que llevan cada vez más horas.
Un combo explosivo que afecta particularmente a las mujeres, que están a cargo del 63% de los hogares que hay en los casi 4500 barrios populares, o villas, que se contabilizaron en abril en todo el país.
Ante la falta de servicios tan esenciales como la luz, el agua, el alimento o la calefacción, mujeres como Ramona, como Rossio y muchas otras que hoy están de pié, que la pueden seguir peleando, organizan desde la solidaridad del barrio hasta las denuncias que contra viento y marea, pelean que salgan a luz, porque está en juego la vida de sus familias.
"No hay agua ni para cocinarle a nuestros hijos", denuncian, y cuentan que hace días viven sin poder asearse, cocinar, bañarse, por el hecho de ser pobres. No hay otra explicación, y sin quererlo lo confirman las propias autoridades nacionales.
Malena Galmarini: la titular de la empresa con más caja de la administración nacional
Malena Galmarini, titular de Aysa
Quizá por eso me interesó saber qué decía otra mujer, Malena Galmarini, a propósito de la denuncia de las jóvenes mamás de la villa 1-11-14. Malena, como es público, también es mamá, se autodefine feminista, sorora, integra el Frente de Todos y es la titular de AySA, la empresa pública encargada de proveer los servicios de agua y cloacas a la Ciudad de Buenos Aires y a 26 partidos del conurbano bonaerense.
Una empresa que maneja una de las cajas más importantes de la administración nacional: $77.000 millones para ejecutar en 2020. “La pandemia nos da una oportunidad, ya que puso en relevancia la necesidad de tener agua potable y cloacas”, dijo este domingo en una entrevista para el diario La Nación, hablando sobre ese presupuesto, Malena Galmarini.
Pero en los barrios populares, en las villas, las mujeres dicen otra cosa: mientras el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y Malena Galmarini se tiran la pelota para ver quién es el responsable del servicio, no hay agua ni para el aseo ni para las tareas del hogar. Y no es la primera vez que pasa, pero la situación se agrava cotidianamente en medio de la pandemia.
Más iguales que otras
Dos investigadoras del Conicet, Paola Bonavitta y Gabriela Bard Widgor, concluyeron, en base a una investigación reciente, que en medio de la pandemia la mayoría de las mujeres “sienten que son cuidadoras tiempo completo, trabajan más y duermen menos, y están agotadas”. Es algo que también comienzan a incorporar en sus discursos funcionarias del Estado que provienen del feminismo, aunque para decir que es necesario distribuir esas tareas dentro del hogar.
Pero resulta que no se trata simplemente un problema de la “distribución desigual” de esas tareas. En los barrios populares, lo que denuncian las mujeres, es que ni siquiera hay agua.
Por supuesto que la división sexual existe, y un informe de Oxfam calculó hace pocos días que en todo el mundo las mujeres y las niñas destinan hoy unos 12.500 millones de horas diarias al trabajo doméstico, a las tareas de la casa y de cuidado de hijos, hijas, hijes, familiares con discapacidad o adultos mayores. Es el equivalente a 10,8 billones de dólares anuales si ese trabajo fuera remunerado.
Pero no lo es, y aunque expresa una diferencia de género, esa diferencia no es igual para todas. Algunas (como Malena Galmarini, como Catherine Fulop) pueden librarse de esas tareas contratando a otras mujeres para que limpien sus casas, cuiden a sus hijos, los asistan, los bañen, los vistan, los acompañen en las tareas escolares. Otras, cada vez más mujeres, hacen cada vez más malabares para conciliar el trabajo y las tareas de crianza: tienen una doble o hasta triple jornada laboral, y en medio de la pandemia siguen sumando tareas. Otras, ya no tienen ni agua, como la villa 1 11 14.
La reproducción cotidiana de las personas no está aislada de las condiciones de vida más generales de las mujeres. Hace un tiempo, el movimiento feminista instaló una consigna: “la deuda es con nosotras”.
Hoy, muchas referentes ocupan puestos en el Estado y ya no la repiten, pero mientras se negocia el pago a los bonistas, mientras se subsidia a empresas multimillonarias, la deuda es y sigue siendo con ellas: con las jóvenes precarias, con las obreras que están en la primera línea, con las que paran la olla y con las que salen a denunciar: no hay agua. |